“Y seguro que encontrarás que la gente con enemistad más fuerte
hacia los que creen son los judíos y los que asocian (
mushriks)” (Corán,
Sura 5, 82).
Preámbulo
“Hay dos Historias: la
Historia oficial y mentirosa, que nos es enseñada, y la Historia
secreta donde se encuentran las verdaderas causas de los
acontecimientos, una Historia vergonzosa” (Balzac).
Existe
una película acerca de violentas escaramuzas, actividades encubiertas y
levantamientos de tribus en las montañas de Afganistán (llamada
ficticiamente Kafiristán); una historia de espionaje e intervención
militar británica en clave romántica (e incluso de comedia), que oculta
un trasfondo masónico, tras el que se ve al Imperio británico (a punto
de exclamar su particular canto del cisne antes de declinar unas decenas
de años después) como una máquina económica dedicada a la explotación
colonial de los pueblos. La historia se llama “El hombre que pudo
reinar” y fue dirigida en 1975 por John Huston (que era masón),
basándose en un cuento del escritor Rudyard Kipling, ilustre masón
(miembro de la logia “Hope and Esperance” nº 782 de Lahore, India),
siempre identificado con los intereses militares del Imperio británico,
traducidos siempre como “la carga del Hombre Blanco”. El cuento,
publicado en 1889, se titula “
The Man who would be King” (“El hombre que
quiso ser rey”), donde se usa la trama para promover la antigüedad de
su querida masonería hasta la figura de Alejandro Magno, conexión que no
tiene base alguna. Por otra parte, la película está interpretada por
Sean Connery, Michael Caine y Christopher Plummer, tres actores con algo
en común: su filiación masónica. ¡Demasiadas coincidencias!
(Fotograma de la película "El hombre que pudo reinar" de John Huston,
donde se aprecia joya masónica con la escuadra y el compás)
La
película cuenta la historia épica y patética, gloriosa y derrotista, de
dos rufianes mercenarios británicos, Danny Dravot y Peachey Carnehan,
ambos masones — interpretados por Connery y Caine, respectivamente—, los
cuales planean conquistarles a los afganos (denominados: kafirs) un
reino perdido en las montañas, confiando en su preparación militar.
Viaje que emprenden tras hacer ambos un contrato ante el periodista
Kipling (interpretado por Plummer) como testigo, y que no es más que un
pacto de hermandad masónica. Y que culminan conquistando la confianza de
los afganos, a fuerza de engaños. Les enseñan las tácticas militares y
los dirigen a la batalla, tras la cual son recompensados. Entonces,
Carnehan quiere abandonar e irse con el botín, pero Dravot tiene una
gran obsesión: quiere quedarse para ser rey y establecer una dinastía
moderna en dicho pueblo. Por una suerte del destino, cuando los dos
estaban a punto de ser ejecutados, es descubierto un collar grabado con
el símbolo del ojo masónico alrededor del cuello de Dravot. Entonces,
los sacerdotes de Kafiristán lo reverencian como su dios y le rinden
tributo divino de inmortalidad, dado que este símbolo es el mismo que
ellos custodian en secreto desde antaño. Dravot es convertido en un
semidios para los kafirs (que lo confunden con la reencarnación de
Alejandro Magno), y Carnehan decide quedarse con él, en calidad de
asesor político. Al principio gozan del poder y son colmados con
riquezas y honores. Pero, poco a poco, aquella gente va a ir
descubriendo sus trampas, rebelándose finalmente. Dravot pierde su reino
y su vida. Carnehan consigue huir.
Desde la perspectiva islámica la
película admite muchos detalles malévolos respecto a los musulmanes, que
son denominados kafirs (palabra que deriva del árabe kufr, término con
que los musulmanes denominamos precisamente a quienes niegan o encubren
la verdad por conveniencia, y viven como si fuesen a estar aquí para
siempre), siendo confundidos en todo momento como hindúes o budistas,
con un sistema social piramidal, faraónico, en el que la casta
sacerdotal es la más privilegiada. Nada más lejos de Islam. Es
significativo el momento en que Dravot es convertido en rey y se oyen en
off los típicos cánticos de alabanza a Allah y a Su Mensajero Muhammad
(que Allah le conceda Su gracia y paz). ¿Ignorancia del director? Puede
que sí, pero ello no quita que sea una afrenta al Islam.
Pues bien,
la continuidad con los acontecimientos actuales es extraordinaria. Los
mismos factores y hasta los mismos pueblos. El mismo juego, o mejor
dicho, “el Gran Juego” por la dominación del mundo (según término
acuñado por el mismo Kipling en su novela Kim, y retomado más tarde por
Lord Curzon, virrey de la India) y la misma disputa por las zonas
estratégicas pobladas de musulmanes (desde las repúblicas de Asia
central a Nigeria, desde Sinkiang —China— hasta Argelia y desde
Chechenia hasta Indonesia). Las mismas guerras de rapiña entre los
estados imperialistas, donde los movimientos islámicos son apoyados y
utilizados según convenga a cada una de las partes, negociando
abiertamente con los líderes musulmanes, todo en interés de sus empresas
multinacionales, sobre todo las petroleras. Los mismos planes agresivos
respecto al Asia Central que, en las postrimerías del siglo XIX llevó a
Inglaterra a ocupar pérfidamente y anexionarse varias regiones pobladas
por tribus afganas, convirtiendo Afganistán en una semicolonia, para lo
cual facilitaron la subida al trono del emir Habibullah Khan, iniciado
en la masonería, quien a partir de entonces obró según las indicaciones
de Londres.
Es curioso, pero tras el 11-S del 2001, el gobierno de
EE.UU decide la guerra en Afganistán, tras la cual designa al títere de
Hamid Karzai (ciudadano afgano y estadounidense) como presidente
interino del país, quien en los años noventa había sido, además de
colaborador de la CIA, asesor de una compañía subsidiaria de la
petrolera Unocal, en compañía de Zalmay Jalilzad (conocido como “Doctor
Muerte”, principal experto del Departamento de Estado estadounidense en
los años 80 en la fabricación y en la manipulación de los movimientos
islámicos). Este último, tras ser procónsul de EEUU en Kabul, lo fue en
Bagdad, tras la guerra contra Irak. Ambos habían intentado conseguir
entonces un oleoducto de construcción estadounidense que transportase
gas desde Turkmenistán hasta Pakistán y el Océano Indico a través de
Afganistán. Pero es ahora cuando ha llegado el momento de hacerlo con
más eficacia. Apenas fue designado Karzai presidente de Afganistán,
firmó la autorización para la construcción del oleoducto de UNOCAL,
siendo custodiado en todo momento por medio centenar de soldados de las
Fuerzas Especiales de EEUU.
El petróleo es crucial al mantenimiento
del orden mundial. Sin la riqueza del petróleo, las economías de los
países islámicos caerían, y sin los gobiernos de marionetas y líderes
como el rey Hussein de Jordania, Yasir Arafat o Sadam Husein, la
comunidad democrática global (asentada en los principios masónicos) no
podría controlar a los musulmanes. Porque lo que más temen es la unidad
de los musulmanes.
Pero lo que muchos no conocen es que George W.
Bush era socio de Saddam Hussein en turbios negocios durante la década
de los años ochenta, y que tras conocerse un pleito federal, en octubre
de 1990, se diseñó la Guerra del Golfo para mantener ocultos los
registros bancarios relacionados con las sociedades clandestinas que
ambos compartían, como hermanos masones. Porque Sadam, al igual que
Bush, es masón Grado 33º, como lo fue el rey Hussein o lo es Yasir
Arafat, así como lo fue Isaac Rabin o lo son Simón Peres, Benjamín
Netanyahu, Mijail Gorbachov o Tony Blair, por citar tan sólo a algunos
protagonistas políticos de los últimos acontecimientos acaecidos para
desvertebrar el mundo islámico. Pero esta es otra historia por escribir.
La
Guerra del Golfo, en definitiva, sirvió a los objetivos para promover
la unidad democrática global frente al Islam, una vez desintegrada la
URSS y desaparecido el enemigo comunista. No olvidemos, por un lado, que
gracias a la CIA el partido Ba´ath (Redención) ascendió al poder en
1968 —ante los rumores de que el consorcio extranjero que explotaba el
petróleo, la Iraq Petroleum Company, iba a ser nacionalizado—,
instigando un reinado de terror producido por Sadam Husein, quien acabó
convirtiéndose en 1979 en la marioneta de los intereses
anglonorteamericanos en Iraq, consiguiendo ayuda financiera y militar
durante la guerra con Irán, y siendo protegido incluso contra los golpes
de estado internos. Y no olvidemos, por otro lado, que tras la Guerra
del Golfo, una vez liberado Kuwait y mantenido con vida Sadam, éste
inició un sospechoso proceso de “islamización” del país —hasta entonces,
un país laico—, ordenando, entre otras cosas, poner el lema de “Allah
Akbar” (Allah es el Más Grande) en la bandera, justo entre las tres
estrellas de cinco puntas o estrellas flamígeras, símbolo de los tres
pilares sobre los que se sustentan los trabajos masónicos.
Por
tanto, puede considerarse la Guerra del Golfo como la primera fase para
asegurar una fuerte presencia militar en Oriente Medio, siendo la actual
invasión de Irak su segunda fase, en la que han colocado una fortaleza
en el corazón mismo del mundo islámico, no ya sólo para vigilar los
campos de petróleo del Oriente Medio, sino para poner en un firme
aprieto a los Santos Lugares de La Meca y Medina.
Nada nuevo bajo el
sol: es un ejemplo más de cómo se ponen los gobiernos al servicio de
determinados intereses, no dudando en utilizar la guerra para ello. A
este respecto, todavía está por escribir la historia que revele cómo
funcionan los agentes infiltrados que se valen de la venalidad de las
corruptas oligarquías islámicas, constituyéndose sólidos lazos
internacionales entre los gobiernos, el poder militar, las compañías
petrolíferas y los bancos.
Entre los casos de británicos convertidos
[¿] al Islam al servicio del Imperio, citemos tan sólo dos ejemplos:
Harry Saint John Philby (1885-1960), un personaje excéntrico, émulo de
Lawrence de Arabia, quien antes de hacerse llamar Abdullah y
establecerse en Arabia Saudita, había sido funcionario en la India,
siendo el padre del famoso doble espía Harold Adrian Rusell Philby
—conocido como Kim Philby, por el personaje protagonista que da nombre a
la novela de Kipling—, miembros ambos de la aristocracia MI6, el
servicio británico de espionaje exterior; o el caso más conocido de Sir
Richard F. Burton (1821-1890), capitán, masón, viajero, escritor,
traductor, explorador, descubridor de las fuentes del Nilo, etc.
Sin
embargo, no hay necesidad de irse tan lejos. En España tenemos, por
ejemplo, el caso de Domingo Badía Leblich. Un misterioso personaje,
nacido en Barcelona en 1767 (quizá judío converso, como delata su
segundo apellido), que llevó una vida propia de un aventurero, al modo
de los viajeros científicos de la Ilustración, y que ha pasado a la
historia como “Ali Bey”, nombre que utilizó en sus viajes y aventuras,
relatados luego en un libro, un auténtico best-seller de la época.
Hombre de una gran cultura, pese a no tener título alguno, ni fortuna,
pasó la mayor parte de su vida como un simple funcionario, estando en
numerosos cargos administrativos, y respondiendo su perfil al de un
típico “afrancesado franc-masón”, lo cual explica que lograra escalar
las más altas cancillerías europeas.
Domingo Badía, alias Ali Bey
Identificado
desde muy joven con el mundo islámico, en abril de 1801 presentó al
valido de Carlos IV, Manuel de Godoy, un proyecto en el que había
trabajado durante varios años. Es la memoria de una expedición
científico-geográfica que debería recorrer la mayor parte de Africa.
Godoy, cuando examinó detenidamente el proyecto, lo recondujo, dándole
una orientación más política que científica, viendo de qué forma España
podía aprovecharse de la delicada situación que atravesaba entonces
Marruecos. La misión de Badía como espía profesional era contactar con
el sultán marroquí, ponerse en contacto con los rebeldes opuestos a éste
y estimularles para que se sublevaran. España entonces intervendría
para ofrecer su protección al sultán.
Para preparar dicha misión,
Badía viajó a París y Londres donde contactó con instituciones
científicas y filantrópicas, siendo muy probable que fuera en el curso
de estos viajes cuando fue iniciado como masón, siendo en Londres donde
se hizo la circuncisión para hacerse pasar por musulmán. De vuelta a
España, parte hacia el Magreb disfrazado de musulmán, y haciéndose
llamar Ali Bey el Abassy, para lo cual falsificó documentos e inventó
una genealogía que le hacía descender del Profeta Muhammad (que Allah le
conceda Su gracia y paz). En mayo de 1802 inició el viaje a Marruecos,
cumpliendo su cometido político, que tenía como objetivo dotar de una
“Constitución” a dicho país. Incluso albergó el sueño quimérico de
asumir la corona mediante un golpe de Estado.
Pero finalmente la
misión no se llevó a cabo. Cancelado el proyecto, Badía empezó a operar
por su cuenta, de manera que le pidió autorización al sultán marroquí
para desplazarse a La Meca, algo que no estaba contemplado en el
proyecto original. Visitó entonces todo el Magreb, Chipre, Egipto,
Siria, Jerusalén y llegó hasta La Meca. Era el año 1806.
Sin embargo,
esta identificación de Badía con el mundo islámico no fue más que un
rasgo más de su carácter esquizofrénico, con grandes dosis de mitómano.
De hecho, poco tiempo después lo vemos diseñando un plan de reforma de
la Orden del Santo Sepulcro, para lo cual viaja a Jerusalén, siendo
investido en dicha Orden, y llegando incluso a preconizar una nueva
Cruzada.
Pero ahí no queda la cosa. A su vuelta de Jerusalén, en
1808, y tras visitar en París a Napoleón —al que planificó más tarde su
entrada colonial en la India—, Badía se hizo partidario de José
Bonaparte (quien, por lo demás, era el Gran Maestre de la masonería
española tras ocupar el trono con el nombre de José I), de manera que en
1813 emprendió la huida a Francia con él, siendo su intendente. Una
marcha que acarreó el desmantelamiento de la mayoría de las logias
dependientes de Francia.
A partir de aquí la vida de Badía es todo un
misterio. Los datos son muy escasos, salvo que decidió publicar sus
recuerdos en un libro que ha pasado a la historia como un clásico: “Los
viajes de Ali Bey” (París, 1814), y de que presentó al gobierno francés
en 1816 una memoria sobre la colonización de Africa. A la caída de
Napoleón, el rey Luis XVIII (iniciado en la masonería, al igual que la
mayoría de los altos cargos alrededor del trono) requirió su
colaboración como espía, partiendo para su segundo viaje a Oriente, en
misión secreta, a fin de contrarrestar los intereses británicos, y con
las credenciales a nombre, no de Ali Bey, sino de Alí Othman. A partir
del 20 de marzo de 1818 ya no hubo más noticias suyas. Mientras unos
afirman que fue envenenado cerca de Damasco, otros dicen que murió de
disentería. Particular biografía de un personaje que bien merece una
película de la factoría masónica de Hollywood, acostumbrada como está a
servir cantos épicos y crónicas de hombres que no tienen más Dios que su
conciencia.
La
masonería o la religión de Satanás, como bien ha dicho el prolífico
investigador turco Harun Yahia (seudónimo de Adnan Oktar, Ankara, 1956),
cuyas revelaciones —por cierto— sobre la filosofía masónica,
propagandista de las filosofías e ideologías laicas y materialistas, le
llevaron a prisión, junto a otros tres miembros de la Fundación de
Investigación de la Ciencia (SRF, en turco, cuya presidencia de honor
ostenta), tras una espectacular operación llevada a cabo el 12 de
setiembre de 2000, en la que intervinieron alrededor de dos mil
policías, y en la que se registraron los domicilios de todos los
miembros de la SRF, más de ochenta y cinco.
No obstante, no vamos a
estudiar la masonería como correa de transmisión para imponer a toda la
humanidad la miseria de la ciencia moderna, asentada en la teoría de la
evolución, cuya invalidez y engaño ha sido comunicada magistralmente por
Harun Yahia, sino que vamos a ver, a grosso modo, algunos de los
principales protagonistas y acontecimientos que han dado lugar al orden
secular en el mundo musulmán, donde la masonería ha ocupado el papel
central entre las fuerzas sociales que han conducido al cambio del orden
social islámico, teniendo en cuenta —en palabras del actual Gran
Maestre del Gran Oriente de Francia (GODF), Alain Bauer— que la
masonería no es una instancia de poder, sino una “caja de herramientas”
que ofrece la laicidad como pieza más importante, que no se reduce a la
neutralidad del Estado y a la tolerancia, sino que debe llevar valores
como la libertad de conciencia, la fraternidad, en suma, los valores
masónicos que están en el corazón del pacto republicano. En
consecuencia, el éxito de los modernistas islámicos se acompaña casi
siempre de la difusión de la masonería en los países de mayoría
musulmana, cuya mayor presencia se encontró en Turquía y en el Irán de
los años precedentes a la revolución de Jomeini, que vamos a obviar por
su gran magnitud, dado que en el Islam chiíta la masonería puede
considerarse casi una norma. Un tema que dejaremos para otra ocasión.
Tras la expedición de Napoleón a Egipto
La
expedición de Napoleón a Egipto en 1798 —quien tenía la misión de
conquistar el país para debilitar la posición de Gran Bretaña en el
Mediterráneo—, supuso un momento histórico, de carácter militar,
político y cultural, que marcó la historia de la relación entre Europa y
el Islam. De hecho, desde principios del siglo XIX se formó una cierta
imagen de la Europa liberal en la mayoría de los países musulmanes,
dando lugar a un proceso de reformas que admitía la posibilidad de
conciliar el progreso científico y político europeo y la fe musulmana.
Una tentativa que dibujó la atención de los intelectuales musulmanes a
los desafíos filosóficos y éticos que emanaron del encuentro del mundo
islámico con la cosmovisión (“Weltanschauung”) moderna.
Teniendo en
cuenta que la meta más directa y más significativa de la masonería es la
búsqueda y afirmación del “Progreso” (axioma fundamental de su
doctrina), esta expedición de Napoleón a Egipto quedaba englobada en el
marco de la Revolución Francesa hecha a la luz de la filosofía
iluminista.
La masonería, por tanto, fue la que promovió el
pensamiento iluminista y la que combatió contra la religión, estipulando
que participaran en numerosas organizaciones y sociedades secretas una
importante parte de los estadistas e intelectuales de los siglos XVIII y
XIX. La gran mayoría de los filósofos iluministas, particularmente los
que poseían una rígida visión antirreligiosa, eras masones. Los
precursores de la Revolución Francesa y sus pioneros, los jacobinos,
también eran miembros de logias masónicas.
En definitiva, la
masonería ocupaba el papel central entre las fuerzas sociales que
condujeron al cambio del orden existente en Europa, y dieron lugar al
orden secular (antirreligioso), aboliendo el orden social cristiano.
Debido a su organización y a sus ritos, la masonería favoreció además la
formación de numerosas sociedades intelectuales que le permitían tomar
un contacto más estrecho con la gente para discutir cuestiones
políticas.
Al mismo tiempo que el iluminismo inició una crítica moral
del estado absolutista, diversos intereses prepolíticos emergieron de
la sociedad civil para culminar penetrando la esfera de decisión
pública. Este movimiento minó gradualmente los fundamentos del Estado
para el cual mantener el monopolio de lo político exigía al mismo tiempo
despolitizar la sociedad civil. Primero bajo la forma de clubes
literarios y logias masónicas, luego en organizaciones socioeconómicas y
partidos políticos, los intereses de la sociedad burguesa encontraron
finalmente su lugar en la esfera pública a través de la creación de
parlamentos como poderes independientes dentro del Estado.
Pues bien,
este gradual asalto sobre el Estado que comienza en el siglo XVIII, es
lo que se quiere transplantar en el orden social islámico, con el
objetivo de destruir el Califato otomano. Para ello se necesitaba que
llegara al poder en Egipto alguien que decidiera reformar las
instituciones, siguiendo el modelo europeo de organización de la
sociedad política y civil. Ese hombre fue Muhammad Ali (1769-1849),
quien estuvo de virrey o Pasha de Egipto desde 1805 hasta su muerte,
siguiendo el modelo de los humanistas europeos del siglo de las luces y
de la revolución burguesa, y cuyo advenimiento coincidió con la decisión
del jeque Al-Saud de abrazar la nueva doctrina del wahhabismo y de
sostenerla. Muhammad Ali comenzó su reinado con el exterminio de todos
los miembros de la antigua aristocracia mameluca (masacre de El-Qala,
1811), poniendo enseguida coto a la influencia de sabios (ulamas). Dado
el éxito de su proyecto, sus ambiciones lo conducirán a un
enfrentamiento directo con el Sultán, empujando a éste a lanzarse a los
brazos de las potencias europeas y precipitando, con este motivo, la
intervención de éstas, dejando a Egipto abierta a la penetración
británica. M. Ali es considerado como el iniciador de todas las
tendencias modernistas en Egipto y en el mundo árabe, el precursor del
reformismo, del nacionalismo y del renacimiento árabe (Nahda).
En
este contexto, cabe recordar que la mayoría de los ritos y símbolos
masónicos provienen de Egipto, los cuales llegaron siempre a través de
los judíos, quienes fueron capaces de burlarse de Islam portando el fez y
sus medias lunas, siendo conocidos con el nombre de shriners. De hecho,
la primera logia masónica que se estableció en Egipto fue la denominada
“Alojamiento de Isis”, poco después de la llegada de Napoleón, fundada
por el general Kleber, masón y comandante superior del ejército para
aquella zona. Pero la masonería francesa dominó Egipto hasta que las
logias británicas comenzaron a aparecer después de la ocupación
británica en 1882.
En muchos aspectos, hacia 1870 Egipto era la
nación más moderna del mundo árabe, siendo enteramente independiente del
Califato Otomano, y cada vez más dependiente de Europa. De hecho, en
1882 el país fue ocupado por las tropas inglesas debido a las
dificultades internas que encontraba el gobierno para pagar las deudas
contraídas para la financiación de algunos de sus grandes proyectos.
Hasta la Primera Guerra Mundial sería regido bajo un sistema que fue
llamado “protectorado oculto”, pues aunque formalmente la máxima
autoridad seguía siendo egipcia, el verdadero poder residía en el cónsul
británico, siendo la masonería la correa de transmisión.
(Logia de El Cairo en 1940, con el retrato del rey Farouk)
La
Gran Logia de Egipto tuvo períodos regulares e irregulares en su
historia. Halim Pasha, hijo de Muhammad Ali, fundó el Rito Escocés en
Turquía en 1861 y en Egipto en 1866, siendo el supremo Gran Comendador
en ambos países, hasta que en 1876 fundó su propia Gran Logia de
distrito, siendo su primer Gran Maestre. Entre sus “logros” destaca su
esfuerzo de investir con el Califato a una Asamblea constituyente.
Tras
un período de estancamiento, en el que los sucesores de Muhammad Ali,
tanto Abbas como Said, cortaron los lazos con Europa, no fue hasta el
gobierno del nieto de aquel, Ismail Pasha (1863-1879) como virrey, que
Egipto conoció una gran apertura a Occidente. Éste, como Gran Maestre de
la Gran Logia de Egipto, regaló a los Estados Unidos en 1879 el
obelisco que está erigido en Nueva York, e impulsó el Canal de Suez. De
hecho los monarcas egipcios, desde Ismail Pasha hasta el Rey Fouad,
fueron Grandes Maestres honorarios desde el principio de sus reinados. Y
dicho sea al paso, desde 1940 hasta 1957 había cerca de setenta logias
masónicas en Egipto, siendo masones los líderes del partido nacionalista
Wafd, así como muchos miembros del parlamento, mezclados con los
comandantes militares y los aristócratas de la ocupación británica
dirigente. La masonería egipcia vivió su esplendor hasta 1952, en que
fue destronado el rey Faruq, siendo desacreditada y sus logias
clausuradas por Gamal Abdel Nasser tras la crisis del Canal de Suez. En
1964, un decreto declaró el fallecimiento de la masonería en Egipto. No
obstante, continuó viva en asociaciones paramasónicas como Rotary Club,
Lions Club, etc. Sin embargo, pocos años después, con el masón Anwar
Sadat como presidente (1970-1981), Egipto reconstruyó su poderío militar
(iniciado tras la victoria moral de la Guerra del Yom Kippur en 1973,
que curó las heridas de la amarga derrota de la Guerra de los Seis Días
en 1967), estableciendo estrechas relaciones con EEUU, y poniendo en
marcha un programa de liberalización económica para atraer industrias y
capital extranjero, cortando de raíz cualquier muestra de oposición a su
política, en especial entre los grupos musulmanes. Para ello, Sadat
reconoció a Israel en 1977, retando a los restantes estados árabes. Una
iniciativa que condujo al encuentro en 1978 con el primer ministro
israelí Menahem Beguin, celebrado en Camp David (Maryland, Estados
Unidos), bajo el patrocinio del presidente estadounidense Jimmy Carter, y
que en marzo de 1979 culminó con la firma en Washington de un tratado
de paz entre Israel y Egipto, siendo el rey Hussein de Jordania un
destacado protagonista en el proceso de paz. Un hecho que le valió,
junto con Begin, el Premio Nobel de la Paz en 1978. Pero lo que muy
pocos conocen es que gran parte del éxito de Camp David se debió a que
tanto el rey Hussein de Jordania, Anwar Sadat y Menahem Beguin eran
masones. De hecho, la negociación tuvo lugar en una “tenida masónica”
convocada en Jordania por el rey Hussein (a la sazón Gran Maestre de la
Gran Logia de Jordania), y en la que se decidió el sorpresivo viaje que
Sadat haría a Jerusalén y que le valió la acusación de traidor para la
causa árabe, acusación que le costó la vida.
Visto desde esta óptica, es posible entender muchos de los grandes acontecimientos mundiales que parecen incomprensibles.
Pero
volvamos a la época de Muhammad Ali, destacando como significativo el
hecho de que el periódico oficial fundado por éste tuviera muchos años
después como redactor jefe al masón Muhammad Abduh, hasta que la
revuelta de Arabi Pasha (1882) le obligara a exiliarse en París, donde
se reunió con el también masón Jamal al-Din al-Afghani, con quien
editará la revista Al-Urwa al-Wuthqa (“El lazo indisoluble”, nombre
inspirado en el ayat 256 del sura 2 del Noble Corán), donde expondrán
sus teorías reactivas al colonialismo, por tanto, establecidas sobre una
dialéctica anticolonialista que delimita sus propias aspiraciones
liberadoras.
En 1825, Muhammad Ali se independiza, quedando Egipto
reducido a un vasto campo de maniobras del Imperio británico; en 1830
los franceses ocupan Argelia, imponiendo el código napoleónico; en 1885
es ocupado Túnez; y en 1912, Libia. Sólo quedaba Oriente Medio bajo
mandato otomano, hasta que el pacto Sykes-Picot, firmado entre el
Imperio Británico y Francia el 9 de marzo de 1916, dio paso al reparto
de los despojos del Califato Otomano.
Los métodos coloniales son
bien conocidos: elaboración de censos, clasificación, corrupción de
“jefes”, creación de “líderes” sujetos a la obediencia colonial,
confiscación de legados y bienes piadosos (awqaf, pl. de waqf), expolio
de las tierras del waqf; clausura de los lugares de reunión de los
sufies (zawiyas), desarticulación de las órdenes sufíes (tariqas),
reordenación del territorio y potenciación de las ciudades más
controlables., etc. Los países colonizadores se valieron de unos líderes
desvinculados de la Ley islámica (Shari´a) y de la tradición profética
(Sunna) —constituida por el conjunto de relatos sobre los dichos y
hechos del Profeta Muhammad (que Allah le conceda Su gracia y paz)—,
para crear unos Estados islámicos clientes a lo largo de toda el Africa,
el Medio Oriente, la India y el Lejano Oriente, mientras que la ex URSS
era animada a mantener y absorber las áreas musulmanas de Asia Central y
el Cáucaso.
Pero entre todos los objetivos de la estrategia colonial
para combatir el Islam el más prioritario fue la desarticulación de las
órdenes sufíes. No en vano, las órdenes sufíes fueron las que se
pusieron a la cabeza en la lucha (yihad) contra las empresas coloniales,
siendo la clave de la combatividad de los musulmanes.
“Era la visión
de los militares y los misioneros —según se advierte en el relato
anónimo titulado “Arrebatan el misticismo al Islam”—, la cual ha
arraigado profundamente, incluso entre los propios musulmanes. Los
militares vencieron y los misioneros reeducaron a los ´indígenas´,
inoculándoles sus explicaciones. El rechazo a la intervención colonial
sólo podía deberse al oscurantismo, el espíritu supersticioso y bárbaro
de ´sicarios´ envenenados por ´santones´ sin escrúpulos. La solidaridad
era fanatismo. Los ´misteriosos´ mecanismos que ponían en pie contra
Occidente a la población había que buscarlos en la actuación de ´logias
secretas´ (las zawiyas), que eran la ´masonería´ del Islam. Su lenguaje,
incomprensible, era ´esoterismo´. Poco a poco se fue elaborando la
imagen del sufí como elemento aislable, y al que había que aislar y
acusar de todos los males, acabando así con todas las posibilidades de
resistencia a la dominación militar y a la evangelización.”
“Una vez
firmemente asentado el colonialismo, la desinformación programada se
mantuvo constante, y a una o dos generaciones enteras de musulmanes se
les enseñó que el sufismo era oscurantismo y superstición, que los
maestros sufíes eran traidores a los intereses de los musulmanes (bien
porque se oponían a la modernización, bien porque se hubieran aliado al
colonialismo, de lo que había muchos ejemplos entre los ´líderes´
artificiales). El sufismo —espíritu del Islam— fue así diferenciado y
separado, y los musulmanes podían renunciar a él ´sin dejar de ser
musulmanes´. Para ellos, renunciar al sufismo era renunciar al atraso y
la decadencia, mientras que en realidad era renunciar, sin saberlo, a sí
mismos.”
No deja de ser significativo que entre los objetivos
principales de los movimientos reformistas (wahhabiyya, salafiyya, etc.)
se encuentran también atacar el sufismo (tasáwwuf), las escuelas
jurídicas (fiqh), y la creencia —´aqida— ash´ari, asentada en la
doctrina de la predestinación, la cual sustituyeron por el aparato
lógico —kalam— mu´tazilí, asentado en la doctrina del libre albedrío.
Tras
la desarticulación de las órdenes sufíes, el Islam se institucionalizó
como resultado del amplio movimiento reformador (el Islâh). Los
intelectuales musulmanes urbanos “reinterpretarían el Islam desde claves
adquiridas en el contacto con Occidente y bosquejarían un nuevo Islam,
más ´civilizado´ y ´aséptico´, muy moralista y dogmático, a semejanza
del modelo que se les ofrecía: el cristianismo pujante”, siendo “el
wahhabismo el que, apropiándose del aspecto salafi de la Reforma
ensombrecería definitivamente el panorama, hábilmente empleado para
intentar aniquilar cualquier posibilidad para el sufismo (…) Con el
wahhabismo ya no hay una simple renuncia al sufismo, sino un rechazo
frontal (…) El wahhabismo fue también resultado de las estrategias
coloniales. Así fue como el colonialismo consiguió tener a los
musulmanes entretenidos entre ellos disputando bizantinamente sobre
nimiedades en la mayoría de los casos”.
Y así fue como desde finales
del siglo XIX proliferaron las “teologías islámicas de la liberación”,
según expresión acuñada por Mohamed T. Bensaada, a propósito de sus
principales promotores: Jamal al-Din al-Afghani y Muhammad Abduh. No en
vano, la masonería fue la promotora y animadora del nacionalismo
militante y propagadora de las ideas de secesión de tierras musulmanas
“de la dominación” otomana, aportando luego la organización jurídica a
los países en ciernes. Entre las ideas importadas destacaba la
separación entre lo político y lo religioso, con tal de que el Islam se
redujera a la esfera privada. De hecho, la secularización que
practicaron los emergentes movimientos nacionalistas islámicos se llevó a
cabo de una forma drástica.
La masonería, pues, tuvo notoria
influencia en estos movimientos reformistas a través de sus innumerables
canales de comunicación dentro de la sociedad y de la clase dominante.
Muchos reformistas islámicos fueron masones, pero también eruditos
sunnitas, como Shayj Abdal Qadir al-Jaza´iri (1808-1883), y Shayj Abder
Rahman Elish al-Kabir (un mufti maliki de Egipto, autoridad del
esoterismo islámico, quien confirió la investidura iniciática a René
Guénon —a través de Abdul Hadi, nombre islámico del pintor sueco Ivan
Aguéli—, y a quien dedica su obra “El simbolismo de la Cruz”, por ser
inspirador de la misma).
Detengámonos por un momento en la figura de
Shayj Abdal Qadir al-Jaza´iri. Considerado como el “padre de Argelia”,
fue maestro sufi de la tariqa Qadiri en la zona de Tlemcén, y consumado
comentarista de la “Futuhat al-Makkiyya” del gran maestro Ibn al-Arabi.
Pero al final de su vida este Emir acabó afiliándose a la masonería,
estableciendo lazos históricos con la República francesa (tras combatir
contra los franceses durante casi dos décadas, 1832-1847), y contrayendo
una amistad con los EEUU, quienes habían visto en su lucha contra los
franceses un modelo de libertad e indepedencia tal, que en 1846 en el
estado americano de Iowa se fundó una ciudad llamada Elkader en memoria
suya.
Tras rendirse en 1847, estar preso en varias cárceles de
Francia, marchar al exilio a Siria, Shayj Abdal Qadir fue admitido
finalmente en el Gran Oriente de Francia (GODF). Algo que no deja de ser
cuanto menos sorprendente.
Todo comenzó el 20 de septiembre de 1860,
cuando los miembros de la logia Henri IV de París (perteneciente al
GODF) sugieren, a petición del judío Silbermann, manifestarle a Shayj
Abdal Qadir su agradecimiento por “sus actos eminentemente masónicos”
(refiriéndose a la protección por parte de éste de los cristianos drusos
de Damasco contra la beatería de los ulamas, durante las matanzas de
ese año), ofreciéndole su filiación a dicha logia en señal de gratitud.
Le envían entonces el cuestionario que comúnmente hacen a cada nuevo
miembro, que Shayj Abdal Qadir contesta, siendo aprobado por el GODF.
Sin hacer referencia alguna al Noble Corán, Shayj Abdal Qadir expone en
dicho cuestionario una serie de respuestas esotéricas, metafísicas, muy
influenciadas por Ibn Arabi.
Pero no sería hasta unos años más
tarde, concretamente el 18 de junio de 1864, cuando fue admitido en la
logia de las Pirámides (Alejandría, Egipto), donde recibió los tres
primeros grados en nombre de la logia Henri IV, que serían confirmados
por esta misma logia de París cuando Shayj Abdal Qadir fue recibido en
ella el 30 de agosto de 1865. Un viaje que tuvo una gran resonancia. De
hecho, su iniciación en la masonería inició la apertura de las logias
coloniales a los musulmanes, siendo su influencia en las élites
argelinas a partir de entonces muy importante, extendiendo por doquier
la idea de coexistencia pacífica de los cultos religiosos, y de la
separación de la fe individual respecto a la vida social y política.
Como advierte Tahar Hamadache, Shayj Abdal Qadir “parece haber integrado
la fraternidad universal, aspiración de los EEUU que ya habían acogido
al gran reformador musulmán Jamal al-Din Al-Afghani, como acogió más
tarde y adoptó a la gran figura del laicismo árabe, Gibran Jalil
Gibran”. Ambos masones también.
No obstante, hay que decir también
que de vuelta a Damasco, los contactos de Shayj Abdal Qadir con la
masonería se debilitaron, pese a pertenecer a la logia La Siria de dicha
ciudad. Tras saber que el GODF decidió suprimir en 1877 la obligación
en las logias de trabajar “A la Gloria del Gran Arquitecto del Universo”
(A:.L:.G:.D:.G:.A:.D:.U:.), rompiendo así el GODF con el cuerpo
masónico universal, tan ligada a la Gran Logia Unida de Inglaterra, e
iniciando así un proceso de secularización, que llega hasta nuestros
días, Shayj Abdal Qadir cesa casi del todo su actividad masónica. Y
pensar que la expresión Gran Arquitecto del Universo (G:.A:.D:.U:.) fue
un término que se tomó de las máximas del apóstol Pablo en el siglo
XVII, probablemente bajo la influencia de los pastores protestantes.
En
cambio, dos de sus hijos fueron recibidos e iniciados en 1867 en la
logia Palestina-Oriente de Beirut. En 1901, su nieto Khaled (más tarde
también Emir) entró en el taller masónico “Enfants de Mars” de
Philippeville, conocido por ser de los primeros en manifestar su
indignación a las autoridades coloniales francesas, reclamando la
aplicación de la ley de 1905 —aún en vigor—, que contempla la
independencia del culto musulmán con respecto al Estado. Y en 1955, en
Túnez, se fundó una logia con el nombre de Abdal Qadir en su honor.
A
partir de la iniciación de Shayj Abdal Qadir en la masonería, como ya
hemos dicho, se inició la apertura de las logias coloniales a los
musulmanes. Detrás de una cobertura democrática y de “hermandad” entre
los hombres, las logias masónicas se convirtieron en compañías gestoras
de intereses. Es más, por intermedio de los Rotary Club, Lions Club, y
otras sociedades paramasónicas que se introdujeron más tarde, la
masonería tuvo la capacidad de integrar a sus filas a políticos
burgueses y pequeño-burgueses, profesionales y militares, tratando
siempre de utilizar sus adherentes —aunque pertenecieran a corrientes
políticas distintas— en operaciones políticas tendientes a garantizar la
estabilidad del régimen financiero usurero.
El reformismo islámico (Islah, en árabe)
Engloba
un conjunto de corrientes entre las cuales existen varias tendencias,
que han integrado los debates políticos e ideológicos desde mediados del
siglo XIX hasta nuestros días, a la búsqueda de un proyecto inacabado,
al decir de Nour Eddine Affaya.
“Las élites árabes se enfrentaban a
dos modelos radicalmente específicos: el modelo europeo con todo lo que
contenía de retos científicos, políticos, económicos y militares, y el
modelo árabe musulmán con todo su contenido de valores y de
experiencias. El primero se impone en el presente, el segundo arrastra
su peso histórico (…)”
“La elección de un modelo supone rechazar el
otro, o bien entrar en conflicto con él, es decir, con lo que está
considerado como el lado negativo del modelo: el colonialismo y la
represión del modelo europeo o la decadencia y la rigidez del modelo
arabomusulmán. En todos los casos, el Renacimiento árabe representa la
expresión de una conciencia aguda de la decadencia y del retraso
histórico.”
En otras palabras, el pensamiento del Renacimiento
islámico forjó una conciencia de agravio comparativo: de tanto
reaccionar contra el desafío se acaba adoptando sus modelos, a saber: la
constitución de una asamblea representativa, en política; la
construcción de un sistema de producción industrializado, en economía;
la fundación de un sistema educativo moderno, en educación; la
organización de un aparato burocrático, en la administración; la
igualdad de los sexos, en lo social. Unos modelos que los reformadores
musulmanes consideraban que la cultura europea había tomado en préstamo
del Islam, y que ahora se trataba de recuperar. El razonamiento era el
siguiente: “recuperando los secretos del desarrollo europeo saldremos de
la decadencia”. Esto se traducía políticamente en la necesidad de
liberarse de la dominación otomana. Una emancipación que se debía hacer,
no en nombre del Islam, sino de un nacionalismo árabe hábilmente
manejado por los ingleses y los franceses. No deja de ser significativo,
a este respecto, que la mayoría de los promotores del “arabismo” fueran
cristianos ortodoxos griegos, católicos y maronitas, situándose en la
vanguardia de las nuevas ideologías del nacionalismo árabe moderno y
secular en los comienzos del siglo XX, con el objetivo de situar a la
nación en primer plano para evitar que la religión fuera el principio
fundador de la identidad.
Por tanto, el nacionalismo es la
consecuencia directa e indirecta, en los países musulmanes, del
reformismo. Ya no se necesita justificación religiosa para actuar. La
ideología nacionalista ya es suficiente motivación. Bajo el
nacionalismo, los métodos reformistas ceden paso a los métodos
revolucionarios, que conducen a la espectacular abolición, en 1924, del
Califato y del derecho musulmán, así como al establecimiento de una
legislación única y laica; supresión de los tribunales religiosos;
adopción del calendario occidental; abandono del alfabeto árabe y
fundación de un Estado oficialmente nacional.
(Mustafa Kemal "Ataturk")
Mustafa Kemal "Ataturk"
La
culminación de este proceso fue el “kemalismo”, el nacionalismo turco
liderado por el cripto-judío y masón Mustafa Kemal (apodado “Ataturk”,
“padre de los turcos”, 1881-1938), uno de los mayores genocidas del
siglo XX, conocido por su lucha contra los ulamas y las órdenes sufíes.
Había que reformar las creencias, el lenguaje y los regímenes. Había que
desmontarlo todo y reconstruirlo todo.
Esta iniciativa histórica se
mantiene, desde mediados del siglo XIX, en los movimientos modernistas y
reformistas, que siempre buscaron hacer tabla rasa de las
interpretaciones tradicionales, con el objetivo de adoptar los valores y
técnicas modernos. Así, para ir más allá de las escuelas jurídicas
reconocidas, el reformismo islámico anuncia el retorno a las fuentes de
la creencia islámica, el Noble Corán y la Sunna, y rehabilita el
concepto de ijtihad o esfuerzo de interpretación personal y racional,
empleado para la aplicación de la Shari´a por un jurista de reconocido
valor (muytahid), con el objetivo de dar un nuevo significado a los
textos antiguos y hacer que éstos correspondan con los nuevos avatares
de la historia.
Liquidar el Califato otomano: obra de judíos y masones
El
sultán Mahmut I declaró fuera de la ley a la masonería. Entonces, ésta
comenzó a infiltrarse y penetrar en el tejido de poder del Califato
otomano, de manera que las primeras reformas iniciadas por los sultanes
Selim III, Mahmut II y Abdul Mayid I, dio origen al movimiento general
de reorganización conocido con el nombre de Tanzimat (conjunto de leyes
orgánicas), promulgado el 3 de noviembre de 1839, y que dio lugar a
reformas militares (previa destrucción de los jenízaros, cuyos
regimientos constituían el brazo armado del Califato), administrativas,
jurídicas, educativas, fiscales y financieras, presentándose como la
primera carta otomana de los derechos y de las libertades civiles en el
Oriente árabe-musulmán. Entre estas reformas cabe mencionar: la
igualdad de derechos para todas las confesiones religiosas sin
distinción; la creación de un Consejo de Estado y de un Tribunal
Superior mixto islámico-cristiano; la aplicación del sistema de las
wilayas (que favorece la centralización estatista y el mantenimiento del
orden); la creación de un sistema fiscal moderno; la promulgación del
primer código de la nacionalidad otomana: y, finalmente, la adopción de
los códigos franceses en varios campos. Unas leyes modernizadoras que se
consumarán con la proclamación de la Constitución, bajo Abdel Hamid II,
en 1877. En consecuencia, puede considerarse la era Tanzimat como el
punto de partida para la destrucción del Califato otomano.
Un
período que se caracterizó por la proliferación de sociedades secretas
de todo tipo, y a menudo con decisivas convergencias, que tenían como
modelo, como fuente de inspiración, a la masonería francesa e italiana,
así como la Carbonería, siendo los musulmanes reformistas los que más se
interesaban por ellas. Basta citar tan solo el caso del modelo
“carbonario” italiano, cuyos fundamentos se deben en gran medida a
Giusseppe Mazzini, fundador del movimiento político de “La Joven Italia”
(cuyo lema era “Dios y Pueblo”), auspiciado por la masonería, a la que
pertenecía, como otras numerosas organizaciones políticas que fundó,
pasando a la historia de Italia, con el Conde de Cavour y Garibaldi
—también masones—, como uno de los principales del Risorgimento.
Desde
entonces, casi todos los visires y los cargos más importantes de la
administración otomana fueron masones. El caso más notorio fue el de
Mustafa Rashid Pasha, que cooperó con las logias masónicas escocesas,
quien inició un movimiento de expansión de la masonería, abriendo logias
en las grandes ciudades, usando como base las leyes del Tanzimat. El
período en que permaneció éste como gran visir (esto es, desde 1846),
produjo tanto daño al Islam, que hizo que el Califato otomano fuera
llamado el “Hombre Enfermo”.
Toda una época propicia para el
nacimiento de grupos o movimientos anti-islámicos, a destacar de entre
todos ellos el de los Jóvenes Turcos, un movimiento que fue fundado en
1867 por Mustafa Fazyl Pasha, financiado por las potentadas familias
judías de los Camondo y los Sasson, y dirigido desde París por Zia Bey,
Kemal Bey y Simón Deutsch, quienes fueron formados por las escuelas de
la Alianza Israelita Universal, presidida por el abogado judío y masón
Adolphe Crémieux, quien, entre otros altos cargos públicos, fue ministro
de Justicia, y quien en 1870 decretó la igualdad civil de los judíos
residentes en Argelia, iniciando el proceso de naturalización de los
judíos en casi todos los países musulmanes. Esto explica por qué los
Jóvenes Turcos era un movimiento cuyos miembros en su mayoría eran de
los Doenmehs, un grupo cripto-judío que se había convertido [¿] al Islam
en el s. XVIII, establecida en Asia Menor, perteneciente a la secta de
los shabbateos (seguidores del cabalista Zevi Shabbetai, el falso mesías
de Esmirna), y conectada con las logias masónicas italianas de Salónica
y Anatolia.
Por otra parte, los Jóvenes Turcos crecieron bajo la
influencia de ideas irredentistas Pan-Turanian (esto es, Pan-Turcas), en
la creencia de que los pueblos musulmanes de Anatolia y Asia Central
formaban una sola nación. Lo curioso es que tres de los escritores
principales del Pan-Turanian eran judíos: Arthur I. Davids, Arminius
Wambery (amigo personal de Theodor Herlz, el padre del sionismo) y León
Cahum.
Los judíos tuvieron, por tanto, una participación destacada en
la propaganda en Turquía de las ideas de los Jóvenes Turcos. Por
ejemplo, el Comité Israelita de Egipto, fundado en 1905, adiestró a
Ahmed Riza, futuro presidente de la Cámara de los Diputados e ideólogo
del Comité Unión y Progreso (Al-Ittihad Wat-Taraqqi), que abastecería
las posiciones más altas del nuevo estado, llegando incluso a designar a
dos masones, Hayrullah y Musa Kazim, como Shayj al-Islam.
Impulsado
en 1868 por el visir Midhat Pasha (miembro de una logia de rito
escocés), los Jóvenes Turcos van a ir imponiéndose en los entresijos del
poder otomano. Midhat Pascha depuso al sultán Abdul Aziz en 1876,
imponiendo —tras el breve reinado del sobrino de éste, Murad V, miembro
de una logia griega de Constantinopla— al nuevo sultán Abdel Hamid II la
promulgación de una Constitución copiada de la de Bélgica, que prevee
la formación de un parlamento, la concesión de libertades políticas y la
igualdad de derechos entre las diferentes comunidades religiosas (una
concesión a los judíos, que supuso su emancipación del Califato otomano,
además de la abrogación de la ley islámica de la yizya, esto es, la
capitación que los judíos, al igual que los cristianos, que viven en una
sociedad musulmana deben pagar a cambio de su protección). No obstante,
Abdel Hamid II no tardó en suspender dicha Constitución y en alejar a
Midhat Pascha, hasta que en 1908 fue forzado aquel a devolver la
Constitución de 1876, por el pronunciamiento de los Jóvenes Turcos
(liderados por el masón Mehmet Tallat Pasha), siendo obligado a abdicar
en 1909. Los cinco diputados que le anunciaron que había sido
destronado, eran masones. El cargo de Califa le fue otorgado a su
hermano Abdalmecid II, quien no fue más que un prisionero en palacio.
Curiosamente, ese mismo año se formó la Gran Logia de Turquía.
Mientras
Midhat Pasha estuvo en el cargo de gran visir, ejerció en todo momento
de agente británico. Como tal empleó todo tipo de estratagemas políticas
para llevar a los otomanos a una guerra con los rusos (año 1877),
poniendo así a los británicos en posición de declarar a la India como
una dependencia británica. Es más, desde 1882 Abdel Hamid II se vio
obligado a ceder territorios, que caían bajo protectorados británicos.
Desde
entonces, a base de rebeliones, intrigas, conspiraciones,
sublevaciones, los Jóvenes Turcos no tuvieron otra misión que derrocar
el Califato, reemplazándolo por gobiernos judíos o cripto-judíos, que
fueron abriendo la vía al laicismo. “Al mismo tiempo —como refiere Shayj
Abdalqadir as-Sufi— que los masones de Salónica corrompían a los
jóvenes oficiales militares incitándoles a traicionar el juramento de
lealtad prestado, los ulama masones del Egipto ocupado por los ingleses
comenzaron a emitir juicios legales engañosos que en lugar de seguir la
Shari´a, obedecían a la doctrina masónica”. Doctrina que propagaron
desde el Comité Unión y Progreso.
Con la abolición oficial del
Califato por Mustafa Kemal el 1 de noviembre de 1924, se produjo la
fractura más importante entre lo temporal y lo religioso. Este hecho,
seguido de la secularización forzada de la sociedad turca, fue imitado
en otros países. Mustafa Kemal (“Ataturk”), nació en Salónica de una
familia cripto-judía doenmeh, y fue miembro de la logia “Macedonia
Resortae Veritas” perteneciente al Gran Oriente de Italia. Fue el
personaje elegido para destruir no sólo el Califato otomano, “sino la
totalidad de la vinculación social islámica” —como bien dice Shayj
Abdalqadir as-Sufi—, de manera arrasadora: abrogación de la Ley Islámica
como fuente de derecho; abolición de la Sultanía en el Califato
adoptando la forma política de administración parlamentaria; sustitución
del sistema legal islámico por versiones adaptadas del Código Civil
suizo, del Derecho Mercantil alemán y del Código Penal italiano;
abolición de los Awqaf (fundaciones), y la confiscación de todas sus
riquezas y propiedades; ilegalización del sufismo; sustitución del
sistema turco de escritura del alfabeto árabe al latino, lo que tuvo,
entre otras consecuencias, alejar a Turquía de la órbita cultural del
resto del Islam; y, finalmente, introducción de la educación laica. De
esta manera, se constituía la secularización más amplia emprendida en
una nación de mayoría musulmana.
Sin embargo, hablando de los
complots incubados por la masonería contra el Califato otomano no hay
que olvidar los programas diseñados por el coronel británico del
servicio de inteligencia militar T. E. Lawrence (conocido como “Lawrence
de Arabia”, expresión acuñada por el periodista americano —y masón—
Lowell Thomas, encargado de crear su leyenda, tras una serie de exitosas
conferencias en el Albert Hall de Londres en 1919) constituyeron el
“golpe de gracia” para tal efecto, con la organización del matrimonio
entre saudíes y wahhabíes, para lanzarlos a la conquista de toda Arabia
contra los otomanos. Ello implicaba el reemplazo del gobierno de la
familia Hashemita por la familia Saud, la cual dio su nombre al
territorio más importante del mundo islámico. A partir de entonces, los
territorios que componían el Califato fueron divididos en estados
artificiales y repartido en zonas de influencia entre los colonialismos
antagonistas británicos y francés.
Movimientos modernistas
En
el siglo XIX, con la conquista colonial, la modernidad irrumpió en el
ámbito del Islam (dar al-Islam). Fue el surgimiento del movimiento
llamado “reformista”, o “fundamentalista”, o “modernista”, conocido
usualmente en árabe como movimiento salafiyya (de as-salaf as-salih,
literalmente “los ancestros justos”, refiriéndose al Profeta Muhammad
—que Allah le conceda Su gracia y paz—, y sus Compañeros). Un movimiento
que preconizaba la reforma (al-islah) interna del Islam, y que
básicamente se sustentaba sobre la apertura del ijtihad, hasta entonces
prohibido, excepto a los cuatro modelos (madhhabs) sunnitas (Hanifi,
Hanbali, Maliki y Shafi), a fin de reconstruir las leyes de la Shari´a
atendiendo las exigencias del tiempo.
Su principal iniciador,
inspirado por el iraní Jamal al-Din al- Afghani (1839-1897), fue el
egipcio Muhammad Abduh (1849-1905), cuya obra será continuada por su
discípulo Rachid Rida (1865-1935), quien recogerá las cuestiones
tratadas por aquellos en su revista reformista Al-Manar (El Cairo,
1898). Todos ellos se ocuparon del tema del atraso, de la inercia de los
musulmanes, oponiéndoles las ideas de la evolución y del progreso.
Denunciaron la interpretación tradicional del Noble Corán, y abrieron la
puerta a la libre interpretación individual, según la doctrina de
ta´wil al-batin (interpretación secreta), que es una práctica chiita. Y,
finalmente, todos colaboraron para hacer pedazos el Califato otomano,
así como el virreinato de Egipto. Un trío de ases que tienen en común su
filiación a la masonería, y sobre los que volveremos más tarde.
De
la India al Magreb, una pléyade de pensadores alzó su voz para decir que
el Islam de los orígenes (tomado siempre como referencia) se conciliaba
con la modernidad. El discurso de todos ellos “de un retorno a las
fuentes era apologético –según el filósofo marroquí Abdou
Filali-Ansary—: quería infundir confianza a los musulmanes, diciéndoles
que su religión era favorable al progreso”.
Esta reacción tuvo
diferentes formas. La Nahda o “renacimiento” árabe, en la que
participaron intelectuales cristianos y musulmanes de Egipto, Siria y
Líbano, principalmente, se manifestó por la renovación de la literatura
árabe, con escritores y poetas como los libaneses cristianos Boutros
al-Boustani o Gibran Jalil Gibran (quien debe su extraordinaria fama y
proyección mundial gracias a su filiación masónica). Sin embargo, este
movimiento fue también religioso, y con varias orientaciones: de una
parte, la corriente modernista liberal con Rifa´a al-Tahtawi, entre
otros, y de otra parte, la corriente reformista salafiyya con Al-Afghani
y Muhammad Abduh, principalmente.
Este último proceso reformista, denominado salafiyya, tuvo dos etapas:
1).-
La etapa iniciada a finales del siglo XIX por los infiltrados masones
Al-Afghani y M. Abduh, ambos agentes de Lord Cromer (esto es, Evelin
Baring, miembro de una prestigiosa familia judía de banqueros
británicos, cuya fortuna se había iniciado con el comercio de opio en
India y China), y por el también masón Rachid Rida, los cuales se
entregaron a la subversión del ethos islámico, iniciando unas corrientes
reformadoras de un Islam de inspiración anti-colonialista, basado
principalmente en el resentimiento.
2).- La segunda etapa es la
iniciada a partir de los años veinte del siglo XX, con el nacimiento de
dos movimientos islámicos: la Yama´at-i-Islami, fundada por el
paquistaní Abul A´la Mawdudi, y los Ijwan al-Muslimin, fundada por el
egipcio Hasan Al-Banna, movimientos que despertaron un sentimiento de
identidad religiosa de la Umma (comunidad islámica) en pleno dominio
colonial británico.
Para ambos los principios cardinales del Islam,
la obediencia y la consulta, no son reglas de organización política,
sino valores morales, por lo que toda persona investida de
responsabilidades debe evitar decidir sola, y ha de tener en cuenta el
parecer de los que dirigen.
Estos movimientos, que podemos
considerar neo-jawarij, comenzaron a penetrar en el seno del Islam
sunnita, a fin de eliminar sus cuatro principales escuelas jurídicas
(anti-madhhabismo) en nombre de una sola interpretación homogénea,
considerando a aquellas como barreras históricas. De esta manera, al
eliminarse los juicios legales y la ejecución de las sentencias, se
eliminaba la autoridad islámica y el poder político. El objetivo
principal de estas tendencias “reformistas-puritanas” era secularizar el
Islam, exactamente como la Reforma protestante fue la matriz del
secularismo occidental, disolviéndose en el modernismo y el laicismo. En
consecuencia, todos estos movimientos no están de ninguna forma en
oposición al sistema kufr, todo lo contrario, son sus perfectos
servidores.
El impacto de la salafiyya fue enorme en todo el mundo
islámico, inspirando a la primera generación de líderes e intelectuales
que se hicieron cargo de la creación de los partidos y las fuerzas
sociales luchadoras por la independencia o de la puesta en marcha de los
nuevos estados y poderes emergentes en la esfera de la historia árabe
moderna. Tales los movimientos nacionales mayoritarios, como el Istiqlal
en Marruecos con la filosofía salafi desarrollada por All el-Fassi; la
Asociación de los Ulamas (“Yamiyyat al-ulama”), creada en Argelia en
1931 por Abdel Hamid Ibn Badis (quien tenía a Rachid Rida por guía en
materia de exégesis coránica); los Jóvenes Tunecinos de Ali Bach Hambat
en Túnez, que abrió el camino a la creación del partido Destur (lit.:
constitución); o el partido Wafd de Said Zaglul en Egipto, plagado de
masones.
El Islam quedó sólo como una simple referencia en los textos
legales y la religión musulmana fue reducida cada vez más a la esfera
privada.
(Jamal al-Din al-Afghani, promotor del programa masónico del pan-islamismo)
Jamal al-Din al-Afghani
El
iraní Al-Afghani entró en la masonería tras su estancia en El Cairo
entre 1871 y 1879, donde introdujo el libro Nahj al-Balagha (“Cimas de
Elocuencia”), obra que abarca los discursos, cartas y dichos de Saydina
´Ali (que Allah ennoblezca su rostro), sobre diversos temas, considerado
por los chiítas como el segundo libro más importante tras el Noble
Corán. Sin embargo, Al-Afghani fue expulsado de la logia masónica “Star
of East” por sus actividades políticas, mostrando en todo momento
indiferencia hacia su funcionamiento secreto. Tras ser expulsado de
Egipto en 1879, en París amplió sus contactos con la hermandad masónica.
La
opinión general que se tiene de Al-Afghani es—según Nour Eddine Affaya—
que “consideraba que la identidad musulmana sólo podría ser
reconstruida a condición de unificar a los musulmanes y movilizar su
fuerza para hacer frente a la política británica que les amenazaba en la
India y en Egipto”. Unas ideas que fueron desarrolladas en los
artículos que publicó en los 18 números de la revista Al-Urwa al-Wuthqa
(“El lazo indisoluble”), editada en París durante los años 1883 y 1884
con su discípulo Muhammad Abduh, donde se forjó “uno de los grandes
principios orientadores de las élites musulmanas, la relación entre la
colonización y la decadencia de los musulmanes”, y desde donde previeron
una amplia coalición del Tercer Mundo anti-colonial, promoviendo la
idea de una Mancomunidad Británica Oriental (Al Jami´ah Al-Sharrqiyyah),
invocada como lema para definir las relaciones entre musulmanes y
no-musulmanes en términos nuevos.
Porque a Al-Afghani “le sedujeron
las ideas de libertad, igualdad y fraternidad, el lema de la Revolución
Francesa que incitaba a la gente a rebelarse contra la injusticia y el
despotismo. Por esta razón expresó una gran admiración hacia el sistema
constitucional e incluso una cierta idea de socialismo”. De hecho,
aducía la necesidad de una Constitución para limitar el poder del
soberano.
Tras un largo período de viajes y estancias por diversos
lugares (Afganistán —donde, con el cargo de primer ministro, espió para
los rusos—, Londres, París, Irán —donde cooperó con los Baha´is) acabó
su vida en Estambul, invitado por el visir Ali Pasha, masón afiliado a
una logia británica, quien acabó expulsando de la ciudad al Shayj
al-Islam de aquel tiempo, Hasan Fehmi Effendi, por refutar a Al-Afghani y
demostrar que sus teorías eran heréticas. En Estambul encontró
Al-Afghani el patrocinio del Sultán Abdel Hamid II, quien rechazó las
demandas para su extradición a Irán por su posible implicación (como
inductor intelectual) en el asesinato del Shah Nasir en 1896,
prestándole su colaboración para la puesta en práctica de su programa
político de pan-islamismo o unidad islámica (ittihad-i islam). Con este
fin, Al-Afghani comenzó a enviar cartas a varios países y líderes
musulmanes para movilizarlos y unirlos contra el poder británico. Sin
embargo, al mismo tiempo intentaba establecer las fundaciones de un
acercamiento mutuo entre los sunnitas y los chiítas, lo cual llevó a
Abdel Hamid II a ver sospechosas las alianzas e intrigas políticas de
aquel con algunos líderes árabes y funcionarios británicos en Estambul,
no permitiéndole salir del país.
Como intelectual y activista
público, Al-Afghani dejó solamente dos libros (una historia de
Afganistán y una refutación del naturalismo y el materialismo) y
numerosas conferencias y cartas, entre las que se encuentra su respuesta
a la conferencia que dio Ernst Renan en la Sorbona en 1883 titulada
“Islam y ciencia”, y en la que éste atacaba Islam y a los musulmanes
como naturalmente incapaces de hacer filosofía y producir ciencia.
Al-Afghani conviene básicamente con Renan en que todas las religiones
son intolerantes y que suprimen la “investigación libre” de la verdad
científica y filosófica. En consecuencia, de la misma manera que las
naciones europeas se libraron de la tutela del cristianismo, es decir,
de la religión, para realizar adelantos en todos los campos del
conocimiento, es de esperar —según él— que la sociedad musulmana rompa
sus enlaces religiosos para “avanzar rápidamente en el camino del
progreso y de la ciencia”, en la misma trayectoria de la civilización a
la manera de la sociedad occidental.
(Muhammad Abduh, uno de los principales agentes en la subversión del ethos islámico)
Muhammad Abduh
Muhammad
Abduh, discípulo destacado de Al-Afghani, fue una marioneta política de
los ingleses para destruir Islam. Fue nombrado por su amigo Lord
Cromer director (Shayj) de Al-Azhar, en El Cairo, a la que convirtió en
un nido de hipócritas (munafikun), tras interrumpir los planes de
estudio, dificultando la enseñanza de las ciencias islámicas. En su
libro más conocido, Risalah al-Tawhid (“Tratado de la unicidad divina”),
considerado como la Biblia del reformismo musulmán, intenta demostrar
la unidad entre fe y razón, partiendo de una correcta posición jurídica
de la creencia (´aqida) ash´ari, hasta que al final del libro presenta
unas opiniones claramente contrarias al Islam, llegando incluso a
proclamar la abrogación de los ayats coránicos relativos al Yihad. Como
refiere Mohamed T. Bensaada, “contra una tradición religiosa marcada
demasiado tiempo por un asharismo degenerado en el cual el hombre estaba
preso en una predestinación divina mal entendida, Muhammad Abduh va a
destacar la importancia de la libertad humana, sin la cual no hay
responsabilidad”; una posición audaz, “hasta el punto que se ha visto en
él un pragmatismo casi agnóstico”, dado que sostiene que “la revelación
religiosa no inventa ex nihilo los preceptos morales, en la medida en
que estos últimos dependen de una existencia histórica objetiva. Sólo la
debilidad y la ignorancia de los hombres justifican, según M. Abduh, el
recurso a la revelación religiosa y a la profecía”.
Tras su exilio
de París y la colaboración en la revista Al-Urwa al-Wuthqa, M. Abduh
volvió a Egipto, donde se dedicó a reformar la administración, los
métodos de enseñanza y también los programas de la universidad de
ciencias religiosas de Al-Azhar, de la que llegó a ser Gran Imam, al
mismo tiempo que Gran Maestre de la Logia Unida de Egipto. Para ello
fundó “una asociación clandestina cuyo objetivo es aproximar a los
fieles de las tres religiones monoteístas, el Judaísmo, el Cristianismo y
el Islam, postulando que la esencia de las religiones es una sola, la
búsqueda de la verdad” (Nour Eddine Affaya). Una síntesis o, lo que es
lo mismo, un eclecticismo netamente masónico. De hecho —como continúa
diciendo N. E. Affaya—, M. Abduh “se adhirió a la masonería (de la cual
su maestro Jamal al-Din al-Afghani y otros intelectuales de la época
también formaron parte) sabiendo que esa adhesión significaba la
aprobación de los grandes principios de la Revolución francesa
(libertad, igualdad y fraternidad) y el alejamiento de la Iglesia del
campo de la investigación científica”.
A partir de entonces editó y
participó en numerosas revistas de difusión entre los musulmanes, en los
que trató de conciliar el Islam y las exigencias del progreso, marcado
fundamentalmente por el racionalismo y el humanismo, una vez rechazada
la autoridad de las escuelas jurídicas del Islam sunnita. Con su
discípulo Rachid Rida fundó la revista Al-Manar, que se convirtió en el
órgano de la corriente salafista árabe y de la cual Rida continuará
siendo redactor jefe tras la muerte de su maestro, trasladando años más
tarde la sede de la revista a Ryad (Arabia Saudita), donde conoció una
inflexión bajo la influencia del wahhabismo. En dicha revista atacaron
con cinismo al Califato islámico (aunque nunca lo denunciaron
expresamente), se toleró el poder inglés, se animó la no resistencia en
Túnez y Argelia al poder francés, se condenó el sufismo, y se defendió a
los bancos y a la democracia. Es significativo, a este respecto, que la
primera sentencia (fatwa) que hizo M. Abduh como Shayj de Al-Azhar
fuera la admisión por primera vez de los bancos en Egipto. En
recompensa, fue nombrado Gran Mufti de Egipto (1899).
Tanto
Al-Afghani como M. Abduh tenían en común estos objetivos: la liberación
de la influencia otomana; la independencia de Al-Azhar del Shayj
al-Islam de Estambul; la reducción de todas las escuelas de
jurisprudencia (fiqh) a una escuela común, reconociendo a los jawarich
como una escuela legítima; y, finalmente, la apertura del ijtihad, esto
es, el esfuerzo o práctica del juicio personal en cuestiones legales.
Tras ellos floreció un importante elenco de intelectuales reformistas en
todo el mundo musulmán, quienes se proponían el objetivo de movilizar a
los pueblos conquistados contra las potencias europeas y de impulsar un
movimiento de resistencia nacional conciliando Islam y modernidad.
Rachid Rida
Discípulo
de Muhammad Abduh, Rachid Rida fue el principal promotor del movimiento
salafiya, a través de la revista Al-Manar, desde donde estableció su
posición ideológica durante 37 años, claramente contraria al Islam,
reflejando siempre el punto de vista británico para agitar el Califato
otomano. Desde sus páginas elogió el movimiento masónico de los Jóvenes
Turcos; impulsó a los musulmanes a que tiraran los grilletes del taqlid,
e hicieran ijtihad rechazando la autoridad de los cuatro modelos
tradicionales de jurisprudencia (Fiqh); desacreditó a los alfaquíes que
restringían las actividades usureras a los musulmanes, no viendo nada
malo en suscribir una póliza de seguro de vida (que es usura), o
sugiriendo que tomar interés en el capital dejado en un banco o en una
caja postal no está incluido bajo la prohibición de la usura.
Impulsado
por su compromiso bien documentado a la masonería, fue fundador y
líder, junto con otros hombres conocidos (de Siria, Líbano y Palestina,
principalmente), de un Partido para la Descentralización administrativa
del Califato Otomano (“Hizb Al-Lamarkaziyyah Al-Idariyyah
Al-Uthmaniyyah”), formado en El Cairo en 1912.
Llegó a ser director de la universidad de Al-Azhar en 1930, gracias a las autoridades británicas.
(Abdul A´la al-Mawdudi)
Abdul A´la al-Mawdudi
El
paquistaní Abdul A´la al-Mawdudi (1903-1979) —en cuya familia había una
línea larga de respetables sufis pertenecientes a la tariqa chishti—,
es considerado como el padre del fundamentalismo paquistaní moderno,
tributario de la corriente ultraortodoxa conocida como dehobandismo
(por su aparición en la zona hindú de Deoband, en 1867, una de cuyas
ramas actuales es el movimiento talibán afgano). En 1927 publicó “Yihad
en el Islam”, que atrajo la atención de muchos eruditos e intelectuales,
entre ellos Muhammad Iqbal. Pero su principal obra es un monumental
tafsir del Noble Corán, titulado “Tahfim Ul Quran” (“Hacia el
entendimiento del Corán”) que le llevó treinta años completar
(1942-1972).
Tras la partición de la India en 1947 al-Mawdudi se
sintió impelido a llevar el nacionalismo paquistaní al programa de
trabajo del movimiento islámico que creó en 1941, la Yama´at-i-Islami —y
que dirigió hasta 1972 (obligado a dimitir por motivos de salud)—, y
cuyo enfoque político se basa principalmente en las ideas políticas
propias de los enemigos del Islam.
Una vez establecido Paquistán
como estado independiente en 1947, Al-Mawdudi comenzó a propagar la
doctrina herética del “qadianismo”, por lo que fue justamente juzgado y
encarcelado cerca de dos años. Nada más salir de la cárcel comenzó a
publicar encendidos artículos que inoculaban ideas revolucionarias,
hasta el extremo de provocar la prohibición de la Constitución y la
declaración de la ley marcial. Con una nueva Constitución en 1962,
Al-Mawdudi se volcó en extender la Yama´at-i-Islami, siendo de nuevo
encarcelado en 1964. Tras ser amnistiado, abrió pronto el camino a
tumultos y revueltas en Cachemira, actuando —según se ha confirmado—
como auténtico agente de la CIA. Situación que aprovechó la India para
atacar Cachemira. Descontento, Al-Mawdudi colaboró en secreto con el
siniestro centro de Rabitat al-´Alam al-Islami (o Liga Islámica Mundial)
fundado en 1962 en Meca, Arabia Saudita —de cuyo comité fundacional fue
miembro—, que le facilitó ayuda y extendió sus libros por todo el
mundo, con el objetivo de extender el anti-madhhabismo en cada país
musulmán.
Su obra más importante se titula: “El proceso de la
Revolución Islámica”, cuya principal línea de pensamiento se basa en una
reelaboración tendenciosa del viejo concepto de la yahiliyya
(ignorancia y barbarie, pero también rebelión contra Allah): si antes se
consideraba que vivían en estado de yahiliyya los incrédulos que no
aceptaban el Islam, o que lo ignoraban, ahora la yahiliyya era producto
de la conducta de los propios musulmanes, sobre todo de los gobernantes,
hábiles en reinterpretar el mensaje de Allah de acuerdo a su
conveniencia. En consecuencia, sólo quedaba emplear la violencia para
eliminar a dichos gobernantes. Una actitud proactiva que era presentada
inevitablemente bajo la forma de una yihad reactiva (en el sentido de
empleo de la violencia), frente a la agresión previa de aquellos, a los
que incluso se les acusaba de apostasía (rida). He aquí, sin ninguna
duda, la semilla ideológica (netamente jawarij) que ha alimentado al
terrorismo islámico desde el siglo XX hasta nuestros días.
Al-Mawdudi
y su grupo mantuvieron relaciones con los Hermanos Musulmanes, hasta el
extremo de considerarse dos ramas del mismo movimiento. De hecho, los
HM reconocen a Al-Mawdudi como sucesor ideológico de Al-Banna y Sayyid
Qutb.
(Hasan al-Banna, fundador de la secta masónica de los Hermanos Musulmanes)
Hasan Al-Banna
El
egipcio Hasan Al-Banna (1906-1949) —cuyo padre, Ahmad Abdal Rahman
Al-Banna, relojero y erudito hanbali, fue discípulo de Muhammad Abduh—
es presentado como un erudito y un gran sufi, cuando en verdad era un
simple maestro de escuela primaria, miembro de una tariqa
shadili-qadiri, la Hasafiyya (de la que acabó separándose porque pensaba
que el sufismo estaba pasado de moda, que era algo anticuado), así como
un exponente de alto rango de la masonería británica en Egipto,
concretamente de la Gran Logia Unida de Inglaterra, fundada en 1813 y
conocida como la Gran Logia Madre del Mundo. Un tipo que aceptó el
estado moderno nacional y el sistema parlamentario como base para el
progreso hacia un estado islámico genuino, abogando siempre por medidas
de igualdad para los no-musulmanes, para lo cual había que superar las
viejas categorías denotadas por el término dhimmi (miembro de una
minoría protegida).
Teniendo a Rashid Rida como su mentor más
importante, con quien tuvo conexiones familiares, fundó en 1928 —con la
ayuda de la inteligencia británica—, a modo de “sociedad secreta
musulmana”, una especie de masonería islámica, la Jama´atu Ijwani
al-Muslimin (Sociedad de los Hermanos Musulmanes —en adelante, HM), en
la ciudad de Ismailiya, que en aquel entonces era la capital de la zona
ocupada por los británicos, y sede central de la empresa del Canal de
Suez. De hecho, fue la empresa que construyó el Canal de Suez la que
proporcionó los fondos para la primera mezquita de los HM, construida,
cómo no, en Ismailiya en 1930. Desde sus inicios esta sociedad se
destacó como el movimiento estratégico más activo e importante para la
globalización británica, teniendo una rápida penetración social (en solo
diez años contó con 500.000 miembros activos). Un movimiento popular de
masas que se hizo difícil de controlar, despertándose muy pronto un
resentimiento profundo anti-británico. Ante la represión de la monarquía
de Farud I, los HM adoptaron la violencia armada. Hasta que en 1948 se
emitió una proclama por la cual se disolvía los HM, cerrándose sus
oficinas y confiscándose sus bienes. El 12 de febrero de 1949 fue
asesinado Al-Banna por la policía secreta egipcia. Un año después, el
gobierno intentó reconciliarse con los HM, abrogando su prohibición, y
liberando a la mayor parte de los miembros encarcelados. Pero por poco
tiempo, porque en 1954 (tras un intento fallido de asesinar a Gamal
Abdel Nasser, atribuido a los HM, pero que en realidad parece ser que
fue una operación planeada por el mismo Nasser —con la ayuda de la CIA—
como excusa para abolir a los molestos HM), miles de miembros de los HM
fueron encarcelados, incluyendo a casi todos sus líderes (entre ellos, a
Sayyid Qutb), siendo ejecutados seis de ellos. Tras la nacionalización
del Canal de Suez, y el giro de Nasser hacia la Unión Soviética, a la
que solicitó ayuda y le compró armas, los servicios de inteligencia
norteamericanos y británicos comenzaron a colaborar con los HM contra
su antiguo aliado, ahora pro-soviético. Desde entonces, los HM se
destaca como la organización más importante en los planes estratégicos
de los globalistas anglo-norteamericanos en el mundo islámico.
Ante
este ambiente hostil, los HM movieron sus bases de operaciones a Londres
y Ginebra. La sede de Ginebra, creada en 1961, estaba bajo el control
de Said Ramadan (1926-1995, casado con Wafa, una hija de Hasan Al-Banna,
del que fue su secretario personal), donde establece el Centro Islámico
de Ginebra (financiada por el rey Faisal de Arabia Saudita, y dirigida
actualmente por su hijo Hani Ramadan), verdadera tapadera para todo tipo
de siniestras operaciones. No en vano, Ginebra es plaza offshore. Para
tal efecto, Said Ramadan fue un personaje clave en la formación y en la
elaboración de la constitución de la Liga Islámica Mundial o Rabitat, y
desde donde se ha tejido por todo el mundo una complicada red de bancos,
fundaciones, organizaciones caritativas e instituciones educativas de
más que dudoso proceder. Entre algunas de sus muchas “honrosas tareas”
como testaferro en Ginebra de las finanzas de los hijos del rey Faisal
(como Dar al-Maal al-islami, creado en 1981 y que engloba alrededor de
treinta bancos y compañías), a Said Ramadan se le relaciona con el banco
Al-Taqwa Management Organization —con base en Lugano, y rebautizado
Nada Management Organization—, que mantiene conexiones con redes
terroristas en Egipto, Túnez, Argelia, Yemen, Sudán y Afganistán, y cómo
no, con la red Al-Qaeda de Osama Bin Laden.
Por otra parte, la sede
de Londres de los HM estaba dirigida por Salem Azzam, miembro de una
influyente familia egipcia siempre al servicio del Imperio británico,
hasta el punto de que un miembro de la misma, Abdel Rahman Azzam (cuya
hija estaba casada con un hijo del rey Faisal), fue el primer secretario
general de la Liga Árabe, ese invento británico creado en 1945. Pues
bien, Salem Azzam —en colaboración estrecha con Said Ramadan— fue jefe
del Consejo Islámico de Europa (CIE), fundado también en Londres en
1973, y desde donde se controla cientos de centros “religiosos” por toda
Europa, así como se dirige a los HM de Marruecos, Paquistán e India,
principalmente. En 1978 se creó el Islamic Institute for Defense
Technology (IIDT) con el fin de apoyar la crisis de la revolución
islámica a nivel global. El seminario inaugural tuvo lugar en febrero de
1979, de la mano de la OTAN, y conducido por Salem Azzam y los miembros
del CIE. Irán, Paquistán y Afganistán eran los temas principales de la
agenda, siendo el IIDT el centro de coordinación para el envío de armas
que apoyaran las luchas de los HM. Sin embargo, lo más gracioso de todo
es ver a este personaje conspicuo, Salem Azzam, en calidad de secretario
general del CIE, proclamar oficialmente en la sede de la Unesco en
París, el 19 de septiembre de 1981, la Declaración Islámica Universal de
los Derechos Humanos, que consta de 23 artículos y que, en principio,
no debe ser transgredida por ningún gobierno islámico. Una declaración
sumamente grotesca.
Pero regresemos a la consideración de la figura
de Al-Banna. Radicalmente anti-otomano, desarrolló a través de su secta
(donde el liderazgo es hereditario) una forma de Islam
“occidentoxicado”, incorporando el nacionalismo y la democracia de
estilo occidental en su bagaje político, llegando incluso a describir
como yihad a la lucha de sus seguidores contra los musulmanes sunnitas
oponentes.
Los HM fueron, en suma, el instrumento principal para la
“wahhabisación” de la sociedad árabe, sobre todo cuando Arabia Saudita
se hizo cargo de su liderazgo en todo el mundo, ofreciendo asilo a los
líderes que sobrevivieron a la purga de Nasser (entre ellos al hermano
de Sayyid Qutb, Muhammad Qutb, al que le dieron diferentes puestos
oficiales en universidades sauditas para enseñar la doctrina de los HM, y
que es considerado el mentor de Osama Bin Laden, cuando éste estaba en
la Universidad Abdul Aziz de Jeddah). Es más, los saudíes pusieron a
disposición de los HM la Universidad de Medina (terminada de construir
en 1961), una influyente institución en donde el pensamiento de los HM
se enseñaba a los estudiantes procedentes de todo el mundo musulmán,
facilitando así su propagación.
De esta manera, a partir de la
década de los setenta los HM —con la ayuda de los petrodólares—
comenzaron a crear una estructura internacional, con nuevas
instituciones, organizaciones y grupos islámicos pro-sauditas,
especialmente en Europa y en los Estados Unidos. Eran enviados para
promover lo que Sayyid Qutb había llamado “el Islam norteamericano”. Una
de las organizaciones más importantes creadas por esta alianza
wahhabi-HM, fue la Liga Islámica Mundial o Rabitat, que desempeña un
papel muy importante en la distribución y predicación wahhabita en las
mezquitas de todo el mundo.
Desde entonces, son compañeros de viaje
de los anglo-norteamericanos en un poderoso imperio financiero mundial,
basado en el control del comercio del petróleo, tráfico de drogas y de
armas, contrabando de oro y diamantes, etc., que se extiende por una
extensa red de paraísos fiscales. Hasta 1991 los HM habían usado el Bank
of Credit and Commerce International (BCCI) para financiar sus
actividades. Un banco que protagonizó entonces uno de los mayores
desfalcos financieros de la historia, además de estar involucrado en el
lavado de dinero, el tráfico de armas, canalizar los fondos para las
operaciones encubiertas de la CIA, los sobornos a gobiernos y manejar
los depósitos de varios grupos terroristas.
Actualmente en el mundo
islámico hay más de setenta organizaciones que se reclaman de la
ideología de los HM, creándose incluso secciones nacionales en todos los
países donde hay una gran población inmigrante musulmana, aglutinando
todas las actuales desviaciones islámicas y terroristas. Un conglomerado
que se divide en dos tendencias: la moderada, sobre todo intelectual y
filosófica, encarnada por el nieto de Al-Banna, Tariq Ramadan (otro
hijo de Said Ramadan); y la radical, violenta, ilustrada por el ideólogo
Sayyid Qubt. De hecho, Tariq Ramadan es la cubierta útil para los HM
que intentan mantener su fachada “moderada” (esa que escoge la vía de la
participación y/o presión legal en el juego político para la
“moralización” de la vida pública), mientras que entre bastidores otros
de sus movimientos organizan todo tipo de actividades terroristas. Basta
citar dos ejemplos, a este respecto, anverso y reverso de la misma
moneda: por un lado, la cara moderada de la asociación “Al-Adl
Wal-Ihsane” (“Justicia y Beneficiencia”), creada en 1985 por Abdessalam
Yassin en Marruecos, autor de una síntesis original entre el pensamiento
de Hassan Al-Banna y de Sayed Qutb, y las enseñanzas del sufismo (no en
vano, había sido adepto de la tariqa Qadiría Boutchichiya en los años
sesenta, que abandonó, no por desacuerdo con el sufismo, sino por una
opción de acción política), recogida en su libro “Al Minhaj Annabaoui”
(“La vía profética”); y, por otro lado, la cara violenta del grupo
palestino Hamas, que emergió en 1988, y cuyo líder, Ahmed Yassin
(asesinado por los israelíes el 22 de marzo de 2004), era el jefe de los
HM en la franja de Gaza, a cuya creación, por cierto, contribuyó Israel
—a través de sus servicios secretos— en la época de Menahem Begin y de
Isaac Shamir, con el fin de desestabilizar la OLP y subvertir el
radicalismo progresista dentro del movimiento palestino. De hecho, Hamás
siempre ha servido los intereses de quien presuntamente ataca, esto es,
de Israel. Lo mismo se podría decir del grupo Hezbolá, otra
contribución israelí, pero esta vez en el frente del Islam chiíta. Unos
grupos radicales que no escatiman medios terroristas que dan mártires
para continuar la lucha, y que además permiten apelar a la opinión
mundial. De paso, los israelíes hacen propaganda proyectiva, es decir,
acusan al adversario de utilizar los métodos a los cuales ellos mismos
recurren desde la fundación de su estado, presentándose así en estado de
legítima defensa, lo que les permite continuar su repugnante política
de ocupación homicida. ¿Acaso cada golpe asestado no coloca a Hamás o
Hezbolá en una posición que permite hacer carambolas de nuevo?
Y por
si había dudas al respecto, años más tarde Isaac Rabin lo reconoció a
Yaser Arafat, con Hosni Mubarak de testigo, durante las conversaciones
de paz en Washington —según le contó Arafat a la periodista Isabel
Pisano en una entrevista—. Hamás “fue nuestro gran error”, reconoció
Rabin, “que se nos fue de las manos. La intención era acabar con la
OLP”. Confidencia entre hermanos masones. Los tres: Rabin, Arafat y
Mubarak. Pero esta es otra historia.
En fin, nada nuevo bajo el sol.
Son las dos tendencias principales entre las que ha girado el mundo
islámico desde los primeros años que siguieron a la muerte del Profeta
(que Allah le conceda Su gracia y paz): los jawarij, los que recurren a
la violencia y a la sedición contra el poder establecido; y los
mu´tazilíes, intelectuales que ponen en tela de juicio la legitimidad de
los gobernantes por no hallarse respaldada por la voluntad de sus
súbditos. Unas tendencias cuyos orígenes se remontan a la disputa
histórica entre el cuarto Califa Saydina ´Ali Ibn Abu Talib —que Allah
ennoblezca su rostro—, el primo del Profeta —que Allah le conceda Su
gracia y paz—, y Muawya Ibn Abu Sufian, y que no fue más que una forma
residual de judaísmo desviado. Tendencias que vuelven a tener una forma
secundaria con la disputa entre los al-muwahhidun (los almohades) y los
al-murabitun (los almorávides) en España y en el Maghreb. Los jawarij
fueron denominados por Saydina ´Ali Ibn Abu Talib (que Allah ennoblezca
su rostro) como “los perros del infierno”.
Dos caras de una misma
moneda que mantienen los HM incluso en su cúpula, donde, por un lado, el
líder político es —desde 2002— Maamoum Al- Hudaibi (de 83 años, hijo de
Hassan Al-Hudaibi, el sucesor del fundador de los HM, Hassan Al-Banna,
desde su muerte 1949 hasta 1976; Maamoum Al- Hudaibi murió en 2004,
sustituyéndole en el cargo Muhammad Mahdi Othman ´Akef), y, por otro
lado, el líder espiritual es Yusuf Abdallah al-Qaradawi, decano de
estudios islámicos en la Universidad de Qatar, en un entorno wahhabí,
donde es profesor de Shari´a y dirige el Centro de Sira & Sunna,
autor —junto con Muhammad M. Siddiqui— de un libro titulado “Lawful and
the Prohibited in Islam” (“Lo permitido y lo prohibido en Islam”) —muy
difundido, por cierto, en Francia—, en el que mucho nos tememos deben
aparecer las balanzas intercambiadas, dado que este tipo, por una parte,
justifica como legítimos los ataques suicidas de los musulmanes, y, por
otra parte, está implicado en la red usurera. De hecho, al mismo tiempo
que da clases de Islam [¿] en Qatar, también trabaja en Londres
dirigiendo el Consejo Islámico de Europa y el Consejo Europeo de Fatwa e
Investigación (fundado en 1997 en el seno de la Federación de
Organizaciones Islámicas de Europa —FIOE–, fundada en 1989 y que él
también preside). Y encima tiene tiempo para participar en todo tipo de
encuentros interreligiosos. Es conocida su colaboración con la comunidad
de Sant Egidio (Roma), entre otras organizaciones ecuménicas.
(Yusuf Abdallah al-Qaradawi)
Yusuf Abdallah al-Qaradawi
Digamos
que el líder político de los HM es el mascarón de proa, porque el
verdadero poder está en la sede de los HM de Londres, con el Consejo
Islámico de Europa de lanzadera, dirigido por Al-Qaradawi, verdadero
poder electrónico, financiero y simbólico de esta organización a nivel
global, quien en su “búsqueda de sinergia”, ha conformado una suerte de
alianza u “holding” empresarial que se diluye en una extensa red de
organizaciones caritativas (entre otras, Interpal o “Union for Good”,
para apoyar a los palestinos, según dicen) y una red de bancos de
inversión islámicos, con el First Islamic Investment Bank a la cabeza,
del que es consultor, así como de numerosas sociedades subsidiarias de
éste, como las empresas norteamericanas Caribou Coffee o Crescent
Capital Investments Inc. (cuya junta consultiva está compuesta por dos
judíos: el senador Wyche Fowler, Jr., ex embajador de EEUU en Arabia
Saudita entre 1996 y 2001; y Samuel L. Hayes, profesor en Harvard, autor
del libro “Islamic Law and finance: religion, risk, and return” —1997—,
en el que trata de hacer encajes de bolillos para justificar
“islámicamente” los mecanismos de la usura). El First Islamic Investment
Bank fue fundado en 1997, con sede central en Bahrein (un fuerte aliado
de EEUU en Oriente Medio, donde se encuentra la sede de la 5ª Flota de
la marina estadounidense), y una sede subsidiaria en Atlanta (Georgia);
un banco que actualmente está acusado de mantener estrechos lazos con el
terrorismo internacional.
(Sayyid Qutb, mentor intelectual de varios grupos terroristas)
Sayyid Qutb
A
la muerte de Al-Banna, Sayyid Qutb (1906-1966) —reconocido como teórico
de la “ruptura islámica”— le sucedió en la dirección ideológica de los
HM, intentando dar una dimensión global al pensamiento político
musulmán, limpiando al movimiento de los HM del nacionalismo árabe.
Siendo masón también, orientó a esta organización hacia postulados
socialistas. Comparado como el “Gramsci del fundamentalismo islámico”
(no en vano, durante su estancia en Estados Unidos conoció el
renacimiento pentecostalista protestante, basado en el retorno a los
llamados fundamentos), Sayyid Qutb —que escribió alrededor de treinta
libros— no fue más que un ignorante que se atrevió a escribir —durante
su estancia en la cárcel entre 1952 y 1964— un comentario (tafsir) del
Noble Corán, titulado “Fithilal al-Qur´an” (“A la sombra del Corán”),
que es una colección de interpretaciones absurdas e infundadas, del cual
extrajo un resumen titulado “Ma´alim fi Tariq” (“Señales en el
camino”), que conoció una extraordinaria difusión, donde subraya, entre
otras cosas, que cada ser humano es califa, por tanto no debe aceptar
más autoridad que la de su Señor interior y en conjunción con el resto
de los musulmanes debe instaurar un “régimen islámico” igualitario o, lo
que es lo mismo, socialista. En definitiva, propone una ruptura con la
realidad islámica vigente (a la que acusa de estar perdida en la
ignorancia y en la barbarie, yahiliyya), para poder reorientarla luego
hacia las enseñanzas tradicionales, pero sin aclarar de manera explícita
cómo debía llevarse a cabo.
Aunque su principal referente teórico
era el disidente de orientación hanbali Ibn Taymiyya (del s. XIV), la
mayor influencia en su cosmovisión política-religiosa la adoptó de
Al-Mawdudi, postulando como él que la amenaza al Islam no viene “desde
fuera” sino “desde dentro”, a cargo de los gobernantes musulmanes que
toleran una “liberalización” de los hábitos y normas sociales islámicas.
En 1966 fue condenado a muerte y ejecutado en la horca por el régimen
nasseriano. Sin embargo, su muerte no pudo impedir que su ideología
tuviera una gran influencia entre los jóvenes de los movimientos de
renacimiento islámico de todo el mundo. Basta citar a dos grupos
terroristas egipcios que recogen su herencia: Gamaa Islamiyya y
Al-Yihad. Este último fue el responsable del asesinato en 1981 del
presidente egipcio Sadat.
Otros reformistas
Rifa´a
al-Tahtawi (1801-1873). Pensador político, economista y erudito egipcio
de la escuela shafi´i de finales del siglo XIX. Considerado como el
principal artífice de la construcción del edificio intelectual que más
tarde se conoció como “Renacimiento” (Nahda) árabe, abriendo la vía que
decenas de intelectuales emprendieron después de él. Tras una estancia
en París de cinco años (1826-1831), donde fue enviado por el Pachá de
Egipto, Muhammad Ali, con el cargo de imam al frente de una delegación
de veinticinco jóvenes eruditos, y con la misión de descubrir los
secretos de la superioridad técnica y científica de Occidente, concluyó
—una vez absorbidas las influencias de las ideas de la Revolución
francesa y de los saint-simonistas— que la síntesis entre Islam y
progreso era posible. A su vuelta a Egipto, publicó el relato de dicho
viaje, donde apuntaba los temas esenciales del renacimiento del
dinamismo cultural árabe, e impulsó la traducción al árabe de numerosas
obras de la Ilustración sobre ciencias, filosofía y derecho, así como la
traducción del texto completo de la Constitución francesa,
introduciendo en la cultura árabe la noción de patria referida a Egipto,
así como el concepto de necesaria igualdad entre musulmanes y no
musulmanes en la misma sociedad.
Sus observaciones sobre la
Constitución, el régimen parlamentario y los fundamentos de la justicia y
la libertad en que se apoya dicho régimen, son importantes. Empieza por
presentar la Constitución francesa, a la que llama “sharta”, no por
trasliteración de la palabra francesa “charte”, sino por transposición
de la palabra empleada por los turcos cuando hablaban de la Constitución
promulgada en 1876, por imposición de su visir, el masón Midhat Pachá.
Los turcos llamaban a esa Constitución “mashruta” y “mashrutiya”, dos
palabras derivadas de “shart”, término jurídico que significa la
observación por una parte contratante de las condiciones (“shart”)
estipuladas por la otra parte. Al-Tahtawi aseguraba que “cuando
gobernantes y gobernados siguen este camino [el trazado por las
disposiciones de la Constitución], el país prospera, los conocimientos
se desarrollan, las riquezas se acumulan y los corazones se apacigüan”.
Con esta fórmula, y aun sin referirse en ningún momento al carácter
laico del régimen francés, estaba insinuando subliminalmente que sólo la
separación de la religión y el Estado puede preconizar la justicia que
garantice el bien de todos. A renglón seguido, dio al término “milla”,
que denota la pertenencia a una religión, como la de la pertenencia a
una nación, a una patria, siendo precursor en el mundo islámico de una
definición de nación que no incluye la de religión. Una distinción
netamente masónica, según la cual el vínculo nacional es de índole
general mientras que el de la religión es de índole particular. Lo
religioso entra así en lo nacional, haciéndose parte, no decisiva, sino
integrante.
Esta ruptura, esta separación entre lo político y lo
religioso, preconizada por Al-Tahtawi (cuyo sistema conceptual fue
seguido muy pronto por otros liberales árabes), echó raíces a medida que
se formó la sociedad islámica burguesa en perfecta simbiosis con la
evolución de las ciencias modernas, contraviniendo el concepto islámico
de comunidad política basado en la religión. No les bastaba con que ser
musulmán fuera condición suficiente y necesaria de plena ciudadanía,
sino que había que distinguir entre la comunidad religiosa y política.
De esta manera podía establecerse el Estado constitucional, a modo de
república democrática que practique una división de poderes, un sistema
parlamentario multipartidista y unas elecciones libres del Emir y del
Consejo consultivo. El Estado como el eje de la comunidad política y
depósito de la lealtad de los ciudadanos. Dicho en otras palabras, podía
establecerse la pantalla para la creación de una clase privilegiada
fuera de la comunidad política y por encima de ella, una clase cuya
lealtad se debe siempre a poderes extranjeros, no al estado.
No es
extraño, a este respecto, que el intelectual judío-francés Guy Sorman
—defensor y pensador del liberalismo— designe a los musulmanes
progresistas de todo el mundo como “Los niños de Rifa´a, musulmanes y
modernos” (título de una de sus obras, publicada por Fayard), subrayando
que en Francia los musulmanes están afectados por la laicización de la
sociedad, por lo que propone la creación en París de un Instituto de
Estudios Islámicos que forme a los imanes y a los islamólogos franceces.
Khayr
al-Din al-Tunisi (1810/1820?-1879). Pasó la mayor parte de su vida al
servicio del bey de Túnez, intentando reformar el gobierno, la educación
y la economía. En 1867 publicó un manifiesto ignominioso titulado
“Aqwan al-Masalik fi Ma´rifat Ahwal al-Mamalik” (“El camino más seguro
al conocimiento, acerca de las condiciones de los países”), donde exalta
las cuestiones de la superioridad europea, convencido de que el mundo
musulmán debe adoptar abiertamente los caminos y las innovaciones de
Europa, siguiendo el modelo del reformismo otomano de los Tanzimat,
netamente masónico. No en vano, acabó su carrera como visir en Estambul.
El
razonamiento de Al-Tunisi, como el de casi todos los reformistas, se
basaba en que si el progreso de Europa se debía a que tomaron prestado
de los musulmanes sus grandes avances en filosofía, matemáticas, y otras
ciencias, ahora era el turno de los musulmanes, los cuales debían tomar
en préstamo las utilidades de otros.
Sir Sayyid Ahmad Khan
(1817-1898) Desde muy temprano, contrariando los deseos de su familia,
trabajó para la empresa británica East Indian Company, siendo además,
desde 1841, juez en un tribunal británico. A partir del motín indio de
1857-1858, del cual escribió un libro, y en el que él permaneció fiel
instrumento de los británicos, intentó lograr dos objetivos: convencer,
por una parte, a los británicos de que los musulmanes de India eran
sujetos leales y útiles (llegando incluso a propugnar que el estado de
India, ocupado y gobernado por los británicos, era un Dar al-Islam,
cuando en todo caso era un Dar al-Harb); e impulsar, por otra parte, a
los musulmanes a que adoptaran los caminos modernos occidentales. Para
lograr este último objetivo rechazó el taqlid (imitación de las
decisiones resueltas de antemano por los teólogos), a favor del ijtihad
independiente sobre la base exclusiva de una exégesis racionalista del
Noble Corán y en el rechazo de la mayor parte de los hadices de la
Sunna, en una manera que evocaba a la teología protestante basada en la
Biblia como “sola scriptura”. Hasta el punto de pedir a los musulmanes
de su tiempo no participar en la política a no ser que consiguieran
adoptar la educación moderna y saber el sistema de la política
occidental, animando a abandonar la cultura islámica y sus dos
principales pilares lingüísticos: el persa y el árabe, persuadiendo, por
el contrario, a estudiar inglés. Finalmente, emprendió la escritura en
urdu —el nuevo idioma de los musulmanes de la India, el cual reemplazó
al persa y al árabe bajo el padrinazgo británico— de un comentario
contra la Biblia que no completó antes de su muerte, en el que intentó
demostrar que el Islam es la religión más cercana al cristianismo.
Era
tal la admiración por los logros británicos, que instituyó en 1864 la
Scientific Society, según el modelo de la Royal Society (Academia de
Ciencias de Inglaterra), nacida del Invisible College (institución
rosacruz), del que formaba parte el inventor del planetarium, John
Theophilus Desaguliers, uno de los fundadores de la Gran Logia de
Londres y divulgador de las teorías de Newton. Ese mismo año, Ahmad Khan
fue elegido fellow del Royal Asiatic Society de Gran Bretaña. Más tarde
hizo un viaje a este país (1869-1870), a partir del cual se implicó en
la traducción al urdu de numerosos libros ingleses y en el
establecimiento de escuelas —según el modelo de internados— para
encauzar sus ideas reformistas, siendo el College Muhammadan
Anglo-Oriental —creado en Aligarh en 1875— su principal empresa
educativa, considerado como un centro del pensamiento nacionalista
musulmán, sobre el cual se constituiría luego la Aligarh Muslim
University, todavía vigente. Basta un solo dato para comprobar lo
reformista que podía ser dicho College: allí entre 1907 y 1914 un judío
alemán, Josef Horovitz —hijo de un prominente rabino ortodoxo—, fue el
encargado de enseñar la lengua árabe.
Sayyid Ahmad Khan fue armado
caballero británico en 1888. Estas palabras suyas resumen todo su
ideario político: “somos súbditos leales y respetuosos del gobierno
británico. Y no somos súbditos del sultán Abdal Hamid”.
Alí
Abdal Raziq (1888-1966), egipcio, contemporáneo de Hasan Al-Banna,
conocido como precursor de la corriente crítica, destacado partidario de
la separación entre lo temporal y lo espiritual en Islam. Tras ser
universitario de Al-Azhar y completar su formación en Oxford, en 1925
—siendo ya ulema en Al-Azhar—, publicó su obra capital: “Al- Islam
wa-usúl al-Hukum” (“El Islam y los fundamentos del poder”), en el que
reconsideraba los fundamentos de la cuestión del Califato, llegando a la
conclusión de que era algo obsoleto, intentando demostrar que el poder
temporal en la historia de las sociedades musulmanas no está
necesariamente vinculado al poder espiritual, por tanto era necesario
separar los ámbitos de lo religioso y de lo político, relegando el Islam
a la esfera privada, limitada en la enseñanza y excluida de la esfera
del poder. En suma, puso en cuestión —ofreciendo una lectura distinta a
la experiencia de Medina— el hecho de que el Profeta (que Allah le
conceda Su gracia y paz) había instaurado un sistema en el que la
política se practicaría dentro de la religión, que sus sucesores no
harían más que reproducir fielmente. En definitiva, trata de demostrar
que el orden político islámico era una construcción de los musulmanes,
no una obligación religiosa, llegando incluso a afirmar (por influencia
del conocido orientalista británico Sir Thomas Arnold –1864-1930) que ni
en el Noble Corán ni en la Sunna se encuentran alguna cita referente a
la figura del Califa. Es más, partiendo de la base del ayat 59 del Sura
An-Nisá (de las Mujeres) del Noble Corán, que dice: “¡Vosotros que
creéis! Obedeced a Allah, obedeced al Mensajero y a aquellos de vosotros
que tengan autoridad!”, Abdal Raziq afirmó que la frase “aquellos de
vosotros que tengan autoridad” no hace referencia al Califa, ni a unos
gobernantes temporales. Esta afirmación lleva su carga de profundidad,
porque en el fondo lo que afirmaba es que tras la muerte del Profeta
(que Allah le conceda Su gracia y paz) no se puede hablar propiamente de
autoridad religiosa y que por tanto todas serían temporales,
simplemente políticas. La influencia de Sir Thomas Arnold era evidente.
Curiosamente, el mismo año en que Abdal Raziq publicaba su libro, este
orientalista cafre (kafir) publicó un libro titulado “El Califato”,
donde a grandes rasgos argumenta que dicho ayat coránico que ordena la
obediencia a un Califa no establece la obligación de designar un Califa.
Muy oportunamente un año después de que el Califato otomano fuese
destruido
Alí Abdal Raziq tuvo numerosos herederos, como el sudanés
Mohamed Mahmud Taha (fundador y animador del círculo de los “Hermanos
republicanos”, promotor de la lectura liberal del Noble Corán, que fue
condenado a muerte y ejecutado en 1985 bajo el régimen del presidente
Yaffar al-Numeiry, siendo ministro de Justicia el ideólogo Hasan
al-Turabi, líder de la rama sudanesa de los Hermanos Musulmanes); los
tunecinos Mohammed Talbi, Abdelmajid y Mohammed Charfi; el paquistaní
Fazlur Rahman; y el iraní Abdul Karim Soruch. Otro de sus propagandistas
actuales es el marroquí Abdu Filali-Ansary, quien llega incluso a
identificar la obra capital de Abdal Raziq con el “Discurso del método”
de René Descartes, porque “gracias a él se ha conseguido introducir la
crítica histórica en el campo cultural árabe y se ha aplicado la vía
científica a las cosas sagradas”.
Abdal Rahman al-Kawakibi
(1854-1902). Intelectual sirio fundador del periódico Al-Shahba, donde
su tema principal se centraba en la importancia de los árabes para
recuperar el Califato de los turcos, pidiendo la demarcación
administrativa entre los turcos y los árabes como un paso previo hacia
la eventual independencia árabe. Por tal motivo, se le considera uno de
los más importantes pensadores del movimiento árabe de liberación. Sus
ideas influyeron en la creación en Damasco en 1906 de la Jam´iyyah Watan
(“Sociedad de la Madre Patria”), entre cuyos primeros fundadores
estaba, nada y nada menos, que Mustafa Kemal “Ataturk”.
Encarcelado, y
obligado a marcharse a Egipto, Al-Kawakibi siguió oponiéndose al
Califato, intentando mostrar cómo los árabes habían sido tratados mal
por el despotismo otomano, por lo que era su hora para facilitar el
progreso del Islam. Y lo hacía a través de los periódicos locales
(fundamentalmente en Al.Manar, de Rashid Rida), recomendando incluso la
instalación de un Califato árabe en La Meca. Su libro “Tabai´u al
istibdad” (“Características del despotismo”) es una adaptación al mundo
islámico del libro “Della Tirannide” del masón italiano Vittorio Alfieri
(1749-1803). Finalmente Al-Kawakibi fue envenenado por agentes turcos.
Muhammad
Iqbal (1873/1875?-1938), nombrado Sir inglés en 1922, se formó en
Oxford, Heidelberg y Munich; admirador, por un lado, de Hegel, Nietzsche
y Bergson, y, por otro, de los mu´tazili, hasta intentar realizar la
síntesis del socialismo con el Islam, que dejó plasmada en su principal
obra “Reconstrucción del pensamiento religioso del Islam”(1934), donde
—rizando el rizo— trata de “redescubrir” principios y valores islámicos
que ofrezcan la base para versiones islámicas de conceptos e
instituciones como democracia y régimen parlamentario.
Curiosamente,
M. Iqbal hizo estudios de posgrado en Lahore con Sir Thomas Arnold, el
eminente orientalista británico anteriormente citado, que se convirtió
en su mentor y guía en el estudio de los clásicos del pensamiento
occidental, y quien lo alentó a ir a Europa. Pues bien, S. T. Arnold era
miembro de la junta de gobierno de la mezquita Woking Muslim Mission
(Surrey, England), el centro más grande de propaganda ahmadiyya en Gran
Bretaña, fundada por el paquistaní Khawaja Kamal ud-Din (discípulo
aventajado de Mirza Ghulam Ahmad, fundador de la Ahmadiyya), quien a su
vez fue fundador, junto al orientalista judío-húngaro Gottlieb Wilhelm
Leitner, del Oriental Institute, situado también en Surrey.
En 1914
termina una de sus obras más destacadas, el poema épico “Asrar-i Khudi”,
escrito bajo la influencia de la Divina Comedia, donde el poeta,
acompañado por Rumi —igual que Dante lo es por Virgilio—, se encuentra
con diferentes personajes históricos, desde Buda, Zoroastro, Cristo y
Muhammad (que Allah le conceda Su gracia y paz), hasta Jamal Al-Din
Al-Afghani y Halim Pachá, las grandes figuras políticas de la masonería
en el mundo islámico en el siglo XIX. Por boca de este último, M. Iqbal
nos dice que la salvación de la humanidad se encuentra en la síntesis
de Oriente y Occidente.
En 1930, M. Iqbal, viendo en “la forma
republicana de gobierno en completo acuerdo con el espíritu islámico”,
pronunció el famoso discurso donde propuso la creación de un estado
musulmán independiente en las provincias nor-occidentales de mayoría
musulmana, argumentando que el futuro de un estado independiente
musulmán se elevaría o caería según el grado en el que los musulmanes
fueran capaces de modernizar el Islam. Inicialmente apoyó la unidad
indio-musulmana en el marco de un único Estado indio, aunque más
adelante abogó por la independencia paquistaní. Ese mismo año fue
presidente de la Liga Musulmana, aunque nunca adoptó el papel de
dirigente político, sino más bien el de ideólogo, viendo en el chiíta
Muhammad Ali Jinnah al líder capaz de ejecutar sus ideas. Finalmente, no
llegó a ver la creación de un Pakistán independiente en 1947, pero se
le considera el padre ideológico de la nación, mientras que Jinnah, que
siempre fue un admirador de los británicos, es considerado el padre
fundador. No en vano, fue su primer presidente. A su muerte acaecida en
1948, le sucedió Ayyub Khan, masón, y a partir de éste todo ha sido una
sucesión de agentes británicos en la dirección del país, unas veces de
afiliación ahmadí, otras de la Jama´at-i-Islami.
La promesa de un
estado como Paquistán para Jinnah se ponía, no en su potencial
religioso, sino en el hecho de que serviría como arena política en la
que las aspiraciones de un musulmán no estarían limitadas por su
identidad. Un ideal secular que no supo mantener, ya que pronto comenzó
la lucha separatista, apelándose a símbolos islámicos para movilizar el
apoyo público, a fin de abrir la puerta al nuevo estado de Pakistán. Un
estado que no estuvo basado, pues, en el ideal de unidad musulmana, sino
sobre una interpretación particular de Islam que acentuó la importancia
de la educación moderna que conduce a un individuo a convertirse en
ciudadano moderno, con capacidad para el razonamiento independiente
acerca de asuntos religiosos (ijtihad). En esta ideología nacionalista,
las prácticas particulares fueron rechazadas como tradicionales, como
una vuelta atrás, algo sincrético, como un resto de influencia hindú o
colonial, y, por lo tanto no bastante islámico.
Tanto Iqbal como
Jinnah fueron en todo momento favorables al movimiento anti-islámico
Ahmadiyya. Iqbal tuvo un encuentro con su fundador, Mirza Ghulam Ahmad,
al que se refirió en 1900 como “probablemente el teólogo más profundo
entre los musulmanes modernos indios”. En 1910 Iqbal llegó a describir
la comunidad Ahmadiyya como “un modelo verdadero de vida islámica”. Más
tarde, en 1932, escribió de los miembros del movimiento Lahore
Ahmadiyya que eran "musulmanes que tienen el sentido del honor ". Sin
embargo, durante sus cuatro últimos años de vida, Iqbal acabó
denunciando a este movimiento y a su fundador, reconociendo que había
derivado muy rápidamente hacia el judaísmo.
(Muhammad Asad)
Muhammad
Asad (1900-1992). Nacido Leopold Weiss en el seno de una familia de
origen judío-polaco, de larga trayectoria rabínica, tras recorrer la
mayoría de los países musulmanes se hizo musulmán en 1926, siendo
conocido en Israel como “Leopoldo de Arabia”. Tras una vida pendenciera
por los cafés de Viena y abandonar los argumentos de los pioneros del
psicoanálisis (Adler, Steckel y Gross) —que en un principio le
cautivaron—, decide marcharse a Berlín, donde, tras un largo período de
vagabundeo alrededor de dispares empleos (entre los que destacamos el de
ayudante del director de cine F.W. Murnau), comenzó su carrera
periodística.
Tras su estancia en Jerusalén en 1922, invitado por su
tío Dorian Feigenbaum (uno de los primeros estudiantes de Sigmund Freud,
que tenía una institución para enfermos mentales en dicha ciudad),
Leopold Weiss comenzó a conocer de cerca el mundo árabe, así como las
primeras empresas del movimiento sionista. Como corresponsal de un
famoso diario de Frankfurt comenzó a viajar por todo el mundo islámico
(Arabia, Siria, Turquía, Iraq, Irán, Afganistán, etc), consiguiendo
además un contrato de la Academia de Geopolítica en Berlín para entregar
una serie de conferencias. Sus escritos de entonces están plagados de
comentarios críticos hacia el sionismo y elogios hacia el mundo árabe,
tras conocer las verdaderas intenciones del sionismo por boca de su
líder de entonces, Chaim Weizmann.
En 1925 viajó a Egipto para
estudiar en Al-Azhar, donde entabló amistad con Mustafa al-Maraghi
(heredero de la tradición reformista iniciada por su maestro Muhammad
Abduh), quien más tarde sería nombrado Shaij al-Azhar, tras la
determinación del líder del partido Wafd, el masón pro-británico Mustafa
Nahhas Pasha (nombrado primer ministro de Egipto en varias ocasiones),
llegando a ser tutor del rey Faruq, y estableciendo contactos oficiales
entre los Hermanos Musulmanes y la institución de Al-Azhar. Entonces
—como advierte Julián Díez, citando unas palabras de Leopold—, una
última resistencia le impedía entregarse al Islam: “No me parecía
deseable para un hombre inteligente conformar todo su pensamiento, toda
su visión de la vida, a un sistema no desarrollado por él mismo. No
podía creer que el Islam fuera un mensaje de Dios, sino que lo veía tan
sólo como la sabiduría de un hombre único, pero al fin falible”. Sin
embargo, en setiembre de 1926 se hizo musulmán en el seno de una
comunidad musulmana de Berlín. Poco después dimitió del diario de
Frankfurt y firmó con un diario de Zurich, otro de Amsterdam y otro de
Colonia. De 1927 a 1932, Muhammad Asad estuvo en Arabia, donde
estableció una gran amistad con el rey Abdul Aziz Ibn Saud, el fundador
de la dinastía saudí, para el cual trabajó en misiones en Egipto y en
Libia “como una especie de agente secreto, de hombre para todo capaz de
pasar inadvertido en cualquier circunstancia, bien como occidental o
como árabe” (Julián Díez), ayudándole a unificar casi toda Arabia bajo
su mando. En Libia, concretamente, lo vemos entrevistándose (por
petición de Sayyid Ahmad, el gran líder Sanusi que vivía entonces en
Arabia, y del que se había hecho amigo cercano y admirador) con el viejo
Omar Mukhtar (conocido como “el León del Desierto”), recomendándole
—ante el persistente ataque del ejército italiano— que escapara a Egipto
para reponer las fuerzas y poder volver más tarde, a lo que éste se
negó, persistiendo en la resistencia contra la invasión italiana, hasta
que fue capturado y ahorcado (16 de setiembre de 1931).
Luego, como
por arte de birlibirloque, lo vemos en India, donde es persuadido por
Muhammad Iqbal para auxiliarle en la creación de “las premisas
intelectuales de un estado islámico contemporáneo”: Pakistán. Unas ideas
que Asad definiría muchos años después en un libro, “Principles of
State and Government in Islam” (“Principios del Estado y del gobierno en
el Islam”, 1961), en el que insistía en que un estado islámico podía
acoger instituciones democráticas como un parlamento o un Tribunal
Supremo (según el modelo americano). Sin embargo, su primer libro de
temática islámica, “Islam at the Crossroads” (“Islam en el Cruce de
Caminos”), fue publicado en 1934, y era una especie de ruego a los
musulmanes para que no aceptaran a ciegas las formas sociales y los
procesos de pensamientos desarrollados en —lo que él denomina— “el mundo
medieval musulmán”, incurriendo en las típicas digresiones de los
orientalistas al considerar la principal etapa del Islam como una época
oscurantista,
Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial en 1939,
Asad fue internado por los británicos en un campo de detención, siendo
liberado en 1945. Tras lograr Pakistán la independencia en 1947, es
elegido para ocupar el departamento de Reconstrucción Islámica en
Lahore, contribuyendo al debate sobre la Constitución islámica del nuevo
estado. Luego pasó a ocuparse de la División del Medio Oriente en el
ministerio de Asuntos Exteriores, y en 1952 fue enviado a Nueva York
como ministro plenipotenciario de Pakistán en Naciones Unidas, donde
conoció a Pola Hamida, una norteamericana de origen judío-polaco,
convertida al Islam años antes, con la que se casó —tras divorciar a su
anterior mujer—, lo que tuvo como consecuencia su salida de la
delegación paquistaní de Naciones Unidas. Dato curioso es que durante
esta estancia en Nueva York, el ministerio de Asuntos Exteriores de
Israel —conociendo su origen judío— pensó reclutarlo como un espía.
De
Nueva York, Asad se fue a Argelia y más tarde a la Universidad de
Al-Azhar, donde se ganó una reputación como erudito. A partir de
entonces fue abandonando la vida política —disgustado por la evolución
de Pakistán y, en general, del mundo musulmán—, concentrándose en la
escritura, obsesionado por el renacimiento del Islam. Durante ese tiempo
estuvo relacionado con el Centro Islámico de Ginebra, dirigido por Said
Ramadan, y vinculado a los Hermanos Musulmanes. En 1954 publica “The
Road of Mecaa” (“El camino de Meca”). Pero como arma para el
renacimiento del Islam, Asad se embarcó en el proyecto de una traducción
del Noble Corán al inglés, tomado desde sus fuentes, según decía. El
encargo fue originalmente realizado por Rabitat, con el apoyo moral y
financiero de su secretario general, Shayj Muhammad Sarur as-Sabban,
además del apoyo de una de las familias más poderosas de Kuwait, la
familia Al-Shaya, vinculada desde sus inicios al negocio petrolífero.
Una tarea que le llevó diecisiete años, ya que además de la traducción,
ofrecía sus comentarios (tafsir) —más de tres mil notas—, plagados de
errores y guiños modernistas bajo la influencia de Muhammad Abduh y
Rashid Rida. El primer volumen se publicó en 1964, tras el cual Rabitat
se desmarcó del proyecto por considerarlo demasiado polémico. No en
vano, Asad solía decir que “la puerta del ijtihad siempre permanecerá
abierta, porque nadie tiene la autoridad para cerrarla”. Sin embargo,
con el apoyo de otros benefactores árabes, Asad siguió adelante con su
trabajo, publicando la edición completa en 1980 en Gibraltar con el
título de “The Message of the Qur´an” (“El Mensaje del Corán”), cuya
distribución logró salir de la dificultad gracias al apoyo de Shayj
Ahmad Zaki al-Yamani, el que fuera influyente ministro saudita del
petróleo entre 1962 y 1986. Su versión al castellano ha sido editada y
publicada por el servicio de publicaciones de Junta Islámica (que
también anima en la red Webislam.com), presidida por el psiquiatra
Mansur Escudero, quien dijo en su presentación a los medios de
comunicación que este trabajo de Asad “hace una interpretación desde
aquí y ahora” del Noble Corán. ¿En qué quedamos: desde aquí y ahora o
desde sus fuentes? En esta observación hecha de pasada por Mansur
Escudero —quien también reafirma el derecho a reinterpretar el Islam
(ijtihad) a la luz de las exigencias de la vida moderna— encontramos la
verdadera pista: las fuentes que tomó Asad para su traducción eran la
fuentes masónicas de Abduh y Rida.
Muhammad Asad falleció en Mijas
(Málaga) en 1992, donde había fijado su última residencia (tras pasar
alrededor de veinte años en Marruecos), siendo enterrado en el
cementerio musulmán de Granada. Ciertamente “su conversión al Islam
—como advierte el historiador judío Martin Kramer, editor del Middle
East Quarterly y director del Moshe Dayan Center for Middle Eastern and
African Studies en la Universidad de Tel Aviv, quien ha tenido como
mentor a Bernard Lewis— fue más allá de las típicas expresiones
literarias de los estudiantes judíos de semíticas. Sin embargo, en su
idealización de Islam, no se desmarcó del camino trazado por los
viajeros románticos y los orientalistas.”
Movimientos que subvierten el ethos islámico
WAHHABISMO
Resurgimiento
neo-hanbalí en el siglo XVIII (versión más reciente de la herejía
jawarij), que —presentado como movimiento islámico reformista en la
tradición de Ahmad Ibn Hanbal y de Ibn Taymiyya— no fue más que un
eslabón con las agencias de inteligencia británicas para fracturar por
vez primera la solidaridad del Califato otomano.
Debe su nombre a
Muhammad Ibn Abdal Wahhab (1703-1787/1792 ?), y su expansión a partir
del pacto político-militar que hizo en 1744 con Muhammad Ibn Saud, jefe
de una pandilla de beduinos criminales cuya profesión era robar a los
peregrinos y viajeros en el desierto de Najd. Este pacto (ba´ya)
—refrendado con un acuerdo matrimonial entre la hija de aquel y el
gobernante saudí, de cuyo fruto posterior nacería el futuro heredero:
Abdal Aziz ibn Muhammad ibn Saud— supuso el inicio de una doctrina
ideológica que se caracteriza por el retorno a un Islam de rigorismo
moral e intransigencia doctrinal, así como por el rechazo del sufismo.
La familia Saud, con la ayuda de los agentes británicos (entre los que
cabe destacar a Abdullah Philby, asesor principal para asuntos
exteriores) impuso su dominio sobre la península arábiga, creándose en
1932 el reino de Arabia Saudita en recompensa por los servicios
prestados (integrándolo en el sistema capitalista de mercado, gracias al
negocio petrolífero, y en el concierto político de las naciones),
deviniendo el wahhabismo su doctrina de estado. Ibn Saud fue proclamado
entonces líder político (emir) y Abdal Wahhab maestro espiritual
(shayj), siendo una de sus primeras sentencias (fatwas) la de declarar a
los musulmanes no wahhabis como “apóstatas” y “adoradores de ídolos”,
permitiéndole a aquel legitimidad para perseguir y asesinar a gente
inocente. Fue la primera vez en la historia que el concepto de yihad,
debidamente deformado, fue proclamado contra los musulmanes.
El
wahhabismo representó el primer sobresalto que sacudió al mundo árabe e
islámico, el cual estaba –según sus defensores— en letargo, imponiendo
entonces la racionalización creciente de la existencia. Por primera vez
emergía sobre la escena un movimiento de reforma y de unificación cuyo
objetivo principal era destruir la Umma Osmani, la comunidad de
musulmanes que se agrupaba bajo el Califato otomano.
Dicha
racionalización de la existencia hizo posible la autonomía de las
distintas actividades humanas. La política y la economía comenzaron a
separarse de la religión. Acontecimiento que se conoce como laicización,
y que da paso inevitablemente a la aparición de la intelectualización
de la existencia, la cual ya no se decide en el mundo histórico, sino en
el plano ucrónico de los fines absolutos, donde la fe sustituye a la
escatología.
El wahhabismo como política islámica intelectualizada
con pretensiones de verdad que promete la emancipación de la Umma,
derivó entonces en la utopía salafi, la cual para no condenarse a la
impotencia, termina justificando la violencia (revestida de virtud),
único medio válido, en estas condiciones, para quebrar la voluntad de
los adversarios. En consecuencia, el éxito de esta falsa política
ideológica es correlativo del auge de la violencia planificada y
terrorista.
La situación espiritual del Islam de nuestro tiempo está
marcada, sin duda, por ese giro intelectualista del wahhabismo que acabó
sustituyendo la acción por el discurso y, finalmente, disolvió la
continuidad de la realidad islámica en una suma de especialidades donde
se pierde la conexión del todo y las partes.
Partiendo de la base que
los británicos —expertos en despertar el cisma en todas sus colonias—
han sido siempre los mayores enemigos del Islam, desde que dirigieron la
mayor parte de sus complots contra el Califato otomano, y dando crédito
al libro “Memorias de Hempher. Confesiones de un espía británico en
Oriente Medio”(editado por Waqf Ikhlas de Estambul en 1995), los judíos y
los masones de grados más altos encontraron y adiestraron a agentes
nativos para lanzar actividades subversivas bajo la cubierta de
sociedades secretas. El caso más notable fue Benjamín Disraeli, quien
llegó a ser primer ministro de Gran Bretaña en 1877, verdadero
coordinador de una extensa red de sociedades secretas y sus operaciones
clandestinas en muchas partes del mundo, dentro y fuera del Califato
otomano, con bases en Ginebra, París, Londres, Bruselas, y después de la
ocupación británica de Egipto en 1882, en El Cairo. Una red de agentes
británicos, en apariencia cónsules, viajeros, comerciantes y arqueólogos
que trabajaban para el ejército, el Almirantazgo, el Ministerio de
Exteriores, la East Indian Company o simplemente el servicio de
inteligencia, que era supervisada desde el Ministerio de la Commonwealth
(Mancomunidad de Naciones). Sus objetivos eran influir en caciques,
tribus, diseñar falsificaciones, introducir sórdidos proyectos y
discusiones, así como menospreciar a los rusos y a los franceses, a fin
de proteger el Imperio.
Pues bien, uno de estos agentes, llamado
Mudhakkirat Hempher, parece ser la persona que encontró y adiestró a
Muhammmad Ibn Abdal Wahhab. Abdal Wahhab era un sunnita de apariencia,
definido por Hempher como una persona arrogante, engreída, grosera y muy
nerviosa, hostil al Califa en Estambul, y contrario a seguir uno de los
madhhabs; un tipo que despreciaba a los cuatro Califas Rashidun (bien
guiados, a saber: Abu Bakr, Umar, Uthman y Ali, que Allah esté
complacidos con ellos) y que pensaba que la mitad del libro de hadices
de Bujari era incorrecto. Además había que añadir una hostilidad
sistemática contra el tasawwuf (sufismo). No en vano, todas las sectas
islámicas fundadas y patrocinadas por los británicos incorporan esta
hostilidad al sufismo. Ya lo dijo magistralmente Ayub Sabri Pasha
(contralmirante en la época del Sultán Abdel Hamid II): los wahhabis,
“que se consideran a sí mismos muwahhidun (unitarios), no son más que
otro grupo de los que, bajo la máscara de tawhid, pretenden destruir a
la gente del tawhid y reformar el mismo Islam”.
Hempher, mostrando
siempre una clara tendencia chiíta (no en vano, los chiítas siempre se
mostraron sumamente hostiles hacia el Califato otomano), lanzó una
campaña de elogios de Abal Wahhab por todas partes. Éste seguía el
camino que aquel había dibujado para él, impregnándolo “de los
sentimientos de independencia, libertad y escepticismo”, con el objetivo
de que estableciera una secta nueva, algo diferente a los sunnitas y a
los chiítas, que destruyera el Islam desde dentro. Hempher se
consideraba así mismo como “el compositor de los principios de esta
nueva secta”, que fue anunciada como tal en 1738.
Desde entonces, los
seguidores de esta secta herética intentan hacer creer a los musulmanes
y a los no musulmanes que ellos son los verdaderos musulmanes. Para tal
fin —como ya se ha dicho— crearon en 1962 el centro islámico de Rabitat
al-´Alam al-Islami (o Liga Islámica Mundial) en Meca —con fondos de la
Aramco, compañía de petróleo saudí, y de las Bancas Faysal Finance y
El-Baraka—, desde donde se calumnia los escritos de los ulamas de Ahl
us-Sunnah y se extienden los dogmas wahhabis por todo el mundo, al mismo
tiempo que producen gruesos manuales de “economía política islámica”,
donde se trata de legitimar “islámicamente” las propuestas del
capitalismo más tosco.
ISMAELISMO
Uno de los muchos
avatares del chiísmo. Los ismaelitas se escindieron del Islam chiíta
porque tenían otra interpretación sobre la sucesión de los antepasados
de los imanes. Constituida en sociedad secreta, deben su nombre al Imam
Ismail ibn-Giafar (m. 762), según ellos el último de los “imanes
visibles” descendientes de Fátima y de Saydina ´Alí (que Allah
ennoblezca sus rostros). Herética desde sus inicios, conoció una reforma
a partir de Hassam Ibn Sabbah (m. 1124), conocido como “el Señor de la
Montaña”, quien organizó una auténtica Orden de Caballería que en el
siglo XII constituyó un poderoso enemigo de los cruzados de la
cristiandad, alrededor de la cual se ha forjado todo un mito negativo.
No podía ser de otra manera, dado que todas las referencias a estos
ismaelíes provienen (desde finales del siglo XII hasta nuestros días) de
autores no musulmanes.
Es más, hay quienes al intentar analizar “la
situación histórica que ha llevado a calificar el término terrorismo con
el adjetivo de islámico”, aluden a la secta ismaelita como primer
precedente en la genealogía del terrorismo islámico. Así, en general,
cuando en realidad están refiriéndose a una rama o desviación de ésta,
la de los “Assacine”, fundada por Hassam Ibn Sabbah, el “señor [que no
“viejo”] de la montaña”, conocida aquí como la de los “Asesinos”, cuando
el nombre deriva en realidad de “assacine”, plural de “assas”,
“guardián”, porque ellos tenían como objetivo la protección y custodia
de la Montaña de Alamut, el eje de su mundo espiritual; en lugar de la
corriente y vulgar de “assassins”, asesinos, en francés, o la más
rebuscada de “hashishíes” o “comedores de hashish”, tal y como han
difundido multitud de orientalistas, arabistas e islamólogos, así como
otros intelectuales e incluso, numerosos novelistas, con el fin de crear
una leyenda negra, a base de calumnias. Cuando en verdad se trató
entonces de una verdadera caballería musulmana, una auténtica Orden de
Caballería, depositaria de unas doctrinas gnósticas profundas, que
conoció —como todo en este mundo— el deterioro de la corrupción y la
decadencia. El actual decano de todos estos prebostes, y primero en
hacer esta analogía entre terrorismo e ismaelismo, es el judío Bernard
Lewis, quien tiene un libro titulado precisamente “Los asesinos, una
secta islámica radical”. Tras él, vinieron multitud de intelectuales y
novelistas (curiosamente, de origen judío en su mayoría) para crear esa
leyenda negra. Pero lo más sorprendente es ver a algunos musulmanes
seguir esta misma analogía, como si se tratara de una analogía
universal. Veamos dos ejemplos: tales los casos del escritor tunecino
Abdelwahab Meddeb, que lo trata en su libro La enfermedad del Islam,
sobre el que hablaremos más adelante; o el caso del maestro sufi Shayj
Abdalqadir as-Sufi al-Murabit (converso escocés, de nombre Ian Dallas),
en algunos panfletos no venales editados por sus seguidores, en los que
demuestra estar a remolque de los análisis de Bernard Lewis, sin citarlo
nunca por su nombre. Además, resulta curioso comprobar en A. Meddeb y
Abdalqadir as-Sufi, salvando las distancias, las mismas convergencias al
tratar el tema del actual “terrorismo islámico”, apelando ambos, no
sólo a la secta ismaelita, sino al nihilismo dostoievskiano. Algo que ha
tratado, por cierto, antes que ellos, el filósofo judío-francés André
Glucksman en un libro titulado “Dostoievsky en Manhattan”, respecto a
los atentados del 11 de septiembre de 2001. Efectivamente, extrañas
convergencias, máxime cuando sabemos —y así lo advierte el mismo A.
Meddeb— que un artículo de Bernard Lewis sirvió de inspiración a la
famosa teoría del “choque de civilizaciones” del también judío Samuel
Hungtinton. “Así pues, el mismo que había acotado la referencia ismaelí
para atribuir una génesis específica al terrorismo islamista está en el
origen de la identificación del Islam como enemigo número uno de
Occidente en ese escenario originado por el choque de civilizaciones”,
llegando incluso a dotar de un imperativo moral a la nueva doctrina
imperialista americana (léase su última obra: “¿Qué ha fallado? El
impacto de Occidente y la respuesta de Oriente Medio”). Un tema
interesante —el de estas convergencias judeo-islámicas— que abordaremos
en otra ocasión.
Mientras tanto, el ismaelismo aparece bastante
extendido hoy por el mundo islámico (alrededor de quince millones,
divididos en cientos de facciones), sobre todo en la India, Pakistán y
algunos países de Africa, a pesar de las pocas simpatías de que goza
entre los sunnitas y chiítas, adquiriendo notable relieve a partir de la
crisis experimentada por el califato turco en 1924, y teniendo un buen
negocio con las agencias encubiertas de Estados Unidos y Gran Bretaña,
actuando como agentes provocadores. Su actual cabeza visible es Karim
Aga Khan IV, masón con nacionalidad suiza, un astuto hombre de negocios,
dueño de una de las fortunas mayores del planeta en volumen de negocios
y obras de arte y que preside un entramado de organizaciones
financieras (Word of Bank) y fundaciones (FAK) con sede en Ginebra
(Suiza), dirigidas por sus parientes y a través de las cuales operan en
la comunidades ismaelitas y en los países donde está implantada la
secta, sobre todo en Afganistán, Siria, Irán, África Oriental, Pakistán e
India, etc. A través de la Fundación FAK (fundada en 1967), Karim Aga
Khan colabora activamente en el Programa de Desarrollo de las Naciones
Unidas, sin perder nunca la perspectiva de sus múltiples negocios e
inversiones, sobre todo en proyectos arquitectónicos, urbanísticos y
turísticos repartidos por todo el mundo, apareciendo los Rothschild y
otras oligarquías judías como socios. Su padre, el playboy Ali Khan,
activo agente de los británicos, llegó a ser embajador de Pakistán en la
ONU, y su abuelo, Aga Khan III, masón también y paladín del Imperio
británico, al que sirvió en misiones de espionaje y rebeliones armadas
insurgentes contra el Califato Otomano, tuvo relaciones y conexiones con
judíos sionistas, con los que compartió esfuerzos en la causa del
establecimiento del Estado de Israel. Fue el creador de la Liga
pan-musulmana de la India y llegó a ser presidente de la Sociedad de
Naciones.
Entre otros muchos familiares, cabe destacar a su tío
(fallecido el 12 de mayo de 2003), Sadrudin Aga Khan, quien —aparte de
dirigir la Fundación de Bellerive, dedicada a cuestiones ecológicas— ha
trabajado sucesivamente en la UNESCO, siendo responsable del Alto
Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), entre 1965 y
1977, donde se destacó por supervisar el éxodo masivo de los refugiados
de la guerra del Pakistán oriental, actual Bangladesh, así como por
fortalecer las relaciones de la organización con los gobiernos
africanos, ayudando a mejorar la cooperación entre agencias dentro de
las Naciones Unidas para enfrentar los problemas de los desplazamientos
masivos en Africa al sur del Sahara y en Asia, siendo encargado especial
del secretario general de Naciones Unidas y tomando parte en la
Comisión de Derechos Humanos. En suma, todo un siniestro personaje,
garante de la esclavitud institucionalizada, vigilada y no liberada por
ACNUR, siempre al servicio de los planes imperialistas en todos los
rincones de Africa y de Asia obstinadamente islámicos.
En
consecuencia, el ismaelismo está considerado hoy como una facción
“progresista” del Islam, la más favorable y propicia a la globalización
neoliberal. El carácter jerárquico y la formación diplomática y
financiera de sus dirigentes ha permitido secularizar o sacralizar
determinados preceptos religiosos del Islam “adaptándolos” para sus
fines económicos y políticos.
JAMA´AT AL-TABLIGH
(“Sociedad
para la Propagación del Islam”), fue fundada en 1927 por Muhammad Ilyás
(1885-1944), nacido en el seno de una familia vinculada a la tariqa
Chisthi, con antecedentes académicos Dehobandi, y muy influenciado por
la escuela wahhabi. Insatisfecho con enseñar el Noble Corán en una
madrasa, prefirió dedicarse a la recuperación de aquellos que andaban
alejados del Din del Islam. En 1937 se entrevistó con Ibn Saud, de quien
no obtuvo apoyo, llevando su acción sólo entre musulmanes, dedicada a
la propaganda y con una orientación salafi moderada, que pretendía ser
apolítica. De hecho, sus líderes alientan a sus miembros a “ser buenos
ciudadanos”, y evitar discusiones políticas, propagando un Islam
puritano, pietista (según técnicas bien conocidas por los protestantes),
descargado de la verdadera autoridad de los ulamas tradicionales y
purgado del conocimiento del sufismo (al que se oponen, vituperando como
idólatras a los seguidores de las tariqas), de manera que la
preocupación de los Tabligh parece ser exclusivamente el aspecto
externo, regulando su conducta en base a una imitación paranoica (según
ellos, escrupulosa) de la Sunna, destacando sobre todo en la imposición
del código de vestuario islámico.
Pese a todo, y dado que Ilyas
consideró a los británicos como los opositores principales de Islam y se
resintió contra todo lo conectado con ellos en India, Jama´at
al-Tabligh ha sido descrito como una organización revanchista,
implicando así que se trata de una organización extremista muy motivada
políticamente y muy extendida en todo el mundo. Por ejemplo, su alianza
con los talibanes en Afganistán, en todo momento supervisada por los
servicios de inteligencia paquistaníes (ISI), muestra que no se trata de
una organización apolítica e inofensiva. Por otra parte, su influencia
en el Magreb (pese a estar ilegalizada en Marruecos desde 1972) es más
importante que la de los Hermanos Musulmanes.
Como movimiento que
responde a una demanda de carácter puramente social, brindando espacios
protegidos a gente desarraigada, a alcohólicos, drogadictos o
delincuentes, los Tabligh siempre se han beneficiado de la tolerancia de
los estados, al contrario que los musulmanes activistas, hasta el punto
de que —como refiere Gilles Kepel— “los mismos estados que, a
principios de los setenta, habían favorecido el auge islamista para
eliminar a la izquierda de los campus, intentaban, diez años más tarde,
impulsar las asociaciones pietistas para neutralizar la influencia
islamista”. En otras palabras, la Jama´at al-Tabligh sirve de contrapeso
a la transformación islámica del mundo musulmán, siendo sus seguidores
los instrumentos para romper la influencia de los verdaderos movimientos
islámicos, convirtiéndose en el partido de los vecinos, de la familia y
de los trabajadores, involucrados alrededor de la mezquita, el trabajo y
el barrio.
En definitiva, puede considerarse a la Jama´at al-Tabligh
como una vertiente de la globalización de la solidaridad, pero en el
mundo islámico, que —al igual que las ONG— jamás cuestionan el
fundamento político de la globalización: la esclavitud económica al
sistema usurero, apuntando tan sólo a modificar, hasta cierto punto, las
políticas sociales, para moderar su impacto destructivo sobre la gente,
pero, insistimos, sin cuestionar la transferencia de las decisiones
políticas (y la elaboración de esas políticas) a las instituciones y
organismos financieros. En este sentido, la Jama´at al-Tabligh —en tanto
parte de la globalización de la solidaridad— contribuye a consolidar y
ayudar, por hacerlo más estable y tolerable, al modelo mundialista
judeo-cristiano.
AHMEDIYYA-QADIANI
Otro invento de
la conexión británica-judía, nacido en 1879 en el ámbito de los
ismaelitas de la India, con el masón Mirza Ghulam Ahmad Qadiani
(1830-1897) como fundador, quien para hacer sitio a sus reclamaciones
heréticas se creyó el Mesías Prometido, lanzando profecías de todo tipo a
diestro y siniestro, cuando no hizo otra cosa en su vida que servir,
como títere esperpéntico, a los intereses políticos del colonialismo
británico y perpetuar su gobierno en India, proporcionando el apoyo
discreto con el movimiento judío militante nacionalista, que tomó forma a
finales del siglo XIX bajo el nombre de sionismo.
Simultáneamente al
movimiento de la New Age orquestado por los círculos masónicos (como la
Sociedad Teosófica, fundada por Helena Blavatsky), que tenía como
objetivo que las sociedades cristianas se prepararan para aceptar a
Maitreya (el Mesías para los judíos, Cristo para los cristianos, Buda
para los budistas, el Imam Mahdi para los Musulmanes, el Krishna de los
hindúes; y que, traducido realmente, quiere decir la aceptación del
Nuevo Orden Financiero Mundial), el movimiento Ahmadiyya encajaba
perfectamente para preparar al mundo islámico para la aceptación del
mismo principio. Para ello, se siguió la estrategia habitual: un grupo
toma un soporte extremo, mientras que otro grupo hace lo propio con un
soporte moderado. En este caso, el grupo Qadiani y el grupo Lahore,
respectivamente. Creada la hendidura como vehículo para obligar a un
cambio, todos los intentos posteriores de reconciliación llevan a un
compromiso: hacer aceptable la doctrina Ahmadiyya.
Con el paso del
tiempo el grupo Qadiani fue convertido en el brazo religioso del
departamento de inteligencia británico. Bajo la cobertura de misioneros
religiosos, los ahmadíes o qadianis fueron plantados en tierras árabes
para realizar los trabajos políticos de acuerdo con las misiones
diplomáticas británicas, encargándose de crear el malestar interno y la
desintegración en los pueblos musulmanes del Asia Central, con el
objetivo de contrarrestar los afanes expansionistas de Rusia.
Los
ahmadíes persiguen la creación de un Estado independiente, al estilo del
Vaticano, en la ciudad de Qadian, áreas adyacentes y la región de
Cachemira —donde está enterrado Ghulam Ahmad—, para lo cual cuentan con
el apoyo y la ayuda de India, Israel, y el mundo cristiano.
De las
principales creencias que caracterizan a la Ahmadiyya —compartida por la
Jamiat al-Tabliqh—, la más importante es la abolición del Yihad, lo que
muestra el carácter político del movimiento, que jamás mostró compasión
por los musulmanes de Turquía, Sudán, Afganistán o cualquier otro país
islámico, cuando eran asesinados por los soldados británicos durante la
ocupación de sus tierras. De hecho, Mirza Ghulam Ahmad condenó al Sultán
Abdel Hamid II y su Califato, y predicó el sometimiento a la Reina
Victoria y la necesidad del proyecto británico de crear un imperio
mundial que unificara a todos los seres humanos. La propaganda contra el
Califato otomano por los Qadianis fue muy intensa durante esos años,
hasta el extremo de ser uno de los factores responsables de la
desmembración del Califato.
Hoy por hoy, es en Oxford (Surrey, Reino
Unido) donde se encuentra la oficina central de la Ahmadiyya, cuya
influencia sobre la administración y las fuerzas armadas de Paquistán y
su política es total. No en vano, el actual primer ministro paquistaní,
el general Pervez Musharraf, es de familia qadiani.
BAHA´I
Otro
artefacto político de la masonería y de sociedades secretas judías,
nacida en el ámbito chiíta de Irán, cuyo universalismo religioso y
cultural se declaró abiertamente contra el Islam. De hecho, trabajaron
—con el mismo tesón que los Ahmadiyya— para la caída del Califato
Otomano; predijeron el establecimiento de un estado judío en Palestina y
establecieron devotas y celosas relaciones con los sionistas.
Básicamente
se trata de una creencia que acentúa la unidad de todas las religiones,
que promueve la igualdad de hombres y mujeres, la armonía de la ciencia
y la religión, la adopción de una lengua universal auxiliar, y el
establecimiento de la paz mantenida por el gobierno mundial. En
consecuencia, una creencia que está en la agenda de la masonería,
representando una ideología cosmopolita, una tentativa de aceptar
culturalmente el capitalismo moderno y su tecnología, por lo tanto, el
sistema económico y político basado en la usura.
Originaria de
Persia, fue fundada en 1844 por un tal Ali Muhammad Shirazi (1819-1850),
al que llamaron “Bab” o la Puerta, quien reclamaba ser la vuelta del
Duodécimo Imán. Dijo que un gran profeta vendría, contraviniendo las
enseñanzas islámicas que enseñan que Muhammad (que Allah le conceda Su
gracia y paz) es el último Profeta, por tanto, el Sello de la Profecía.
Por sus enseñanzas blasfemas fue ejecutado. Pero enseguida surgió un
tipo, llamado Mirzá Husayn ´Alí Nuri (1817-1892) que se reclamó para sí
ser aquel profeta, y al que llamaron Baha´u´llah, quien reclamó para sí
ser un Mujaddid (reformador), el Mesías Prometido, Mahdi, Nabi y Rasul
(profeta), además de Avatar Krishna, fundando la Fe Baha´i en su
estancia en Estambul y Edirne entre 1863 y 1868, teniendo en su programa
político la defensa del constitucionalismo y de la democracia
parlamentaria. Su sucesor, su hijo mayor Abdul Baha Abbas, que era
masón, en una conferencia celebrada en la Sociedad de Amigos (Londres,
12 de enero de 1913), llegó a remontar el origen del Bahaismo a los
llluminati, la famosa sociedad masónica fundada en Baviera (Alemania) en
1776 por el judío Adam Weishaupt, cuyo propósito principal era la
abolición de todas las monarquías y sistemas gubernamentales, así como
la abolición de todas las religiones reveladas.
Abdul Baha acabó
refugiándose en Turquía, de la que también tuvo que huir, terminando sus
días en Israel, donde el movimiento tiene una base poderosa, tras su
centro de Pakistán, a donde se trasladaron tras la revolución iraní de
1979.
Baha´i no fue más que un diseño secreto de la masonería
británica para romper la unidad de Islam en Persia (actual Irán) y el
mundo islámico en general, encontrando entonces entre sus más claros
defensores a gente como el satánico Muhammad Abduh, quien estaba de
acuerdo con el énfasis Baha´i sobre la unidad de las grandes religiones.
Actualmente, la Fe Baha´i está controlada por Israel y los Estados
Unidos. A este respecto, es significativo que su base central se
encuentre en Haifa (Israel), y que sus enseñanzas sean avaladas por la
ONU.
PANCASILA
Base filosófica del Estado indonesio.
Esta invención ideológica masónica la propuso Sukarno en junio de 1945,
con el objetivo de establecer una base común para un estado moderno que
pudiera ser aceptado por todos los indonesios independientemente de su
religión, etnia y procedencia regional. Se trataba, por un lado, de
evitar la formación de un estado islámico, inaceptable para cristianos,
budistas e hindúes, y, por el otro, conciliar la diversidad cultural de
la naciente república. Sukarno no ocultaba su admiración por las
reformas de laicización autoritaria de Ataturk.
Pancasila es un
término sánscrito que significa literalmente “cinco puntos”, porque
consta de cinco principios inseparables y relacionados entre sí, a
saber: 1º)- Creencia en un Dios; 2º)- Humanitarismo justo y civilizado;
3º).- Unidad nacional; 4º)- Democracia guiada por la sabiduría de la
unanimidad que surge de la consulta y el consenso mediante la
representación; 5º)- Justicia social.
Cinco principios que están
incluidos en el preámbulo de la Constitución de 1945, actualmente en
vigor. Al contrario de otras ideologías, no contiene un programa de
acción, ni un recetario sobre cómo alcanzar una meta política y social
deseada. Se trata más bien de una declaración de valores masónicos, cuyo
valor más importante que transmite es la tolerancia. En definitiva,
Pancasila garantiza a los nacionalistas seculares que el nuevo estado no
dará preferencia al Islam.
Lo más curioso es que Sukarno, que había
instaurado un régimen neo-marxista (contrario, de entrada, al primer
principio pancasila), prohibió la masonería en 1961.
Apéndices
(Plancha masónica con el tema "Integrar el Islam en la República", de la sede del GODF en París)
Proceso de construcción masónica del Euro-Islam
La
masonería es una organización iniciática ligada a una actividad humana
independiente de una confesión religiosa determinada, con sus famosas
consignas rectoras: “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, apoyado siempre
en la tentativa “revolucionaria” de disociar la política de la religión y
de asegurar la libertad de conciencia; elementos necesarios que apuntan
en los orígenes de la modernidad, cristalizando en la Ilustración y
consolidándose en los dos últimos siglos. A este respecto, los “trabajos
masónicos” más destacables son: paz, laicismo, civismo, ciudadanía,
ética, solidaridad.
La masonería, como orden, lucha en defensa de los
valores humanistas. Es una doctrina y una filosofía cuyo centro es el
hombre, y cuyos objetivos, “en el seno de la sociedad –como refiere un
masón chileno, Sebastián Jans–, deben ser asumidos por una actitud que
considere: respeto irrestricto a todos los credos; contención de toda
manifestación dogmática; neutralización de los fanatismos; promoción del
ecumenismo; y, buscar el eclecticismo como camino de encuentro con la
verdad”. En otras palabras, la masonería, como instrumento al servicio
de la ruptura de relaciones con la Unidad Absoluta de Dios, acaba
estableciendo tres categorías: la humanidad sin Dios, la humanidad hecha
Dios y la humanidad contra Dios, terminando por deificar a la
humanidad.
Los tres principios formulados como síntesis de los
principios masónicos son la libertad de la razón contra la libertad
religiosa, la independencia del hombre contra el despotismo de la
religión y la escuela libre contra la enseñanza religiosa. De ahí que
los musulmanes que siempre se han interesado por la masonería son en su
mayoría los reformistas. El modo de operar y las aspiraciones de la
masonería delatan a sus autores, cómplices o inductores encubiertos. De
hecho, los postulados que instalan en el mundo islámico son, entre
otros: la igualdad social como principio de orientación política; la
educación laica en la escuela y libertad de enseñanza; la secularización
de la Ley de Allah, desacreditando la creencia islámica por la
filosofía y la ciencia empírica; libertad de cultos y neutralidad de
conciencia; en consecuencia, abstracción de todas las religiones.
El
trabajo que hacen estos enemigos de Islam para que crezcan las
posiciones más abiertas dentro de la comunidad musulmana, se desarrolla
en tres niveles:
1º).- Se intenta la recuperación de la identidad del
mundo incrédulo (kufr, confundido siempre con lo que los historiadores e
intelectuales en general convienen en llamar Occidente) con el
reconocimiento de la contribución fundamental que proviene de sus raíces
judeo-cristianas.
2º).- Se edifican muros fuertes para poder
realizar un trabajo conjunto con los gobiernos más moderados del mundo
islámico, suscribiéndose acuerdos para una cooperación que incluya
procesos de modernización en los aparatos institucionales y económicos y
un impulso de intercambios culturales que abran a la comunidad
musulmana al conocimiento y a la valoración del patrimonio del mundo
incrédulo o kufr.
3º).- Se desarrollan estrategias de integración
social y cultural de las minorías islámicas que viven en Europa. Las
autoridades públicas y la “sociedad civil” (ONG, fundamentalmente) se
empeñan en elegir interlocutores adecuados para esta tarea dentro del
variado mundo musulmán, aislando a quienes persiguen el objetivo de
construir un enclave islámico con derechos y reglas propias, y
favoreciendo, en cambio, el diálogo con los que aceptan un recorrido de
integración.
Veamos, en este orden de ideas, la opinión de un masón
interpelado por Islam, y cómo resuelve el embrollo desde un sentido
típicamente francés de la palabra laicidad. Se trata de Javier Otaola,
abogado bilbaíno, actual síndico del vecino en el Ayuntamiento de
Vitoria-Gasteiz, presidente de CLIPSAS (Centro de Enlace y de
Información de las Potencias Masónicas firmantes del llamamiento de
Estrasburgo —22 de enero de 1961—, una asociación con sede en Bruselas,
surgida en 1961, que asume el ligamento a la libertad de conciencia y
que aglutina alrededor de cuarenta obediencias masónicas de los cinco
continentes), presidente del Colegio Vasco de Maestros Masones y miembro
del Supremo Consejo Masónico de España del grado 33, quien cuando dijo
estas palabras era Gran Maestre de la Gran Logia Simbólica de España
(GLSE), dependiente del Gran Oriente Español Unido.
“No se trata que
frente a esa pertenencia religiosa [Islam] queramos oponer otra
antagónica planteando un fundamentalismo contra otro sino lo que nos
mueve a hablar o actuar es más bien la necesidad de defender un espacio
público laico en el que puedan manifestarse todas las alternativas,
religiosas o no, pero sometidas a las reglas de procedimiento y a los
valores de reconocimiento de la laicidad. Es cierto que este concepto de
laicidad no es bien conocido entre nosotros y muchas veces se confunde
con una especie de confesionalismo racionalista en competencia con los
otros confesionalismos revelados, cuando más bien su vocación es la de
ocupar una posición metaconfesional de carácter regulativo y arbitral”.
Porque se trata de configurar “el espacio político con valores
estrictamente humanos capaces de ser compartidos por todos al margen de
cualquier revelación, consensuados para hacer posible una ciudadanía
para todos; justos y pecadores, fieles e infieles, creyentes y
descreídos, ortodoxos y heterodoxos”.
En este orden de ideas, no deja
de ser sospechoso que haya musulmanes que crean esta monserga masónica
que sienta las bases de un Islam europeo. Es el caso de Mansur
Abdessalam Escudero Bedate, quien —en calidad de presidente de la
Comisión Islámica de España y de la Federación Española de Entidades
Religiosas Islámicas (FEERI)—, declaró en una alocución en el Intergrupo
Mediterráneo del Parlamento Europeo, en Estrasburgo, el 14 de julio de
1997, lo siguiente: “convencidos de que la laicidad del Estado que
defendemos, significa que las creencias arraigadas en la sociedad, serán
protegidas por éste en un plano de igualdad. (…) Debe quedar claro que,
desde nuestra perspectiva de musulmanes, no hay contradicción entre
Islam y democracia o entre Islam y laicidad, y tengo para mí que la
inclusión de estos conceptos en el discurso de los musulmanes europeos,
ayudará a una mejor comprensión de nuestra creencia y a desterrar para
siempre los estereotipos medievales que se han ido forjando a lo largo
de los siglos”. Es decir, considera Mansur Escudero que el
establecimiento de un marco jurídico islámico adecuado y efectivo que
garantice y proteja a los musulmanes frente a toda interferencia del
Estado laico, es un “estereotipo medieval” que hay que desterrar.
Sorprendentes
palabras de este musulmán, alrededor del cual oscila una pléyade de
musulmanes también conversos que intentan demostrar el carácter
“esencialmente” moderno, tolerante, democrático y liberal del Islam,
utilizando la verdad como lastre para sus patrañas, disfrazadas en un
aggiornamento laicista del derecho islámico. Y lo hacen en la
publicación periódica Verde Islam y la página Webislam, que tienen como
órganos de expresión. Un tema que en un trabajo posterior explicaremos
con más detalles.
En definitiva, lo que quiere decirnos Mansur
Escudero es que se debe poder ser musulmán y no ser hostil a la
laicidad, relegando la creencia en Islam a la esfera de lo privado,
cuando en Islam no hay principio de laicidad. Por tanto, no cree en el
poder de la comunidad islámica. Como los laicos, parece decirnos que
toda fe o confesión religiosa es atributo de una conciencia individual,
nunca de una entidad colectiva (en este caso, comunidad o umma). Es,
pues, sólo el individuo el que debe ser protegido por el ordenamiento
jurídico, dado que para los laicos —como se extrae de la Carta
Programática de la Asociación “Europa Laica” (vinculada a la Gran Logia
Simbólica de España, GLSE), promotora de una campaña para la “libertad
de conciencia” contra la Ley Orgánica de Libertad Religiosa de 1980— “el
Derecho Público no deberá reconocer institucionalmente las religiones”,
pese a que “los poderes públicos deberán proteger la libertad religiosa
y de culto, entendidas éstas como un aspecto del derecho de los
individuos a la libre conciencia sin discriminaciones de ninguna clase,
no como derechos de las confesiones religiosas como tales”. Queda
patente el vocabulario técnico y consubstancial sobre el laicismo,
entendido como “la defensa del pluralismo ideológico en pie de igualdad
como regla fundamental del Estado de Derecho y el establecimiento de un
marco jurídico adecuado y efectivo que lo garantice y lo proteja frente a
toda interferencia de instituciones religiosas que implique ventajas o
privilegios”.
(Firma
del convenio de educación islámica. De izda. a dcha.: Riay Tatary
(UCIDE), Jerónimo Saavedra (Mº de Educación, y masón), Juan Alberto
Belloch (Mº de Justicia), y Mansur Escudero (FEERI), 12 de marzo de
1996)
Por otra parte, hay que tener en cuenta que la masonería ha
sido siempre la promotora de la ley de “educación laica” (término que
se aplica a aquella enseñanza que prescinde de la instrucción
religiosa), lo cual ha sido siempre, por cierto, un motivo de conflicto
con la Iglesia Católica. “Por tanto —como expresa Víctor Guerra, miembro
del Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española y fundador
de la Asociación Europa Laica, además de secretario de la Logia “Rosario
de Acuña” de Gijón, bajo la jurisdicción del GODF—, los valores que
representa la laicidad han de ser la autonomía de conciencia individual,
libertad y soberanía del poder civil, la propagación del modelo de la
Escuela Neutra, con el amplio concepto de hacer extensibles y asequibles
tales valores a todos los hombres, lo cual en un principio no debiera
estar reñido con la creencia religiosa, pero ésta debe quedar en todo
caso en el ámbito personal”. Pues bien, estas premisas son las
defendidas (¿muy a su pesar?) por los musulmanes que firmaron el
Convenio de Enseñanza Islámica en los centros docentes públicos de
educación primaria y secundaria (12 de marzo de 1996), a saber: Mansur
Escudero (por parte de la FEERI), y Riay Tatary (por parte de la UCIDE),
junto al ministro de Justicia e Interior, Juan Alberto Belloch, y el
ministro de Educación y Ciencia, Jerónimo Saavedra Acevedo, quien
significativamente es el único ministro español que siempre ha
reconocido ser masón. Actual senador por la Comunidad Autónoma de
Canarias, ello no le impide participar activamente en conferencias,
seminarios y encuentros sobre personajes masones y temas masónicos.
Queda
claro que la masonería es inseparable de los fundamentos del sistema
democrático basado en las ideas de pluralismo y de laicidad (o, lo que
es lo mismo, de neutralidad religiosa). “En efecto —como dice Gregorio
Peces-Barba Martínez, rector de la Universidad Carlos III de Madrid,
suspecto de ser masón como lo fue su padre—, vincular laicidad con
democracia es, desde otro punto de vista, reconocer la autonomía de la
política y de la ética pública frente a las pretensiones de las iglesias
de dar una legitimación social al poder político, vinculándolo con su
particular concepción de la verdad en relación con su idea del bien, de
la virtud o de la salvación. (…) Se trata de defender la neutralidad del
Estado, su carencia de opiniones religiosas, frente a una concepción
teológica de la política, que pretende imponer el uniformismo frente al
pluralismo y el confesionalismo frente a la laicidad”.
Por todo esto,
no deja de ser sorprendente que un musulmán se alinee con las tesis del
integrismo laico defendido por la masonería, fiador de la libertad de
las conciencias individuales y barrera delante de los riesgos de una
confesión religiosa cualquiera. A este respecto, la posición de Mansur
Escudero y sus seguidores de la FEERI en su defensa de que los
musulmanes se hagan ciudadanos que se adhieran a la “religión cívica” o
secular, resulta más que sospechosa. No hay más que recordar que tanto
para Al-Afghani como para Muhammad Abduh, el laicismo fue una invención
del Islam, incluso su esencia. Y es que el laicismo del Estado —como muy
bien advierte el economista Samir Amin— es “muy útil para la gestión
del capitalismo liberal globalizado porque no implica ninguna
confrontación respecto a problemas reales (las “comunidades islámicas”
en cuestión participan del juego del liberalismo económico),
transfiriendo el debate —cuando tiene lugar— a la esfera del imaginario
cultural”.
Esto es lo que subyace bajo todo intento de crear un
Islam a la europea, un Islam que coexista con las otras religiones en el
seno de un Estado aconfesional, sin religión oficial alguna. No es el
caso de España, donde el reconocimiento de la relevancia de la Iglesia
Católica sobre las demás confesiones, expresamente mencionada en la
Constitución (art. 16.3), deja ver claramente que es un Estado
confesional encubierto. Algo que va a quedar como un anacronismo, dado
que la futura Constitución de Europa —injerto masónico, en trámite— no
va a mencionar finalmente la aportación del cristianismo como un
componente esencial de la herencia europea —según proponían los
gobiernos de España, Polonia y Portugal—, optándose por citar en su
preámbulo la herencia religiosa —sin especificar ninguna— como origen
cultural europeo; una herencia religiosa que aparece insertada, cómo no,
en los valores laicos de “el pluralismo, la tolerancia, la justicia, la
igualdad, la solidaridad y la no discriminación” entre razas,
religiones y culturas.
Sin embargo, estas evidencias no parecen
suponer ningún obstáculo para la integración de Islam en el juego del
liberalismo económico. La clave para que esto se produzca la han
encontrado los masones en la identificación Estado-Umma: si se acepta
que la Umma es una parte dentro del Estado, y no al contrario, en el que
también se integran otros colectivos, el problema de la división de lo
político y lo religioso puede encontrar solución. Por otro lado, si se
admite la separación de la Umma con respecto al Estado, se puede
desarrollar un proceso de separación similar al llevado a cabo en el
cristianismo, equiparando los conceptos de “pueblo de Dios” cristiano y
“comunidad de creyentes” islámica. Porque no todos los ciudadanos son
creyentes pero sí todos los creyentes son ciudadanos.
Los masones
creen —en palabras del masón Javier Otaola— “que el Islam, como supuesta
alternativa espiritual y más aun como un orden integral de la vida
colectiva, con su Shari´a, no puede transplantarse a Europa, no tiene
poder de seducción para unas sociedades hechas a una larga tradición de
pensamiento crítico, levantadas sobre estructuras espirituales
judeocristiana e ilustradas”. Una opinión compartida por ilustres
masones como el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi (magnate de
los medios de comunicación y sospechoso de turbias operaciones
financieras), quien hizo unos polémicos comentarios durante una
conversación con periodistas, a raíz de su visita a la capital alemana
Berlín, en los que consideraba a la civilización occidental como
superior a la islámica. Literalmente, dijo: “Tenemos que ser conscientes
de la superioridad de nuestra civilización, un sistema que ha
garantizado el bienestar, el respeto de los derechos humanos y, a
diferencia de los países islámicos, el respeto de los derechos
religiosos y políticos”.
La estrategia masónica, por tanto —continúa
diciendo J. Otaola—, no es la “de plantear una confrontación total con
el Islam (…), sino de hacer posible formas ilustradas del mismo, formas
abiertas a la modernidad (…). Es preferible buscar vados que permitan el
diálogo y la mutua influencia”. En consecuencia, aprovechando las
grietas existentes en el mundo islámico, los masones contribuyen a
impulsar el dinamismo reformador del Islam. ¿Cómo? Intentando “ser
pontífices (no sumos), hacedores de puentes; plantear posibilidades de
encuentro; buscar los momentos de verdad práctica que pueden hallarse en
el Islam; buscar una orto-praxis al margen de las orto-doxias allá
donde sea posible; fabricar símbolos que permitan acercamientos, no
ocultar, por supuesto, las diferencias, especialmente aquellas que sean
esenciales; convocar al dios Hermes, el adolescente alado, el mediador,
el dios del comercio, del intercambio, del mestizaje”. No en vano, J.
Otaola cita a algunos reformadores reformistas (desde Sayyid Ahmad Khan o
Jamal al-Din al-Afghani, hasta los contemporáneos Fazhur Rahman, Sadiq
Jalal al-Azam o Bassam Tibi), “autores que plantean ya abiertamente la
cuestión central que impide una evolución hermenéutica del Islam: la
superación de su infalibilidad literal y de su autoría exclusiva y
directa de Dios. Sólo este paso puede permitir una mayor libertad
interpretativa “de sentido”, análoga a la experimentada por la Biblia y
capaz de dar paso dentro del mismo Islam, como algo propio, a
instituciones autónomas para la salvación de la dignidad del hombre,
varón y mujer, de los derechos humanos y de la tolerancia; valores
todavía desconocidos en la mayoría de los países de observancia
islámica”. Una visión que se apoya en el teólogo suizo Hans Küng
—promotor de un “proyecto de una ética mundial”—, quien “reivindica para
el Islam la posibilidad de incorporarse a la modernidad conservando esa
triple funcionalidad [de toda religión, a saber: “conferir sentido”,
“fundamentar normas” y “formar comunidad”], en igualdad de condiciones
que el cristianismo, superando la tentación fundamentalista como, más o
menos, la ha superado éste con su propio proceso de confrontación con la
Ilustración”.
Por todas estas razones, no entendemos cómo estas
ideologías (puramente masónicas), que se nombran humanistas, tienen la
aprobación de ciertos musulmanes, hasta el punto de hacerlas empíricas.
Como el caso de Hashim Ibrahim Cabrera, director de la revista “Verde
Islam”, quien sin dudarlo ni un instante admite que “los tres pilares
básicos de la sociedad moderna, nacidos del ideario de la Revolución
Francesa: Libertad, Igualdad y Fraternidad son referencias universales
de cualquier proyecto social serio y avanzado. (…) Las tres, sin
excepción, no sólo se reconocen sino que se propician desde el mismo
corazón de la vida islámica”. Resulta increíble que alguien que dice ser
musulmán desconozca el carácter procesal del laicismo, su contenido
fundamentalmente regulativo, y acabe defendiendo el marco de referencia
axiológico del mismo, a saber: Libertad, Igualdad, Fraternidad; marco
que sólo sirve para dar un mismo trato equitativo tanto a quienes
defienden las verdades reveladas, como a quienes las niegan (agnósticos o
ateos), imposibilitando que cualquier confesión religiosa ocupe todo el
espacio, dejando solamente sitio a lo religioso en el fuero interno y
en el fuero social, y jamás en el fuero político.
¿Saben estos
musulmanes a lo que sirven verdaderamente estas ideologías? ¿Conocen los
orígenes de las ideas que llevan? ¿Por qué admiten como dogmas de fe
los mitos desarrollados alrededor del trinomio masónico: Libertad,
Igualdad y Fraternidad? Basta analizar los orígenes de tal elemento y de
tal otro, reflexionar bien sobre el sentido o la dirección de ciertos
actos y ciertos mensajes, en lugar de bajar la cabeza so pretexto de no
se sabe cuál valor arbitrario e indefinido.
El paradigma del ejemplo francés
(Las
herramientas de la logia son el "volumen" de la Ley Sagrada, la
escuadra y el compás, un conjunto conocido como las Tres Grandes Luces)
No
cabe duda: la integración del Islam en el Estado laico es un trabajo
para los masones, siendo Francia el país donde se está llevando hasta
las últimas consecuencias en estos momentos (no en vano tiene la
comunidad musulmana más grande de Europa), hasta el extremo de poder
considerarse las relaciones entre el gobierno francés y la comunidad
musulmana, vía interpuesta de la masonería, como un asunto
paradigmático, dado que se trata de un país de estricta separación de
los cultos y del Estado (según la ley de 1905). Precisamente, “Intégrer
l´Islam dans la République, un chantier pour les franc-maçons”, se
titulaba la “plancha” de una reunión o “tenida solemne” organizada el 5
de noviembre de 1999 por la logia “Sciences et Travail-André Crémieux”
en la sede central del Gran Oriente de Francia (GODF) —16 rue Cadet
-75009 París.
(Logotipo de la Asociación Al-Alawi de Francia; obsérvese el parecido con el conjunto masónico de las Tres Grandes Luces)
Por
impulso del entonces ministro del Interior francés, Nicolás Sarkozy
(cuya madre era judía convertida al catolicismo, y cuyo padre era un
aristócrata húngaro cuyo título nobiliario le vino de uno de sus
antepasados por sus méritos en las guerras contra los turcos en el siglo
XVI), el Islam de Francia se ha dotado recientemente de una estructura
representativa, un Consejo Francés del Culto Musulmán (CFCM), cuyas
bases han sido preparadas en las logias masónicas. La esperanza era
tener un órgano litúrgico del Islam basado en el conocimiento religioso y
no sobre la política, con el objetivo de “sentar al Islam en la mesa de
la República” (según palabras de Sarkozy). Para ello, se pone mucho
hincapié en el papel del imam como figura central en todo proceso
representativo, designándose, pues, la mezquita como la forma espontánea
de organización del Islam, no sólo en Francia, sino en Europa. En
definitiva —como refiere Antonio Pelé— “el Estado francés reivindica su
voluntad de integrar una religión que sería independiente de su país de
origen, mientras que durante décadas, ha dejado la ´gestión´ del Islam
en Francia a Marruecos, Argelia, Túnez y más recientemente, a algunos
países africanos y a Turquía”. En otras palabras, si entonces la no
intervención del Estado se caracterizaba por una gestión diferida, por
una subcontratación del culto islámico por los Estados de origen de los
musulmanes residentes en el país, ahora la República francesa opta por
el intervencionismo directo, no exento de muchos tics de la época
colonial, al seguir considerando a las poblaciones colonizadas como
políticamente excluidas y jurídicamente integradas. Una tendencia que
está abocada a encontrar insalvables límites, máxime cuando estamos
viviendo en la era de la globalización, y la mayoría de las asociaciones
o federaciones musulmanas tienen un carácter transnacional, siendo en
consecuencia sólo las ramas nacionales de una estructura cuya casa
matriz se encuentra situada en el extranjero.
Por otra parte, el
papel del Estado y de las instituciones republicanas realizan un trabajo
sobre la sociedad, buscando los obstáculos de la integración o la
inmigración, para lo cual se sirven de intelectuales procedentes de
países musulmanes para tal efecto, como es el caso del laico argelino
Sami Naïr, por aquello de que la mejor cuña es la de la misma madera.
Realmente
resulta paradójico que el gobierno de un país laico por antonomasia sea
el que organice una comunidad religiosa, en este caso la musulmana,
hasta el punto de institucionalizarla, esto es, convertirla en una
“religión de Estado”. Habría que remontarse al año 1807 para ver un
claro precedente, el año en que Napoleón convocó el Gran Sanedrín de los
judíos franceses, un consistorio al que los mismos judíos no dieron
utilidad práctica, pero que diez años más tarde (con Luis XVIII en el
trono) supuso la conclusión decisiva de la emancipación judía en
Francia.
Para convertir al Islam en una “religión de Estado”, el
gobierno francés se atribuye incluso la intención de pagar la formación
de imanes y la construcción de mezquitas, con tal de evitar las
injerencias y los alivios exteriores. Un intervencionismo que contribuye
a confirmar la idea que los musulmanes mismos son incapaces de
organizarse; por tanto, la solución ha de venir siempre de los poderes
públicos. Una lógica que entra en contradicción con el principio de
laicidad, en cuanto que implica además de la neutralidad relativa del
Estado y su separación institucional de los cultos, la libertad de
organización de cada culto, conforme a su propia tradición.
Pero deja
de ser algo paradójico cuando se tienen en cuenta las ideas dominantes y
las reglas “dogmáticas” del Gran Oriente de Francia (GODF), defensor a
ultranza de una “estricta separación de los dominios públicos y una
laicización de las instituciones”, a saber: la libertad absoluta de
conciencia y de expresión, la emancipación de todos los dogmas, la
libertad creer o de no creer, la autonomía del pensamiento, frente a las
coacciones religiosas, políticas y/o económicas, así como la liberación
respecto a los tabúes sagrados. Y para que todo esto suceda, debe
garantizarse la estricta separación de los dominios públicos y privados.
La esfera pública es definida como el espacio común de los encuentros y
cambios entre los hombres, independientemente de sus diferencias,
abierto a todos sin discriminación. La esfera privada, en cambio, es
definida como el espacio del dominio de las opiniones espirituales,
filosóficas, en sus diversidades individuales y colectivas.
Ahora se
entiende mucho mejor que lo que la República hará es lo que hace la
masonería, con su política de lobby entre bastidores, con una influencia
indiscutible en la organización y estructuración del Islam en Francia
en estos momentos. Basta recordar que el encuentro entre el Islam y
Francia tiene sus raíces más próximas en el episodio fundador de la
colonización y más directamente a través del caso argelino, en el que la
masonería jugó un papel importante en la elaboración de una “excepción
musulmana a la laicidad”, lo que se tradujo por una tutela
administrativa y financiera del Estado sobre el culto musulmán, previa
confiscación de tierras y de bienes dependientes de las fundaciones
(waqf), con lo que se destruyeron los verdaderos cimientos de la
economía y de la comunidad islámica.
Veamos, a este respecto, el
largo proceso llevado a cabo hacia la organización del Islam en Francia,
a instancias del ministerio del Interior (cuyo nombre completo —no hay
que olvidar— es ministerio del Interior y de los Cultos), con el fin de
que los musulmanes franceses aspiren a unirse por encima de su origen
nacional o étnico, a la espera de crear un “Islam oficial de Estado”,
dócil, complaciente, frente a toda tutela financiera, ideológica e
intelectual de los países de origen, y cuya cronología es la siguiente:
*
El 6 de marzo de 1989: Pierre Joxe (en calidad de ministro del
Interior, que es judío convertido al protestantismo y masón, miembro de
la logia “Demain” del Gran Oriente de Francia —GODF—, y actual miembro
del Consejo Constitucional Francés) crea el Consejo de Orientación y
Reflexión sobre el Islam en Francia (CORIF) con quince personalidades.
Se trataba de un órgano consultivo ad hoc.
* El 6 de noviembre de
1989: Pierre Joxe designó un comité de seis “sabios” o personalidades
cualificadas para reflexionar sobre la organización de la comunidad
islámica. Después de la salida del ministro y tras cambios en la
dirección de la mezquita de París, el CORIF estuvo paralizado por
divisiones.
* Octubre de 1993: Charles Pasqua (en calidad de ministro
del Interior, que es masón, miembro de la Gran Logia Nacional Francesa
—GLNF) puso fin al CORIF, apostando por Dalil Boubakeur, el rector de la
mezquita de París (controlada por Argelia desde 1982), con el fin de
que —en calidad de interlocutor de los poderes públicos— desempeñara un
papel unificador para organizar el Islam. A este respecto, Boubakeur
diseñó una Carta del Culto Musulmán para lograr un consenso entre los
musulmanes, pero fue un total fracaso.
* El 4 de julio de 1995:
Jean-Louis Debré (en calidad de ministro del Interior, que es biznieto
de rabino y masón, miembro de la GLNF) aporta su seguridad personal de
que se cumplirá lo pactado para el Consejo representativo de las
instituciones musulmanas, presidido por Dalil Boubakeur, pero criticado
por otras federaciones.
* El 23 de noviembre de 1997: Jean-Pierre
Chevènement (en calidad de ministro del Interior, masón, miembro de la
misma logia que Pierre Joxe, la logia “Demain” del GODF) invita a los
musulmanes que le presenten a un interlocutor legítimo.
* El 9 de
noviembre de 1999: Comienza un “proceso de consulta” con personalidades
que representan las principales comunidades musulmanas, con vistas a
crear una instancia representativa del Islam. Entre las personalidades
cooptadas destacamos: Saada Mamadou Bâ, etnóloga del CNRS; Soheib
Benckeikh, gran mufti de Marsella; Khaled Bentounès, maestro de la
tariqa sufi Alawiya; Michel Chodkiewicz, director de estudios en la
Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS, en francés),
conocido especialista en la obra de Ibn Arabi; Bétoule Fekkar-Lambiotte,
presidenta de la Asociación Tierras de Europa; Mohsen Ismail, profesor
tunecino en la Universidad de París III.
* El 28 de enero de 2000:
Bajo la égida de Chevènement, siete federaciones (entre las que se
incluye a la Jama´at Tabligh), cinco grandes mezquitas regionales —con
la sola excepción de la mezquita Ad-Dawa de París, cuyo imam es Larbi
Kechat— y diez personalidades cualificadas firman una declaración
conjunta titulada “Principios legales y fundamentos que rigen las
relaciones entre las autoridades públicas y el culto islámico”, que
subraya su “afecto” a los principios laicos fundamentales de la
República francesa (derechos del hombre, igualdad de hombres y mujeres,
ley de separación de las Iglesias y del Estado). Como dijo Alain Billon,
consejero técnico encargado de las cuestiones de Islam: “Tenemos que
ayudar a los musulmanes a recuperar su retraso histórico, es menester
que el Islam se integre a nuestro sistema laico”.
* El 31 de agosto
de 2000: Daniel Vaillant (nuevo ministro del Interior, quien en su
gabinete tuvo varios masones del GODF, entre ellos su consejero Yves
Colmou) anuncia que persigue la consulta “en el mismo espíritu” que
Chevènement. No en vano, continúa Alain Billon en su puesto de
consejero.
* El 3 de julio de 2001: Se firma un “convenio marco sobre
la organización futura del culto musulmán en Francia”, donde se prevee
la elección por los representantes de las mezquitas de una asamblea
constituyente encargada de designar una instancia representativa.
*
El 21 de febrero de 2002: Se fija la elección de un Consejo Francés del
Culto Musulmán (CFCM), cuya creación tiene lugar el 26 de mayo de 2002.
El electorado es constado por un millar de mezquitas (sobre 1500).
*
El 4 de junio de 2002: Nicolás Sarkozy (nuevo ministro del Interior, de
origen judío-húngaro) anunció que iba a perseguir un “Islam de Francia”,
moderno y tolerante, con el objetivo de sacarlo de la clandestinidad,
porque no puede estar “dirigido por potencias extranjeras” que impongan,
a través de su financiación, un Islam “contrario al ideal de
tolerancia”. Para ello, va a continuar el proceso en marcha, con
modificaciones (sobre todo en la mezcla elecciones-cooptaciones en la
futura instancia y la posibilidad de incluir a mujeres).
* El 9 de
diciembre de 2002: Sarkozy anunció que las tres principales federaciones
musulmanas se pusieron de acuerdo para crear “antes de finales del año
las condiciones de emergencia del estatuto de un organismo del culto
musulmán”, organizado de manera democrática. Estas tres federaciones
son: la Unión de Organizaciones Islámicas de Francia (UOIF), sección
francesa de la Unión de Organizaciones Islámicas en Europa (UOIE), con
sede en Alemania, regida por los Hermanos Musulmanes y sostenida por los
estados del Golfo Pérsico; la Federación Nacional de Musulmanes de
Francia (FNMF), presidida por el imam de la mezquita de Evry, que recibe
ayudas de Marruecos; y la Mezquita de París, apoyada por Argelia. A
esta última Sarkozy asignó de antemano la presidencia del comité, en la
figura dócil de Dalil Boubakeur, y las vicepresidencias a las otras dos
federaciones.
* Los días 6 y 13 de abril de 2003: Tuvieron lugar
las elecciones para elegir a los representantes del CFCM, en el que los
votantes (unos 4.000, asignados como delegados, en un país en el que hay
entre cuatro y cinco millones de personas procedentes de países
musulmanes) fueron designados por 995 mezquitas en razón de la
superficie de éstas y no de la frecuentación de musulmanes a las mismas.
De los cuarenta miembros del consejo de administración del CFCM, seis
fueron elegidos de la Mezquita de París, mientras que de la FNMF y de la
UOIF fueron elegidos 16 y 13, respectivamente. Sin embargo, el
ministerio del Interior ha impuesto que, durante los dos primeros años
de funcionamiento del CFCM, un tercio de quienes lo integran hayan sido
cooptadas por la comisión organizadora.
* Del 18 al 21 de abril de
2003: Tuvo lugar el Congreso de la UOIF, con la asistencia de Sarkozy,
quien tras leer un texto complaciente, lleno de seducciones y halagos
fáciles (tan característico de ese ardiente proselitismo de las virtudes
imaginarias de las religiones), acabó diciendo que como Islam es una
“religión más reciente”, “debe ser desmitificada por el conocimiento y
el respeto”, imprecando, entre otras barbaridades, que “la muerte de un
musulmán es igual que la de un católico, un judío o un protestante”,
dado que en Francia es ilegal separar los difuntos en el cementerio por
sus creencias. Sin buscar el enfrentamiento, insistió a renglón seguido
en que será ilegal que los ayuntamientos alquilen locales a asociaciones
culturales para uso religioso, recordando algunos deberes que —según
él— deben tener los musulmanes en el seno republicano, como la de
mostrar la cabeza descubierta en las fotos de los documentos de
identidad, antesala del proyecto de ley marco sobre las reglas de
derecho relativas al principio de laicismo, en el que se estudia el veto
a la exhibición de todo símbolo religioso en el ámbito del servicio
público. Un proyecto de ley que está preparando el ministro Luc Ferry,
filósofo y masón, pariente lejano de Jules Ferry, también masón, quien
fuera ministro de Instrucción Pública entre 1879 y 1883, y conocido como
artesano de la expansión colonial francesa.
La franqueza de
Sarkozy desencadenó obviamente un abucheo inmenso y prolongado. La
batalla está servida. Por un lado, los que temen que los musulmanes se
inserten en la República para destruir sus cimientos laicos. Por otro,
los musulmanes moderados integrantes del CFCM cuya única ambición parece
ser la de dar forma a las leyes republicanas en la dirección de una
mejor compatibilidad con Islam, como demuestra esta declaración de su
presidente, Dalil Boubakeur, al diario “Le Figaro”: “Si Francia promulga
una ley que prohíba todo signo exterior de pertenencia a la religión,
las jóvenes musulmanas tendrán que resignarse, al igual que cristianos y
judíos”. Enfrente, el resto de los musulmanes que no se van a resignar
tan fácilmente. No obstante, debates como los del pañuelo islámico
«dicen mucho más sobre nuestras sociedades que sobre el Islam», como
dijo el islamólogo y masón Bruno Étienne al iniciar su comparecencia
ante la Comisión de la Nacionalidad Francesa el 18 de septiembre de
1988.
* Los días 3 y 4 de mayo de 2003: Se celebró la primera
asamblea del CFCM, con la asistencia de doscientos delegados de las
mezquitas de Francia, contando con la presencia de Sarkozy, así como del
primer ministro Jean-Pierre Raffarin, quien les recordó a los
musulmanes asistentes que “en Francia no hay más autoridad que la
República”. Tras prometer dar más fuerza a la laicidad, “pero no a una
laicidad negativa, que rechaza la religión”, sino al “diálogo de
religiones”, Raffarin anunció la expulsión de las universidades de
aquellos alumnos musulmanes cuyos comportamientos sean considerados
“incompatibles con la laicidad”. No podía ser de otra manera: Raffarin
es masón, miembro de la Gran Logia Nacional de Francia (GLNF).
Y como
era de esperar, Dalil Boubakeur salió elegido como primer presidente
del CFCM, lo que viene a ser algo así como Gran Mufti de Francia,
teniendo como vicepresidentes a Fouad Alaoui (de la UOIF), y a Muhammad
Bechari (de la FNMF).
* Los días 14 y 15 de junio de 2003: Tuvieron
lugar las elecciones de las presidencias de las instancias
representativas del CFCM en las 25 regiones en juego. Pues bien, la UOIF
triunfó en nueve regiones, mientras que la FNMF lo hizo en once, el
comité de coordinación de los musulmanes turcos en tres, y los
candidatos de Dalil Boubakeur tan sólo en dos. Enseguida, Boubakeur
declaró que no quiere “ser el único que defiende un Islam liberal. No
puedo avalar una instancia que va a estar dominada por los integristas”,
siendo disuadido por Sarkozy de dimitir, al menos por el momento.
Como
se constata, la creación de un Islam oficial de Francia siembra más
dudas que certezas. Como refiere Antonio Pelé, acertando a ver el quid
de la cuestión: “Si la organización del Consejo Francés del Culto
Musulmán deja demasiado espacio al Estado, podría perder su esencia: la
oportunidad de demostrar que los principios del Islam son perfectamente
compatibles con un Estado laico. Desde otra perspectiva, se podría ver
con la figura de dicho Consejo, una tentativa por parte de la República,
de disminuir la influencia del Islam en Francia como lo ha buscado
antes... con la religión católica”.
A continuación vamos a
enumerar algunos de los testaferros y colaboradores con el gobierno
francés para la integración del Islam en la República.
(Dalil Boubakeur)
*
Dalil Boubakeur, rector del Instituto Musulmán de la Mezquita de París,
nombrado por Argelia. Conocido por su intensa labor porque se funde un
“nuevo pacto laico” en Francia, en el que los musulmanes crean en el
tridente “Tolerancia-Laicidad-Modernidad”. Para ello, participa en
asociaciones y encuentros ecuménicos, como la Fraternité d´Abraham, de
la que es miembro del comité de patronazgo junto al cardenal Roger
Etchegaray y el gran rabino de Francia, René-Samuel Sirat, entre otros;
una asociación fundada en 1967 por iniciativa del cardenal Jean Danielou
y del escritor judío André Chouraki, a la que se sumaron el rector de
la Mezquita de París, Hamza Boubakeur (padre de Dalil Boubakeur), el
sacerdote Michel Riquet y el escritor judío Jacques Nantet (actual
presidente de honor).
Dalil Boubakeur es también compañero de viaje
de judíos y masones para que la ley de laicidad de 1905, según la cual
la República no reconocía, no financiaba y no subvencionaba ningún culto
religioso, sea revisada, con el objetivo de inscribirla en los orígenes
de la laicidad, es decir, al laicismo ideológico y extremista de la
masonería, y poder tener en cuenta finalmente la instalación del Islam
en Francia. Una colaboración en la que también se encuentran otros
testaferros útiles como Larbi Kechat, rector de la mezquita parisiense
Al-Dawa, asiduo a encuentros de diálogos judío-musulmán; Khadidja Khali,
presidenta de la Unión Francesa de Mujeres Musulmanas (UFFM) y
vicepresidenta del consejo de administración de la Fraternité d´Abraham;
Tareq Oubrou, de la mezquita de Burdeos; y Abdelwahab Meddeb,
escritor, filósofo y poeta tunecino, experto en literatura árabe y
pensamiento sufi, productor del programa de radio “Cultures d´Islam”,
animador de la revista “Dédales”, y autor de “La enfermedad del Islam”,
libro en el que reprocha a los musulmanes su asentamiento en el
resentimiento, la frustración y la insatisfacción, lo que les ha
conducido al integrismo, que ve como la enfermedad del Islam,
inspirándose para esta tesis en los modos con que el masón Voltaire vio
en el fanatismo hacia los protestantes (denunciado en su Tratado sobre
la tolerancia, 1763) la enfermedad del catolicismo, y en los modos con
que el escritor judío-alemán Thomas Mann vio en el nazismo la enfermedad
de Alemania.
Con este bagaje, no es extraño que Dalil Boubakeur sea
invitado con asiduidad a logias masónicas para evocar las tendencias
actuales en el pensamiento islámico. Por ejemplo, el día 31 de enero de
2001, junto al judío Armand Abecassis y el cristiano Jean-Charles
Thomas, asistió en París a la sede de la Gran Logia Nacional Francesa
(GLNF), a hablar sobre el tema: “Diez mandamientos universales e
intemporales. Un mensaje para el tercer milenio”. Y el día 23 de abril
de 2002 fue a la logia Aequitas nº 1094 de la Gran Logia de Francia
(GLDF).
* Soheib Bencheikh El-Hocine, proclamado gran mufti de
Marsella en 1995 por parte de Dalil Boubakeur, es un joven argelino de
36 años, que estudió en Al-Azhar (El Cairo) y en la Universidad Libre de
Bruselas, sosteniendo una tesis en la Sorbona. Con estas credenciales,
no es de extrañar que defienda un Islam que “pretende vivir la religión
como una opción personal, espiritual”, que asista a “diálogos
interreligiosos” de insulso ecumenismo, o que frecuente las logias
masónicas, donde suele presentar la posibilidad de un Islam reformado y
aceptado por la Francia laica. Por ejemplo, el 18 de marzo de 2002 leyó
una “plancha” sobre “Islam y modernidad: ¿puede modernizarse el Islam?”,
en la logia “Le Général Peigné”.
En las últimas elecciones
presidenciales francesas reclamó que el voto musulmán fuese para Jacques
Chirac, “porque —según él— no se trata de votar derecha o izquierda,
sino de votar a favor de la República, que está en peligro”. Pero no
queda ahí la toma de partido de este mufti sorprendente, capaz incluso
de afirmar que “el judío francés sirve de barómetro para el musulmán. En
Occidente conocen mejor que nosotros lo que es la crueldad del
fascismo”.
* Brahim Hadj Smaïl, sociólogo argelino, masón miembro
del GODF que hace de lanzadera con Argelia, donde el GODF desempeña un
importante papel entre bastidores. Lleva un programa de radio
(Caravansérail) en Radio France Maghreb, donde entre otras cosas intenta
presentar al actual presidente argelino, Bouteflika, como “el hombre de
la concordia civil” (tema del que habló en la logia “Solidarité
Laïcité” el 15 de marzo de 2002).
(Shayj Khaled Bentounès)
*
Shayj Khaled Bentounès, maestro espiritual de la tariqa Alawiya, cuyo
bisabuelo materno fue Shayj Ahmed Al-Alawi. Un cargo que le fue otorgado
tras la muerte de su padre Shayj Muhammad al-Mehdi Bentounès. Es asiduo
a encuentros ecuménicos de todo tipo, y autor de varias obras
—expuestas y vendidas en el anaquel de la New Age—, entre las que
destacamos: “El hombre interior a la luz del Corán” (1998) y “El
sufismo, corazón del Islam” (1996), prologada por el sacerdote Christian
Delorme, activo promotor de encuentros interreligiosos
islamo-cristianos, en los que Bentounès participa con asiduidad, no en
vano es miembro de la Asociación UNESCO por el Diálogo Interreligioso,
participando en todos sus encuentros, sobre todo en los proyectos
denominados “Rutas de la Fe”, que vienen celebrándose desde 1992, junto a
judíos, cristianos, budistas e incluso sijs. Además es presidente de
honor de la Asociación Internacional de Amigos del Islam, y de la
Asociación Tierras de Europa —en la órbita de la UNESCO—, unas
asociaciones creadas y presididas por la argelina Bétoule
Fekkar-Lambiotte para estudiar y favorecer, sobre el plano cultural y
social, la integración del Islam en Europa. Esta argelina, dicho sea de
paso —inspectora honoraria de Educación nacional, y antigua militante
socialista del Frente de Liberación Nacional (FLN) argelino— es asidua
tanto a Encuentros Islamo-Cristianos como a Diálogos Islamo-Budistas,
así como a plataformas por una Europa cívica y social. La asociación
Tierras de Europa, que preside, es conocida por la organización de las
conferencias tituladas: “Por un Islam de Paz”, mediante las cuales, y a
través de la religión, tratan de mantener en la pusilanimidad a los
musulmanes.
Con este bagaje no resulta extraño leer entre líneas en
la obra de Khaled Bentounès toda una defensa a ultranza de la libertad de
conciencia del individuo, la cual —según él— no debe caer en la
abstracción poniendo los principios religiosos por delante, porque eso
lleva implícito el condicionamiento por el dogmatismo, “encarcelando
así la conciencia individual”. Una conciencia que llama siempre
“conciencia del ciudadano”, ya que deduce que ”los aspectos políticos y
religiosos [del Islam] se completan y se reúnen en la educación cívica
del individuo”, que implica un esfuerzo de reflexión y de interpretación
para que el ciudadano-musulmán sea capaz de iniciativa. De lo
contrario, “debe contentarse con obedecer a un clero institucionalizado e
ideologizado, al servicio de gobernantes poco escrupulosos”.
Bentounès
es, además, fundador de la Asociación “Cheikh El-Alawi pour l´Education
et la Culture Soufie”, fundada en 1991, cuyo logotipo camufla entre
arabescos el símbolo masónico de la escuadra y el compás,
descaradamente. Y además es presidente fundador de los Boy Scouts
Musulmanes de Francia, un movimiento [el de los Boy Scouts] que, como
todo el mundo sabe, fue fundado por un masón: Daniel Carter Beard.
Por
tanto, como no podía ser de otra manera, Bentounés es asiduo a las
logias masónicas. Un ejemplo: el día 29 de febrero de 2002 habló sobre
“La vía sufi, ¿constituye un paso humanista?” en la logia Thetys de
París, asociada a una veintena de otras logias.
Bentounès fue quien
propuso al ministerio del Interior la elección de la socióloga y
coordinadora de la misión “Islam y Acción Social” interministerial,
Dounia Bouzar, como miembro del CFCM, siendo la única mujer en el mismo,
sustituyendo a Bétoule Fekkar-Lambiotte, tras su dimisión.
*
Mohamed Talbi, filósofo e historiador octogenario (especialista en Ibn
Jaldún). Militante de los Derechos Humanos, precursor del diálogo
islamo-cristiano, miembro fundador del Consejo Nacional para las
Libertades en Túnez (CNLT), y miembro de la Academia de las Culturas
(fundada en 1992 por el sionista Elie Wiesel).
* Mohammed
Arkoum, historiador argelino de pensamiento islámico, profesor emérito
de La Sorbona, y director de la revista Arabica. Es un asiduo a diálogos
inter-religiosos entre Judaísmo e Islam. En su libro “El Islam,
aproximación crítica”, hay un capítulo donde escribe sobre los “orígenes
islámicos de los derechos del hombre”, y donde habla de la unión de
religión y política en Islam como de antiguo “mito”. Y, cómo no, es un
asiduo también a las logias masónicas, donde suele ir a hablar de “Islam
y dignidad humana”, del papel de Averroes como “mediador intelectual y
cultural en el espacio mediterráneo” (tema sobre el cual disertó en la
logia “Oui ? Vérité” el día 5 de abril de 2002), etc. Es miembro de la
asociación ecuménica Fraternité d´Abraham.
(Sami Naïr)
*
Sami Naïr, filósofo y politólogo argelino, que no duda en reconocer su
aprecio por Karl Marx, claro ejemplo de cómo un colonizado hace suyos
los valores republicanos y socialistas del colonizador. Es profesor de
ciencias políticas en la Universidad de París VIII, donde además preside
el Instituto Europa-Magreb. Es presidente también del Instituto de
Estudios e Investigaciones Euromediterráneas. Fue delegado
interministerial para el Codesarrollo y las Migraciones Internacionales
del gobierno francés. Actualmente es eurodiputado por el PSE, y miembro
del comité fundador del Comité Laicité République (CLR), presidido por
Patrick Kessel, antiguo Gran Maestro del Gran Oriente de Francia (GODF).
Además es secretario de relaciones internacionales del Movimiento
Republicano y Ciudadano (MRC), presidido por el ex ministro del Interior
Jean-Pierre Chévenement (masón), así como miembro de la oficina de Pôle
Républicain, cuyo presidente es el escritor Max Gallo (masón, del
GODF), antiguo ministro y cofundador de MRC.
Con muchas vinculaciones
en España, Sami Naïr es, entre otras cosas, profesor asociado en la
Universidad Carlos III, cuyo rector es Gregorio Peces-Barba, declarado
defensor de la laicidad, desde postulados plenamente masónicos (aunque
no se le conozca ninguna filiación masónica, como sí la tuvo, en cambio,
su padre). Que sea esta universidad, y no otra, donde Naïr imparta
algunas clases, es más que significativo. No se olvide que el reinado de
Carlos III se caracteriza por la proliferación de la masonería en
España, bajo la tutela del conde Aranda, fundador en 1780 del Grande
Oriente Nacional de España.
En todos sus trabajos, Sami Naïr insta a
los inmigrados musulmanes a que abandonen progresivamente toda
referencia islámica, con el objetivo de que se diluyan en el ethos
republicano. A este respecto, su consideración del pañuelo (hiyab) como
“un pedazo de tinieblas incompatible con la ética laica de la escuela
republicana”, es repugnante. Sin embargo, si hay que resumir su programa
político respecto a los países del Sur mediterráneo, queda
perfectamente descrito en este párrafo suyo: “Una democratización
controlada sustentada en una doble pena —un Estado de Derecho que
asegure las libertades privadas y públicas por una parte y, por otra, un
Ejército protector de las bases democráticas de aquél— haría sin duda
posible el surgimiento de un modelo islamo-democrático capaz de
institucionalizar la identidad política musulmana (a semejanza de las
democracias cristianas europeas) dentro del respeto a las reglas del
Estado de Derecho. Y esta solución, hasta el momento la única realista,
sólo es posible si se dan dos condiciones: que las actuales élites tomen
de verdad en sus manos la cuestión del desarrollo económico-social, con
un firme apoyo de los países de la orilla norte del Mediterráneo, y que
los Estados del Sur tengan el valor de liberar la religión de la
política, es decir, de separar la religión del Estado”. Si a este breve
programa político añadimos la proclamación que hace por doquier de “un
universalismo humanista” (mandato eminente y propensión de la
masonería), es fácil ubicar a Sami Naïr entre los más activos
intelectuales en la creación del Euro-Islam.
* Hakim El
Ghissassi, joven francés de origen marroquí, director de la revista “La
Médina”, y organizador de encuentros entre musulmanes e intelectuales
franceses con el objetivo de favorecer un diálogo entre Islam y
laicismo. “La Médina” forma parte de un proyecto de “acción ciudadana, y
no comunitaria”, integrado en el llamado Foro Ciudadano de Culturas
Musulmanas (FCCM), del que El Ghissassi es instigador junto con el
filósofo y agitador republicano de origen argelino Rachid Nekkaz
(director de la start-up Vudunet, especializada en comunicación virtual,
y perteneciente al Grupo Robert Laffont, de conocida y larga
trayectoria masónica; y coautor en 1998 del Proyecto Millenarium, junto
con el pianista Léonard Anthony, a modo de organización no gubernamental
que establece la promesa de la paz en el mundo). El primer acto del
FCCM fue una gran movilización a favor de la inscripción de jóvenes
ciudadanos franceses de “culturas musulmanas” en los listados
electorales, con vistas a las elecciones presidenciales y legislativas.
El éxito fue tal, que reunidos un millón y medio de votos musulmanes,
dicho Foro ha llegado a proponer candidatos a la presidencia de la
República.
(Tariq Ramadan)
*
Tariq Ramadan (1962), representa la línea moderada, intelectual, en
línea con el “reformismo liberal islámico” (según sus propias palabras),
en suma mutazili, de los Hermanos Musulmanes (HM), y del que ya hemos
hablado anteriormente al referirnos a su abuelo Hasan al-Banna. Con su
discurso de aunar el Islam con la laicidad, es colaborador y asiduo a
los congresos de la Unión de Organizaciones Islámicas de Francia (UOIF),
vinculada a los HM. Además de que su presencia en los medios de
comunicación franceses es constante (sobre todo en Le Nouvel Observateur
y Le Monde Diplomatique, con cuyo redactor jefe, Alain Gresh —de origen
judío— mantiene una amistad colaboradora, fruto de la cual surgió un
libro: “L´islam en questions”), Tariq Ramadan es impulsor de la entidad
Présence Musulmane, con la que ha dado desde 1997 cientos de seminarios
por ciudades de Francia, Bélgica y Suiza, siendo muy activo en el seno
de la juventud musulmana de los países francófonos.
De su estrecha
colaboración con las instituciones gubernamentales, cabe citar su
participación en la comisión “Islam y laicidad”, creada a finales de
1996 en el seno de la Liga Francesa de la Enseñanza, así como su
participación, muy activa por cierto, en la consulta iniciada en el 2000
por el ministro del Interior y masón Jean-Pierre Chevènement para
constituir una instancia representativa del Islam en Francia,
defendiendo en todo momento la ley de 1905, la cual considera —en carta
abierta al ministro del Interior, Nicolás Sarkozy— que no debe ser
modificada sino aplicada igualitariamente a los musulmanes, dado que “la
aplicación estricta de la laicidad les asegura una libertad de
conciencia y de culto”. Para ello insta a que “se creen espacios de
diálogo entre las autoridades políticas y los ciudadanos musulmanes”, y
que se evite la creación de escuelas islámicas particulares, al margen
de la escuela republicana. T. Ramadan es miembro también del Grupo de
los Sabios para el Diálogo de los Pueblos y de las Culturas, dependiente
de la Comisión Europea bajo la presidencia de Romano Prodi (masón,
formado en ambientes financieros judeo-anglo-norteamericanos —son
conocidos sus servicios de consultoría a la firma Goldman Sachs—, y
miembro de importantes círculos mundialistas, como la Comisión
Trilateral).
Casi toda la obra de T. Ramadan viene siendo publicada
tanto por la Islamic Foundation de Leicester (Reino Unido) como por la
editorial Tawhid de Lyon (Francia), ambas brazos seculares en el campo
intelectual de los HM, con importantes contactos internacionales con la
Jama´at-i-Islami (fundada por Al-Mawdudi).
* Eric Geoffroy.
Arabista e islamólogo, profesor en la Universidad Marc Bloch de
Estrasburgo, es especialista en trabajos sobre sufismo, en los que se
inició tras las lecturas de René Guénon. Frecuenta monasterios
cristianos en Francia y en Grecia, y practica el zen, compartiendo
ambigüos encuentros interreligiosos con Shayj Khaled Bentounès, entre
otros. Es considerado como un puente entre el Islam popular de las
mezquitas y el Islam, más intelectual y místico, de los sufis.
(Bruno Étienne)
*
Bruno Étienne. Profesor de Ciencia Política y director del Observatorio
de lo Religioso en el Instituto de Estudios Políticos de
Aix-en-Provence, es un conocido islamólogo, que no oculta su larga
experiencia masónica. Miembro del Gran Oriente de Francia (GODF),
mantiene actualmente una postura crítica con la política progresista de
su actual Gran Maestre, Alain Bauer, por entender que la secularización
del GODF está acabando con la naturaleza de la masonería, a la que
califica sin vacilar como una religión. Hay que tener en cuenta, por
otra parte, que Alain Bauer, es el introductor en Francia del concepto
de “tolerancia cero”, participando en la construcción de un discurso
basado en las causas de la inseguridad y la delincuencia (entre ellas,
cómo no, la inmigración), que promociona gracias a una sociedad privada
de su propiedad, AB Associates, encargada de vender, por un lado, las
encuestas que atizan el sentimiento de inseguridad, y, por otro lado,
los dispositivos de vigilancia. Por todo ello, fue elegido para presidir
el consejo de orientación del Observatorio Nacional de la Delincuencia,
instituido por Nicolás Sarkozy. Un tipo éste, Alain Bauer, que ha sido
desenmascarado por varios sociólogos, siendo definido, sin ningún género
de duda, como el Gran Maestre de la superchería de la seguridad
pública.
Étienne es autor de numerosos libros, entre los que
destacamos dos: “El islamismo radical” (Ediciones Siglo XXI, 1996), y
“Una vía para Occidente. La masonería que viene” (Ediciones Derby,
2000).
Ante el fundamentalismo islámico, Bruno Étienne indica que
una problemática protestante permite comprender mejor los problemas
planteados en las sociedades musulmanas actuales, dado que la Reforma
luterana —rechazando el magisterio de la Iglesia— profesó el acceso
directo de los creyentes a las Escrituras, lo que recuerda a la actitud
de los reformistas musulmanes. Una analogía superficial que no sale de
esa falsa oposición religión / política (tan ridiculizada, por cierto,
por los laicistas), perjudicando así la comprensión de la verdadera
dimensión del Islam.
Y ya para concluir, no podemos dejar de
citar a los típicos agentes de influencia que operan al aire libre, a la
vista y conocimiento de todo el mundo, quienes nunca salen mejor
parados que después de haber fingido no existir. Hablamos, cómo no, de
los conspiracionistas, esos personajes que se desenvuelven en el aspecto
activo de las operaciones secretas, a las cuales se da el nombre
genérico de información. Veamos, a este respecto, tan sólo dos ejemplos:
Thierry Meyssan y Alexandre del Valle.
(Thierry Meyssan)
*
Thierry Meyssan. Actual secretario nacional del Partido Radical
francés, tiene un curriculum que deja ver un itinerario de contornos
sinuosos: frecuentó el seminario de Orléans antes de convertirse en
fustigador del Opus Dei, participó en las últimas elecciones con Lyonel
Jospin, es director de Réseau Voltaire, miembro inquieto de la masonería
(concretamente de la logia “Combats” del Gran Oriente de Francia,
GODF), partidario feroz de la laicidad y militante defensor de los
derechos de los homosexuales. Pero es conocido por ser autor de dos
libelos de historia ficción y paranormal, con alegaciones delirantes,
que han alcanzado la categoría de best-seller: “La gran impostura” y “El
Pentagate”, donde trata de demostrar que fue claro y transparente que
los elementos sucedidos el 11 de septiembre de 2001 fueron dirigidos
desde el interior de Estados Unidos y no son imputables a terroristas
extranjeros; que todo fue resultado de un complot urdido por los
elementos más extremistas del ejército americano, que querían obtener el
visto bueno del presidente Bush para lanzarse al asalto de Afganistán y
luego de Iraq. Concretamente, en el segundo libro, trata de demostrar
con datos técnicos que no fue un Boeing 757 el que se estrelló contra el
Pentágono, sino que fue un misil del mismo ejército americano.
Pues
bien, estas tesis insensatas y aberrantes han alcanzado una resonancia
espectacular. ¿Por qué? Para responder a la cuestión, hemos de decir que
se trata de una campaña de intoxicación colocada en el dominio del
rumor, que ha inundado el planeta, con ediciones en casi todos los
idiomas conocidos, asentada en la teoría de la conspiración, esa que
hace ver la infiltración y/o instrumentalización de sociedades secretas
para ejecutar estrategias, utilizando su tradición de discreción y de
secreto para asegurarse la confidencialidad de sus operaciones. Una
campaña hecha sin tener en cuenta que para que una teoría de la
conspiración sea probable, hace falta por lo menos que los elementos que
la componen sean inquebrantables, que los argumentos sean
indiscutibles, y que el giro de las frases no esté sujeto a discusión.
No es éste el caso.
Unos libros que, cómo no —en su mecánica de
lanzamiento mundial—, han sido traducidos también al árabe. Tras
presentar el primero en el Centro Zayed, en Abu Dhabi, el 8 de abril de
2002, Meyssan consiguió que el Sultán hiciera una edición especial de
cinco mil ejemplares, que se distribuyeron a cinco mil personalidades
del mundo árabe. A estos libros han sucedido otros muchos más, de otros
autores, que —situándose en el mismo delirio revisionista y
conspiracionista— han salido para demoler sus tesis, poniendo de
manifiesto extrañas alianzas. El efecto conseguido con toda esta
literatura impulsiva y paranoica no es otro que el de la difuminación,
una astucia o artificio habitual empleado por los agentes de influencia
para ahogar el hecho verdadero en una masa de informes. Ya se sabe: la
conspiración tiene su lógica: lo que es utilizado para denunciarla o
revelarla forma parte de la conspiración.
(Alexandre Del Valle)
*
Alexandre Del Valle. Agente sionista, cuyo verdadero nombre ni se sabe,
porque utiliza en sus escritos alrededor de seis o siete seudónimos,
aunque parece ser Marco D´Anna el más convenido. Geo-politólogo,
investigador en Geopolítica en la Universidad París VIII y miembro del
Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IIES), es asiduo a
logias masónicas y a encuentros con colaboradores del Centro Simón
Wiesenthal (filial de la Liga Antidifamatoria de la Orden masónica judía
B´naï B´rith).
Totalmente implicado en el sostenimiento de la
represión anti-palestina por parte de Israel, defensor de las guerras
que mantuvo Milosevic contra los musulmanes bosnios y Rusia contra
Chechenia, Del Valle es autor de dos obras sobre las connivencias
americano-musulmanas (“Islamismo y Estados Unidos, una alianza contra
Europa”, y “Guerras contra Europa”), donde llama la atención sobre la
islamización de Europa, mediante el fenómeno de la inmigración, que
oculta —según él— una guerra de conquista, una gran empresa de
subversión ideológica y política llevada a cabo por la mayoría de las
asociaciones islámicas (oficiales y clandestinas) instaladas en Europa,
pero controladas totalmente por Estados musulmanes.
Su tesis trata de
demostrar cómo la política y la diplomacia norteamericanas, cubiertas por
las intrigas de Arabia Saudita, su protegida, se las ingenia en suscitar
y en promover deliberadamente los regímenes islámicos más radicales,
con el objetivo, por un lado, de destruir los regímenes laicos de esos
países, fundados sobre la idea nacional, y, por otro lado, de excitar el
Islam más extremista contra la Europa cristiana (tanto los países
católicos y protestantes como los pueblos eslavos y ortodoxos). Una
tesis que tiene difusión en los círculos de la “nueva derecha francesa”,
en los que colabora asiduamente.
En definitiva, Del Valle viene a
advertir cómo “en nombre de los Derechos Humanos y en nombre de la
libertad de las minorías religiosas, Occidente secularizado y
antiteocrático anima la expansión sobre su suelo de una religión
conquistadora y teocrática, cuyos fundamentos doctrinales están en
oposición total con los principios democráticos y laicos que rigen
nuestros sistemas filosófico-políticos”. Una advertencia que se inserta
dentro de la campaña llevada a cabo, desde finales de 1996, por los
estrategas y jefes de los servicios de inteligencia franceses. De hecho,
al advertir sobre la existencia de una “conjura
islámico-norteamericana” destinada ante todo a debilitar a Europa,
acompañada en todo momento por todo tipo de mensajes islamófobos, lo
que se pretende es preparar insidiosamente a la opinión pública europea
para ser menos permeable al auténtico mensaje del Islam, permitiendo con
ello que los distintos gobiernos tomen partido de una vez por todas por
desconectar a las comunidades musulmanas de Europa del control (oficial
o clandestino) por parte de los países musulmanes. De esta manera, tras
una planificación (mejor dicho, infiltración) gubernamental, se crea el
espacio ideal para la creación de un Euro-Islam o, lo que es lo mismo,
un “Islam laico y tolerante”. Porque como ya se sabe, la desinformación
es a la intoxicación, en su sentido estricto, lo que la estrategia es a
la táctica. Por esta razón, no es de extrañar que a esta campaña
orquestada por Del Valle se haya sumado el general Pierre Gallois, entre
otros conocidos estrategas.
Los procedimientos habituales son bien
conocidos. Se trata simplemente de una aplicación del principio de base:
no se ha de luchar jamás directamente; hay que ajustar las cuentas en
otra parte, en otro país, en otro contexto social, en otro dominio
intelectual, distintos de aquellos en que surge verdaderamente el
conflicto. Así, las ocupaciones de Afganistán e Iraq cumplen dos
servicios: por un lado, desacreditar al imperio norteamericano entre sus
aliados, sus clientes, todos aquellos sobre los cuales asienta su
potencia mundial; y, por otro lado, desintegrar los grupos islámicos de
referencia tradicionales que podrían proteger a los musulmanes contra la
acción de sus enemigos, señalándoles culpabilidades desde el interior y
desde el exterior, haciéndoles creer que han sido perjudicados en el
pasado, que siguen siéndolo, por parte de sus autoridades, a las que
finalmente se les considerará como inútiles, parasitarias. A partir de
esta posición de fuerza, resulta fácil atacar a la autoridad haciéndola
responsable de todos los males reales que existan en la sociedad
islámica, sin contar los imaginarios.
Islamofobia: una mistificación judeo-masónica
Si
a todo lo dicho anteriormente, añadimos que el término “islamofobia”
(monstruoso malentendido, al que se le transfiere el mismo odio a la
función sobre la raza o la religión que contiene el “antisemitismo”, ese
otro monstruoso malentendido) fue acuñado como título de un estudio
encargado en Gran Bretaña por el Runnymede Trust en 1997: Islamophobia:
Fact Not Fiction, llevado a cabo por una Comisión sobre los musulmanes
británicos (Commission on British Muslims and Islamophobia)—compuesta
por cuatro judíos (uno de ellos rabino), dos reverendos anglicanos, dos
periodistas (uno de ellos editor de The Independent), una hindú, y cinco
musulmanes—, veremos cómo todo empieza a tener más sentido.
El
Runnymede Trust es un laboratorio de ideas (think tank) británico
fundado en 1968, especializado en temas étnicos y diversidad cultural,
siendo uno de sus principales objetivos: la “igualdad racial en Europa”.
Sostenido y financiado por un nutrido grupo del Big Business judío y
masónico británico, entre los que destacamos: bancos y multinacionales
(Bank of England, Abbey National, BP Amoco, British Telecom, British
Airways, Marks & Spencer, Unilever, etc.); fundaciones (Baring,
Gulbenkian, John S. Cohen, Nancy Balfour, etc.); trust caritativos (Sir
Sigmund Sternberg, Joseph Rowntree, Lord Ashdown, etc.); y, finalmente,
algunos consejos religiosos (Churches Commision for Racial Justice, City
Parochial Foundation, Council of Churches, etc.). Como se puede ver las
conexiones judías de este think tank son numerosas, siendo su portavoz
Richard Stone, jefe del Consejo Judío para la Igualdad Racial (Jewish
Council for Racial Equality).
Entre los cinco musulmanes británicos
integrantes de la comisión que hizo el trabajo sobre “islamofobia”,
destacamos a tres: el bosnio Saba Risaluddin, entonces presidente de la
World Conference on Religions for Peace (WCRP), una institución nacida a
finales de los años sesenta, por iniciativa del rabino Maurice
Eisendrath, el obispo metodista y masón John Wesley Lord, y el obispo
católico (luego, cardenal) John Wright, y que culminó su creación en una
conferencia en Kioto (Japón) en 1970, instrumentalizada desde entonces
por la masonería y financiada por la Fundación Rockefeller,
principalmente, estando su oficina de gobierno internacional moderada en
la actualidad por el príncipe Hassan bin Talal (presidente del Club de
Roma, y alto rango masónico como lo fue su hermano el rey Hussein de
Jordania). El paquistaní Imam Abduljalil Sajid, de la Brighton Islamic
Mission, del Muslim Council of Britain, y del Muslim Council for
Religions and Racial Harmony; un asiduo a todo tipo de encuentros
interreligiosos (a destacar, entre otros, su cargo de secretario general
de la WCRP en Gran Bretaña), donde suele ser compañero de viaje de
judíos, como el rabino israelí Yehezkel Landau (de conocida filiación
masónica). Y, por último, el egipcio Zaki Badawi, fundador del Muslim
College of London, jefe del Consejo de Imames y Mezquitas de Reino
Unido, además de director no ejecutivo del Islamic Banking System
(Luxemburgo), entre otros numerosos cargos; asiduo también a encuentros
interreligiosos, como los organizados por la John Templeton Foundation
(en honor del magnate judío y masón del mismo nombre), donde Badawi es
fideicomisario, junto a multitud de personajes miembros de
organizaciones mundialistas.
Y por si no fuera bastante, y ya para
rematar, decir que el jefe de la Comisión sobre musulmanes británicos
que redactó el susodicho trabajo sobre “islamafobia”, fue el judío
Gordon Conway (profesor especialista en ecología agrícola), presidente
de la Fundación Rockefeller (principal financiero de proyectos agrícolas
de productos transgénicos en todo el mundo, entre muchas otras cosas).
Ahora
todo está más que claro: la propaganda islamófoba en Europa (cuyo eje
central es la distorsión dolosa, la tergiversación sistemática de lo
verdadero y lo honesto, que tiende —por manipulación política y
periodística– a sustituir al “anticomunismo” de la época de la “guerra
fría” en el imaginario social, y con las mismas formas disuasorias) no
es más que una mistificación o, lo que es lo mismo, una operación de
influencia dirigida por la masonería y los judíos —en connivencia con
algunos cristianos ecuménicos post-Concilio II y algunos musulmanes
hipócritas, en calidad de testaferros útiles—, con el objetivo de crear
ese producto transgénico llamado Euro-Islam.
El Profeta Muhammad
(que Allah le conceda Su gracia y paz) dijo que vendría un tiempo en que
el mundo entero se juntaría para planear la destrucción de los
musulmanes como si estuvieran juntos alrededor de una mesa para
participar en una suculenta comida. Este tiempo ha llegado. Pero aunque
los enemigos del Islam planean, Allah también hace planes, y Allah es el
Mejor de los Planificadores. ¡Allah Akbar! ¡Allah es el Más Grande!
Algunos artículos y obras consultadas
-
Muhammad Iqbal, La reconstrucción del pensamiento religioso en el
Islam, Iqbal Academy Pakistán, Lahore 1989 (edición en castellano).
- Tariq Ramadán, El Islam minoritario. Cómo ser musulmán en la Europa laica, Ed. Bellaterra, Barcelona 2002.
- Tariq Ramadán, El reformismo musulmán. Desde sus orígenes hasta los Hermanos Musulmanes, Ed. Bellaterra, Barcelona 2000.
- Antonio Elorza, Umma. El integrismo en el Islam, Alianza Editorial, Madrid 2002.
- Shayj Abdalqadir as-Sufi, El retorno del Califato, Ed. Kutubia, Palma de Mallorca 1998.
- Shayj Abdalqadir al.Murabit, Educación Islámica de Raíz, Ed. Kutubia, Granada 1994.
- Sami Naïr, Mediterráneo hoy, Ed. Icaria, Barcelona, s/f.
- Olivier Roy, Genealogía del islamismo, Ed. Bellaterra, Barcelona 1996.
- Bruno Étienne, El islamismo radical, Ed. Siglo XXI, Madrid 1996.
- Gilles Kepel, La yihad. Expansión y declive del islamismo, Ed. Península, Barcelona 2002.
- Gilles Kepel, La revancha de Dios, Anaya & Mario Muchnik, Madrid 1991.
- Xavier Casinos, Quién es quién masónico. Masones hasta en la Luna, Ed. Martínez Roca, Madrid 2003.
- Abdelwahab Meddeb, La enfermedad del Islam, Galaxia-Gutenberg, Barcelona 2003.
-
Olivier Carré, “Sayyid Qutb, teórico del islamismo”, en Paul Balta
(comp), Islam. Civilizaciones y sociedades, Ed. Siglo XXI, Madrid 1994,
pp. 159-169.
- Malika Zeghal, Guardianes del Islam. Los intelectuales
tradicionales y el reto de la modernidad, Ed. Bellaterra, Barcelona
1996.
- Isabel Pisano, La Sospecha. El complot que amenaza la sociedad actual, Ed. Belaqva, Barcelona 2003.
-
Marie-Christine Varol, “La comunidad sefardí de Turquía, desde
principios del siglo XX hasta nuestros días”, en Los judíos de España.
Historia de una diáspora (1492-1992), edición dirigida por Henry
Méchoulan, Ed. Trotta, Madrid 1992, pp. 394-405.
- Comi M. Toulabor, “En Togo, el dinosaurio y el síndrome de Costa de Marfil”, Le Monde Diplomatique, nº 89, marzo 2003, p. 6.
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-
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umbral de la logia, Hiria Liburuak, San Sebastián 2003.
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-
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- Octavi Martí, “Los musulmanes de Francia eligen
un consejo de representantes entre críticas de la Iglesia católica”, El
País, 16-4-2003, p. 10.
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-
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-
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Autor: Antonio José (Yasin) Trigo.
Artículo publicado por Yasin Trigo en la revista de historia y
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Handschar, nº 5-6, Otoño / Invierno 2003, Ponteceso, A
Coruña- Galiza, pp. 49-99.
Fuente:
blog del autor.
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