Fue la primera persona que creyó en él y en su Mensaje; quien más le amo, le confortó y ayudó, gastando toda su fortuna en favorecer el triunfo de su misión profética.
Un día, antes de que descendiera el mensaje del Islam, había un grupo de mujeres cerca de la Ka’bah conversando. De repente se acercó a ellas un hombre y les dijo:
Hubo algunas que se rieron, y otras que le gritaron e insultaron, y aún otras que le tiraron piedras, hasta que se alejó de aquel lugar. Solamente una de ellas se quedó sentada guardando silencio, siguiendo al hombre con la mirada y pensando en sus palabras. Se llamaba esta mujer Jadiya bint Juwailid, la más respetada de entre las mujeres del Quraish por su inteligencia y firmeza. La gente de Mekka le había apodado "la pura", "la respetable". En aquel momento, no podía imaginar que sería ella quien ganase tal honor.
Su primer esposo fue Abu Hala. Tuvieron una hija a la que pusieron por nombre Hind. Al poco tiempo murió Abu Hala y se casó Jadiya con Utaiqu bin Abid. Tuvo otra hija con él a la que también llamó Hind, de ahí que solieran llamarle "la madre de las dos Hind". Cuando murió su segundo esposo, decidió no volverse a casar y dedicarse de lleno a sus hijas y a sus negocios. Pero el destino, su gran destino, le estaba esperando. En aquellos días, Muhammad se encontraba en edad de contraer matrimonio, y hacía ya un tiempo que se dedicaba al comercio. Jadiya, por su parte, era una próspera comerciante que solía contratar a algún experto caravanero para que dirigiera sus caravanas, a cambio de lo cual recibía éste un porcentaje de las ganancias. En estas circunstancias le llegó la noticia de un joven llamado Muhammad, digno de toda confianza, sincero y fiel. Enseguida le mandó llamar y le ofreció llevar sus caravanas a Bilad’e Sham. A cambio, le daría más porcentaje del beneficio del que solía dar a otros. Esta era una gran oportunidad y Muhammad aceptó la oferta de inmediato.
Partió con un criado de Jadiya llamado Maisará. Una vez llegados a Bosra (cerca de Sham), vendieron toda la mercancía que llevaban y compraron los artículos que Jadiya les había ordenado. El criado Maisará estaba encantado con la compañía de Muhammad, y sentía la baraka que le rodeaba. Volvieron a Mekka con el doble de la ganancia que habían calculado que obtendrían. Esta noticia alegró mucho a Jadiya, así como el relato que Maisará le hizo del viaje, acentuando el buen comportamiento y la baraka que acompañaba a Muhammad. Según los historiadores, éste no fue el único viaje que realizó Muhammad para Jadiya, pues varias veces le envió a un mercado que se celebraba periódicamente en una zona llamada Taimá, acompañado de un hombre del Quraish. Recordando esos días, el Profeta Muhammad (s.a.s) comentaría:
En el transcurso de esta relación comercial, Jadiya advirtió que ese joven llamado Muhammad era muy diferente de los otros. Vio en él todas las características de un carácter perfecto. Y como era tradición entre los árabes, mandó a una persona de confianza para que le hiciera saber, francamente y sin ambages, su deseo de casarse con él. Esta persona era su amiga Nafisa bint Munia. Ella misma nos relata el suceso:
A la vuelta de uno de los viajes de Muhammad a Sham, me envió a él Jadiya secretamente y le dije: “¿Qué te impide casarte?” Me contestó: “No tengo nada que me permita casarme.” Le dije: “Y si quisiera casarse contigo una mujer rica, hermosa, honrada e independiente, ¿aceptarías casarte con ella?” Muhammad preguntó: “¿Quién es esta mujer?” Le respondí: “Jadiya." Muhammad dijo: “¿Cómo puede llevarse a cabo este matrimonio?” Le dije: “Déjalo de mi cuenta.” Entonces Muhammad dijo: “De acuerdo.”
Y así fue como sucedió. Se casó la mujer más honrada de entre las mujeres del Quraish, la pura, Jadiya, con el más honorable de los hombres, el sello de la Profecía, Muhammad (s.a.s).
Jadiya fue su apoyo y sostén en los momentos de mayor dificultad. Puso su propia persona y todos sus bienes al servicio del Profeta para favorecerle en su misión.
Cuando contrajeron matrimonio tenía Jadiya 40 años y el Profeta 25.
Allah les concedió un hijo al que llamaron al Qasim y de ahí viene el apodo que le dieron a Muhammad de "Abul Qasim". Cuando alcanzó la edad de caminar, Allah lo reclamó para Sí. El corazón de sus padres se entristeció grandemente, para después someterse sin reservas al destino que Allah había querido para su hijo. Más tarde, Allah recompensaría a Jadiya con el nacimiento de una hija, Zainab. Después llegó Ruqaiya y finalmente Um Kulzun. Dedicó Jadiya todo su tiempo a criarlas.
En la misma casa vivía un niño que se llamaba Zaid bin Hariza, quien servía a Jadiya. Cuando notó que Muhammad amaba mucho a ese niño, lo liberó y se lo dio a su esposo. Muhammad lo adoptó, convirtiéndole en su hijo y el de su esposa Jadiya. También vivía en esta casa Baraka (Um Ayman), quien más tarde se convertirá en la esposa de Zaid.
Un tiempo después, Muhammad tomó a su cargo a su sobrino Ali ibn Abu Talib, entonces un niño, para aligerar la carga de su tío, un hombre pobre que tenía muchos hijos. Jadiya fue hasta su muerte como la segunda madre de Ali, tratándole con la misma ternura con la que hubiera tratado a su propio hijo. Diez años después de estar casados, Jadiya dio a luz a Fátima, la hija que más se parecía a su padre.
No era fácil hacerse cargo de esta gran familia, pero Jadiya se ocupó de ella de la mejor manera posible. Los niños crecieron en mutuo amor como si fueran hermanos e hijos todos de los mismos padres, siempre bajo la protección y el cuidado de Jadiya.
Cuando sus hijas alcanzaron la pubertad, empezó Muhammad sus retiros. Salía de Mekka y se dirigía a una cueva en la falda de un monte que daba a la ciudad llamado Al Ghar Hirar, con el fin de adorar a Allah y dedicarse a la meditación, alejado de todos y con el corazón anhelante del Señor de todos los mundos.
Allah estaba, así, preparándole para el gran mensaje que iba a recibir y a transmitir al resto del mundo, siendo Jadiya su mejor sostén. Ella se cuidaba de que no le faltase comida ni bebida en sus retiros. Cuando tardaba mucho en volver, ella misma le llevaba los víveres, más de lo que necesitaba, pues parte de estos víveres solía dárselos a los pobres que le visitaban.
Nunca se quejó Jadiya ni le reprochó nada a su esposo Muhammad, antes bien se sentía plenamente satisfecha cuando le veía feliz. Quizás sentía que Allah estaba preparando algo grande para él.
Así, cuando llegó este gran día, Muhammad se demoró en la cueva más de lo habitual. Jadiya tuvo la premonición de que algo había pasado. Mandó, pues, a llamarle. Al rato regresó Muhammad a su casa temblando y diciendo:
Cuando se hubo serenado, le contó a Jadiya lo sucedido en la cueva:
Jadiya no sintió temor al escuchar este relato y le dijo:
Jadiya conocía sus cualidades mejor que nadie y creía que era la persona más digna de recibir esta misión divina. Para tranquilizarle aún más, se fue a donde estaba su primo Waraqa bin Naufal, quien había abandonado la adoración de los ídolos y se había convertido al cristianismo. Éste hombre había oído de los judíos la eminente llegada de un profeta. Jadiya le dijo:
- Sí, todos los enviados que te han precedido han sido expulsados. Y si cuando llegue ese día estoy vivo, te ayudaré con todas mis fuerzas.
Esto hizo que Jadiya se entregase aún más en servir al Profeta (s.a.s), animándole a mantenerse firme en su divina misión.
Hasta tal punto estuvo Jadiya unida a esta responsabilidad profética de Muhammad, que un día el ángel Yibril le dijo a Muhammad:
Descendió la luz sobre la casa del Profeta y creyeron todos en él y le siguieron, soportando las penalidades que acarreaba la transmisión del mensaje divino.
Jadiya fue la primera persona que escuchó de labios del Profeta la Revelación. Y fue la primera en aprender a hacer el wudu y la primera en hacer la salah.
En el comienzo de la misión divina de Muhammad hubo enormes dificultades, pero Jadiya supo en todo momento mostrar su discreción, inteligencia y recato.
Se alegraba infinitamente a cada nuevo converso que aceptaba el Islam, y suplicaba a Allah para que mantuviera firme a su esposo.
Cuando le llegó al Profeta Muhammad la orden de su Señor de anunciar el mensaje públicamente, la vida en casa del Profeta (s.a.s) se volvió mucho más dura. Los idólatras de Mekka declararon la guerra a Muhammad y a sus seguidores. Primero empezaron con advertencias para que abandonasen el Din de Allah, pero cuando esto no dio resultado, pasaron a las torturas y el asesinato. Comenzó una insoportable persecución contra los nuevos adeptos.
El Quraish desarrolló la estrategia de atacar fundamentalmente a la casa del Profeta (s.a.s). Fue especialmente activo en este sentido su tío Abu Lahab. Lo primero que hizo fue ordenar a sus dos hijos, Utba y Oteiba, que se habían casado con dos de las hijas del Profeta (Ruqaiya y Um Kulzun), que las divorciasen, pensando que de esta forma desistiría el Profeta de su misión. Utba y Oteiba no sólo acataron el deseo de su padre, sino que también insultaron al Profeta y lo calumniaron. Por su parte, Jadiya contemplaba con tristeza lo que les había sucedido a sus dos amadas hijas. Pero lo que más le hacia sufrir era la actitud de la gente hacia Muhammad. No obstante, soportó todas las dificultades y tuvo ánimo para consolar a sus hijas, sabiendo que después de la dificultad viene la facilidad. Y así fue, pues Allah las recompensó casándolas con uno de los Compañeros más amado del Profeta, Uzman bin Afán (primero se casó con Um Kulzun, y a su muerte desposó a la otra hija del Profeta, Ruqaiya).
Después de haber recibido la Profecía, Jadiya tuvo un hijo al que llamaron Abdullah, y más tarde Attaib, pero murió siendo todavía un bebé. De nuevo Jadiya mostró una de sus grandes virtudes -la paciencia.
Su afán por ayudar y servir al Profeta (s.a.s) en su misión le hacía olvidar todas sus penalidades y sufrimientos.
Es difícil describir con palabras aquel ánimo inquebrantable ante las dificultades que sufría el Profeta. Fue su consuelo en todo momento.
Allah hizo de Jadiya el medio para disminuir el sufrimiento del Profeta, pues cuando éste oía cómo le difamaban o le desmentían, sentía una profunda tristeza, pero al llegar a casa, Jadiya le reafirmaba y le infundía nuevas fuerzas y nuevos ánimos para seguir su difícil tarea.
Por todo ello, Jadiya recibió la buena nueva de que Allah le había concedido una hermosa morada en el Paraíso. Dijo el Profeta:
En el año 8 después de comenzar Muhammad su misión, el Quraish acordó infringir un boicot contra el Profeta, su familia y sus tribus - los Bani Hashim y Bani Al Muttalib. Ni compraban sus mercancías ni les vendían las suyas, cortando toda posibilidad de matrimonios con otros que no fueran de sus tribus. Fue un boicot económico y social para acabar con la resistencia de los musulmanes.
Abandonaron sus casas y se fue Jadiya con su familia a Ash-shi'b, un lugar en Mekka entre las dos montañas, soportando el duro asedio al que fueron sometidos.
De vivir con holgura pasó a no tener ni casa. De ser ella la que constantemente daba comida a los necesitados, tuvo que pasar hambre, quedando exhausta. Sin embargo su fuerte iman y el gran amor que sentía por el Profeta y por su misión eran una fuente inagotable de donde manaba su paciencia y su sacrificio.
Lo que más le hacía sufrir no era su situación sino ver el sufrimiento del Profeta de la misericordia (s.a.s), pues pensaba que si la gente de Mekka le conociera tan bien como ella, o hubiera visto en él lo mismo que ella, le protegerían con su propias vidas.
Pasaron los tres años del boicot y cada día Jadiya estaba más débil. Tenía 65 años y escuchaba las palabras del Profeta con la certeza de que Allah le daría el triunfo. Sin embargo, Allah quiso que su papel en la vida de Muhammad llegase a su fin sin ver la victoria
Poco después moría su tío Abu Talib que tanto le había apoyado. Estas dos muertes mermaron la alegría que sintieron los musulmanes cuando acabó el asedió de los Quraish.
Jadiya había estado con el Profeta (s.a.s) cuando éste se encontraba solo, en los momentos más duros y críticos, cuando más necesitaba apoyo y consuelo. El Profeta no la olvidó ni un solo día de su vida. Solía decir:
Muhammad mantuvo siempre buena relación con la familia de Jadiya y sus parientes, alegrándose mucho cuando alguno de ellos le visitaba. Nunca sacrificaba un animal sin mandarles una parte. Aisha dijo una vez:
(Sahih Muslim)
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