El Asno Roñoso de la Cola Cortada / Mangy Ass with the lopped-off tail

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La Ascensión del Profeta Muhammad (sws)

El mi'raj, el viaje celestial de Muhammad(sws), es uno de los acontecimientos más relevantes de su misión profética, o de sus milagros. De esta experiencia interior no habló mucho, pues muy pocos eran los que podían percibir cuál era su naturaleza real. Así, se discutió en vano para saber si este viaje se llevó a cabo fisicamente o tan sólo en espíritu. Los que creían en un viaje físico no comprendían que el mi'raj era una visión, no un sueño, luego una experiencia mucho más fuerte que cualquier experiencia sensible, como lo sugiere el dicho: "Los hombres están soñando; cuando mueren despiertan". Parece ser que también dijo que estaba entre el sueño y la vigilia cuando el ángel fue a su encuentro. Aisha, su mujer, afirmaba que su cuerpo había permanecido en el mismo lugar.
Lo que hemos de retener es que el mi'raj, pese a las apariencias, nada tiene de relato

El Enviado de Dios, con él sea la paz, dice: El Arcángel Gabriel (1) apareció y me sacó del sueño. Me llevó a la fuente Zemzem y me hizo sentar. Me abrió el vientre hasta el pecho (2), y con sus propias manos me lavó las entrañas con agua de Zemzem (3). Con él estaba el arcángel Miguel, que sostenía un barreño de oro que contenía fe y sabiduría. Gabriel llenó con ellas mi pecho, y luego cerró la herida de tal modo que mi pecho quedó como estaba antes, sin que por todo ello sintiera yo el menor dolor. Entonces me ordenó que hiciese mis abluciones y me dijo que fuese con él. Le pregunté que a dónde, y respondió: "A la corte de nuestro Dios, el Señor del universo y de las criaturas".de las mil y una noches, sino que es el prototipo del ascenso del alma al mundo espiritual. Muchos místicos musulmanes han seguido más o menos la Vía trazada por el Profeta en el otro mundo. El caso más famoso es el de Abu Yazid al-Bistami, de quien se dice que, llegado al Loto del Limite, rechazó todas sus visiones como vanas ilusiones, a fin de acceder a Dios sólo, "volverse" a Dios.
Hay también los conocidos textos de 'Attar (El lenguaje de los Pájaros) y Sohrawardi (Relato del Exilio Occidental). En estos tres casos, el sujeto se describe a sí mismo en forma de un pájaro que vuela a los mundos suprasensibles. En Europa se conocieron muy pronto tradiciones del mi'raj por la traducción que se hizo al latín con el título de "Libro de la Escala". Este texto suscitó muchos relatos del mismo tipo, el más célebre de los cuales es la Divina Comedia de Dante.

La versión de la que proponemos aquí una traducción está sacada de una obra persa del siglo XII (520H) de 'Abdol Fazi Rashidoddín Meybodi, discípulo del famoso sufí Ansari, y se titula Kash ol-Asrar wa 'oddat al-abrar, más conocido con el título de Tafsir-e Khwaja 'Abdullah Ansarí (Editado por ‘Ali Asqar Hekmat, Teherán, Ibn Sina, T. V., 1338-9 h.). Se trata de una compilación de diversas tradiciones referidas por Anas Ibn Malik, Abu Sa'id Khadari, Abu Hureira, 'Aisha, ibn Abbas, etc., ordenadas y enlazadas para que constituyan un relato homogéneo (no obstante, hemos aplicado al relato algunos recortes menores a fin de aligerar ciertos pasajes de autenticidad dudosa o de interés secundario).
Por supuesto, ningún relato del mi'raj del Profeta tiene valor de testimonio seguro y completo. El Corán evoca el acontecimiento de manera lacónica, y, como para compensar ese silencio, los transmisores de tradiciones han añadido muchos detalles, tomados de otras tradiciones del Profeta.
 
 
Tomó entonces mi mano y me sacó fuera de la mezquita. Allí vi a Alborac, que estaba entre Safâ y Marwa (4). Era un cuadrúpedo parecido a un asno o una mula. Su cara era semejante a la de una mujer; tenía orejas como de elefante, unas crines como las de un caballo, patas parecidas a las del camello, cola de caballo y unos ojos como el planeta Venus; su lomo era de rubí escarlata, su vientre de esmeralda verde, y su pecho de perla inmaculada; tenía dos alas hechas de joyas resplandecientes, y llevaba en el lomo una silla tejida de oro y seda del paraíso. Gabriel dijo: "Oh Muhammad, siéntate en la montura que llevó a Abraham en peregrinación a la Kaaba" (5).
En cuanto le puso la mano en el lomo, Alborac se apartó. Gabriel la agarró de las crines, y oí un murmullo de perlas y rubíes. Entonces dijo Gabriel: "Cálmate, Alborac, y tranquilízate; ¿no conoces a Muhammad? Por Dios el Único, nunca profeta más querido por Dios se sentará en tu lomo". Cuando Alborac hubo oido sus palabras, sudó de confusión, agachó la cabeza y se echó en el suelo en señal de sumisión. Gabriel me sujetó al estribo para hacerse montar, y Miguel arregló mis ropas.

En camino, Gabriel iba a mi derecha, Miguel a la izquierda, y, delante, Rafael sujetaba las riendas. Alborac avanzaba a una velocidad prodigiosa sin dejar de comportarse según mi deseo; quería yo que avanzase, avanzaba; que saltase, saltaba; que se detuviese, se detenía.
Durante aquel largo camino oí una llamada que venía del lado derecho: "¡Muhammad, detente, he de hacerte una pregunta!". Por tres veces me llamaron, pero yo no hice caso y seguí mi camino. Por el lado izquierdo oí tres veces la misma llamada: "¡Oh, Muhammad, hay una pregunta para el Profeta!". Y otra vez pasé de largo sin ocuparme de aquello. Cuando estuve más lejos, vi a una anciana cubierta de joyas que decía: "¡Oh Muhammad, ven hacia mí!". No le presté atención y continué. Entonces pregunté: "Gabriel, ¿qué era la llamada que oí a la derecha?". Respondió: "Era la invitación de los judíos. Si hubieses acudido, tu pueblo habría sido el de los judíos. Y la llamada que oíste a la izquierda era la de los cristianos; si hubieses acudido, tu pueblo habría sido el de los cristianos. Y la anciana que has visto, con sus joyas y ornamentos, era el mundo. Si hubieses ido hacia ella, tu comunidad habría escogido el mundo en vez de la vida eterna" (6).
Llegué a un palmeral, y Gabriel me dijo: "Desmonta y haz la oración". La hice, y luego me dijo que aquel país era Yatrib (7). Después, llegué al desierto, y también allí me ordenó desmontar y hacer la oración ritual. Y me preguntó: "¿Sabes qué lugar es éste?". Dije yo: "Dios es más sabio". Respondió: "Es Medina, y allá están el Sinaí y la zarza en llamas". Después de esto llegue a una extensa llanura donde había fortalezas. Me dijo que hiciera la oración, cosa que hice, y luego me contó que aquel lugar era Belén, donde nació Jesús. En aquel momento tuve sed, y vi un ángel que llevaba tres copas, en una había miel, en otra leche, y en otra vino. Me dijo: "Escoge y bebe lo que quieras". Tomé leche y un poco de miel. Gabriel dijo: "Por tu naturaleza y la de tu pueblo, sientes inclinación por lo sano y lo bueno. Mas si hubieses bebido vino, habrías cometido una falta contra tu pueblo y vuestra naturaleza" (8). Y los ángeles proclamaron: "Salud a Ti, oh Primero, oh Último, oh Resurrector" (9).
Después de esto, vi un país triste, angosto y sombrío. De allí pasé a cruzar un país risueño, amplio y claro. Le pregunté a Gabriel: "¿Qué país era aquel, y cuál es éste?". "Aquél era el infierno, y éste el paraíso". Luego me tomó Gabriel de la mano y me llevó a una roca.
Llamó a Miguel, y Miguel llamó a todos los ángeles por sus nombres, para que hiciesen descender el mi'raj desde el paraíso hasta el cielo de este mundo, y desde el cielo de este mundo hasta Jerusalén. Y el mi'raj era semejante a una escala (10) con un extremo apoyado sobre la roca y el otro de crisolita verde. Y sus escalones, uno de oro, otro de plata, otro de rubí, y, luego, de esmeralda, y de perla.
Gabriel me puso en el primer escalón, y vi mil ángeles que cantaban la gloria de nuestro Señor muy amado, y cuando advirtieron mi presencia, me alabaron, y se acercaron a mí, anunciándome el paraíso para mi comunidad. Subí luego al segundo escalón, y vi dos mil ángeles de la misma clase; en el tercer escalón vi tres mil, y así sucesivamente hasta cincuenta y cinco escalones. Cuando llegaba a un nuevo escalón, los ángeles se multiplicaban hasta que llegué al cielo de este mundo. Las criaturas del cielo preguntaron: "¿Quién es éste?". "Es Muhammad" dijo Gabriel. "¿Está elegido para la profecía?", dijeron. "Si", respondió. Y ellos exclamaron: "¡Éxito para el y su pueblo! ¡Qué buen invitado!".
A nuestra llegada, los ángeles se regocijaron y se anunciaron entre sí la buena nueva, saludándome y acogiéndome. Vi grandes ángeles cuyo representante es Esmail, que los tiene a todos bajo su autoridad. Con él estaban otros setenta mil ángeles, y, como los setenta mil ángeles, otros cien mil, todos ellos guardianes del cielo. Contemplaba su multitud cuando Gabriel dijo: "los soldados de Dios no conocen otra cosa que a Él". Luego vi a un hombre hermosisímo y de naturaleza excelente, y le pregunté a Gabriel quién era. Me dijo: "Es tu padre Adán". Lo saludé y él me devolvió así el saludo: "Bienvenida a este hijo justo y al pueblo de este profeta justo. ¡Qué buen huésped ha llegado!"
Y vi las almas de los descendientes de Adán, que se presentaban ante él. Cuando pasaba el alma de un creyente, decía: "Alma pura y perfume puro. Poned su respaldo en el piso más elevado". Y cuando veía el alma de un no creyente, decía: "Alma impura, olor impuro y sucio, poned su respaldo en el piso más bajo del infierno".
Y según la tradición referida por Ibn' Abbâs (11), el Profeta había contado: "En el cielo vi un gallo de un blanco intenso; bajo su plumaje había plumas verdes, de un verde intenso; su cresta era del color de la esmeralda verde, sus pies se apoyaban en la séptima tierra y su cabeza en el trono supremo, y tenía dos alas tan grandes que, si las abría, recubrían Oriente y Occidente. Cuando hubo transcurrido parte de la noche, abrió sus alas, las agító y cantó esta oración: "Alabado sea Dios, Señor Santo. Alabado sea Dios, el Grande, el Altísimo". En el momento en que cantó, se pusieron a cantar y agitar las alas todos los gallos de la tierra, y cuando se detuvo y calló, todos los gallos de la tierra se detuvieron y callaron. Luego, cuando hubo transcurrido otra parte de la noche, batió de nuevo las alas y proclamó esta oración: "Alabado sea Dios Altísimo, el Sublime, el Inmenso, el Destinador. Alabado sea Dios y su trono elevado". Y otra vez lo imitaron todos los gallos de la tierra. En cuanto vi aquel gallo, deseé contemplarlo de nuevo (12).
Gabriel me llevó en sus alas al segundo cieloLa distancia entre el primer cielo y el segundo, dicen, era de quinientos años de viaje. Gabriel llamó para que los guardianes del segundo cielo abrieran paso. Preguntaron: "¿Quién va?". Respondió: "Gabriel". "¿Y quién hay contigo?". "Es Muhammad". "¿El profeta de Dios?". "Sí". "¡Bienvenido aquel al que se esperaba! ¡Qué buena visita!". Vi a dos jóvenes en el segundo cielo. Gabriel me dijo: "Uno es Juan Bautista, el otro es Jesús. Son primos, salúdales". Los saludé y me respondieron: "Bienvenida al hermano justo y al profeta justo". Luego me llevó al tercer cielo, y todo ocurrió de la misma forma. Vi a José, el que ostenta la Hermosura. Lo saludé y me respondió con estas palabras: "Bienvenida al hermano justo y al profeta justo". Luego me condujo al cuarto cielo. Allí vi a Enoc, que me acogió en los mismos términos, y yo recité esta aleya del Corán: "Accedió a una dignidad muy elevada". Luego me condujo al quinto cielo, en el que vi a Aarón (13) y lo saludé. Me respondió de igual forma y me acogió calurosamente.
Según M.B. Ishaq, el Profeta dijo: "En el quinto cielo vi ángeles mitad de cielo, mitad de fuego", y todos decían: "Dios puede conciliar la nieve y el fuego. Así establece la amistad entre los creyentes". Tras esto, me llevó Gabriel al sexto cielo. Vi a Moisés, le saludé, y él me respondió. Cuando le dejaba se puso a llorar. "Moisés, ¿por qué lloras?", le dije. Respondió: "Lloro a causa de este hombre de cuyo pueblo entrará en el paraíso más gente que del mío". En el sexto cielo vi una morada que llaman la Morada gloriosa. Es el lugar donde los escribas y secretarios consignan el  Corán que Gabriel les enseña. Dios glorioso los llama "los emisarios nobles e íntegros" (Corán 30, 15). Después de esto me llevó al séptimo cielo. Los ángeles eran tantos allí, que no había el más mínimo lugar en que hubiera uno en oración, derecho, inclinado o prosternado. Y vi a Abraham (14) y le saludé. Me respondió en estos términos: "Bienvenida al hijo justo y al profeta justo. Trae a tu pueblo contigo para aumentar el número de árboles del paraíso, cuya tierra es pura y amplia". Luego recité estas aleyas del Corán: "Los más cercanos a Él son los que han obedecido a Abraham y al Profeta". Y en el séptimo cielo vi la Morada Edificada (bayt al ma'mur), entré en ella e hice la oración. Ante ella había un mar en el que entraban por grupos los ángeles; luego, volvían a salir y se sacudían. Y de cada gota creaba el Todopoderoso un ángel que hacía la peregrinación a la morada edificada.
También vi un ángel sentado en un trono con algo parecido a un vaso delante de él; en su mano había una mesa cubierta de inscripciones de luz que él escrutaba sin apartar nunca la cabeza ni a derecha ni a izquierda, como alguien que está pensativo y triste. Pregunté: "Gabriel, ¿quién es?". Me dijo: "El ángel de la muerte, Muhammad. Tal como ves, está siempre absorto en su trabajo, que eternamente consiste en apoderarse de las almas". Le dije: "Gabriel ¿todo aquel que muere lo ve?". "Sí", dijo. "Pues entonces la muerte es un asunto grande y difícil". "Sí, Muhammad, pero lo que sucede después de la muerte es un asunto más grande y más difícil".

Y, acercándome, anunció: "He aquí a Muhammad, profeta de Misericordias, el Enviado de los árabes". Entonces le saludé y me devolvió el saludo, mostrándome sus atenciones y sus gracias. "Muhammad, regocíjate de todo el bien que veo en tu comunidad". Dije: "Gracias a a Dios, el Dispensador me favorece". Luego, pregunté: ''¿Qué es la mesa que contemplas?". "En ella está escrito el destino de los seres", respondió. "Está decretado que yo examine el destino de cada cual y que cuando llega a su fin le tome el alma". Yo dije: "¡Alabado sea Dios! ¿Puedes tomar desde aquí el alma de los seres de la tierra sin moverte de tu morada?". "Si -respondió-, el vaso que ves ante mí es semejante al universo, y todas las criaturas de la tierra están ante mis ojos. A todos los veo, y mi mano a todos alcanza; así, cuando quiero, puedo arrebatarles el alma".
Seguí más allá del séptimo cielo hasta que llegué al Loto del Límite, un árbol inmenso. Un árbol plantado en el suelo, de tamaño extraordinario, más dulce que la miel y más delicioso que la nata. Sus hojas eran tan grandes como orejas de elefante. Del pie de este árbol salían cuatro ríos (15), dos aparentes y dos ocultos (bâtin). Gabriel dijo: "Los dos ríos aparentes son el Nilo y el Éufrates; los dos ríos secretos corren en el paraíso". Vi una luz cegadora que brillaba en aquel árbol, y una mariposa viva de oro, así como una multitud de ángeles cuyo número sólo Dios lo sabe. Gabriel me dijo: "Muhammad, ve delante". Dije yo: "¡Oh, no! Tú primero". Gabriel dijo: "Para Nuestro Dios Bienamado, eres tú más querido, y más digno que yo de avanzar". Entonces pasé delante y Gabriel seguía mis pasos, hasta que llegué al primer velo de los velos del Umbral del Todopoderoso. Gabriel tiró el velo diciendo: "Soy yo, Gabriel, y está conmigo Muhammad". Desde el otro lado del velo un ángel proclamó: "Dios es el más grande", luego pasó la mano por debajo del velo y me atrajo a sí, mientras Gabriel quedaba tras el velo. Le dije: "Gabriel, ¿por qué te quedas?" (16). Me dijo: "Muhammad, es éste el lugar que me corresponde, éste es el límite de la ciencia de las criaturas; el saber de las criaturas no puede extenderse más allá; llegado a este punto se detiene".
En un abrir y cerrar de ojos, el ángel me llevó de aquel velo al segundo, separado por una distancia de un siglo de viaje. De igual forma llamó, diciendo que era el guardían del primer velo y que Muhammad le acompañaba. El ángel del segundo velo exclamó: "¡Dios es grande!", pasó la mano por la cortina, me hizo pasar al interior, y en un abrir y cerrar de ojos me condujo al tercer velo, distante tres siglos de camino. Y así sucesivamente fui conducido al velo setenta. La anchura de cada velo equivalía a quinientos años de viaje; entre dos velos, la distancia era también de quinientos años. Dicen que estos velos están hechos de luz y tinieblas, de agua y nieve, y dicen también que algunos de estos velos son de perlas, otros, de mariposas de oro. (Según otra tradición, Gabriel estaba con él cuando atravesó estos velos).
Entonces vi una cortina verde (17) colgada de una cornisa, y su luz era tan brillante que eclipsaba a la del sol. Gabriel me puso en la cornisa y dijo: "He vagado por todos los pisos del paraíso, de arriba abajo, hasta que fui colocado en este trono. Contempla el Trono, la tabla guardada y los porteadores del trono divino y de los misterios de Dios, el Magnífico". Cuando llegué a esta estación fui acogido por Dios Todopoderoso.
Muhammad(sws) recibió revelaciones, contempló lo que contempló, y oyó lo que oyó. Fue testigo del estado (maqâm) de Proximidad divina. Su alma conoció el estado de des-cubrimiento de los misterios (mukâshifah); su corazón conoció el gozo del Testigo de Dios (mushâhadah). Su espíritu probó la dulzura de la Visión, y su secreto (sirr) llegó al estado de Unión. Al contemplar este universo, lleno de temor respetuoso, de majestad, de orden y de divinidad, perdió conciencia de sí mismo. Quedó perplejo y agachó la cabeza. De esto nada puede explicarse con palabras, y ni el espíritu ni el alma pueden concebirlo. Quedó estupefacto y perdido hasta que una gracia emanada del Umbral del Gran Señor, del Señor de la Gloria, que devolvió el orden a su corazón, le echó una mirada y le testimonió sus gracias y favores. Dios le dijo: "Mi profeta posee la fe en Mi libro, y ha transmitido Mi mensaje en la verdad, con rectitud, con exactitud" (18). Cuando Muhammad hubo oído aquellas palabras de gracia que Dios le prodigaba, y fue testigo de aquella bondad, se recobró y se irguió, su cuerpo se unió a su corazón, su corazón a su alma (jân), y su secreto a su yo sutil (zamir). Volvió a sentir ánimo, recobró el uso de la lengua y se acordó de su pueblo. Dijo esta aleya: "Y todos los creyentes tienen fe en Dios y Sus ángeles, en Sus libros y Sus Profetas. Y no hacemos ninguna distinción entre Sus profetas, como hacen los judíos y los cristianos" (19).
El profeta(sws) contó: "Después que hubimos cambiado confidencias con Dios, y que Él me hubo colmado de sus bondades, el que gobierna el universo ordenó: "Muhammad, vuelve a la tierra, di lo que has de decir y lleva el mensaje que has de llevar. Guarda esta cortina verde para que te cubras con ella y seas, por ella, elevado hasta el nivel del Loto del Límite".
Cuando volví al Loto del Límite, Gabriel me dijo: "Regocijate de la acogida, de la bondad, de la gracia y de la dignidad que has recibido por parte del Todopoderoso. Nunca un ángel de los más cercanos, ni ningún profeta misionado, llegó hasta la morada espiritual (manzilât) a la que has llegado, y nadie ha visto lo que tú. Da gracias a Dios Altísimo, sé agradecido, pues Él ama a los que Le dan las gracias". Entonces le referí a Gabriel una parte de las maravillas de la potencia divina que habia visto en tan alto lugar; le hice parte de aquel océano de agua, de fuego, de luz y de otras cosas, y él me dijo: "Son los baldaquines de Dios Altísimo, en medio de los cuales se encuentra el Trono. Si no hubiese esta pantalla, sus luces, y el resplandor de sus velos de oro, aniquilaría a todas las criaturas y muchas otras maravillas tan extraordinarias como nunca has visto". Yo exclamé: "Alabado sea Dios, el Inmenso, las maravillas de su creación son incontables". Pregunté: "Gabriel, esos ángeles que he visto en aquella mar inmensa, dispuestos en tantas filas, y cuya esencia parece de pura luz, ¿quiénes eran?". Gabriel dijo: "Eran los espirituales (ruhaniân), de los cuales dice el Señor Todopoderoso: El día de la resurrección, las almas y los ángeles estarán en filas". "Gabriel, he visto una muchedumbre inmensa en la mar altísima, que estaba ordenada por encima de todas las dignidades y se encontraba alrededor del Santo Trono. ¿Quiénes son aquellos seres?". Me dijo: "Son los querubines, los más nobles y más grandes entre los ángeles, Muhammad. Su misión es demasiado considerable para que pueda yo comprenderla o conocer su secreto".
Después de esto, Gabriel me tomó de la mano y me condujo a la puerta del paraíso para que yo lo viera, con sus grados y las moradas de los creyentes, los lugares que les estaban destinados y a dónde habían llegado. En la puerta del Paraíso había escrito esto: "Por una limosna diez veces la recompensa; por un préstamo, dieciocho veces". "Gabriel -dije-, ¿cómo es que prestar es mejor que dar limosna?". Y él dijo: "Porque el mendigo siempre pide dinero, lo necesite o no. Pero el que pide prestado sólo lo hace impulsado por la necesidad".
Luego entré en el Paraíso: vi casitas y castillos de nácar, de rubí y de esmeralda; las paredes eran de ladrillo de oro y plata, el suelo era de almizcle oloroso y el revestimiento era de azafrán. Vi un árbol de ramas de oro, hojas de seda, tronco de perla, y raíz de plata. Vi unos riachuelos, uno era de agua, otro de leche, otro de miel y otro de vino. También vi un río inmenso cuya agua era más blanca que la leche, más dulce que la miel y más perfumada que el almizcle; las piedras de su lecho eran perlas y rubíes. Gabriel dijo: "Muhammad, son el Kawthar y el Tasnim, a los que el Todopoderoso ha concedido la gracia de hacerlos tuyos. Su fuente está situada bajo el Santo Trono; por cada palacio, casa o mansión solariega de las moradas del paraíso pasa un brazo de estos ríos, de tal manera que se mezclan miel, leche y vino. Dicen que hay una fuente en la que beben los servidores de Dios y se vuelven luminosos por su luz".
Salí del Paraíso y deseé ver cómo era el infierno. Vi un ángel de rostro muy feo, cruel, iracundo y amargo. Sentí miedo de él y le pregunté a Gabriel: "¿Quién es ese, que al verlo soy presa de temor y espanto?". Gabriel me dijo: "No es asombroso, pues todos nosotros, los ángeles, sentimos ante él el mismo temor y espanto. Es Malik, el señor del infierno; en él no fueron creadas ni alegría ni felicidad, y jamás sonríe". Y le dijo: "Malik, éste es Muhammad; es el último profeta de los tiempos, el enviado de los árabes". Él, entonces, me miró, me saludó y cumplimentó y me anunció el paraíso. Le dije: "Dime cómo es el infierno". Respondió: "Lo cocieron mil años hasta que se puso al rojo, lo cocieron mil años hasta que se puso al blanco, lo cocieron otros mil años hasta que se puso negro. Ahora es negro, tenebroso como una montaña de fuego, y en él la gente se mata y se devora. Mohammed, si a un anillo de esta cadena de fuego lo pusieran sobre una montaña de la tierra, la quemadura fundiría la montaña como si fuera estaño, y llegaría hasta las entrañas de la tierra". Yo dije: "Malik, muéstrame una parte del infierno". Entonces me abrió un rincón de él: una llama de las llamaradas de la hoguera surgió negra y tremenda. El humo cubrió los horizontes, que quedaron sumidos en tinieblas. Sentí un espanto inmenso ante aquella cosa horrible, tanto que no puedo expresarlo. Viendo aquello, perdí el conocimiento, y Gabriel tuvo que sostenerme y ordenó a Malik que devolviera a su sitio aquel trozo del infierno (20).
El Profeta se alejó de aquel lugar, Gabriel lo tomó en sus alas y lo bajó al séptimo cielo. Encontró de nuevo a Moisés, que le dijo: "¿Qué te ha ordenado Dios Altísimo para tu comunidad?". Respondió: "cincuenta oraciones rituales cada día y cada noche". Moisés le dijo: "Muhammad, yo he visto a los hombres, los he conocido y puesto a prueba; los de tu comunidad son débiles y no tienen la capacidad de someterse a cincuenta oraciones. Vuelve y pide a Dios una reducción". Entonces se volvió Muhammad y pidió una reducción de diez oraciones. Volvió con Moisés y volvieron a hablar. Moisés le dijo otra vez lo mismo: su comunidad no tenía capacidad suficiente para cuarenta oraciones. Volvió atrás de nuevo y pidió otra reducción, y obtuvo diez oraciones menos. Después de haber ido cuatro veces a pedir una reducción, volvió a Moisés, y ésté le mandó de vuelta tras haberle repetido las mismas palabras. Muhammad se volvió y pidió una última reducción, de tal suerte que las cincuenta oraciones quedaron en cinco. Después de hacer ido cinco veces, y haber reducido a cinco las oraciones, Moisés le dijo otra vez que volviese atrás y consiguiera una reducción mejor. Entonces dijo Muhammad: "Después de todo esto me da vergúenza volver a la carga". Aceptó las cinco y se sometió (21). Luego, cuando dejó a Moisés, oyó una voz tras de sí: "He consolidado Mi orden y he perdonado a Mi servidor. Y el día en que creé el cielo y la tierra, hice obligatorias para tu pueblo cinco oraciones, y lo que he decretado no cambia, y recompensa cincuenta veces cada día de oraciones, diez veces cada acto bueno".
Según algunas tradiciones, el Profeta dijo: "Cuando volvía al cielo terrenal, miré bajo el cielo y vi polvareda y humo, y oí un canto hechizante. Pregunté: "Gabriel, ¿qué es eso?". "Son los demonios", dijo, "que se ponen ante los ojos de los hijos de Adán y les cierran las facultades de pensamiento y de reflexión para que no piensen en el mundo espiritual del cielo y de la tierra. De no ser así, ¿qué maravillas podrían contemplar?". Luego me llevó Gabriel con el pueblo de Moisés, aquel del que dijo el Todopoderoso: "Hay, en el pueblo de Moisés, un grupo que conduce la gente a Dios", y les hablé. Después de esto, volvimos al Templo de Jerusalén, a cuya puerta seguía estando Alborac. El Profeta montó, con Gabriel, que le condujo de vuelta a La Meca, y, allí, lo devolvió a su lecho (22). Aún quedaban varias horas para que terminase la noche. Gabriel dijo: "Muhammad, cuéntale a tu pueblo todo cuanto has visto entre los grandes signos y los poderosos misterios del Dios de Gracia". Muhammad dijo: "Gabriel, me tratarán de mentiroso y no me creerán". Gabriel respondió: "¿Y qué te importa a ti si ellos no creen?"
Notas
1-Gabriel, Miguel y Rafael son tres de los cuatro o cinco grandes ángeles enviados a los hombres. A Gabriel se le identifica las más de las veces con el Espiritu Santo, el Logos cuya revelación le fue transmitida al Profeta en forma de Corán. Rafael es el ángel del socorro y la guía espiritual (es él quien sujeta las riendas en el texto), pero según otras fuentes, este papel le corresponde a Miguel.
2-Según otras tradiciones, el Profeta sufrió esta operación en su infancia.
3-El Zemzem es la fuente milagrosamente descubierta por Ismael y su madre Hagar, la sierva de Abraham. Sigue manando cerca de la Kaaba, y su agua es sagrada.
4-Son dos montículos de La Meca que señalan una etapa importante en las deambulaciones rituales de la peregrinación.
5-Alborac, animal fabuloso, corresponde, a mi entender, a la facultad de imaginación activa que le permite al iniciado visionar, visualizar, las verdades metafísicas en su aspecto sensible, como formas puras, así como desprender del mundo material formas ideales pero no menos reales. Así el Espíritu Santo toma el rostro del Angel, y la ciudad de Jerusalén es contemplada en su forma arquetípica. No obstante, esta facultad no puede abrirse sin la intervención de una gracia sobrenatural, sin lo cual amenaza llevar a la locura o a la perdición. Por eso, primero, Alborac está agitada, y luego se calma ante la exhortación del Angel. Entonces, Muhammad, haciendo uno solo con su montura, empieza a evolucionar por el espacio terreno, o más bien por el reflejo imaginal de ese espacio, en la parte inferior del doble barzakh, al que toda forma terrena envía su imagen. Por eso durante el camino podrá ver la imagen de una caravana que se dirige concretamente a La Meca. Más tarde, después de haber dirigido la oración en Jerusalén, alcanza una región más elevada del barzakh, donde contempla, ya no el reflejo espiritual del mundo, sino aquel mundo de las formas-arquetipo del que los seres terrenales no son más que sombras hundidas en la materia. Allí descubre un aspecto del infierno provisional reservado a los malos antes de su comparecencia al Juicio Final y su condenación definitiva. Finalmente, en el estadio último, ya no hay Alborac, pues el encuentro con Dios no requiere la misma facultad visionaria sino que se produce tras pasar por los velos de tinieblas y los velos de luz, que evocan la noche de los sentidos, la aniquilación y supraexistencia.
6-Entiendo que la llamada de los judíos que viene de la derecha significa el rigor del dogma que conduce al farisaimo. La llamada de los cristianos a la izquierda, la religión del puro espíritu, que conduce a la trampa de las vanas especulaciones teológicas sobre la naturaleza de la trinidad, la divinidad de Cristo, etc... Los judíos quieren confundir a Muhammad, como habían hecho con Jesús, haciéndole preguntas que incumbían a la Ley exotérica. Los cristianos quieren hacerle una de aquellas preguntas que por aquel entonces habían dividido a la Iglesia suscitando disputas bizantinas.
7-Es el nombre antiguo de Medina, a donde emigraron los primeros musulmanes. Curiosamente, la misma ciudad aparece más adelante con su nombre nuevo.
8-Según otra tradición, le presentaron vino, agua y leche. El ángel le dijo: "Has sabido elegir la veradadera naturaleza primordial (fitrah). Dios salvaguardará por ti a tu comunidad". Según otra tradición, dijo: "Si hubieras escogido el vino, tu comunidad se habría extraviado, y si hubieses elegido el agua, se habría dispersado". Según Ibn 'Arabî, la leche simboliza siempre el conocimiento, el vino simboliza la ebriedad y el amor espirituales, y el agua la pureza receptiva del alma (cf. La Sagesse des Prophétes, de Ibn 'Arabí. Traducción y comentarios de Titus Burckhardt, París 1979, p. 160). Después de que le hayan lavado las entrañas, y que haya pasado la prueba de las tres tentaciones y las tres copas, Muhammad ha alcanzado el grado de pureza, de dominio y de sabiduría requerido para dirigir la oración de todos los profetas en la Jerusalén celestial. El hecho de dirigir la oración no señala realmente superioridad con respecto a los demás enviados, sino que más bien indica que, a partir de ahora, el Islam está consagrado como religión universal, con el privilegio que le corresponde en cuanto último mensaje divino y última revelación del pasado, a las que culmina y lleva a la perfección. No obstante, algunos místicos proponen otra interpretación: "Un día -cuentan- un grupo de místicos de la época habían venido a visitar a nuestro maestro Jalaluddin Rûmî. Uno de ellos le preguntó cuál era el misterio contenido en la tradición del profeta: "Dios Altísimo tiene un licor que ha preparado para sus santos: cuando lo han bebido, están embriagados, y cuando se sienten bien, se vuelven locos, etc.". Para saber cuál era aquel líquido, Rûmi respondió: "Cuando Muhammad (que Dios lo bendiga y le dé la Paz) recibió el favor particular a que alude el Corán con sus expresiones "a la distancia de dos tiros de arco o incluso más cerca", dominó las partes eminentes de las verdades, contempló con el ojo de la inteligencia la belleza y la perfección del Ser Supremo Único; tras haber descubierto las sutilezas indecibles y haber profundizado en los secretos de los tesoros inefables, le fueron enviadas por el Altísimo dos copas de luz, una llena de vino puro y otra llena de leche fácil de absorber, y se le indicó que debía escoger entre aquellas dos copas. El Profeta dijo: "He escogido la leche (para mí), y he ocultado el vino para los mejores de mí nación". En efecto, aquella época era el comienzo de los juicios traídos por los reglamentos de la ley canónica, y el refuerzo la base de las órdenes de la vía religiosa; conservó la copa mostrando el mundo de la verdad para los místicos de su nación y los espíritus distinguidos de su comunidad; del perfume agradable de aquel vino viene que algunos santos perfectos se desmayen durante los éxtasis y descubran (a los demás) los secretos". Aflaki: Les Saints des derviches tourneurs (trad. Cl. Huart, París, 1918, p. 179).
9-Con la Peregrinación a Jerusalén, que es también un viaje en el tiempo de las fuentes históricas del monoteísmo, comienza el viaje en la dimensión vertical, que lo conducirá a la fuente metafísica del monoteísmo: el frente a frente con Dios.
10-La palabra mi'raj, de origen etíope, significa escala, y, por extensión, ascensión.
11-Uno de los más célebres transmisores de tradiciones, contemporáneo del Profeta.
12-Esta ave extraordinaria es el arquetipo celestial de todos los cuerpos terrenales, la forma primordial cuya visión no puede percibirse más que con la imaginación activa. Su canto consiste en una alabanza a Dios. Según el Corán, toda criatura, excepto el hombre, está en constante estado de adoración.
13-En el Islam, a Aarón, hermano de Moisés, se le considera investido de misión profética.
14-Los profetas, así como el orden de su encuentro, varían según las tradiciones. Abraham ocupa el lugar más alto como fundador del monoteísmo.
15-Según algunos comentadores, estos cuatro ríos son las realidades ideales de la Forma y la Sustancia, de la Corporalidad y la Materia. También pueden significar los cuatro elementos de la Materia Prima (tierra, agua, fuego, aire).
16-Gabriel está obligado a detenerse allí porque sólo el hombre tiene el poder de elevarse tan alto. Tal poder dimana del riesgo que ha asumido de tomar una condición material que igualmente le permite caer más bajo que ninguna criatura.
17-En el simbolismo esotérico de los colores, después del negro luminoso de la aniquilación en Dios (fanâ) viene el verde esmeralda de la supraexistencia en Dios (baqâ). El verde es, pues, el color de la perfección.
18-Este pasaje evoca un principio importante de la mística islámica. Lo único que Dios espera de un ser es que cumpla escrupulosamente el trabajo que le ha encomendado. Sólo a condición de esto puede el hombre conformarse al deseo divino y recibir todas las gracias que se desprenden del contentamiento de Dios. Para él, ese conocimiento es el único fin y la más alta felicidad interior. Muhammad nunca apuntó a otra cosa que cumplir perfectamente su misión. Incluso en este instante inefable encuentra fuerza para recordarlo y aboga por su pueblo allí donde cualquier otro se hubiera sumido en el éxtasis, olvidándolo todo. Muhammad nunca aludió a su categoría espiritual; estaba totalmente sometido al designio divino, que aprendió a realizar sin añadirle ni quitarle nada, considerando suficiente el título de "servidor".
19-Señalemos que la tradición no dice qué vio de Dios el Profeta, sino que refiere solamente un diálogo. Más tarde, a los que le preguntarán, dirá que vio a Dios "con el corazon".
20-Mientras que la primera imagen del infierno era muy concreta, la segunda, en su simplicidad, es mucho más terrible, como si Muhammad hubiese vislumbrado la nada causada por el alejamiento del Principio.
21-El número cinco tiene una importancia particular en la tradición islámica: los cinco pilares de la fe activa, los cinco elegidos (Muhammad, 'Ali, Fátima, Hussein y Hassân), las cinco oraciones diarias, la estrella de cinco puntas y la mano de Fátima.
22-Según ciertas fuentes, el viaje fue tan breve en tiempo terrenal, que cuando el profeta volvió a encontrarse en su habitación acababa de vaciarse una jarra que se había caído en el momento en que Gabriel lo sacó del sueño.

Fuente: El Islam
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Cualificaciones requeridas para el aspirante en el Sendero del Sufismo

Da prioridad a lo que Dios y su Enviado dan prioridad y pon en último lugar lo que Dios y Su Enviado sitúan lo último

Bismillahir Rahmanir Rahim
En el Nombre de Dios Clemente Misericordioso

- Debes velar el pecado de la mentira por la vestimenta de la lealtad, y el de la traición mediante el vestido de la fidelidad, la hipocresía por la sinceridad, los malos tratos del carácter por las virtudes nobles, los actos reprensibles por el manto de los actos loables y todo vil defecto por el manto de una cualidad elevada.
- Es preciso tapar la entrega a las “causas segundas” con una adhesión total del ser a la Unicidad divina; la confianza en las creaturas por la confianza en Dios, y la ingratitud con el reconocimiento del Benefactor.

Por otra parte, tú te engalanas del “ornamento de Dios” revistiéndote de los rasgos de caracteres o virtudes loables, tales como:
- Observar el silencio sobre lo que no te concierne.
- Desviar tus ojos hacia lo que es ilícito mirar.
- Examinar escrupulosamente los actos de tus miembros.
- Inspeccionar minuciosamente los actos que has cometido en el pasado y lo que han registrado los “nobles escribanos”.

Debes:
- Estar satisfecho aunque sea poco lo que te encuentras para tu subsistencia.
- Escrutar los hábitos de tu alma.
- Practicar asiduamente la demanda del perdón y la recitación del Corán.
- Respetar las reglas de conveniencia que nos vienen del Profeta.

Es preciso:
- Que te familiarices con las virtudes de los piadosos.
- Que concentres tus esfuerzos en lo que atañe a la religión y la piedad filial.
- Que seas bondadoso con tu vecino y sacrifiques tu honor.

Tú debes dar prueba de abnegación, es decir:
- Sacrificarte para proveer las necesidades de las criaturas.
- Comportarte con bondad tanto con el amigo como con el enemigo.
- Mostrar modestia y ternura
- Soportar los agravios que recibas.


 Abstente de:
- Prestar atención a los errores de los hermanos.
- Debatir las divergencias que te diferencien de los Compañeros y los que nos han precedido entre los grandes hombres.
- Frecuentar a los indolentes a menos que sea para llamarles a su deber o para invocar a Dios entre ellos.
- Escrutar los “eventos” (al-a´rad) y los “signos de Dios” (ayat Allah).
- Detractar a los pecadores apartados de la comunidad de Muhammad -sobre Él la Gracia y la Paz-.
- Tomar a la fuerza (ocupar a mano armada) salvo cuando son infringidos los interdictos divinos.

Es necesario que:
- Despojes tu corazón de la ira y el rencor.
- Perdones la injuria –o sea, no irritarte cuando tengas motivos.
- No te unas a los que dan importancia a los infundios sobre los hombres honorables.

Debes:
- Proteger a las mujeres (ahl al-sitr).
- Respetar a los doctos y a los hombres de religión.
- Honrar a los ancianos y a las personas de carácter noble, sean musulmanes o sean infieles, según el límite legal aplicable a los unos y a los otros
- Respetar las reglas de conveniencia en atención a Dios y de toda persona muerta o viva, presente o ausente.
- Rechazar o repeler la calumnia que alcance la reputación de un musulmán.
- Tener cuidado de no hablar demasiado -de ser pedante o locuaz-, pues quien mucho habla dice no importa el qué.
- Respetar a los mayores.
- Ser bondadoso con los apocados o débiles y compasivo con los humildes.
- Visitar a los desguarnecidos y consolarlos con bondad y generosidad, las buenas palabras y la buena dirección.
- Mostrarte hospitalario.
- Pronunciar la fórmula de salutación en voz alta.
- Ser caritativo con los hombres, según el límite legal.
- No vituperar, ni maldecir, ni difamar o injuriar.
- Recompensar lo que te hagan de mal con el bien
- “Ser un consejero sincero para con Dios, Su Enviado, los que guían la comunidad y los simples creyentes”.

Guárdate de:
- Desear el mal a nadie.
- Injuriar expresamente a un servidor de Dios que esté muerto o vivo, pues el que está vivo aunque sea un infiel resulta que tú ignoras como acabará y en cuanto al que ha fallecido tú no sabes como terminó.
- Reprochar de sus pasiones a los que las tienen.
- Pretender mandar sobre quien sea.
- Oprimir a tus niños para hacerles servir a tu interés personal.

Además:
- Procura evitar que la gente mancille tu oído con noticias que murmuren sobre ti o de otros, susceptibles de importunarte o perjudicarte.
- Ama a todos los creyentes, los que hacen el bien, en consideración de su amor por Dios y Su Enviado y no les detestes con el pretexto de que están enemistados contigo, o por cualquier otro motivo. Esta recomendación, el Enviado de Dios –sobre Él la Gracia y la Paz- me la ha dado en mi sueño al respecto de una persona que había denigrado a mi shaikh y que por esta razón yo detestaba. Yo vi entonces al Profeta cuando dormía, que me decía: “¿Por qué le detestas? Y yo respondí: “¡Porque desprecia y critica a mi shaykh¡ Él me respondió: “¿No sabes tú que él ama a dios y que me ama? “Sí”, le dije, y él me replicó: “Por qué entonces no has de amarle en consideración a su amor por mí, en vez de execrarle con el pretexto de que detesta a tu shaykh? Yo le respondí: “¡Oh, Enviado de Dios, que excelente maestro eres! Has llamado mi atención sobre algo en lo que yo era negligente!

Asimismo:
- No te regocijes de lo bien que hable de ti la gente, incluso aunque lo merezcas, pues ignoras si esto te restará o si te será desposeído.
- No te distingas de los creyentes dejando aparecer las virtudes excepcionales a menos que tú seas de los que, en razón de su función en la comunidad, deben servir de modelo a los demás.
- No manifiestes humildad en tu comportamiento exterior dejando caer tus espaldas y brazos a tierra, a menos que esto coincida con tu estado interior.
- No busques la riqueza en este bajo mundo.
- No te inquietes del que ignora tu rango espiritual, bien al contrario, conviene que a tus propios ojos tu no tengas ningún rango.
- No busques imponer el silencio a fin de que se te escuche y no te ofusque ninguna respuesta que vaya en tu contra.
- Muéstrate paciente por Dios y con Dios: “Sé indulgente con los que invocan a su Señor mañana y tarde por deseo de ver Su cara y no desvíes tu mirada de ellos por buscar lo brillante de este bajo mundo. No obedezcas a aquel cuyo corazón hemos hecho indiferente a nuestro recuerdo, que sigue sus pasiones y cuyo comportamiento es desarreglado. Dí: La Verdad viene del Señor, que el que quiera creer crea y quien no, no crea” (Corán, 27-28).
- Imponte ser justo, pero no exijas que lo sean contigo.
- Toma la iniciativa de saludar cuando te encuentres con musulmanes y devuelve siempre el saludo al que te salude, muy alto para que te entienda.
- Ponte en guardia de censurar a los ricos cuando son avaros o a los hijos de este bajo mundo cuando se disputan las riquezas, y de codiciar lo que poseen.
- Ruega a favor los que detentan el mando y no en contra, aunque sean culpables.
- Combate tu alma y las pasiones, pues son tus más grandes enemigos.
- Evita retrasarte en las marchas y pasea el primero.
- No causes perjuicio a los jefes religiosos y no aportes testimonio contra la gente de la qibla con murmuraciones que son susceptibles de alejar al que te escucha.
- Abstente de polemizar sobre las disputas que hayan estallado entre los Compañeros –Dios esté satisfecho de ellos- y más generalmente al respecto de los muertos que hayan recibido la sanción de los actos que hayan incumplido.
- Evita las controversias concernientes al Corán y la predestinación.
- Aleja de ti la compañía de la gente que sigue a sus pasiones y de los innovadores que atentan contra la religión y los soberanos.
- Debes extirpar de tu corazón la concupiscencia, la envidia, la vanidad, y velar en no manifestar estos atributos fuera de los casos previstos por la Ley.
- Únete a la comunidad pues “el lobo no come más que a las ovejas solitarias”.
- Desconfía del apresuramiento, salvo para cinco cosas: cumplir las oraciones al inicio del día, hacer el peregrinaje cuando las condiciones se cumplan, ofrecer alimento a tu huésped antes de entablar conversación, preparar los funerales del muerto y casar la hija virgen cuando es núbil.
- Despliega todos tus esfuerzos para aconsejar a los servidores de Dios, bien sean musulmanes, infieles o politeístas, con sabiduría y diplomacia.
- Suprime las causas de negligencia y vela en el cumplimiento de las oraciones de la manera más perfecta.
- Vela sobre tu alma en la demanda de las cuentas, rechaza la ignorancia en las investigaciones científicas y sé favorable a cualquier búsqueda científica.
- Sé esplendoroso en la utilización del bien (que Dios te ha concedido).
- Aleja de ti las pasiones y la “morada de las ilusiones”.
- Debes creer que precisas odiar tu “alma” (nafs) la cual, entre los hombres de Dios (ah Allah), designa todo pensamiento vituperable.

Es necesario:
- Que repares las iniquidades.
- Que corrijas la avidez.
- Que despliegues todos los esfuerzos para restablecer la paz entre los que disputan entre sí, pues Dios restablecerá la paz entre Sus servidores en el día de la Resurrección.
- Que hagas caer la duda.
- Que seas constante en tu vigilancia y el temor.
- Que no te inquiete nada sino Dios, amar y odiar en Dios, mostrar amor por la familia del Enviado de Dios, y la amistad por los que son piadosos.
- Que llores mucho, implores a Dios, reces día y noche, rehuyas el reposo y te muestres humilde en consideración de Dios en toda circunstancia.

Debes de:
- Reprimir la tristeza y la ansiedad de la existencia pensando en el reconocimiento que te incumbe hacia el Benefactor por los dones que te ha otorgado.
- Tender hacia Dios en toda circunstancia.
- Ayudar a los demás a practicar la piedad y la creencia en Dios.
- Responder al Enviado, asistir al oprimido, responder al que te pide auxilio, salvar al que está en grave apuro, calmar la pena del que está sumergido en la tristeza.

Además:
- Con el nuevo día practica la oración nocturna, o mejor aún, pasa toda la noche en oración.
- Piensa en la muerte, visita frecuentemente las tumbas y no profieras palabras inconvenientes cuando te las encuentres; ruega por los difuntos y acompaña a su cortejo fúnebre, delante si vas a pie, detrás si estás sobre una montura.
- Acaricia la cabeza de los huérfanos, visita a los enfermos, da limosna, ama a la que gente que hace el bien.

Respecto a Dios:
- Invoca el nombre de Dios permanentemente, vigila tu alma y pídele cuenta de tus actos exteriores e interiores.
- Familiarízate con la Palabra de Dios, sé prudente ante lo que escuches y lo que mires.
- Sobrelleva pacientemente las sentencias de Dios, pues estás bajo Su mirada, pues él ha dicho: “Sobrelleva el decreto de tu Señor pues tú estás bajo Nuestros ojos” (Cor 52:48)”, da la preferencia al orden divino y busca todo lo que es susceptible de acercarte a Él. Encamina toda tu energía en lo que place a Dios y Le satisface. Debes aceptar el decreto (qada) pero no necesariamente lo que está decretado.
- Es necesario recibir lo que viene de Dios con alegría, estar satisfecho de tu relación de vasallaje hacia Él, estando con Él, pues Dios esta con Sus servidores donde quiera que estén.
- Es necesario liberarse de las cosas vanas, mostrarse paciente en las pruebas, renunciar a lo que te es lícito, ocuparte de lo que es más importante en el momento presente, buscar el paraíso con deseo y fuerza en tanto que él es el lugar donde contemplarás a Dios -¡que él sea Exaltado!

También:
- Acompaña con benevolencia a los que son probados.
- Conversa con los indigentes y estáte a su lado en el lugar de su pobreza.
- Ayuda al que se encuentre en estado de necesidad.
- Ten el corazón íntegro.
- Ruega por los musulmanes en secreto.
- Sirve a los pobres.
- Sacrifícate por los demás –pues es entonces cuando contrarías a tu alma cuanto tú la sirves realmente.
- Regocíjate del bienestar de la comunidad y aflígete de su corrupción.
- Da prioridad a lo que Dios y su Enviado dan prioridad y pon en último lugar lo que Dios y Su Enviado sitúan lo último.
Autor: Ibn Arabi.
Fuente: WebIslam

Extracto del Libro de la Filiacion Espiritual, de Hz. Ibn al Arabi (ks).
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Ibn Arabí, precursor de Carl G. Jung y el inconsciente colectivo

Del mandato hermético “Conócete a ti mismo” al hadiz: “Yo era un Tesoro oculto y quise ser conocido”

La obra escrita del gran místico Ibn Arabí es tan inmensamente profunda y variada, que aún resulta imposible conocer la dimensión riquísima y poliédrica que encierra en sus vastos océanos. Cada tratado u opúsculo nacido de su cálamo es una perla de sabiduría, de tal modo que todos ellas unidos, cada una de los quinientos cincuenta contabilizados por el Dr. Osman Yahyá, configuran también un collar de preciosa espiritualidad, que cual plumas de un águila, permiten una vez interiorizadas alzar el vuelo hacia los más remotos confines del universo y su reflejo: ese microcosmos que es el hombre.

Dos diamantes refulgen de entre los tesoros de su cofre literario, como es bien sabido: Futuhat (Las Revelaciones de la Meca) y Fusus al hikam (Los engarces de la sabiduría), y a ellas recurriremos a lo largo de este artículo, necesariamente conciso, para tratar de demostrar que siete siglos antes de que el gran psiquiatra suizo Carl G. Jung asombrara al mundo con su concepto de inconsciente colectivo, un místico andalusí y universal ya había hablado de ello, empleando otro lenguaje, dentro de un contexto personal e histórico por completo diferente, pero apuntando en la misma dirección y hacia el mismo lugar que Jung. Al fin y al cabo, éste reconoció en su célebre ensayo “Arquetipos e inconsciente colectivo” (editorial Paidós) que para él arquetipo “era sinónimo de Idea en el sentido platónico”, y de hecho, en cierto sentido volvió a reformular a Platón.

Pero era lógico que la filosofía occidental, que desgraciadamente no enseña en sus manuales de filosofía los valiosísimos aportes que a ese río vertieron los grandes sabios islámicos, no se acordara que antes de la escuela neoplatónica del Renacimiento, o entre los propios escolásticos medievales, ya habíase reformulado al filósofo griego entre los pensadores musulmanes, y que posiblemente quien mejor lo interpretó y reformuló desde las claves islámicas fue el así llamado Ibn Aflatún: el hijo de Platón, Ibn Arabí.

Y desde esta perspectiva, también es lógico que no lo hiciésemos en España, su patria de origen y la de otros muchos sabios que en su época despuntaron en los más variados campos del Saber, pues tradicionalmente –y para nuestra desgracia- tampoco los hemos incorporado a nuestro acervo cultural, perteneciéndonos, y ni siquiera apenas se nombra en nuestras universidades. Por ignorar, hasta ignoramos que en el mundo islámico se consideró y sigue considerando a la España andalusí como una segunda Grecia. Creo que no existe país en el mundo que haya gozado de semejante privilegio como fue el esplendor cultural andalusí –un Renacimiento precedente de hecho del Renacimiento italiano-, y luego lo haya menospreciado con tanta soberbia como ignorancia y fanatismo. Una muestra más de la España negra que no transmuta sus sombras.

De la alquimia como transmutación interior
Afirma Carl G. Jung en el epílogo de su tratado Paracélsica (editorial Nilo-Mex, p. 139): “Desde hace mucho he comprendido que la alquimia es no sólo la madre de la química, sino el estado previo de la actual psicología del inconsciente. De este modo, vemos a Paracelso como un precursor de la medicina química, y además de la psicología empírica y de la terapéutica psicológica”.

Y a lo largo de sus páginas va desgranando las aproximaciones que este médico alquimista suizo realizó en torno a ciertos conceptos susceptibles de ser interpretados como precursores del inconsciente, de modo que concluye que el de “aquaster” es el que más se le aproxima, dado que “el `Mare nostrum´ de los alquimistas es la propia oscuridad, lo inconsciente (…) Para los Padres de la Iglesia no puede ser de otro modo, ya que este fondo oscuro es el mismo mal, y si un rey está metido allí es porque ha caído a causa de su propia inclinación al pecado. Pero los alquimistas se adhieren a una concepción más optimista: el fondo oscuro del alma no contiene el mal, sino a un rey capaz de redención, y necesitado de salvación” (op. cit. p. 85).

En seguida comentaremos estos párrafos, detengámonos antes en esta última conclusión junguiana: “Si el `opus alchimicum´ pretendió una igualdad de derechos con el `opus divinum´ de la misa, no fue por causa de una desmesura grotesca, sino por el hecho de que una naturaleza cósmica y desconocida que reclama su admisión, no era tenida en cuenta por la verdad eclesiástica. Paracelso supo, anticipándose a la época moderna, que esta naturaleza no era sólo químico-física sino también psíquica” (p. 103).

Pero muchos siglos antes que Paracelso, ya lo supieron todos los filósofos herméticos griegos que bebieron de la sabiduría egipcia, pues no en vano, el propio Ibn Arabí calificó a ese primer Hermes de la Tradición que fue Idris (el patriarca Enoc para los cristianos y judíos) como el “profeta de los filósofos”. Ya en mi ensayo “Origen alquímico de la homeopatía y terapia floral: de Egipto a Platón, de al-Ándalus a Edward Bach” analizo cómo los grandes filósofos griegos –Pitágoras, Demócrito, Empédocles, Platón, Aristóteles, así como buena parte de los neoplatónicos y neopitagóricos…- fueron eslabones de la “áurea cadena” de la alquimia, y que formularon sus respectivas filosofías desde el riquísimo matriz del hermetismo, cosa que también sucedió con buena parte de los sabios islámicos, desde Ibn Sina o Al-Farabí a Ibn Rushd, por ejemplo (y disculpe el lector que mencione mi ensayo, pero no hay otro donde se demuestre este hecho con tal abundancia de argumentos demostrables).

De modo que Paracelso representó, qué duda cabe, una cumbre de la alquimia europea de su tiempo. Pero tampoco él –como su paisano Jung, aunque en menor medida- mencionó que había bebido de las fuentes andalusíes, donde la alquimia refulgió como nunca gracias a la poderosa llama del sufismo. Ya llegaremos a este punto crucial. De momento, vemos cómo Carl G. Jung se percata de algo que la alquimia había ido experimentando y comprobando desde sus inicios en la nebulosa de los tiempos: que las transmutaciones de la materia se operan primero dentro del alma, y que dicha transmutación no es posible sin un profundo conocimiento de uno mismo, ese mandato hermético que Sócrates convirtió en máxima de su filosofía.

Y he aquí que el primero que define al hombre como microcosmos es Demócrito, mas en los textos sagrados de la Biblia ya se afirma que el hombre había sido creado a imagen y semejanza de Dios, quien al inicio de los tiempos, cuando Su espíritu flotaba sobre las aguas, separó la luz de las tinieblas: he ahí el aquaster. Y he ahí la genial intuición del psiquiatra suizo de identificarlo como precursor del inconsciente, o la Sombra, como él mismo lo definió. Pero no fue Jung el creador de este concepto –sombra- a nivel filosófico, pues de hecho, ya lo hallamos en el mito de la caverna de Platón, y muchos siglos después, en otro filósofo muy distinto que introdujo en Occidente el concepto hindú de karma: Shopennhauer. Y antes que en éste, y desde otro prisma distinto y directamente conectado con el hermetismo, vemos la sombra como concepto filosófico en Ibn Arabí.

Por su parte, Jung definió a la Sombra en la reedición tercera de su ensayo Las relaciones entre el Ego y el inconsciente, ya en 1938, como “ese aspecto negativo de la personalidad, la suma de todas esas cualidades `displacenteras o incómodas´ que nos gusta esconder, junto con las funciones subdesarrolladas y los contenidos del inconsciente personal”. También identificará al Mal como la sombra arquetipal. Su famoso método de individuación consistirá en que el Yo, nuestra conciencia, vaya aumentando cada vez más su conocimiento integrando todos los arquetipos que, como ladrillos, han ido construyendo nuestra personalidad desde sus cimientos, hasta llegar a ese centro superior de la psique que denomina el Sí-Mismo. Es decir, propone con otras palabras lo mismo que había formulado la filosofía hermética desde su nacimiento, y que en Ibn Arabí adquirió unas proporciones mayúsculas, en tanto que cumbre del sufismo de su tiempo.

De hecho, esa necesidad de conocerse a uno mismo para poder operar las transmutaciones internas necesarias constituye la medular del hermetismo y del gnosticismo, que al irrigar tanto a la filosofía griega como al cristianismo primitivo, permitió que aquella minoría que quisiera entrar por la puerta angosta del conocimiento, penetrara en su recinto dorado sin salir de sus respectivos ropajes externos. Pues durante toda su historia, y hasta Ibn Rushd –quien separó la hikma de la falsafa, es decir, lo iniciático y mistérico de la raíz de la filosofía, como bien indicó el Prof. Lomba Fuentes-, la alquimia fue al enseñanza más secreta y oculta de dicha Filosofía, y ésta trató siempre de explicar al hombre las grandes preguntas de la existencia y los caminos de su elevación. (Hoy en día, la filosofía del relativismo que impide formular juicios sobre la realidad ha conducido a la filosofía occidental al nihilismo del callejón sin salida. En ese entonces, por el contrario, se trataba de acercarse a la Realidad).

De ahí que, una vez que el cristianismo se erige en la religión triunfante de aquellos primeros siglos confusos de nuestra Era, algunos filósofos neoplatónicos no dudaran en convertirse a él, como el Pseudo-Dionisio o Sinesio de Cirene, quien llegaría a ser obispo de Ptolemaida –y egregio alquimista, por cierto-, pues ambos comprendieron que el mensaje profundo de transmutación del alma que preside el mensaje de Jesucristo no era incompatible con Él, aunque sí cada vez más con sus representantes eclesiásticos en este mundo de la generación y la corrupción.

Por eso los alquimistas que no quisieron permanecer en la corteza de la enseñanza religiosa cristiana, fueron conscientes de que su alma podía transmutarse –si conocía sus sombras y las transmutaba en luz-, y erigirse en rey siguiendo ese mandato bíblico que reza que el hombre está llamado a ser dueño, rey y señor de la Naturaleza. Y creemos que la incomprensión del mundo europeo en general –salvo excepciones- hacia el mundo islámico procede precisamente de no reconocer que también en el seno del Islam se produjo este mismo fenómeno, y que tanto los sufíes como los shiíes no sólo heredaron el conocimiento gnóstico-hermético, sino que lo elevaron a unas cotas de esplendor nunca antes conocidas: precisamente, al-Ándalus fue esa última llamarada de luz antes de que el fuego secreto de la alquimia quedara diluido al arribar a Europa. Y aquí es donde jugó un papel de primer orden nuestro sabio Ibn Arabí, quien ha sido estudiado y reconocido desde varios ángulos y en todas las culturas del mundo, pero aún no lo suficiente desde la perspectiva de la alquimia. Quiera Dios que este artículo –necesariamente conciso, repito- sirva para abrir puertas en ese sentido. In sha Allah.

Del matrimonio místico con los astros y las letras
Cuenta el místico murciano en sus Futuhat (I, 8), que al entrar en Bugía en pleno Ramadán del año 597 H., tuvo un precioso sueño que quiso someter a la opinión de un sabio oneirocrítico, quien al oír cómo el desconocido le revelaba que esa misma noche se había desposado con los astros del cielo y todas las letras del alifato proclamó: “¡Esto es un océano cuya profundidad no es posible alcanzarla! Al que ha tenido esta visión le será revelada una tal cantidad de conocimientos altísimos, de las ciencias esotéricas y de las virtudes ocultas de las estrellas, como a ningún otro de su tiempo se le han revelado”!

Y en efecto, creemos que Ibn Arabí ejemplificó en vida lo mismo que predicó en sus obras: el Hombre Perfecto, el Insan Kamil, ese anthropos teleios que la filosofía hermética había erigido en cumbre de su ideal desde mucho antes de la llegada del cristianismo. Por eso, y desde nuestro máximo respecto y admiración por la obra del maestro Asín Palacios –con quien el arabismo español estará siempre en deuda- no podemos estar de acuerdo con él cuando propone en su El Islam cristianizado (un estudio sobre el sufismo de Ibn Arabí), que la doctrina de éste sobre el Hombre Perfecto no es sino un eco cristiano del dogma teándrico (editorial Hiperión, p.115).

Llegados a este punto, y una vez puestos sobre la mesa los distintos hilos argumentales que después habremos de enhebrar como un todo lógico, se impone transcribir ya en cuál de sus textos Ibn Arabí nos habla de eso que siglos más tarde Jung reformularía como “inconsciente colectivo”. En el Fusus, lógicamente, ese precioso tratado revelado por el propio Profeta Muhammed –s.a.s- con la orden expresa de que fuera publicado para beneficio de los hombres, y motivo por el que el místico murciano determinó que no fuera editado junto a ninguno otro de sus libros. Y decimos “lógicamente” porque en él nos revela la enseñanza de los veintisiete profetas que le precedieron, desentrañando las claves más profundas de sus respectivos mensajes procedentes de la Fuente divina. Esa misma cadena profética está estrechamente ligada con la alquimia, tal y como también desveló otro de los hombres más perfectos de su tiempo: el gran filósofo y alquimista Yabir Ibn Hayyán, discípulo de Yafar as-Sadiq, sexto Imán del shiísmo, y a nuestro entender, la persona sobre la que recae el misterioso enigma del Pseudo-Empédocles árabe, pues que fue él, (y, como recordará el lector avisado, fue Alí b. Abi Tabib, yerno del Profeta –s.a.s.- quien afirmó que “la alquimia es hermana de la profecía”).

He aquí otro hilo que, al atarse debidamente, permite comprender por qué motivo Ibn Arabí –que no oculta la influencia recibida de Ibn Masarra, discípulo del mencionado Pseudo-Empédocles- fue luego acogido con los brazos abiertos por todo el shiismo, los ismailíes y los ishraqiyyun de al-Sohrawardi. Fue en su escuela de Basora en el siglo VIII d.C. donde más se estudió la correspondencia de las letras con los astros, entre otras muchas perlas herméticas debidamente engarzadas con la sabiduría y la preciosa poética del Islam. En todas estas materias, al-Ándalus resplandecería como un rubí en un cofre o un granado florido en pleno mes de septiembre. Y desde esta perspectiva, se comprende mejor cómo ese resplandor no procedió de una inexistente filiación shií, sino de la propagación de la filosofía hermética en el seno esotérico del Islam: el sufismo.

Vayamos al texto. Dice así:

“Debes saber que aquello a lo que se dice: la alteridad del Verdadero, o bien lo denominado de otra manera el Mundo, es en relación al Verdadero lo que la sombra al individuo; y así, es la sombra de Allah. Y es la misma atribución de existencia al mundo, pues la sombra tiene sin duda carácter para el sentido, pero cuando hay allí algo sobre lo que pueda proyectarse. Y aunque puedas suponer la no existencia del lugar para la sombra, podrás al menos decir que es una realidad inteligible, mas sin existencia para el sentido. Estará en potencia en la identidad del individuo al que se le atribuya. El lugar donde se proyecta esta sombra iláhica es aquello a lo que se dice el Mundo: es el conjunto de las actualizaciones de los posibles. Sobre esas determinaciones se extiende esa sombra y a partir de ella son sus percepciones según la Acción de la Identidad que, a su vez, es expansiva”. 
(Ibn Arabí, Los engarces de la sabiduría, ed. Hiperión, p.51)

Entramos de lleno en el terreno de la metafísica, pero por lo pronto, ya hallamos dos términos con los mismos sentidos que posteriormente emplearía Carl G. Jung: sombra, y proyección, concepto con el que expresa aquello que el individuo no reconoce dentro de sí, en la concha-receptáculo de su conciencia: “Todo aquello que no se reconoce, se proyecta”, afirmará el psiquiatra suizo.

Por eso el sufismo y la teosofía de la luz de los místicos persas –quienes, a su vez, habían reformulado el mazdeísmo de Zoroastro y su fuego- hablan continuamente de luces y de espejos. En Ibn Arabí, aparece todo ello en los dos primeros capítulos del Fusus, y por supuesto, también en el Futuhat (I, 163; IV, 430). Porque es el espejo quien refleja aquello que nosotros no reconocemos en nuestro interior, y al rebotar, es proyectado hacia el exterior, en el otro. En el texto arriba transcrito, aparece el Mundo como sombra de esa Luz divina, Fuente de toda fuente, incluida Su propia sombra, reflejada en esta esfera sublunar que llamamos Tierra. Y especifica claramente, que el mismo fenómeno acontece con el individuo, porque como es Arriba, es Abajo, y ya Hipócrates había establecido la analogía entre el hombre y la Tierra, aunque para fines medicinales, como efectivamente haría toda la tradición de la alquimia vegetal desde mucho antes que Paracelso, que bebió de ella y sólo citó a algunos de sus más insignes eslabones para criticarlos, como es el caso de Ibn Sina o Al-Razi.

Y afirma también Ibn Arabí que ese lugar donde mora la sombra, aunque supongas que no existe “es una realidad inteligible”, y que se halla en potencia en la identidad del individuo. Porque para actualizarla, debe visitar el interior de su tierra, para rectificar hasta hallar dentro de ella la piedra oculta (y éste será el acróstico de la palabra vitriolo: visita interiorem terrae rectificando invenies occultam lapidam). Y de ahí el ahondar en el conocimiento de uno mismo, depurándose, separando la luz, de la escoria; el oro, del plomo, lo sutil, de lo denso; la sabiduría, de la ignorancia. O hablando en clave mitológica: los doce trabajos de Hércules.

Ya Platón habló en sus Leyes de cómo las inteligencias de los cuerpos celestes debían recibir el sacrificio por parte de los hombres. Quienes lo interpretaban literalmente, efectuaban sólo los sacrificios externos; quienes lo hacían internamente, aplicaban el auténtico sentido del mismo: sacer facere, es decir, hacer sagrado, elevar al hombre hasta la Divinidad, transmutándose mediante la alquimia interior, reconociendo y rectificando (de hecho, la rectificación es una de las primeras fases de la Obra alquímica). E Ibn Arabí –que a ese acto de participar en la creación divina lo llamará imaginación- reformula esta máxima del conocimiento interior, y por eso, en el siguiente párrafo ya habla de la importancia de la luz para iluminar aquellas estancias que no reconocemos como propias:

“Es por Su Nombre la Luz por el que acontece la percepción, así como también es por el que se despliega esa sombra sobre las actualizaciones de los posibles, sobre la imagen de la ausencia desconocida. ¿No ves cómo es natural en las sombras tender inevitablemente en su color a la negrura, como haciendo referencia a su ambigüedad?, y es por la lejanía de la adecuación entre ellas y los individuos a que corresponden” (op. cit. p.51).

El Espejo y su reflejo: como es Arriba, es Abajo
El tema del autoconocimiento no fue sólo abordado en el mundo islámico por Ibn Arabí o la escuela del Pseudo-Empédocles. Ya Al-Farabí, por ejemplo, en su Libro de la concordia entre Platón y Aristóteles propone una cosmología que, en un sentido profundo, invita a ser interpretada desde la máxima hermética, pues al fin y al cabo, también él fue hijo de Hermes. Todo el conocimiento que el Creador tiene de Sí Mismo procede de Él en tanto que primer principio, el Uno, de donde emana la primera de las Inteligencias…Y en ese mismo acto de conocerse ya genera una Inteligencia segunda que la imita –es decir, que también se conoce a sí misma- produciendo con ello el Alma del primer cielo. A partir de aquí se desencadena una escala de esferas celestes que al conocerse a sí mismas producen la siguiente esfera, y en este orden: cielo de las estrellas fijas, esfera de Saturno, Júpiter, Marte, Sol, Venus, Mercurio, Luna y, finalmente, la Tierra.

De todo este orden de las esferas reflexionarán muchísimo todos los filósofos islámicos, y por supuesto, los andalusíes. Pero habría que reflexionar hasta qué punto la famosa revolución andalusí contra el orden propuesto por Ptolomeo –ahí el alquimista, astrónomo y filósofo sevillano Yábir Ib Aflah y otros…- no procedía de un criterio astronómico en el sentido actual del término, sino puramente místico. Y hasta qué punto esa reflexión última no procedía de las experiencias personales en sus respectivos laboratorios, rodeados de alambiques, fuelles, retortas, pelícanos, alcoholes, plantas y metales…Pues ése era el más profundo sentido de la alquimia, aunque el mundo profano de entonces y de ahora, sólo entreviera la “proyección” de su propio inconsciente: la transmutación del plomo en oro para obtener la riqueza material. Quien quiera que lea los libros de Ibn Arabí se percata de cómo él y todos los alquimistas y sufíes se desasían de toda cosa creada para buscar afanosamente la sola riqueza espiritual, incluso renunciando a los llamados “carismas”.


La cosmología de Ibn Arabí será expuesta en otra ocasión. De momento, y en aras de lo que perseguimos en este artículo, bástenos saber que asignaba a cada uno de los cielos planetarios su respectivo profeta, desde a Abraham a Adán, quedando Idris –el patriarca Enoc para los cristianos y judíos- en la esfera del Sol porque, a su entender, representa al primer “gran espiritual”, al hombre divino por excelencia. ¿Y dónde queda el Profeta Muhammad –s.a.s- en este orden de las esferas? En tanto que Sello del ciclo profético, representa el atributo de la Totalidad y símbolo del Árbol del Universo. Por consiguiente, es el Hombre Perfecto, a imitar por todos los creyentes que pretendan la transmutación de sus sombras en luz. Los cristianos de la Edad Media colocarían a Jesucristo –que en Ibn Arabí ocupa la esfera de Mercurio- como el Rey redentor, pero a los efectos alquímicos significa lo mismo: es el espejo que rescata a nuestro rey interior, a aquel permanece en el mar del inconsciente como una llama de luz en potencia.

Aunque ya en su Libro del nocturno viaje hacia la Majestad del más generoso Ibn Arabí nos había narrado su ascensión extática por las esferas celestes, el tema será desarrollado sobre todo en ese capítulo del Futuhat llamado, precisamente, “La alquimia de la felicidad” (Futuhat II, cap. 167, pp. 356-375). Un filósofo y un teólogo ascienden juntos y van recibiendo la sabiduría propia de cada una de las esferas partiendo desde la Tierra, pero el primero se queda sólo con los reflejos que en el mundo sublunar produce cada esfera, mientras que el teólogo, además, es instruido por cada uno de los profetas con iluminaciones esotéricas. Y así como el filósofo sólo puede llegar a la esfera de Saturno, el teólogo ascenderá más allá del Loto del Límite, más allá de la incorruptible esfera de las estrellas fijas, más allá de la esfera del Zodíaco, y la del Escabel del Trono divino –símbolo de Su infinita misericordia y justicia-, para arribar hasta el mismo Trono de Dios, ya en éxtasis, donde contempla el mundo espiritual de las ideas platónicas, e incluso esa niebla primigenia existente antes de la separación de la luz y las tinieblas en el primer día de la Creación.

Por lo tanto, el mundo sublunar tan rico en diversidades es la Sombra, y el gnóstico ha de retornar a la Unidad primigenia: “Desde la unicidad de Su mismo Ser Sombra, Él es el Verdadero, pues Él es siempre Uno, y el Único. Y en la multiplicidad de las imágenes, Él lo es Todo. Advierte y verifica lo que te he aclarado” (p.52), afirmará en este mismo capítulo dedicado a José. Y prosigue en unas claves que hoy algunos la denominarían junguianas: “¿Es que acaso no ves la sombra unida al individuo desde el que se extiende, siéndole imposible romper esa unión? A la cosa le resulta imposible desatender lo que es su identidad. Esfuérzate por conocer tu propia determinación, es decir, el resultado de qué actualización eres, por saber quién eres, cuál es tu ipseidad y cuál tu relación al Verdadero, qué es aquello por lo que eres Verdadero y aquello por lo que eres Mundo y alteridad y diferente, y todas las demás cuestiones que tienen semejanza con éstas. Es aquí donde los sabios se distinguen entre ellos: los hay que son sabios y los hay que son aún más” (op. cit. p.52).

Es decir, invita al hombre a saber qué grado de conocimiento de sí mismo posee (“tu propia determinación”), y qué conjunto de proyecciones posee aún como Sombra (“aquello que eres Mundo y alteridad y diferente”), dado que, como bien se dice en el Sagrado y Noble Corán “Quien se conoce a sí mismo, conoce a su Señor”. Pero ese conocerse, advierte Ibn Arabí un par de párrafos después, no consiste sólo en conocer Sus Nombres: “Toda la existencia es imaginación en imaginación. Y la Existencia Verdadera es Allah, en Su especificidad y en Su actualización, y no en tanto a Sus Nombres, ya que Sus Nombres tienen dos aplicaciones: la primera, su determinación, que es la Identidad por ello denominada; y la segunda, su significado por el que cada Nombre se diferencia de los demás, distinguiéndose…” (op. cit. p.53).

Lumen gloriae
La luz de los místicos musulmanes resplandeció de tal manera, que los más sinceros filósofos europeos no tuvieron ambages en reconocer su supremacía sobre los filósofos latinos, tan como hicieron Alberto Magno y Roger Bacon, dos destacados alquimistas de su tiempo, el primero ávido lector del zaragozano Ibn Bayyá, también hijo de Hermes, a quien cita –a veces literalmente- en algunas de sus obras.

El propio Santo Tomás, filósofo y alquimista, confiesa que para buscar fuentes sobre el problema de la iluminación, no recurrió a los Santos Padres de la Iglesia, sino a Ibn Sina, Al-Farabí, Ibn Bayyá (Avempace) o Ibn Rushd (Averroes), cuya teoría de la visión beatífica acepta por completo como la más adaptable a la visión de Dios por aquellos gnósticos que habían subido por la escala. Asimismo, al explicar Santo Tomás la claridad como una de las dotes del cuerpo glorioso, claridad que fluye del alma al cuerpo si previamente se ha llenado de luz, redunda en algo ya explicado por el propio Ibn Arabí en su Futuhat (I, 418, 1.9), quien a su vez lo había tomado seguramente de los teósofos de la luz: los ishraqíes. Todos ellos se refieren a lo mismo: al vencer el hombre a sus propias sombras, reconociéndolas, rectificando y transmutándolas, se va produciendo esa alquimia interior que lo inunda paulatinamente de luz.

¿Leyó Carl G. Jung a Ibn Arabí?
No parece descabellado suponerlo, toda vez que la publicación en 1919 del hermosísimo ensayo de Asín Palacios La escatología musulmana en la Divina Comedia produjo tan alta conmoción en el mundo intelectual europeo que fue inmediatamente traducida a casi todas sus lenguas. El hecho debió interesar sin duda alguna a ese espíritu inquieto y ávido de sabiduría como fue el sabio psiquiatra suizo, quien al leerlo, tomaría contacto con las enseñanzas de Ibn Arabí, que el gran arabista español insertó en su libro para demostrar la influencia directa de éste sobre el Dante.

Respecto a Jung, algunas fechas parecen coincidir de modo curioso. Obsérvese que fue R.A. Nicholson, el profesor de árabe de la Universidad de Cambridge, quien publicó por vez primera en 1911 una traducción inglesa del Tarjuman al aswar, y esperó hasta 1921 –el mismo año de la traducción inglesa del libro de Asín Palacios, que recibió elogios unánimes por parte de la crítica anglosajona-, para publicar textos y estudios sobre Ibn Arabí y Abdelkarim Gili en su Studies in Islamic Mysticism, así como el Masnawi de Rumí. Sin duda alguna, el mundo intelectual europeo sintió que ese mundo de influencias mutuas que existió entre el Cristianismo y el Islam apenas había sido explorado en todas sus dimensiones. Por esas fechas, Jung ya se había separado de las tesis limitantes de Freud, y había ido reeditando y añadiendo nuevas reflexiones a su interesantísima obra. Seguramente, el concepto de Sombra lo tomaría prestado de Platón, pero no descartaríamos en absoluto que en algunos aspectos de su doctrina fuera enriquecido por las ideas de Ibn Arabí, sin mencionarlo (como en su día hizo Paracelso), pero siendo consciente de que la hondura de sus propias tesis lo conectaba con él. Mas fue una sincronía, como el mismo Jung afirmaría empleando un término propio de una de sus más sabrosas teorías, dado que el Fusus aún no se había traducido, aunque sí un buen resumen de la teosofía akbarí en el estudio de Nicholson.

Por más que los pescadores de perlas de sabiduría arrojemos nuestras redes al océano de la obra del místico andalusí, una vida entera no bastaría para extraer ni la mitad de sus tesoros espirituales.
Autor: Ángel Alcalá Malavé.
Fuente: WebIslam

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Deformación semántica del término árabe ŷihād

Durante la última década, el término árabe ŷihād se ha convertido en un elemento habitual en el lenguaje relativo al mundo islámico. Buena prueba de ello es que la RAE ha incluido esta palabra en la última edición de su diccionario bajo la forma «yihad», asignándole género femenino y con el significado de «guerra santa de los musulmanes»1 . No cabe duda de que esta vulgarización del yihad guarda relación directa con el ascenso del islam al primer plano de la actualidad política internacional y, en particular, con el fenómeno del terrorismo islamista, que acapara buena parte de la atención de los medios de comunicación durante los últimos años, en especial desde los atentados del 11-S.

El protagonismo reciente del yihad se ha traducido en una interesante proliferación de publicaciones monográficas, sobre todo en el ámbito anglosajón, tanto británico (R. Bonney, 2004) como, sobre todo, norteamericano (D. Cook, 2005; M. Bonner, 2006; J. Kelsay, 2007), que se añaden, así, a importantes trabajos anteriores, entre los que destacan el de R. Firestone (1999) y el ya clásico de M. Khadduri (1955). Este saludable fenómeno editorial y académico se ha visto acompañado de otros “efectos colaterales”, bastante menos edificantes. En efecto, la violencia de las organizaciones radicales islamistas ha reactivado la muy rancia caracterización del islam como doctrina intrínsecamente violenta y agresiva y de los musulmanes como extremistas, fanáticos y, ahora, además, terroristas2. Pese a su manifiesta identificación con intereses ideológicos y políticos, este discurso, que atribuye a la propia naturaleza de las creencias musulmanas el origen de la violencia terrorista de las organizaciones islámicas extremistas, tiene, también, representantes académicos3. En contra de este discurso anti-islámico e islamófobo se erige el que, también desde hace tiempo intenta, en gran medida infructuosamente, rebatir dicha caracterización, oponiéndole la idea del islam como religión pacífica y contraria al uso de la coacción en materia religiosa. Como es natural, la mayor parte de esta producción apologética se vincula al ámbito confesional musulmán, siendo un buen ejemplo de ello el opúsculo El Corán y la guerra, del ulema egipcio Mahmūd Saltūt (1893-1963), que fue rector de la Universidad cairota de al-Azhar, publicado originalmente en l9484.


Frente a la relativa abundancia de monografías dedicadas al análisis doctrinal y jurídico del yihad en el ámbito anglosajón, otras tradiciones académicas no han conocido desarrollos similares. En el caso de la francesa, tan destacada en el ámbito de los estudios árabes e islámicos, aparte del breve y antiguo trabajo de E. Fagnan (1908) apenas pueden citarse las monografías de J.-P. Charnay (1986) y A. Morabia (1993), a lo que cabe añadir la más reciente de J. C. Robert (2002) sobre las normas de reparto del botín. De manera similar, la tradición italiana no ha producido más que dos estudios monográficos (Scarcia-Amoretti, 1974 y Vercellin, 1997). Más patente, aún, es la ausencia de interés en nuestro país, dada la ausencia de una monografía que aborde los aspectos básicos de este concepto islámico. Lo existente se limita a aproximaciones parciales en forma de artículos5, junto a otros trabajos aparecidos en publicaciones académicas pero realizadas sobre material exclusivamente bibliográfico6. Frente al muy incipiente tratamiento de los fundamentos doctrinales y jurídicos generales del yihad (Maíllo, 1983 y 2003; García Cruz, 2004), un buen número de investigadores han abordado el concepto desde una perspectiva histórica, analizando su papel en el caso específico de al-Andalus, entre ellos, por orden cronológico, R. Arnáldez (1962), D. Urvoy (1973), S. Abboud (1995), M. Arcas Campoy (1993, 1995 y 2002), C. de la Puente (1999 y 2001), J. M. Rodríguez García (2000) y F. García Fitz (2005). Asimismo, algunos trabajos recientes se han centrado en la problemática específica del tratamiento de los cautivos, que es materia que el derecho islámico contempla dentro de la normativa del yihad (C. de la Puente, 2007 y F. Vidal Castro, 2008). Mención aparte para la literatura surgida al calor de la “guerra contra el terrorismo”, generada de forma indefectible por no especialistas que, en el mejor de los casos, manejan la bibliografía anglosajona y traducciones de algunos textos árabes7.
Tanto la inexistencia en nuestro país de una tradición académica sólida sobre la dimensión doctrinal y jurídica del yihad como las distorsiones y deformaciones introducidas por diletantes e islamófobos hacen especialmente recomendable, a mi juicio, una profundización sobre este concepto realizada desde planteamientos académicos y con las herramientas adecuadas, es decir, basada en las fuentes islámicas y desde una perspectiva menos determinada por circunstancias actuales. Sobre este planteamiento, mi objetivo se centra en dos aspectos concretos. En primer lugar, exponer la metodología de elaboración del concepto de yihad por parte de los ulemas, cuya labor se centra en la interpretación de los fundamentos religiosos de la creencia islámica, el Corán y la sunna o tradición profética. En segundo término, verificar la naturaleza conceptual del yihad como doctrina islámica de legitimación de la violencia, así como las coincidencias y discrepancias existentes entre los ulemas respecto a su sentido.

Los fundamentos textuales de la doctrina del yihad
A lo largo de la historia, las sociedades humanas han desarrollado principios morales y filosóficos y doctrinas legales que legitiman el recurso a la violencia, en sus más diversas formas y manifestaciones. La ideología islámica no ha sido, a este respecto, diferente a otras que la han precedido y sucedido. El islam no se define como una doctrina pacifista basada en la negación absoluta del recurso a la violencia. La propia tradición islámica explica el triunfo de Muḥammad como la consecuencia de un conflicto bélico que enfrentó al Profeta y su grupo de primeros seguidores con los dirigentes de la ciudad de La Meca. Existen numerosas referencias al desarrollo de este conflicto en los dos fundamentos textuales de la fe islámica, el Corán y la sunna.
La lengua árabe dispone de varios términos asociados a las nociones de «guerra», «lucha» y «combate». Tal vez los más ambiguos y problemáticos sean los derivados de la raíz «ŷhd», del que procede «ŷihād». Es un tópico en la literatura sobre el yihad comenzar indicando que el campo semántico al que se vincula la raíz árabe «ŷhd» no guarda relación con la idea de «guerra» ni con la de «religión», de forma que «ŷihād» significa, literalmente, «esfuerzo». Por ello, es cierto que no resulta aceptable una asimilación absoluta entre yihad y violencia o guerra8. No obstante, como vamos a ver a continuación, parece evidente que, desde el siglo VIII al menos, los ulemas, a través de la hermenéutica, han considerado válido emplear la palabra yihad para definir la lucha armada realizada en nombre de su religión, por lo cual el término presenta unas fuertes connotaciones bélicas. Vincular el yihad a las ideas de guerra o violencia no es, pues, una distorsión del pensamiento islámico, por más que dicho término admita diversas acepciones relativas a otros campos semánticos y que existan otros ḥarb», «qitāl») que expresen, incluso de manera más precisa, las mismas nociones.

Yihad y guerra en el Corán
Un análisis completo del discurso coránico relativo a conceptos tan amplios como violencia o guerra excede con mucho las posibilidades de este estudio, de forma que no es mi propósito adentrarme aquí en esta tarea. Tal vez lo más significativo que pueda decirse es que, en consonancia con lo que sucede respecto a otros aspectos y frente a lo que pudiera creerse, no existe una doctrina coherente sobre la legitimidad de la violencia o la guerra en el Corán9. De forma similar y como señalan diversos especialistas, sería pueril pretender encontrar en el texto sagrado islámico un desarrollo sistemático del yihad y sus normas. Muy al contrario, la doctrina coránica resulta al respecto poco consistente, según Firestone, una caracterización muy similar a la de «ambigua, episódica e inconsistente» que propone M. Barceló 10. No obstante, pese a ello, el Corán representa el fundamento sobre el que los ulemas han elaborado la normativa legal islámica relativa a la guerra.
En primer lugar, es preciso comenzar señalando la escasa presencia cuantitativa del yihad en el Corán, donde se localizan treinta y seis aleyas con con cuarenta y una ocurrencias y cinco formas derivadas de la raíz «ŷhd», mientras que el propio término yihad sólo aparece cuatro veces11 . Esos cuarenta y un versículos representan un 0,65% del total de 6.236 que integran el texto coránico y están repartidos en varias azoras, siendo la del «arrepentimiento» la que contiene un mayor número de registros . En realidad, la mayoría de estas ocurrencias de la raíz «ŷhd» no guardan relación alguna con las ideas de guerra o combate, sino con la de un «esfuerzo» entendido en el sentido más amplio, es decir, como exhortación al musulmán a desarrollar sus cualidades como buen creyente. Sólo una cuarta parte (diez del total de cuarenta y una) poseen un significado relativo a dichas nociones12, por lo que la primera constatación que se impone es la de la débil relación entre el Corán y el concepto de yihad, sobre todo entendido en su dimensión bélica.
Si bien la noción de yihad, como se ha dicho, tiene una presencia coránica «ambigua, episódica e inconsistente», no es menos cierto que el repertorio del texto sagrado sobre las nociones de violencia y guerra no se limita a las ocurrencias de la raíz «ŷhd». En realidad, esos conceptos aparecen vinculados de manera más directa a otros términos, en primer lugar a las once voces derivadas de la raíz «qtl», que se registran ciento setenta veces en un total de ciento cincuenta y dos aleyas13 . Esta raíz incluye las formas verbales «qatala» («matar») y «qātala» («luchar» o «combatir»), con sus correspondientes nombres de acción, «qatl» («muerte») y «qitāl» («combate»). De esas ciento setenta ocurrencias, sin embargo, menos de la tercera parte se vinculan a significados relativos a la guerra, cuarenta y cuatro en total14. Así pues, sumando las formas derivadas de las raíces «ŷhd» y «qtl», en total podemos calcular en unos cincuenta y cuatro los versículos que guardan relación con el tema de la guerra, lo que representa un 1,5% del total del contenido del texto coránico. Desde el punto de vista cuantitativo, pues, el contenido bélico del Corán no es demasiado extenso.
Un segundo aspecto a abordar es el relativo al sentido del mensaje coránico sobre las ideas de lucha y combate. Como se ha dicho, el texto sagrado islámico no contiene una doctrina coherente y exhaustiva sobre la organización de dicha actividad. A ello se añade el problema de la interpretación de muchos de los decretos coránicos, cuyo significado no siempre es fácil precisar. Este problema se agiganta cuando se pretende abordar el estudio del texto coránico, no en su versión original, sino sobre traducciones, ya que, con frecuencia, un mismo dictamen puede presentar matices distintos en función de las opciones semánticas que ofrece la propia lengua árabe y de los criterios seguidos por el traductor. Un simple ejemplo bastará para darnos cuenta de ello en relación con el problema que nos ocupa. Me refiero al versículo 190 de la segunda azora («al-baqara», «la Vaca»), cuya importancia en el tema que nos ocupa es central, pues, según algunos exégetas, fue la primera vez que se ordenó a Muḥammad combatir (véase más adelante). Esta aleya contiene dos exhortaciones, de signo contrario, positivo y negativo, respectivamente. La primera, «qātilū» («combatid»), no ofrece ambigüedad semántica alguna, mientras que, en cambio, no ocurre lo mismo con la segunda, «lā ta ‘tadū», orden negativa en árabe, construida con la partícula de negación («lā») seguida de la forma VIII de la raíz «’dā» («i’tada»). Asimismo, a continuación la aleya menciona el correspondiente participio plural «mutadīna» (singular «mu’tadī»). Las traducciones a las principales lenguas europeas oscilan entre dos ideas distintas en relación con la exhortación «lā ta ‘tadū», la de «no agredir», en el sentido de iniciar las hostilidades, y la de «no excederse», es decir, no hacer un uso desmedido o desproporcionado de la violencia. Esta misma ambigüedad semántica se aprecia, también, entre los propios comentaristas musulmanes, como veremos más adelante.
Por lo que se refiere, en primer lugar, al idioma castellano, permite comprobar la comparación de cinco de las traducciones más difundidas, las dos únicas procedentes del registro académico (Vernet y Cortés) y tres de las elaboradas en el ámbito confesional musulmán (Melara Navío, González Bórnez y Muhammad Asad) 15. Las respectivas procedencias de los traductores, académica y confesional, no influyen, al menos en apariencia, en las opciones elegidas, ya que para Cortés y Melara, «lā ta ‘tadū» tiene el sentido de «no excederse», mientras que Vernet, González Bórnez y Asad optan por la idea de «no agredir». Ambas opciones son impecables, pero, sin embargo, su significado y, sobre todo, su sentido jurídico cambian de forma considerable. Por lo tanto, si bien las cuatro versiones coinciden en la traducción de la primera parte del versículo, que alude a la legitimidad de repeler una agresión, en cambio discrepan en la segunda, ya que, en dos casos (Cortés y Melara), se interpreta como una vaga alusión a la mesura, lo que podría entenderse como una genérica exhortación a limitar o moderar la violencia ejercida contra el enemigo, mientras que, en los otros tres (Vernet, González Bórnez y Asad), se establece de manera explícita la prohibición de agredir, es decir, de golpear en primer lugar.
La situación es idéntica si tomamos como referencia las traducciones a los dos principales idiomas europeos. En el caso del inglés, lengua que dispone de un mayor número de versiones, he seleccionado cinco, dos académicas (Arberry y Bell), dos confesionales (Pickthall y Mohsin Khan) y una mixta (Abdel Haleem). El cotejo revela que, mientras Bell, Arberry y Pickthall optan por la idea de «no agredir», con ligeros matices, en cambio Khan y Abdel Haleem se adscriben al concepto de «no rebasar los límites»16. La misma realidad se constata al comparar las versiones francesas más relevantes, pues la traducción decimonónica de A. de Biberstein Kasimirsky (1808-87), que se adscribe a la idea de «no agredir», se contrapone a las de dos de los arabistas franceses más reputados del siglo pasado, R. Blachere (1900-1973) y J. Berque (1910-1995), quienes, en cambio, optan por la idea de «no transgredir». En definitiva, el cotejo de las distintas versiones muestra que, mientras que el significado de «qātala» resulta unánime en todas ellas («combatir»), el sentido global del versículo no lo es, pues varía en función de la traducción de «i’tada» y del participio «mu’tadīna». Esta sencilla constatación parece suficiente para insistir en la necesidad de soslayar cualquier análisis de la doctrina coránica basada en traducciones del texto árabe original, incluso cuando se trate de estudios procedentes del ámbito académico, ya que la posibilidad de obtener significados distintos, e incluso, a veces, contrarios, resulta factible.
Pero la relevancia de la dimensión semántica del análisis del texto coránico no radica en un simple problema de traducción. En efecto, la capacidad de entenderlo y comprenderlo también constituye una exigencia para los propios musulmanes, tanto árabes como no árabes. De ahí que el esfuerzo por determinar el sentido del texto sagrado constituya una de los aspectos clave de los saberes islámicos, habiendo dado lugar al desarrollo de una amplia literatura exegética que resulta de importancia esencial a la hora de determinar el significado de cualquier concepto coránico. Por ello, no cabe duda de que, para el historiador, mucho más que las “anatomías coránicas” realizadas en el presente por parte de lectores mejor o peor intencionados y más o menos especializados, lo auténticamente relevante es captar la forma en que los propios musulmanes han entendido, a lo largo del tiempo, las referencias fundamentales de sus creencias. Lo importante, entonces, no es tanto lo que el Corán estipula como lo que los musulmanes creen y afirman que ordena, ya que, si bien el texto revelado es único e invariable, sus fieles no lo son. Es decir, se trata, en definitiva, de comprender el significado islámico del mensaje coránico, elaborado por los portavoces autorizados del islam, los ulemas, a lo largo del tiempo, en condiciones históricas específicas.
El tercer elemento que quiero plantear en este apartado es, tal vez, el más debatido, y, al mismo tiempo, el peor entendido. Me refiero a la polémica sobre el carácter belicista o pacifista del mensaje coránico, en particular, e islámico, en general, que, en gran medida, constituye un debate estéril. Esta discusión concentra buena parte de la literatura relativa al yihad y a las concepciones islámicas sobre la guerra, en la que R. Firestone supo distinguir tres paradigmas: uno anti-islámico (polemista) y dos pro-islámicos, apologista o «militante» («revivalist»). Todas estas aproximaciones son, por naturaleza, distorsiones reduccionistas, ya que se caracterizan por singularizar un determinado aspecto del pensamiento islámico sobre la guerra, convirtiéndolo en general, ya sea para atacarlo o para defenderlo17.
La caracterización del islam como una doctrina agresiva y violenta es un tópico de la literatura cristiana desde, al menos, el siglo IX, como denotan, por ejemplo, los escritos de los mártires cordobeses, cuya visión del islam se basa en dos elementos: lujuria y violencia . Desde entonces, esta idea ha sido una constante en buena parte del pensamiento europeo y también desde el ámbito académico se ha insistido en acentuar el contenido ofensivo del yihad. Un buen ejemplo al respecto puede ser la obra que representa el máximo esfuerzo colectivo de esa tradición en la época contemporánea, la Enciclopedia del Islam, donde E. Tyan destacaba en 1965 como elemento principal del yihad su naturaleza «principalmente ofensiva»1818. Asimismo, en uno de los estudios clásicos sobre el yihad, Majid Khadduri (1908-2007), destacado especialista de origen iraquí que desarrolló su trayectoria académica en EEUU, lo define como una doctrina de permanente estado de guerra, aunque ello no implique, necesariamente, una actitud de lucha continua19.
Como comenté al comienzo del artículo, en tiempos recientes y al socaire del auge del islamismo radical, se ha dado otra vuelta de tuerca a esta caracterización, de manera que uno de los pilares del actual discurso islamófobo consiste en la asimilación entre islam y terrorismo20. Una de las prácticas habituales entre los vulgarizadores, e incluso entre investigadores académicos pero no especializados, es el de las lecturas individuales de los textos sagrados islámicos (Corán y tradición profética) que aunque sin duda legítimas, a mi juicio revelan una actitud escasamente académica. Ejemplo paradigmático de esta posición es el ya citado A. Elorza, transmutado desde los atentados del 11-M en ulema, posición desde la cual efectúa su peculiar “anatomía de la yihad“, lo que le permite caracterizar el islam como causa originaria de la violencia terrorista de las organizaciones radicales islamistas. La esterilidad y tendenciosidad de estos planteamientos es palmaria, ya que se basa en una doble falacia. Primero, la de la exégesis individual de los textos sagrados, de forma descontextualizada y sin utilizar las herramientas lingüísticas y conceptuales imprescindibles para ello. Segundo, considerar como universalmente válida la lectura del mensaje islámico que elaboran los sectores radicales, soslayando otras.
Al margen de polémicas sobre el belicismo de la doctrina islámica, lo relevante parece, más bien, analizar cómo los propios musulmanes la han interpretado a lo largo del tiempo y de qué forma los textos sagrados han servido como argumento de legitimación del uso de la violencia. Esta perspectiva, además, permite cuestionar los planteamientos de las tendencias que caracterizan el islam como creencia inevitablemente violenta, belicista o terrorista. En efecto, parte de la hermenéutica coránica actual está centrada en elaborar una relectura del texto coránico contraria a las interpretaciones belicistas de los ulemas clásicos, que sirven, en gran medida, de justificación a los propagadores de la islamofobia. A este respecto, resulta ilustrativo y revelador el reciente esfuerzo de M. Abdel Haleem respecto al paradigma del belicismo coránico, el denominado «versículo de la espada» (Corán 9:5)21. Dicho investigador egipcio pone de manifiesto que el mensaje islámico es susceptible de lecturas diversas, tanto radicales y belicistas como otras de distinta naturaleza, entre las que tienen cabida actitudes como el espiritualismo sufí u otras más “legalistas”, partidarias de la plena compatibilidad del islam con los requisitos de las sociedades más modernas.
La necesidad de comprender el significado islámico del mensaje coránico justifica el recurso a la literatura hermenéutica como herramienta indispensable de estudio del concepto de yihad. En este trabajo he tomado como referencia tres de los más relevantes comentarios coránicos clásicos. Uno oriental, el del ulema persa al-Tabarī (224-310 H/839-923), considerado el más antiguo trabajo de exégesis coránica conservado en su integridad 22 . Los otros dos son andalusíes, probablemente los más importantes elaborados en esta zona del Occidente islámico, el del cadí sevillano Abū Bakr b. al-’Arabī (468-543 H/1076-1148)23 y el de Abū rAbd Allāh Muhammad b. Ahmad b. Abī Bakr al-Ansārī al-Qurtubī(m. 671 H/1273) . A pesar del contenido esencialmente doctrinal, teológico y jurídico de estos textos, es posible plantear la existencia de factores contextuales que, hasta cierto punto al menos, determinan los posicionamientos de los ulemas en relación con su labor de exégesis. En este sentido, ambos comentarios, elaborados entre los siglos XII-XIII, es decir, en la época del retroceso territorial de al-Andalus, revelan un mayor grado de implicación doctrinal e incluso personal en la interpretación de los versículos relativos al yihad y a la guerra, como podremos comprobar a continuación.
La exégesis coránica, junto con la tradición profética, es la base de la elaboración de la noción de yihad, no exenta de matices, divergencias y discrepancias entre las distintas escuelas jurídicas. El texto coránico, como ya se ha dicho, no contiene una normativa coherente y exhaustiva relativa a la organización de la actividad bélica. Se trata de un libro religioso, no de un código de leyes, de manera que su empleo como fundamento de la elaboración de normas legales constituye una operación intelectual que obliga a enfrentarse a sus contradicciones internas y a los problemas derivados de un lenguaje a menudo poético y alegórico, como corresponde a un texto de esa naturaleza. Estas contradicciones son contempladas en el propio texto coránico como un elemento inherente a su contenido, advirtiendo de la eventual abrogación de unas aleyas por otras (2:106). En este mismo sentido, el Corán advierte (3:7) que algunas de sus aleyas son unívocas («muhkamāt»), las que constituyen la «escritura matriz» («umm al-kitāb»), y otras equívocas mutašābihāt»). Por lo tanto, la resolución de las contradicciones se convierte en una exigencia inexcusable en el proceso de elaboración jurídica, por lo cual la lectura aislada y descontextualizada de algunas aleyas no constituye un procedimiento válido de análisis.
Esas contradicciones internas han determinado tradicionalmente el quehacer de los ulemas y, unido a la inexistencia en el islam suní de una única referencia de autoridad religiosa, doctrinal y jurídica, ha generado una amplia diversidad de opciones que son el elemento característico de la elaboración de la doctrina islámica a lo largo de la historia. De hecho, existe un género literario jurídico específicamente destinado al estudio de este aspecto, es decir, de las divergencias («ijtilāf») entre las distintas escuelas y los diferentes ulemas. En este trabajo he manejado la Bidāya del célebre ulema, médico y filósofo cordobés Averroes (Ibn Rušd) (m. 595 H/1198), de cuyo capítulo sobre el yihad existe una versión castellana, aunque no elaborada sobre el texto árabe original, sino sobre una previa traducción inglesa de R. Peters (1998).

Muḥammad como caudillo guerrero: el yihad en la tradición profética
Además de líder religioso y jefe político, Muḥammad fue un caudillo militar, pues organizó y dirigió la lucha de los primeros musulmanes contra sus enemigos y encabezó en persona algunas de las cincuenta y cinco razias y acciones bélicas llevadas a cabo por la comunidad que le obedecía24. Según la Sīra de Ibn Isq (m. 151 H/768-69), la más antigua de sus biografías, el Profeta dirigió en persona («bi-nafsi-hi») veintisiete razias o campañas militares («gazawāt») y tomó parte directa en el combate («qātala») en nueve de ellas. Además, en treinta ocho ocasiones envió tropas dirigidas por diversos caudillos árabes a distintas zonas de la península Arábiga . El recurso a la violencia forma parte, por lo tanto, del conjunto de actuaciones atribuidas por la propia tradición islámica a Muhammad y se complementa con las estipulaciones del mensaje coránico. Esta observación debe completarse con otra, no menos relevante. En efecto, es sabido el alto valor que, por decreto coránico, se otorga a su ejemplo, ya que el texto sagrado islámico afirma (33:21) que el Profeta representa un «bello ejemplo» («uswa hasana») para los creyentes y que obedecerle equivale a obedecer a Dios («man yuti ‘u al-rasūl fa-qad atā’a Allāh») (4:80).
La tradición profética constituye el segundo fundamento doctrinal de la normativa islámica sobre la guerra. En efecto, frente al ya comentado carácter poco consistente de la noción coránica de yihad (R. Firestone, M. Barceló), las principales recopilaciones “ortodoxas”, elaboradas dos siglos después de la muerte de Muḥammad, incluyen numerosos relatos o «hadices» relativos a dicha temática, si bien resulta complejo estimar de forma algo más exacta el lugar que la lucha y el yihad ocupan en la suna, en especial por lo que se refiere a las recopilaciones más extensas. No hay grandes dificultades en el caso de la más antigua, al-Muwatta’, obra del medinés Mālik b. Anas (m. 179 H/795), que le dedica de forma íntegra la sección 21, con un total de 50 «hadices», lo que supone un 2,8% del total de 1.726 que contiene25. Más difícil es establecer cifras precisas en el caso de la colección que goza de mayor autoridad entre los musulmanes suníes, el Sahīh de al-Bujārī (m. 256 H/870), cuyo contenido ronda los 7.600 «hadices»26, si bien es necesario tener en cuenta que hay muchas repeticiones, lo que reduce su extensión a unos 4.000 «hadices». En cualquier caso, la temática bélica aparece mucho más prolijamente desarrollada que en el caso de al-Muwatta’, ya que se trata de una colección muy extensa, incluyendo dos secciones específicas sobre este aspecto, la 56 kitāb al-ŷihād wa-l-siyar») y la 64 kitāb al-magāzī»), con 306 y 516 «hadices» respectivamente27, lo que representaría casi un 11% de su contenido. La segunda compilación en importancia, el Sahīh de Muslim (m. 261 H/874-75), apenas supera los 3.000 dichos proféticos28, dedicando también un apartado al yihad («kitāb al-ŷihād wa-l-siyar»), que contiene un total de 187 «hadices».
Como puede verse, las principales compilaciones contienen al menos un capítulo específico de tradiciones relativas a la actividad bélica. Sin embargo, no es infrecuente que otros muchos «hadices» se encuentren dispersos en capítulos de temáticas diversas, lo cual constituye una de las dificultades principales para poder cuantificar el contenido bélico de estas obras de manera más precisa. En efecto, por un lado, el número de «hadices» de una recopilación oscila entre las distintas ediciones y traducciones, lo cual, a su vez, está relacionado con el fenómeno de las repeticiones, ya que los mismos «hadices» aparecen varias veces en la misma compilación (véase tabla n° 4). Un simple ejemplo relativo al combate bastará para comprobarlo. Se trata del conocido dicho profético «se me ha ordenado combatir a la gente hasta que declaren que no hay más dios que Dios» («umirtu an yuqātil al-nās hatta yaqūlu lā ilāha illā Allāh»). En la compilación de al-Bujārī aparece seis veces, correspondientes a otras tantas secciones de la obra: «kitāb al-īmān» (II, 17), «kitāb al-salā» (VIII, 28), «kitāb al-zakā» (XXIV, 1), «kitāb al-ŷihād wa-l-siyar» (LVI, 102), «kitāb istitābat al-murtadīn wa-l-mu ‘ānidīn wa-qitāli-him» (LXXXVIII, 3) y «kitāb al-i’tisām bi-l-kitāb wa-l-sunna» (XCVI, 2)29. Asimismo, en la de Muslim es citado en dos capítulos distintos: «kitāb al-imān» (II, 10, n° 133-138) y «kitāb fadā’il al-sahāba» (XLV, 4, n° 6375)30.
Más allá de la relativa importancia que el yihad ostenta en las compilaciones de sunna en relación a otros asuntos, destaca el lugar preeminente que se le atribuye en la jerarquía de comportamientos y actuaciones de los musulmanes, aunque ello no deba significar, al menos en todos los casos, que se trate de referencias inequívocas de connotación bélica, dado que el término yihad no posee en sí mismo, al menos de forma necesaria, dicho significado. Así, un «hadiz» narra que un hombre pidió al Profeta que le indicara una acción del mismo valor que el yihad dullunī ‘ala ‘amal ya’dil al-ŷihād»), a lo que Muḥammad respondió: «no encuentro ninguna» (« aŷidu-hu»)24. En este ejemplo, la simple mención de la palabra yihad no implica una invocación al uso de la fuerza o la violencia. De hecho, en otros «hadices», Muḥammad define la existencia de varias formas de «esfuerzo» a través de las cuales el creyente puede y debe mejorar su condición individual de musulmán y contribuir a la pureza del islam como fe colectiva.
«Todos los profetas enviados por Dios a una nación antes que yo tuvieron discípulos y partidarios que siguieron su tradición y obedecieron sus órdenes. Pero, tras ellos, vinieron sucesores que predicaron lo que ellos no habían practicado y practicaron lo que ellos no habían ordenado. Quienquiera que se esfuerce contra ellos con su mano es un creyente. Quienquiera que se esfuerce con ellos con su lengua es un creyente. Quienquiera que se esfuerce contra ellos con su corazón es un creyente»31.
A través de este «hadiz», Muḥammad define una práctica de «esfuerzo» consistente en varias clases de acciones, realizadas mediante la mano («yad»), la lengua («lisān») y el corazón («qalb»). De hecho, ciertos «hadices» parecen indicar que la tradición profética valora, sobre todo, las formas no violentas de ejercitar la fe en Dios, como el perfeccionamiento espiritual individual o la acción política, aunque sea de manera puramente verbal. Así, según un dicho transmitido por Abū Dāwud, el Profeta habría afirmado que «el mejor esfuerzo consiste en una palabra justa ante un soberano tiránico» («afdal al-ŷihād kalimat ‘adil ‘inda sultān ŷā’ir») .
En otros «hadices», en cambio, la mención del esfuerzo aparece asociada a la noción coránica «fīsabīl Allāh»32 . Este «esfuerzo por mor de Dios» sí suele corresponder, de forma mucho más manifiesta, a la participación en la milicia con un propósito ideológico, como atestigua la propia tradición, donde Muḥammad define el combate por mor de Dios como aquél cuyo objetivo es enaltecer la palabra de Dios li-takūn kalimat Allāh hiya-l- ‘ulyā»)33. Numerosos «hadices» subrayan la elevada importancia de este esfuerzo bélico o yihad propiamente dicho. La compilación de al-Bujārī comienza el capítulo dedicado al yihad con un «hadiz» según el cual un creyente preguntó a Muḥammad cuál es la mejor de las obras ayyu-l-’amal afdal»), a lo que respondió situando el «ŷihād fīsabīl Allāh» en tercer lugar, después del cumplimiento de la oración y de la piedad filial. En consonancia con lo establecido en Corán 4:95, el segundo capítulo de dicha compilación lo encabeza un título que afirma que la mejor persona es el creyente que practica el esfuerzo por mor de Dios, sea de forma individual o con sus bienes afdal al-nās mu’min muŷāhid bi-nafsi-hi wa-māli-hi fīsabīl Allāh»)34. Según otro «hadiz», Muḥammad habría afirmado que quien merece más consideración jayr al-nās manzilan») es el hombre que coge la rienda de su caballo para esforzarse por amor de Dios yuŷāhid fī sabīl Allāh»)35. Asimismo, el Profeta afirmaba que quien parte para la práctica del yihad es como si rezara y ayunara constantemente, hasta su regreso36. De esta manera, se eleva el rango del yihad, equiparándolo con dos de las cinco principales obligaciones de todo musulmán, el rezo y el ayuno.
El premio principal para quien se esfuerza «fī sabīl Allāh» es el Paraíso, lo que nos remite a las categorías de «šahāda» («martirio») y «šahīd» («mártir»). La relación entre ambos es muy estrecha, tal y como sugiere el célebre dicho profético según el cual «el Paraíso está a la sombra de las espadas» («al-ŷanna tahta bilāl al-suyūf)37. Pero, aunque está garantizado para los que mueren en el esfuerzo «fī sabīl Allāh», el Paraíso no es una reserva exclusiva de mártires. De hecho y a pesar de las admoniciones coránicas al respecto, incluso un «hadiz» estipula que tanto el que participa en ese esfuerzo como el que se queda en su casa entrará en el Paraíso, siempre y cuando cumpla con los requisitos de creer en Dios y su Enviado, rezar y ayunar en ramadán38. Es más, hay «hadices» en los que no se contempla ninguna relación entre el Paraíso y el yihad o la «šahāda». Es el caso de un dicho, transmitido por Abū Hurayra, en el que un árabe pide a Muḥammad que le indique qué acción puede garantizarle el Paraíso, a lo que el Profeta responde obviando el yihad y señalando, en cambio, la adoración de Dios sin asociarle otras divinidades así como el cumplimiento de la oración, del azaque y el ayuno de ramadán39. No obstante, también hay algunas tradiciones mucho menos halagüeñas para los que no quieren esforzarse por Dios. Así, un «hadiz» considera que el creyente que muere sin haber participado en una razia o sin habérselo siquiera propuesto es un hipócrita māta ‘ala šu’ba min nifāq»), mientras que en otro se afirma que al que no participa en la razia, ni suministra provisiones a un combatiente («gāzī») ni cuida de la familia de un combatiente mientras éste está lejos, Dios le castigará con una calamidad asāba-hu Allāh bi-qāri’a»)40.
Pese a la elevada estima profética por el esfuerzo «fī sabīl Allāh», la actitud de Muḥammad hacia el empleo de la violencia no fue unívoca ni invariable, según afirman los ulemas, sino que evolucionó en tres fases distintas y sucesivas, cuyos cambios fueron determinados, no por decisiones individuales suyas, sino por la revelación del mensaje divino. Se trata de la doctrina evolutiva de la noción de yihad, que representa la visión clásica de los ulemas, lo que R. Firestone llama el «esquema tradicional», al que dicho investigador contrapone una lectura crítica, basada en la existencia en la primitiva comunidad musulmana de distintos discursos sobre la legitimidad de la violencia41. Las tres fases que, según este esquema tradicional, determinan el curso de la progresiva transformación de la actuación de Muḥammad son las siguientes. Durante la primera etapa, la del comienzo de la revelación en La Meca, a los musulmanes se les prohibió combatir, según la interpretación de varios versículos coránicos (5:13; 23:96; 73:10; 88:22). La segunda comienza después de la Hégira, la emigración a Medina, momento a partir del cual Muḥammad recibió la autorización de combatir. Los ulemas, sin embargo, discrepan respecto a cuál fue la aleya que lo estableció, ya que algunos citan Corán 22:39-41 y otros consideran que fue 2:190. La segunda de ambas aleyas se inscribe en el contexto del pacto de Hudaybiyya, establecido con los mecanos para poder realizar la peregrinación, y su sentido era el de combatir contra quienes atacasen a los musulmanes sin «excederse», «transgredir» o «iniciar las hostilidades» («lā ta’tadū»), según vimos con anterioridad. Asimismo, a este contexto se vincula Corán 2:194. Muḥammad, entonces, combatía a quienes le atacaban y se abstenía de hacerlo con quienes no mostraban actitud hostil. Finalmente, la tercera etapa se inicia cuando se revela la orden de ataque total, quedando anuladas las disposiciones anteriores, según veremos más adelante, al analizar la elaboración de la noción ofensiva del yihad.
Al igual que el discurso coránico, la actuación de Muḥammad ha sido considerada como causa original de la violencia ejercida en la actualidad por grupos radicales y extremistas, a tal punto que se lo ha llegado a caracterizar como terrorista y a acusarlo de cometer «crímenes contra la humanidad»42. Frente a estos anacronismos, la tradición académica occidental (francesa y anglosajona, principalmente) tiende a relativizar la relación de Muḥammad con la violencia, situándola en su contexto histórico y sociológico. Para Khadduri, el yihad era la única garantía de estabilidad del naciente Estado islámico en el contexto tribal, ya que, de no haber canalizado hacia el exterior la belicosidad de las tribus árabes, habría desaparecido como consecuencia de las tradicionales querellas internas y de las razias intertribales43. En efecto, la guerra, bajo la forma tribal de la razia, era una práctica habitual, al punto de ser calificada por W. M. Watt como «el deporte nacional de los árabes». De otra parte, el propio Watt apuntaba que el vínculo original existente entre el islam y la guerra fue consecuencia de la actitud de los enemigos paganos de Muḥammad, quienes lo forzaron a tener que luchar para sobrevivir, de tal forma que su actitud primigenia fue defensiva, y que si ocasionalmente Muḥammad tomó la iniciativa de atacar, ello debe considerarse un ejemplo del dicho de que «la mejor defensa es un buen ataque». Una tercera consideración apunta al hecho de que, aunque, en efecto, Muḥammad no dudó en recurrir a la fuerza y la violencia para vencer a sus enemigos, esa no fue la única de sus opciones a la hora de tratar con sus adversarios o vecinos, ya que también efectuó pactos con diversas tribus árabes que no habían aceptado el islam44. En este sentido, el propósito principal del estudio de R. Firestone sobre el origen del concepto de yihad es, precisamente, demostrar que la primitiva comunidad musulmana no tuvo actitudes unívocas hacia el recurso a la violencia como manera de extender la nueva fe, de manera que tanto el Corán como la tradición islámica primitiva indican que, mientras que algunos musulmanes eran militantes, otros rechazaban ir a la guerra45.
Sobre las bases textuales del Corán y la suna, los ulemas han desarrollado una normativa relativa a las formas legítimas de combatir, la identificación del enemigo y el daño que legítimamente se le puede causar, en las personas y en los bienes. Parece que ya en época Omeya comienzan las primeras manifestaciones de la existencia de una reflexión teórica, teológica y jurídica, sobre el yihad. Así lo sugiere el Kitāb al-siyar, obra no conservada, en la que el ulema sirio al-Awzā’ī (707-774) replicaba al Kitāb al-siyar al-kabīr de Muhammab alaybānī (m. 805), discípulo del maestro iraquí Abū Hanīfa. Otro pupilo de este último, Abū Yūsuf Ya’qūb b. Ibrāhīm al-Ansārī (113-182 H/731-798), originario de la ciudad de Kufa, cadí de Bagdad y máxima autoridad jurídica de su época, durante el califato de Hārūn al-Rašīd (170-193 H/786-908), fue el encargado de dar la réplica a al-Awzā’ī, a través de una obra titulada, precisamente, Kitāb al-radd ‘ala siyar al-Awzā’ī46. Asimismo, Abū Yūsuf es autor de un conocido tratado de derecho público titulado Kitāb al-jarāŷ, cuyo título evoca un contenido fiscal, si bien aborda cuestiones diversas, dedicando en la parte final un capítulo a la guerra contra los politeístas y los rebeldes qitāl ahl al-širk wa-ahl al-bagī»). Aunque Abū Yūsuf no emplea aquí el término yihad, dicho apartado consiste en un conjunto de normas sobre la guerra, recurriendo con frecuencia a ejemplos, situaciones y dichos de Muḥammad. De esta forma, se estima que el más antiguo tratado sobre yihad, al menos la primera obra en cuyo título se emplea el término, fue el Kitāb al-ŷihād del ulema iraní rAbd Allāh b. al-Mubārak (m. 181 H/797)47: en realidad, se trata de una recopilación de 262 «hadices», muchos de los cuales también se incluyen en las obras coetáneas de Yahyá b. Ādam (m. 203 H/818) y Abū ‘Ubayd al-Qāsim b. Sallām (m. 224 H/838). En al-Andalus, encontramos normas sobre el yihad ya en las primeras codificaciones del derecho mālikí elaboradas en Córdoba, entre ellas al-Wādiha, de Ibn Habīb (m. 238 H/853), en cuya parte editada, muy incompleta, sólo se registra una referencia indirecta al yihad . No obstante, el primer tratado dedicado de modo específico al yihad data de la época del califato y se debe al jurista Ibn Abī Zamanīn (m. 399 H/1008), autor de Kitāb qudwat al-gāzī, obra que consta de 24 capítulos, en los que analiza algunos aspectos de la normativa sobre el yihad y recoge gran número de hadices relativos a cada uno de ellos, así como opiniones de otros juristas mālikíes, sobre todo del propio Ibn Habīb48.
Las cuestiones relativas al derecho de guerra constituyen un apartado de importancia en la mayoría de las obras de jurisprudencia islámica. Conviene subrayar la relevancia que tiene, desde una perspectiva global de la historia del derecho, la acuñación de este concepto jurídico de la guerra, que comienza a codificarse ya desde el siglo VIII, frente a lo que sucede en otras sociedades coetáneas, entre ellas el ámbito medieval cristiano, donde no se produce un desarrollo legal similar hasta siglos más tarde49.

El yihad y la legitimidad de la violencia
Tal y como ha sido entendido y definido por la mayoría de los ulemas musulmanes clásicos desde el siglo VIII, el yihad puede ser caracterizado, en términos generales, como el discurso islámico de legitimación de la violencia. No obstante, es preciso aclarar la relación entre yihad y guerra, ya que, en realidad, el yihad es sólo una de las formas de violencia que el islam reconoce como legítima. En efecto, como vamos a ver a continuación, según la teoría suní clásica, el yihad consiste en la expansión del islam por medios violentos y, por lo tanto, está dirigida en exclusiva contra los no musulmanes, no siendo legítimo utilizarlo para luchar contra otros musulmanes50. En este sentido, en la tradición suní la lucha contra la disidencia política o religiosa interna o la persecución del bandidaje practicado por musulmanes no se conceptualiza como yihad51. Aquí radica la principal diferencia entre dicha tradición mayoritaria, por un lado, y la minoritaria chií y jariyí, por otro, ya que estas dos últimas sí admiten la convocatoria del yihad para luchar contra otros musulmanes, tanto por motivos religiosos como políticos52. Asimismo, mientras que para los suníes el yihad es un deber colectivo fard kfāya»), que no todos los musulmanes están obligados a cumplir de forma individual, salvo en el caso de ataque enemigo sobre el territorio islámico, para los jariyíes, en cambio, el yihad siempre es un deber individual fard ‘ayn»), que constituye, por lo tanto, una de las principales obligaciones de cada musulmán .

El yihad y la expansión del islam
Sobre los precedentes de la actuación del Profeta y los califas ortodoxos, los ulemas desarrollaron un concepto ofensivo del yihad, entendido en un sentido político, no proselitista, es decir, como forma de expandir el dominio político y territorial del islam, más que de imponer la fe islámica a los habitantes de esos lugares. La normativa consiguiente no está exenta de discrepancias de opinión sobre determinados aspectos. Sin embargo, la idea que acabó siendo predominante en el discurso principal de los más reputados ulemas fue la de la necesidad de expandir el islam a través del yihad como «esfuerzo» bélico que permitiera la imposición del dominio político islámico.
La noción expansiva del yihad se deriva de la secuencia de recurso a la violencia por parte de Muḥammad en el transcurso de su trayectoria, antes comentada. Tras la primera etapa de prohibición (antes de la hégira) y la segunda de restricción (pacto de Hudaybiyya), a partir de la conquista de La Meca comienza la tercera fase, en la que se dio a los musulmanes la orden general de combatir, de forma que, según Ibn al-’Arabī, la «da’wa» y la Palabra alcanzaran todos los confines y no quedase ni un solo infiel, siendo un mandato que permanece vigente hasta el día del Juicio. La activación de esta noción expansiva se basa en la interpretación de ciertas aleyas, de importancia clave en la estructuración de la doctrina islámica sobre la legitimidad de la violencia.
El elemento central en la elaboración de este discurso es la desactivación del sentido defensivo inicial que tuvo Corán 2:190, considerada por al-Qurtubī la primera aleya de temática bélica, por la que se autorizaba a Muḥammad combatir si era agredido, pero no a iniciar las hostilidades, sobre la base de la expresión «lā ta’tadū». Esta aleya habría sido abrogada, según algunos ulemas, por 9:5 y, según otros (sobre la opinión de Ibn Zayd y al-Rabī’) por 9:36, que ordenaba combatir a todos los «kuffār» («infieles») No obstante, hay discrepancias en torno al sentido de esa abrogación. Siguiendo la opinión de varios ilustres «sahāba» o «compañeros» de Muḥammad (‘Umar b. rAbd al-’Azīz, Muŷāhid e Ibn ‘Abbās), al-Tabarī no la considera abrogada y afirma que su sentido es el de prohibir ejercer la violencia sobre mujeres y niños. Los exegetas andalusíes la entienden de modo similar. Para Ibn al-’Arabī, sólo queda abrogada la obligación de no iniciar las hostilidades sin haber sido agredidos previamente, de forma que la expresión «lā ta ‘tadū» posee dos sentidos: no combatir por motivos ajenos a la religión («lā tuqātilū ‘ala gayr al-dīn») y luchar sólo contra los que combaten lā yuqātal illā man qātala»). De forma similar, al-Qurtubī, sobre la autoridad de los citados «sahāba» y por boca de Abū Yafar al-Nahhās, estima que esta aleya es «explícita» («muhkama»), es decir, permanece operativa. No obstante, aunque algunos la entienden en el sentido de «no agredir», limitando el uso de la fuerza a los casos de legítima defensa, a su juicio esta interpretación del versículo queda abrogada por la orden general de combatir a todos los «kuffār» («mansūja bi-l-amr bi-l-qitāl li-ŷamī’ al-kuffār») promulgada en las aleyas «ofensivas». Su significado, por lo tanto, no es el de «no agredir», sino el de «no excederse», ya que lo que ordena es poner límites en el empleo de la violencia, en particular respecto a los colectivos no beligerantes (mujeres, niños, ancianos, enfermos, etc.)53.
La desactivación de la interpretación defensiva de Corán 2:190 se justifica sobre la preeminencia otorgada al sentido claramente ofensivo de los versículos que contienen exhortaciones explícitas a «combatir» (qātilū) o, incluso, a «matar» («uqtulū»), con un sentido imperativo y colectivo que, a juicio de los exegetas, los convierten en órdenes inapelables. El primero de ellos es Corán 2:193, sobre el que, según al-Qurtubī, hay dos interpretaciones, de signo contrario. Algunos ulemas opinan que la orden «combatid» («qātilū») se refiere a aquellos respecto a los que Dios advierte «si os combaten» («in qātalū-kum»). Por lo tanto, se trata de una interpretación restrictiva, de signo defensivo, donde la orden de atacar está supeditada a la existencia de una agresión previa. En cambio, otros consideran que 2:193 es «nāsija», es decir, ha abolido dicho requisito, de manera que constituye una orden general de combate, contra todos los politeístas en todas partes amr bi-l-qitāl li-kulli mušrik fī kulli mawdi’»). A juicio del exegeta andalusí, ésta es la opción correcta («aẓhar»)54 y, por lo tanto, coincidiendo con el resto de comentaristas, la considera una orden de ataque total, no sujeta al requisito de que los infieles inicien las hostilidades amr bi-qitāl mutlaq lā bi-šart an yabda’ al-kuffār»). La exégesis de esta aleya está vinculada al célebre «hadiz» «se me ha ordenado combatir hasta que todos declaren que no hay más dios que Dios», citado con anterioridad. La importancia de ambos textos radica en que, en base a ellos, los ulemas establecen que la causa del combate es la impiedad («kufr») y/o el politeísmo («širk, išrāk»), ya que ese es el sentido que se da a la expresión «hasta que dejen de induciros a apostatar» («hatta lā takūn fitna»). Esta identificación entre «fitna» y «kufr-širk» se basa en la opinión de los principales «sahāba». La segunda parte de la aleya fa-in intahū fa-lā ‘udwān illā rala-l-ẓālimīn») implica que el deber de combatir sólo cesa cuando desaparece el «kufr», sea aceptando el islam o a cambio del pago de la «ŷizya», en caso de tratarse de la gente del Libro. De lo contrario, han de ser combatidos, pues son los impíos («ẓālimūn») a los que alude el versículo en cuestión55. Así pues, los ulemas justifican sobre la interpretación de esta aleya la idea de que la causa de la lucha ya no es responder a una agresión previa, sino, sencillamente, la existencia del «kufr», de forma que el combate sólo debe cesar cuando la causa haya desaparecido. Idéntico sentido se otorga a Corán 9:5, de manera que la fórmula «matad a los asociadores dondequiera que les encontréis» («uqtulū-l-mušrikīn haytu waŷattumū-hum») se interpreta en un sentido global, como exhortación al combate contra todos los politeístas en todas partes («‘ām fī kulli mušrik; ‘ām fī kulli mawdi’»), con la salvedad de las excepciones relativas a los colectivos no beligerantes, que serán comentadas más adelante56.
Junto a Corán 9:5, tal vez la más determinante en la estipulación del sentido ofensivo del yihad sea Corán 9:29, que los exegetas conectan con los demás versículos de la misma azora que se relacionan con dicho discurso (5:73 y 123). Como afirma Ibn al-’Arabī, este versículo implica una orden de combatir a todos los infieles amr bi-muqātalat ŷamī’ al-kuffār») y aunque, continúa, éstos son de muchas clases anwa’ muta’addida»), mencionadas en el texto sagrado con distintos nombres, el término «kufr» los define a todos, lo cual justifica en Corán, 22:1757. Seguidamente, utiliza la tradición del Profeta para precisar el sentido exacto de la orden de combatir, a través del ya citado «hadiz» «se me ha ordenado combatir», lo cual, a su juicio, constituye el propósito principal y el objetivo supremo al-maqsūd al-a’ẓām wa-l-gāyatu al-quswa»). Citando al ulema sevillano, al-Qurtubī reafirma la idea punitiva que transmite la aleya, al afirmar que la fórmula inicial «qātilū» contiene la orden de castigar amr bi-l-’uqūba»), mientras que las siguientes definen el pecado («danb») merecedor del castigo y sus diversas manifestaciones, y la sentencia final («hasta que paguen el tributo») aclara el propósito final del castigo y establece la compensación mediante la cual se les dispensa del mismo 58.
La tercera aleya de referencia en la elaboración del sentido ofensivo del yihad es Corán 9:123, que los hermeneutas conectan con las otras dos de la misma azora con las que se vincula por su significado. En efecto, dicho versículo contiene una exhortación a la lucha, bajo la fórmula «combatid contra los infieles que tengáis cerca» («qātilū alladīna yalūna-kum min al-kuffār»). Al-Tabarī señala que esta aleya obliga a combatir primero a los enemigos más cercanos, no a los más lejanos, y que, en el momento de ser revelada, esos eran los «rūm», que habitaban el Šām, territorio más próximo a Medina que Iraq. Una de las interpretaciones que cita es la de Ibn Zayd, según el cual el versículo prescribía el combate contra los árabes, que eran los «kuffār» más próximos al principio, de manera que, tras acabar con ellos, Corán 9:29 ordenó combatir contra la gente del Libro, lo que constituye el mejor yihad a ojos de Dios afdalŷihād ‘inda Allāh»). Los exegetas posteriores, intensifican su sentido ofensivo. Así, para Ibn al-’Arabī este conjunto de versículos constituye un dictamen correcto y apropiado («sahīh munāsib») que establece la orden general de ataque dirigida a todos los musulmanes contra todos los infieles en cualquier lugar donde se encuentren, así como contra la gente del Libro, que son los «rūm» y parte de los etíopes qitāl ŷamī’ al-mu’minīn li-ŷamī’ al-kuffār wa-qitāl al-kuffār ayna-mā yūŷadū wa-qitāl ahl al-kitāb min ŷumlati-him»). Pero, además de ratificar la noción ofensiva del yihad ya mencionada en los versículos anteriores, Corán 9:123 posee su propia importancia. Si, como hemos visto, Corán 2:193 establece que la causa del combate es el «kufr», la relevancia de Corán 9:123 consiste en especificar el procedimiento de desarrollo del yihad, lo que al-Qurtubī, siguiendo una vez más al cadí sevillano, denomina la «metodología del yihad» («kayfiyyat al-ŷihād»), que consiste en combatir al enemigo por orden de proximidad. Tal fue el sistema empleado por el Profeta, que empezó con los árabes y, cuando terminó con ellos, siguió con los «rūm», que estaban en el Šām59.
La acuñación de esta visión ofensiva y global del yihad por parte de los exegetas encuentra una correspondencia plena en las obras de jurisprudencia. Así, en su tratado de divergencias jurídicas, Averroes afirma que existe consenso sobre la necesidad de combatir a todos los «mušrikīn», lo que justifica a través de Corán 8:39. Menciona como única excepción al respecto la opinión de Mālik relativa a los etíopes y los turcos, basada en la tradición profética, según el «hadiz» que estipula que se debe dejar en paz a los etíopes en tanto no se muestren hostiles60. Al parecer, aunque el propio Mālik no reconocía la autenticidad («sihha») de dicho «hadiz», decía que, en la práctica, siempre se había evitado atacarles61.
Si bien el predominio de la interpretación expansiva del yihad resulta manifiesta a través de los comentarios de los exegetas, es preciso mencionar, al menos, la existencia de tendencias que propugnan una línea conceptual distinta, aunque no aparezca más que como referencia ocasional en las fuentes teológicas y jurídicas. Ya antes he indicado que, al hilo de Corán 2:193, al-Qurtubī alude a la opinión que supedita la orden de combatir a la existencia de una agresión previa, si bien, a su juicio, ésta no es la opción correcta. En el mismo sentido, el propio ulema cordobés menciona a varios «sahāba» partidarios de la abrogación de la aleya de la espada (9:5). En efecto, al-Husayn b. al-Fadl la consideraba abrogada por todas las que estipulan respecto al enemigo la evitación y la paciencia al-i ‘rād wa-l-sabr ‘ala ada al-a’dā»), mientras que al-Dahhāk, al-Suddī y rAtā’ hacían lo propio respecto a Corán 47:4, que habla de la liberación y del rescate de los prisioneros como forma de acabar con los conflictos, por lo cual consideran ilícito ejecutarlos62.
La noción expansiva del yihad se materializa en el concepto de «da ‘wa», es decir, de la invocación, exhortación o requerimiento a aceptar el islam, que es preceptivo dirigir al enemigo antes de emprender las hostilidades. Esta llamada sirve para ofrecer la opción de aceptar el islam de forma voluntaria antes de imponerlo por las armas. Supone, pues, una forma de “pacifismo”, entendido en el sentido medieval del concepto, según el cual al enemigo, antes de ser atacado, se le da la oportunidad de rendirse. Es, pues, un instrumento legal que legitima el inicio de las hostilidades, similar al célebre “requerimiento”, acuñado en el siglo XVI por los españoles contra los indígenas americanos, al que algunos investigadores lo vinculan63. Según Averroes, hay consenso jurídico entre los ulemas en torno al principio de que la «da ‘wa» es un requisito para la guerra («šart al-harb»), de manera que no es lícito combatir sin haberlo realizado. La «da’wa» se justifica por mandato coránico (17:15), que estipula «nunca hemos castigado sin haber mandado antes un enviado»kunnā mu’addibīna hatta nab’ata rasūlan»). Asimismo, existe una justificación profética, ya que se afirma que Muhammad, cuando enviaba a sus tropas, ordenaba al jefe que emplazara al enemigo a tres cosas, la primera de ellas a convertirse al islam64. La «da’wa» es citada por el šāfi’ī al-Māwardī en su decálogo de las principales obligaciones del soberano musulmán (el califa o «imām»), colocando en sexto lugar la de combatir a quienes rechacen el islam tras haber sido invitados a aceptarlo, de tal forma que sean convertidos o se les someta al estatuto de la «dimma» . Sin embargo, para el mālikí Ibn Abī Zayd el “requerimiento” es sólo un acto recomendable, no obligatorio ahabb ilay-nā an lā yuqātil al- ‘aduww hatta yad’ū ila dīn Allāh»)65.
La concepción expansiva del yihad recorre toda la reflexión intelectual de los principales ulemas clásicos, incluyendo, también, la del muy célebre Ibn Jaldūn (732-808 H/1332-1406), cuyo planteamiento, frente a las formulaciones teológicas y jurídicas anteriores, es de índole más sociológica y filosófica, aunque no muy distinta a ellas. En el tercer capítulo de su Muqaddima, la “introducción” que le sirvió de prolegómeno a su gran crónica universal, reflexiona sobre la etiología del hecho bélico, considerando que la guerra es un hecho connatural a la especie humana («amr tabíīfī-l-bašar») y que ha existido siempre, desde que Dios creó al hombre66. Sobre esta premisa, distingue cuatro formas de guerra, dos de ellas ilegítimas y otras dos lícitas, en función de las causas que las provocan. Las dos primeras son las engendradas por la envidia y el afán de competencia gayra wa-munāfasa»), así como por la enemistad («‘udwān»), rasgo este último que considera propio de pueblos salvajes, como los árabes, los turcos, los turcómanos y los kurdos, cuyo único objetivo es apoderarse de los bienes ajenos, ya que han convertido esta actividad en su forma de vida. Frente a estas manifestaciones ilegítimas de la guerra, Ibn Jaldūn justifica el recurso a las armas por dos clases de motivos: religiosos, la defensa de Dios y su fe gadb li-llāh wa-li-dīni-hi»), y políticos, es decir, la lucha por defender el poder y consolidarlo gadb li-l-mulk wa-sa y fītamhidi-hi»). Esa guerra de naturaleza religiosa es la que, afirma, la «šarīa» denomina yihad67. Para Ibn Jaldūn, pues, la guerra emprendida por motivos religiosos es legítima y, en este sentido, considera el yihad como medio de expansión del islam, fe que, a diferencia de las demás, debe extenderse a todos los hombres, incluso por la fuerza68.
Si bien la noción expansiva del yihad recorre toda la reflexión teológica, jurídica y filosófica islámica clásica, hay determinados momentos de reactivación de dicho concepto, debido a circunstancias contextuales determinadas. Entre los siglos VIII y XV, al-Andalus fue una de las fronteras del territorio islámico con la cristiandad. Desde finales del siglo XI, coincidiendo con el inicio de la expansión territorial cristiana, parece percibirse una intensificación de la ideología del yihad entre los ulemas andalusíes. Hacia el año 460 H/1067-68, el polígrafo al-Bakrī (m. 487 H/1094) afirma que «al-Andalus es territorio de yihad y lugar de ribāt»dār ŷihād wa-mawtin ribāt»)69. De manera mucho más explícita, pocas décadas más tarde, en el primer cuarto del siglo XII, bajo el gobierno almorávide, el cadí de Córdoba Abū-l-Walīd b. Rušd, máxima autoridad jurídica y religiosa andalusí de su época y abuelo del citado Averroes, emite una fetua en la que afirma su importancia. En efecto, declara que, para los andalusíes de su época, la participación en el yihad es prioritaria frente al deber de la peregrinación («haŷŷ»), ya que éste ha sido suspendido, debido a la imposibilidad de efectuarlo («‘adam al-istitā’a»), es decir, según su propia explicación, de poder llegar al destino en condiciones de seguridad para las personas y los bienes. Esto, afirma Ibn Rušd, está fuera de dudas. La cuestión que se suscita, a su juicio, es si el yihad es mejor que la peregrinación en condiciones de seguridad, a lo que responde de modo afirmativo, dados los inmensos méritos que se le atribuyen li-mā warada fī-hi min al-fadl al-’aẓīm»). Por lo tanto, Ibn Rušd antepone el cumplimiento del yihad al deber de la peregrinación, a pesar de que ésta constituye uno de los cinco pilares básicos del islam. No parece que fuese el único alfaquí de su tiempo que pensaba así, ya que se conserva un dictamen similar de Ibn Hamdīn (m. 521 H/1127), otro de los principales ulemas de esta época. En el mismo sentido y al hilo de Corán 2:216, el exegeta de época almohade al-Qurtubī no duda en atribuir al abandono del yihad la causa de la pérdida de al-Andalus a manos del enemigo70.
En el otro extremo del Mediterráneo, el jurista Ibn Taymiyya (661-728 H/1263-1328) se erige tiempo después en uno de los máximos apologistas del yihad de todos los tiempos, al llegar a otorgarle una categoría especial, superior a la hasta entonces admitida en la tradición suní. Su pensamiento está marcado, de un lado, por el rigorismo de la escuela «hanbalī» y, de otro, por la continuación del retroceso del islam, ya que, coincidiendo con el fin de la presencia cruzada en Oriente (conquista de San Juan de Acre en 1291), se inicia la oleada de las conquistas mongolas, incluyendo la caída de la capital abasí, Bagdad (1258), y de Damasco (1260). En este contexto, Ibn Taymiyya elabora una auténtica apología del yihad, ponderando tanto su necesidad y obligatoriedad como su excelencia, basada, en primer lugar, en varias referencias coránicas (2:216; 9:24; 49:15; 47:2022; 61:10-13; 9:19-22; 5:54; 9:120-121). No duda en afirmar que representa la mejor de las formas de servicio voluntario que se consagran a Dios afdal mā tatawwa’a bi-hi al-insān»), de tal forma que existe unanimidad entre los ulemas al estimarlo superior a la peregrinación (mayor y menor o «’umra»), así como a la oración y al ayuno supererogatorios. A su juicio, lo esencial de la religión radica en la oración y el yihad ahamm amr al-dīn al-salā wa-l-ŷihād»), motivo por el cual la mayoría de los «hadices» se refieren a ambas obligaciones. Entre todas las obras, señala, no hay ninguna equiparable al yihad en cuanto a la adquisición de la recompensa divina y de mérito lam yarid fī tawāb al-a ‘māl wa-fadli-hā mitl mā waradafī-hi»). Su utilidad es general («naf ‘ām»), ya que beneficia por igual al que lo hace y al resto de la comunidad, tanto desde el punto de vista espiritual como material, e implica todas las otras formas, interiores y exteriores, de servicio a Dios. Es ese carácter general y global (muštamal) el que, a su juicio, lo convierte en superior a las demás obras71.

La paz como opción subordinada al estado de guerra
La noción expansiva del yihad se complementa con un segundo aspecto inherente a la doctrina elaborada por los ulemas y que se refiere a la posibilidad de mantener relaciones pacíficas con los no musulmanes. Esta opción también cuenta con respaldo coránico, ya que el texto sagrado islámico contiene un variado campo semántico relativo a las nociones de paz, acuerdo y amistad. Aunque no es el tema de este trabajo, es preciso recordar que las dos principales raíces que contienen dichas ideas, «slm» (que suele aludir a una paz interna, individual) y «slh» (establecimiento de acuerdos y alianzas), presentan 140 y 240 ocurrencias, respectivamente, es decir, bastantes más que las raíces verbales asociadas a la idea de guerra o combate («ŷhd» y «qtl») (véase tabla n° 1). Asimismo, la palabra «salām» (paz) es mencionada en 42 ocasiones72, una más que todas las ocurrencias de la raíz «ŷhd». Pese a estas amplias bases coránicas y en coherencia con el concepto activo del yihad, la posibilidad de la paz se contempla en la jurisprudencia como una opción reducida a un ámbito secundario, es decir, subordinado a la posibilidad de combatir, de tal forma que la tregua o la paz sólo se admiten como necesidad en caso de no ser posible luchar contra el enemigo. En este sentido, se diría que la situación “natural” es la guerra, mientras que la tregua sería sólo un recurso circunstancial.
En su síntesis sobre las divergencias de opinión, Averroes emplea indistintamente los términos «muhādana» («tregua») y «sulh», pudiendo este último traducirse por «paz» o, simplemente, por «acuerdo» o «arreglo amistoso». Aunque estos dos nombres puedan remitir a conceptos diversos en relación con la naturaleza temporal o permanente de cese de hostilidades, la terminología adquiere aquí una importancia secundaria, ya que el propio jurista cordobés define este aspecto a lo largo del texto, al referirse al tiempo máximo de duración del cese de hostilidades. Según el ulema cordobés, las condiciones del establecimiento de la tregua o acuerdo de paz son objeto de divergencias jurídicas en torno a tres aspectos fundamentales.
El primero radica en la causa que lo justifica. Para algunos ulemas no es necesario un motivo concreto, siendo decisión personal del soberano, quien puede establecerla según su criterio, siempre que, en su opinión, ello constituya un beneficio («maslaha») para los musulmanes. Aunque Averroes no alude a ello, ésta parece ser la opción mayoritaria, ya que se adscriben a ella tres de los cuatro fundadores de las principales escuelas suníes de derecho, Mālik, al-Šāffī y Abū Hanīfa. Otros, en cambio, opinan que la tregua sólo es aceptable en caso de necesidad («darūra»), es decir, si los musulmanes padecen una situación que les impide combatir, tales como la «fitna» («guerra civil») u otra circunstancia similar. La causa de esta divergencia de opiniones, según el ulema cordobés, radica en la contradicción entre versículos coránicos, en concreto los que incitan a la lucha (9:5 y 29) frente a la antes citada «aleya de la paz» («āyat al-sulh») (8:61). Los partidarios de la existencia de una causa justificativa opinan que Corán 9:29 abroga el versículo de la paz, de manera que, para ellos, la tregua sólo es admisible en casos de necesidad. En cambio, quienes dejan la decisión en manos del soberano creen que la aleya de la paz restringe el alcance de la otra āyat al-sulh mujassasa li-tilka») y sustentan este juicio en la actuación del Profeta, que concluyó la tregua de Hudaybiyya sin encontrarse forzado por una situación de necesidad73.
El ejemplo del Profeta introduce otro grupo de divergencias de opinión, relativo a las condiciones de la tregua, tanto respecto a su duración como a la posibilidad de que los musulmanes paguen un tributo al enemigo a cambio de obtenerla. Respecto al primer punto, al-Šāfiʿīconsidera que la actuación de Muḥammad en Hudaybiyya fue una excepción, siendo la regla la necesidad de combatir a los «mušrikīn». Por lo tanto, no se debe exceder el período establecido por el Profeta, es decir, diez años. A continuación, Averroes alude a la existencia de otras opiniones, sin especificar quiénes las sustentan, que abogan por períodos más cortos, de tres o cuatro años. Por otro lado, recuerda que algunos ulemas, como al-Awzā’ī, admiten que los musulmanes den un tributo a los «mušrikīn» a cambio de obtener la tregua en caso de verse forzados por una necesidad («darūra»), como una «fitna» u otra situación similar. Ello se justifica en la sunna, ya que un «hadiz» cuenta que Muḥammad consideró la entrega de parte de la cosecha de Medina a un grupo de «kuffār» que se disponían a atacar la ciudad, si bien finalmente no hubo de hacerlo, ya que pudo librarse del enemigo antes de pagar el tributo. En cambio, otros, como al-Šāfiʿī. opinan que los musulmanes no deben dar nunca nada a los «kufār», salvo en caso de que teman ser aniquilados illā an yajāfu an yastalimū»), sea por superioridad numérica del enemigo («katrat al- ‘aduww») o por alguna calamidad que se abata sobre ellos mihna nazalat bi-him»). La base jurídica radica en el principio de deducción analógica («qiyās») relativo al caso del rescate de prisioneros, de tal manera que cuando los musulmanes se ven reducidos a tal amenaza, es como si fuesen prisioneros, siendo lícito, por lo tanto, pagar a cambio de obtener la libertad74.
Tanto el predominio de la noción expansiva del yihad como las limitaciones en las condiciones del establecimiento de la paz se corresponden a una situación de confrontación entre el islam y las sociedades no musulmanas, característica de la época medieval, en especial en la península Ibérica. Aunque la guerra no es la única forma de relación con los no musulmanes, ni siquiera a nivel teórico, la doctrina del yihad permanece como ideal que condiciona las actitudes. Esta constatación, junto a la de la existencia de concepciones belicistas y expansivas similares en la sociedad cristiana (reconquista, cruzada), ha llevado a algunos especialistas a formular reflexiones poco optimistas sobre la naturaleza de las relaciones entre musulmanes y cristianos durante la Edad Media, cuestionando las visiones que postulan las ideas de tolerancia o coexistencia como marco definitorio de dichas relaciones. En ambos casos, en efecto, la ideología religiosa se concibe como suprema justificación del poder y de la violencia y del derecho de someter y, en su caso, aniquilar al otro, al enemigo75.

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ISSN: 1698-4374
D.L.: BI-1741-04
CLIid Sr CLnmm
n° 6 (2009), pp. 277/277

NOTAS:
1  En la 23a edición de su diccionario, aún no publicada, pero cuyas novedades pueden ya consultarse a través de Internet: http://buscon.rae.es/draeI/, s.v. yihad. En este trabajo se va a utilizar «yihad» en masculino, que es el género del término árabe, siendo su feminización consecuencia de su asimilación al concepto de «guerra santa».
2 Sobre este fenómeno, véase GARCÍA SANJUÁN, A.: «La doctrina clásica del yihad frente al terrorismo», Estudios Mirandeses. Anuario de la Fundación Cultural Profesor Cantera Burgos, XXVIII/b (2008), pp. 23-61.
3  En nuestro país, el ejemplo más representativo de esta tendencia es ELORZA, A.: Umma. El integrismo en el islam. Madrid, 2002; ELORZA, A.: «Terrorismo islámico, las raíces doctrinales» y «Anatomía de la yihad en el Corán y los hadices», F. REINARES y A. ELORZA, El nuevo terrorismo islamista. Del 11-S al 11-M, Madrid, 2004, pp. 149-176 y 269-294, respectivamente; ELORZA, A.: «Yihad, el sexto pilar del Islam», Claves de Razón Práctica, 169 (2007), pp. 36-43.
4  SHALTUT, M.: «El Corán y la guerra», R. PETERS, La yihad en el islam medieval y moderno, Sevilla, 1998, pp. 35-74.
5  PARADELA ALONSO, N.: «Belicismo y espiritualidad: una caracterización del yihad islámico», Militarium Ordinum Analecta, 5 (2001), pp. 653-667; TORRES PALOMO, M” P.: «Islam y guerra santa», A. PÉREZ JIMÉNEZ y G. CRUZ ANDREOTTI (eds.), La religión como factor de integración y conflicto en el Mediterráneo, Málaga, 1996, pp. 111-126.
6  MELO CARRASCO, D.: «El concepto de yihad en el islam clásico y sus etapas de aplicación», Temas Medievales, 13 (2005), pp. 157-172; MELO CARRASCO, D.: «Algunos aspectos en relación con el desarrollo jurídico del concepto yihad en el Oriente islámico medieval y al-Andalus», Revista Chilena de Derecho, XXXIV/3 (2007), pp. 405-419.
7  Me remito a los trabajos de A. Elorza citados en la nota n° 3, así como a DE LA CORTE IBÁÑEZ, L. y JORDÁN, J.: La yihad terrorista. Madrid, 2007.
8  VIDAL LUENGO, A. R.: «Aspectos no violentos del yihad», C. PÉREZ BELTRÁN y F. A. MUÑOZ (eds.), Experiencias de paz en el Mediterráneo, Granada, 2003, pp. 245-287.
9  LANDAU-TASSERON, E.: «Jihād», DAMMEN McAULIFFE et al. (eds.): Encyclopaedia of the Qur’an, Leiden, 2003, III, pp. 38.
10  FIRESTONE, R.: Jihad…, p. 47; BARCELÓ, M.: «Al Qaeda, una criatura moderna», EL PAÍS, 29-3-2004.
11  BADAWI, E. M. y ABDEL HALEEM, M.: Arabic-English Dictionary of Qur’anic Usage. Leiden, 2008, p. 177; WATT, M.: «Islamic Conceptions of the Holy War», T. P. MURPHY (ed.): The Holy War, Columbus, 1976, p. 145; LANDAU-TASSERON, E.: «Jihād»…, p. 35; KASSIS, H. E. y KOBBERVIG, K. I.: Las concordancias del Corán. Madrid, 1987, pp. 645-646. Las cuatro ocurrencias del término yihad son: 9:24; 22:78; 25:52 y 47:31. En la literatura elaborada por no arabistas, la cuantificación de las aleyas con presencia de la raíz «ŷhd» es, a veces, errónea, como revelan los casos de FLORI, J.: Guerra santa, yihad, cruzada…, p. 74 y DE LA CORTE, L. y JORDÁN, J.: La yihad terrorista., p. 37.
12  LANDAU-TASSERON, E.: «Jihād»., p. 36. Esas diez aleyas son: 4:95; 5:54; 9:41, 44, 73, 81, 86, 88; 60:1; 66:9.
13  BADAWI, E. M. y ABDEL HALEEM, M.: Arabic-English Dictionary of Qur’anic Usage., p. 736; KASSIS, H. E. y KOBBERVIG, K I.: Las concordancias del Corán., pp. 426-428.
14  LANDAU-TASSERON, E.: «Jihād»., p. 38, sin especificación de las aleyas correspondientes.
15  Una breve aproximación a la historia de las traducciones castellanas del Corán hasta mediados del los noventa en ARIAS, J. P.: «Apuntes para una historia de la traducción del Corán al español», TRANS. Revista de Traductología, 2 (1998), pp. 173-176.
16 Una eficaz revisión de las distintas traducciones inglesas en MOHAMMED, K.: English Translations of the Qur’an», Middle East Quarterly, XII/2 (2005).
17  FIRESTONE, R.: Jihad…, p. 4.
18  TYAN, E.: «Djihād», BEARMAN, P. J. et ali. (eds.): Encyclopaedia of Islam, CD-ROM Edition, II, p. 538a.
19  KHADDURI, M.: War and Peace in the Law of Islam. Baltimore, 1955, pp. 53 y 64.
20  Baste recordar, a este respecto, las palabras de Benedicto XVI en su conferencia sobre Fe, razón y la universidad – memorias y reflexiones, pronunciada en la Universidad de Ratisbona el 12-9-2006, en la que invocaba la cita procedente del diálogo de 1391 entre el emperador bizantino Manuel II Paleólogo y un persa culto donde se afirma el carácter violento de la fe predicada por Muhammad.
21  «El mito del versículo de la espada», en HERNANDO DE LARRAMENDI, M. y PEÑA MARTIN, M. (eds.): El Corán ayer y hoy. Perspectivas actuales sobre el islam. Estudios en honor al profesor Julio Cortés, Córdoba, 2008, pp. 307-340.
22  BOSWORTH, C. E.: «Al-Tabarī», BEARMAN, P. J. et ali. (eds.): Encyclopaedia of Islam, X, pp. 11-16.
23  Sobre este ulema véase ROBSON, J.: «Ibn al-’Arabī», BEARMAN, P. J. et ali. (eds.): Encyclopaedia of Islam, III, p. 729; LAGARDÉRE, V.: «Abū Bakr b. al-’Arabī, grand cadi de Séville», Révue de l’Occident Musulman et de la Méditerranée, 40 (1986), pp. 91-102; LAGARDÉRE, V.: «La haute judicature a l’époque almoravide en al-Andalus», Al-Qantara, VII (1986), pp. 195215; SERRANO RUANO, D.: «El Corán como fuente de legislación islámica: Abū Bakr Ibn al-’Arabī y su obra Ahkām al-Qur’ān», HERNANDO DE LARRAMENDI, M. y PEÑA MARTÍN, S. (eds.): El Corán ayer y hoy…, pp. 251-275.
24  KHADDURI, M.: War and Peace…, p. 87.
25  Según la ed. de M. FU‘AD ‘ABD AL-BAQĪ, El Cairo, 1993, 2a ed. En cambio, en la ed. electrónica de http://www.al-eman.com/ son 1.861.
26  No obstante, las cifras varían, a veces considerablemente: véase tabla n° 4.
27  Según BULLIET, R. W.: Islam. The View from the Edge. Nueva York, 1994, 32, la recopilación de al-Bujārī, a la que asigna un total de 7.077 «hadices», estaría distribuida de la forma siguiente: 2.000 sobre prácticas rituales (oración, ablución, ayuno y peregrinación); 500 sobre exégesis coránica; 286 matrimonio y divorcio; 251 comida y bebida; 178 vestimenta y 129 asuntos médicos. Sobre economía y yihad no indica cifras precisas, limitándose a indicar que son asuntos «well covered».
28  Según la ed. electrónica http://www.al-eman.com/. En cambio, la ed. electrónica de la traducción de inglesa de A. H. SIDDIQI le atribuye unos 4.000.
29  Traducción de HOUDAS, O. y MARQAIS, W.: El-Bokhari. Les traditions islamiques. Paris, 1977, I, pp. 17, 148 y 454; II, p. 331; IV, pp. 426 y 548.
30  Traducción de SIDDIQI, A.-H.: Sahih Muslim: Arabic — English, (ed. electrónica: http://www.usc.edu/dept/MSA/fundamentals/hadithsunnah/muslim) I, 9, n° 29-34 y XXXI, 31, n° 5918.
31  MUSLIM: Sahīh, II, 22, n° 188; traducción de SIDDIQI, I, n° 81.
32  Repetida setenta veces en el texto coránico, en contextos diversos, no exclusivamente bélicos, f FIRESTONE, R.: Jihad., p. 74.
33  AL-BUJARĪ:Sahīh, XCVII, 28, n° 7458; traducción de HOUDAS, O. y MARQAIS, W.: El-Bokhári., IV, p. 612; trad, MUHSIN KHAN, 93, n° 550.
34  AL-BUJARĪ:Sahīh, LVI, 1 y 2; traducción de HOUDAS, O. y MARQAIS, W.: El-Bokhári., II, pp. 280-281.
35  MALIK: Muwatta’, XXI, 4; traducción de PÉREZ, A.: El camino fácil (al-Muwatta’). Almodóvar del Río, 1999, p. 253.
36  AL-BUJARĪ:Sahīh, LVI, 2, n° 2787; traducción de HOUDAS, O. y MARQAIS, W.: El-Bokhári…, II, p. 281; traducción de MUHSIN KHAN (The translation of the meanings of Sahíh Al-Bukhári: Arabic-English. Ed. electrónica: http://www.usc.edu/dept/MSA/fundamentals/hadithsunnah/bukhari/), 52, n° 44; MUSLIM: Sahīh, XXXIV, 29, n° 4977; traducción de SIDDIQI, 20, n° 4636; MALIK: Muwatta’, XXI, 1, 1; traducción de PÉREZ, A.: El camino fácil., p. 252. «Matal al-muŷāhid fīsabīl Allāh ka-matal al-sā’im al-qā’im al-dā’im alladīyuftaru min salāwa-lāsiyām hatta yarŷa ‘u».
37  AL-BUJARĪ:Sahīh, LVI, 22, n° 2818; 112, n° 2966 y 156, n° 3025; traducción de HOUDAS, O. y MARQAIS, W.: El-Bokhári., II, pp. 292, 336 y 355; traducción de MUHSIN KHAN, 52, n° 73, 210 y 266; MUSLIM: Sahīh, XXXIII, 6, n° 4640; traducción de SIDDIQI, 19, n° 4314; ABŪ DAWUD: Sunan, XV, 98, n° 2633; AL-TIRMIDĪ:Sunan, XVIII, 23, n° 1760.
38  AL-BUJARĪ:Sahīh, LVI, 4, n° 2790; traducción de HOUDAS, O. y MARQAIS, W.: El-Bokhári., II, pp. 282-283; traducción de MUHSIN KHAN, 52, n° 48.
39 AL-BUJĀRĪ:Sahīh, XXIV, 1, n° 1397; traducción de HOUDAS, O. y MARQAIS, W.: El-Bokhari…, I, pp. 453-454.
40  ABŪ DĀWUD: Sunan, XV, 18, n° 2504 y 2505; traducción de HASAN (Partial translation of Sunan Abu Dawud), 14, n° 2497.
41  FIRESTONE, R.: Jihad., p. 50.
42  ELORZA, A.: «Yihad en Madrid», EL PAÍS, 18-4-2004.
43  KHADDURI, M.: War and Peace., p. 62.
44  WATT, W. M.: «Islamic Conceptions of the Holy War», MURPHY, T. P. (ed.): The Holy War, Columbus, pp. 141 y 145-146; FLORI, J.: Guerra santa, yihad, cruzada: violencia y religión en el cristianismo y el Islam. Granada 2004, pp. 76 y 103.
45  FIRESTONE, R.: Jihad…, pp. vi, 68 y 77.
46  MORABIA, A.: Le Gihád dans l’Islam médiéval, le combat sacré des origines au XIIe siecle. Paris, 1993, pp. 186-187.
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48  ARCAS CAMPOY, M.: «Teoría jurídica de la guerra santa: el Kitāb qidwat al-Gāzī de Ibn Abī Zamanīn», Al-Andalus-Magreb, 1 (1993), pp. 51-65.
49  KHADDURI, M.: War and Peace in the Law of Islam, Baltimore, 1955, p. 94.
50  No obstante, es posible que, en las etapas formativas iniciales, antes de la conformación de la teoría jurídica clásica del yihad, desde el siglo IX, no existiera una diferenciación clara en la conceptualización de la lucha contra las distintas clases de enemigo, como parece sugerir el hecho de que ABŪ YŪSUF: Kitāb al-jarāŷ, El Cairo, 1367 H. p. 227; FAGNAN, E.: Livre de l’impot foncier (kitab el-kharadj), Paris, 1921, p. 295, incluya bajo un mismo epígrafe el combate («qitāl») contra dos grupos, designados como «ahl al-širk y ahl al-bagī». Mientras que el primero puede identificarse sin dificultad con los politeístas, la expresión «ahl al-bagī» parece remitirse a la disidencia, según la alusión que hace al comienzo del capítulo, basado en la contraposición entre «los inicuos» y «los de la alquibla» («ahl al-bagīmin ahl al-qibla»).
51  KHADDURI, M.: War and Peace., p. 74, remitiéndose al šāfi ‘í jl-Māwjrdī, habla de yihad en la lucha contra la apostasía («ridda»), la disensión («bagī») y la secesión («al-muhāribūn»). En realidad, el citado tratadista aborda el combate contra estos grupos separadamente, en un apartado propio, que sigue al del yihad y en el que dicho término está ausente, siendo su título el de «guerras de interés general» («hurūb al-masālih»). A lo largo del mismo nunca utiliza la palabra yihad, sino que habla siempre de «qitāl», cf. AL-MAWARDĪ:Al-Ahkām al-sultāniyya wa-l-wilāyāt al-dīniyya. Ed. Beirut, s/£, pp. 69-81; traducción de FAGNAN, E.: Les statuts gouvernementaux ou regles de droit public et administratif. Argel, 1915, pp. 109-129. Pese a ello, ABBOUD, S.: «Al-Yihad según el manuscrito aljamiado de al-TafrT de Ibn al-Yallāb», Sharq al-Andalus, 12 (1995), p. 327, sigue los planteamientos de Khadduri.
52  TYAN, E.: «Djihād»., II, p. 538a.
53  AL-TABARĪ:Ŷāmi’, II, pp. 258-260 y 272; IBN AL-’ARABĪ:Ahkām, I, p. 147; AL-QURTUBĪ:Ŷāmi’, II, pp. 344-348 y 351-352 y III, pp. 38-39; traducción de MAZA ABU MUBARAK, Z.: Compendio del tafsir del Corán. Al-Qurtubi, Granada, 2005-2007, vol. I, pp. 502504 y 506-507 y vol. II, p. 26; traducción de BEWLEY, A.: Tafsir al-Qurtubi. Classical Commentary of the Holy Qur’an, Londres, 2003, I, pp. 490-491 y 544.
54  No obstante, en este punto parece haber cierta contradicción, ya que, al menos en dos ocasiones, AL-QURTUBĪ:Ŷāmi’, II, pp. 345 y 347, señala que Corán 2:190 sigue siendo «explícita» («muhkama»), es decir, no abrogada, si bien considera que «lāta’tadū» ha perdido su valor de concepto defensivo.
55  AL-TABARĪ:Ŷāmi’, II, pp. 264-268; IBN AL-’ARABĪ:Ahkām, I, pp. 151-152 y II, p. 374; AL-QURTUBĪ:Ŷāmi’, II, p. 351; traducción de MAZA, Z.: Compendio., I, p. 506; traducción de BEWLEY, A.: Tafsir., I, p. 496.
56  AL-TABARĪ:Ŷāmi’, VI, p. 101; IBN AL-’ARABĪ:Ahkām, II, pp. 374 y 499; AL-QURTUBĪ:Ŷāmi’, VIII, p. 69.
57  «El Día de la Resurrección, Dios fallará acerca de los creyentes, los judíos, los sabeos, los cristianos, los zoroastrianos, y los asociadotes. Dios es testigo de todo».
58  IBN AL-’ARABĪ:Ahkām, II, p. 388; AL-QURTUBĪ:Ŷāmi’, VIII, p. 101.
59  AL-TABARĪ:Ŷāmi’, VII, pp. 95-96; IBN AL-’ARABĪ:Ahkām, II, p. 499; AL-QURTUBĪ: Ŷāmi’, VIII, p. 270.
60  «Hadiz» transmitido por ABŪ DĀWUD: Sunan, XXXVIII, 8, n° 4304 y 11, n° 4311; AL-NASĀ’Ī:Sunan, XXV, 42, n° 3189.
61  IBN RUŠD: Bidāya, I, p. 570; traducción de NYAZEE, I. A. K.: The Distinguished Jurist’s Primer, Doha (Qatar), 1994-1996, I, pp. 455-456 y 465; traducción de PETERS, R.: La yihad en el islam medieval y moderno, Sevilla, 1998, pp. 21 y 33.
62  AL-QURTUBI:Ŷāmi’, VIII, p. 70.
63  LEMISTRE, A.: «Les origines du Requerimiento», Mélanges de la Casa de Velázquez, VI (1970), pp. 162-209; SZÁSZDI LEÓN-BORJA, I.: «Sobre el origen medieval del requerimiento indiano. Apuntes para el Derecho islámico de guerra y paz en la España de la Reconquista y de la expansión atlántica», Iacobus. Revista de EstudiosJacobeos y Medievales, 13-14 (2002), pp. 111-135.
64  IBN RUŠD: Bidāya, I, p. 579; traducción de NYAZEE, I. A. K.: The Distinguished…, I, pp. 461-462; traducción de PETERS, R.: La yihad., pp. 28-29.
65  IBN ABĪ ZAYD: Risāla, pp. 162-163; traducción de RIOSALIDO, J.: Compendio de derecho islamico [Risāla fī-l-fiqh]. Ibn AbīZayd al-Qayrawānī, Madrid, 1993, p. 105.
66  Según KHADDURI, M.: War and Peace., p. 72, es el primer autor musulmán en formular esta idea.
67  IBN JALDŪN: Muqaddima, ed. Quatremere, 1858, III-37; traducción de FERES, J.: Introduccion a la historia universal (al-Muqaddimah), Mexico, 1997, p. 493; traducción de MONTEIL, V.: Discours sur l’Histoire universelle, Beirut, 1966-1968, II, p. 555. Cf. KHADDURI, M.: War and Peace., p. 70-71.
68  IBN JALDŪN: Muqaddima, III-33: «wa-l-milla al-islāmiyya la-mākāna al-ŷihādfī-hāmašrū’an li-’umūm al-da’wa wa-haml al-kāffa ‘ala dīn al-islām taw’ an aw kurhan». Este texto del ulema tunecino ha sido entendido, a mi juicio de forma algo abusiva, en clave de apología del yihad como instrumento para la conversión de los no musulmanes. Así se aprecia en las versiones siguientes: MONTEIL, V.: Discours sur l’histoire universelle., I, p. 459: «dans la Communauté musulmane, la guerre sainte est un devoir canonique, a cause du caractere universel de la mission de l’Islam et de l’obligation de convertir tout le monde, de gré ou de force»; ROSENTHAL, F.: An Introduction to History. The Muqaddimah, Londres, 1958: «In the Muslim community, the holy war is a religious duty, because of the universalism of the (Muslim) mission and (the obligation to) convert everybody to Islam either by persuasion or by force»; FERES, J.: Introducción a la historia universal., p. 437: «en el islamismo la guerra contra los infieles es una obligación santa, porque esta religión se dirige a todos los hombres y que éstos deben abrazarla — de buen grado o a la fuerza». Sin embargo, es poco probable que Ibn Jaldūn ignorase u obviase el tajante rechazo coránico a las conversiones forzosas (2:256). No cabe duda de que se muestra partidario de la coacción («kurhan»), pero lo que parece estar postulando a través de la expresión «haml al-kāffa ‘ala dīn al-islām» es la legitimidad de expandir el islam mediante el yihad e imponer su dominio a toda la humanidad, sin que ello deba interpretarse, al menos de manera necesaria, como una apología de la conversión forzosa. Esta lectura resulta compatible con otro pasaje de la Muqaddima en el que se afirma una noción común en el derecho islámico clásico relativa al yihad. Al comentar las divergencias entre las distintas sectas cristianas orientales (melkitas, jacobitas y nestorianos) recuerda que todas son infidelidad («kufr»), no existiendo para sus adeptos más que tres opciones: el islam, la «ŷizya» o la muerte («qatl»): IBN JALDŪN: Muqaddima, I, pp. 421-422; traducción de DE SLANE, W.: Les prolégomenes d’Ibn Khaldoun, Paris, 1863-1868, vol. I, p. 433 y MONTEIL, V.: Discours sur l’histoire universelle., I, p. 466; traducción de ROSENTHAL, F.: An Introduction to History. (pasaje ausente de las modernas ediciones de la Muqaddima y de la traducción de de FERES, J.: Introducción a la historia universal., p. 441). La mención de la «ŷizya», el impuesto de capitación que fundamenta el estatuto jurídico de la «dimma», rompe la dupla que se derivaría de la conversión forzosa (islam o muerte) y nos sitúa ante la tripleta de posibilidades que los musulmanes ofrecían a las demás comunidades. No obstante, es cuestión controvertida entre los ulemas qué grupos podían ser beneficiados con el mantenimiento de sus creencias a cambio del pago de la «ŷizya», existiendo al respecto dos tendencias, una más abierta o universalista y otra más restrictiva, partidaria de que sólo se pudiera percibir de la «gente del Libro» (judíos y cristianos) y de los zoroastrianos. Desconozco su opinión sobre este relevante aspecto, ya que, aunque dedica un apartado de la Muqaddima a la fiscalidad, IBN JALDŪN: Muqaddima, III-38; traducción de FERES, J.: Introducción a la historia universal., pp. 504-505; traducción de MONTEIL, V.: Discours sur l’histoire universelle…, II, pp. 569-572, no aporta reflexiones jurídicas relativas a dicha cuestión.
69  AL-BAKRĪ:Kitāb al-masālik wa-l-mamālik, II, 898, copiado por AL-HIMYARĪ:Kitāb al-rawd al-mi’tār, p. 6 (traducción) y p. 3 (texto árabe).
70  AL-WANŠARĪSĪ:Mi’yār, I, pp. 432-433; traducción parcial LAGARDERE, V.: Histoire et societe en Occident musulman au Moyen Age. Analyse du Mi_yār d’al-Wanšarīsī, Madrid, 1995, pp. 63 y 65; AL-QURTUBĪ:Ŷāmi’, III, p. 40; traducción de MAZA, Z.: Compendio., II, p. 27; traducción de BEWLEY, A.: Tafsir., I, p. 546.
71  IBN TAYMIYYA: Al-Siyāsa al-šar’iyya, pp. 25 y 100-102; traducción de LAOUST, H.: Le traite de droit public d’Ibn Taimiya, Beirut, 1948, pp. 19, 122-126 y 127.
72  ABDEL HALEEM, M.: Arabic-English Dictionary of Qur’anic Usage. Leiden, 2008, pp. 450-451; GÓMEZ CAMARERO, C. et ali.: «Una lectura del Corán desde la paz», Miscelánea de Estudios Árabes y Hebraicos, 46 (1997), pp. 113-148.
73  IBN RUŠD: Bidāya, I, pp. 581-582; traducción de NYAZEE, I. A. K.: The Distinguished., I, p. 463; traducción de PETERS, R.: La yihad., pp. 30-31.
74  IBN RUŠD: Bidāya, I, p. 582; traducción de NYAZEE, I. A. K.: The Distinguished., I, pp. 463-464; traducción de PETERS, R.: La yihad., pp. 31-32.
75 GARCÍA FITZ, F.: «Conflictividad bélica entre cristianos y musulmanes en el medievo hispano. Perspectivas ideológicas y políticas», J. A. Munita (ed.), Conflicto, violencia y criminalidad en Europa y América. VIJornadas de Estudios Históricos del Departamento de Historia Medieval, Moderna y de América (Vitoria-Gasteiz, 11 al 13 de noviembre de 2002), Vitoria, 2004, pp. 39-78.


Autor: Alejandro García Sanjuan, Univ. de Huelva.
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