El Asno Roñoso de la Cola Cortada / Mangy Ass with the lopped-off tail

LA REENCARNACIÓN

No intentaremos acometer aquí un estudio absolutamente completo del tema de la reencarnación, ya que se precisaría todo un volumen para examinarlo en todos sus aspectos. Quizá lo retomemos algún día; el asunto es interesante, y no en sí mismo, pues se trata de un absurdo puro y simple, sino en razón de la extraña difusión de esta idea, que en nuestra época es una de las que más contribuyen a la confusión de gran número de personas. Sin embargo, no podemos eximirnos de tratarlo, y al menos diremos lo que nos parece más esencial; nuestra argumentación no sólo irá dirigida contra el espiritismo kardecista, sino también contra todas las restantes escuelas "neo-espiritualistas" que, tras él, han adoptado la idea, apenas modificándola en detalles más o menos importantes. Por el contrario, esta refutación no se dirige, como la anterior (1), al espiritismo considerado en general, pues la reencarnación no es un elemento absolutamente esencial, y se puede ser espiritista sin admitirla, mientras que ello no es posible sin admitir la manifestación de los muertos mediante fenómenos sensibles. De hecho, se sabe que los espiritistas americanos e ingleses, es decir, los representantes de la más antigua forma del espiritismo, fueron en un principio unánimes en oponerse a la teoría reencarnacionista, criticada violentamente, en particular, por Douglas Home (2); ha sido necesario, para que algunos de ellos se decidieran más tarde ha aceptarla, que esta teoría haya penetrado en los medios anglosajones a través de vías extrañas al espiritismo. En la misma Francia, algunos de los primeros espiritistas, como Piérart y Anatole Barthe, se separaron de Allan Kardec en este punto; pero, en la actualidad, se puede decir que el espiritismo francés al completo ha hecho de la reencarnación un verdadero "dogma"; el propio Allan Kardec, por lo demás, no dudó en recurrir a este término (3). Recordemos que esta teoría fue adoptada del espiritismo francés en primer lugar por el teosofismo, y luego por el ocultismo papusiano y otras diversas escuelas, que igualmente han hecho de ella uno de sus artículos de fe; por mucho que estas escuelas hayan reprochado a los espiritistas el concebir a la reencarnación de un modo poco "filosófico", las modificaciones y las diversas complicaciones que éstas han aportado no podrían disimular ese préstamo inicial.
  Ya hemos indicado algunas de las divergencias que existen, a propósito de la reencarnación, sea entre los espiritistas, sea entre éstos y las demás escuelas; en ello como en todo lo demás, las enseñanzas de los "espíritus" son regularmente fluctuantes y contradictorias, y las pretendidas constataciones de los "clarividentes" no lo son menos. Así, hemos visto que, para unos, un ser humano se reencarna constantemente en el mismo sexo; para otros, se reencarna indiferentemente en uno u otro, sin que a este respecto pueda fijarse ninguna ley; incluso hay para quienes existe una alternancia más o menos regular entre las encarnaciones masculinas y femeninas. Del mismo modo, unos dicen que el hombre se reencarna siempre sobre la tierra; otros pretenden que también puede reencarnarse en algún planeta del sistema solar, o incluso sobre un astro cualquiera; algunos admiten que existen generalmente numerosas encarnaciones terrestres consecutivas antes de pasar a otra morada, y ésta es la opinión del propio Allan Kardec; para los teosofistas, no hay sino encarnaciones terrestres durante todo el período de un ciclo extremadamente amplio, tras lo cual toda una raza humana comienza una nueva serie de encarnaciones en otra esfera, y así sucesivamente. Otro punto no menos discutido es la duración del intervalo que debe transcurrir entre dos encarnaciones consecutivas: unos piensan que es posible una reencarnación inmediata, o al menos tras un corto espacio de tiempo, mientras que, para otros, las vidas terrestres deben quedar separadas por grandes intervalos; en otro lugar hemos indicado que los teosofistas, tras haber supuesto en un principio que estos intervalos eran de mil doscientos o mil quinientos años como mínimo, han llegado a reducirlos considerablemente, estableciendo a este respecto distinciones según los "grados de evolución" de los individuos (4). Entre los ocultistas franceses se ha producido igualmente una variación bastante curiosa: en sus primeras obras, Papus, atacando a los teosofistas, de quienes acababa de separarse, repite con ellos que "según la ciencia esotérica, un alma no puede reencarnarse sino después de unos mil quinientos años, salvo en algunas excepciones muy determinadas (muerte infantil, muerte violenta, adoptado)" (5), e incluso llega a afirmar, siguiendo fielmente a Mme. Blavatsky y a Sinnett, que "estas cifras están sacadas de cálculos astronómicos del esoterismo hindú" (6), cuando lo cierto es que ninguna doctrina tradicional auténtica ha hablado jamás de la reencarnación, y ésta no es más que una invención moderna y occidental. Más tarde, Papus rechazó totalmente la pretendida ley establecida por los teosofistas y declaró que no se puede ofrecer ninguna, diciendo (y respetamos cuidadosamente su estilo) que "sería tan absurdo fijar un término exacto de mil doscientos o de diez años al tiempo que separa una encarnación de un retorno a la tierra como fijar para la vida humana un período igualmente exacto" (7). Todo esto apenas inspira confianza en quienes examinan las cosas con imparcialidad, y, si la reencarnación no ha sido "revelada" por los espíritus por la buena razón de que éstos jamás han hablado realmente a través de mesas o de médiums, las pocas observaciones que acabamos de apuntar bastarían ya para demostrar que no puede tratarse de un verdadero conocimiento esotérico enseñado por iniciados que, por definición, sabrían a qué atenerse. Ni siquiera hay necesidad de llegar al fondo de la cuestión para descartar las pretensiones de ocultistas y teosofistas; queda por ver si la reencarnación es el equivalente de una simple concepción filosófica; efectivamente, de eso se trata, y se encuentra incluso en el nivel de las peores de ellas, puesto que es absurda en el sentido propio de la palabra. Hay también muchas ideas absurdas en los filósofos, pero al menos no son presentadas generalmente más que como hipótesis; los "neo-espiritualistas" se engañan totalmente (admitimos aquí su buena fe, que para la masa es indudable, pero que no siempre lo es para los dirigentes), y la misma seguridad con la cual formulan sus afirmaciones es una de las causas que las hacen más peligrosas que las de los filósofos.
Acabamos de emplear el término "concepción filosófica"; el de "concepción social" sería quizá más justo en estas circunstancias, si se considera cuál fue el origen real de la idea de la reencarnación. En efecto, para los socialistas franceses de la primera mitad del siglo XIX, que la inculcaron en Allan Kardec, esta idea estaba esencialmente destinada a ofrecer una explicación de la desigualdad de las condiciones sociales, que a sus ojos revestía un carácter particularmente chocante. Los espiritistas han conservado este mismo motivo entre aquellos de los que más gustosamente invocan para justificar su creencia en la reencarnación, e incluso han pretendido extender esta explicación a todas las desigualdades, tanto intelectuales como físicas; he aquí lo que dice Allan Kardec: "O las almas en su nacimiento son iguales, o no lo son; ello no ofrece dudas. Si son iguales, ¿por qué esas aptitudes tan diversas?... Si son desiguales, es porque Dios las ha creado así, pero entonces, ¿por qué esa superioridad innata acordada a algunos? ¿Es esta parcialidad adecuada a su justicia y al idéntico amor que profesa hacia todas sus criaturas? Admitamos, por el contrario, una sucesión de existencias anteriores progresivas, y todo queda explicado. Los hombres traen al nacer la intuición de lo que han adquirido; están más o menos avanzados, según el número de existencias que han recorrido, según estén más o menos alejados del punto de partida, del mismo modo que como en una reunión de individuos de todas las edades cada uno tendrá un desarrollo proporcionado al número de años que haya vivido; las existencias sucesivas serían, para la vida del alma, lo que los años son para la vida del cuerpo... Dios, en su justicia, no ha podido crear almas más o menos perfectas; pero, con la pluralidad de las existencias, la desigualdad que observamos ya no es contraria a la equidad más rigurosa" (8). Léon Denis afirma de modo semejante: "la pluralidad de las existencias es lo único que puede explicar la diversidad de caracteres, la variedad de aptitudes, la desproporción de las cualidades morales, en una palabra, todas las desigualdades que saltan a la vista. Fuera de esta ley, en vano nos preguntaríamos por qué ciertos hombres poseen talento, nobles sentimientos, aspiraciones elevadas, mientras que tantos otros no comparten sino necedad, pasiones viles e instintos groseros. ¿Qué pensar de un Dios que, otorgándonos una sola vida corporal, nos hubiera hecho tan desiguales y, desde el salvaje al civilizado, hubiera reservado a los hombres dones tan distintos y un nivel moral tan diferente? Sin la ley de las reencarnaciones, la iniquidad gobierna el mundo... Todas estas oscuridades se disipan ante la doctrina de las existencias múltiples. Los seres que se distinguen por su potencia intelectual o sus virtudes han vivido más, trabajado más, adquirido una experiencia y aptitudes mayores" (9). Similares razones son mantenidas incluso por escuelas cuyas teorías son menos "primarias" que las del espiritismo, pues la concepción reencarnacionista jamás ha podido perder enteramente el estigma de su origen; los teosofistas, por ejemplo, también esgrimen, al menos secundariamente, la desigualdad de las condiciones sociales. Por su parte, Papus hace exactamente lo mismo: "Los hombres recomienzan un nuevo trayecto en el mundo material, ricos o pobres, socialmente dichosos o desgraciados, según los resultados adquiridos en los tránsitos anteriores, en las encarnaciones precedentes" (10). En otra parte se expresa aún más claramente a este respecto: "Sin la idea de la reencarnación, la vida social es una iniquidad. ¿Por qué existen seres ignorantes que están atiborrados de plata y colmados de honores, mientras que hay seres de valor que se debaten en la miseria y en la lucha cotidiana por los alimentos físicos, morales y espirituales?... Se puede decir, en general, que la actual vida social está determinada por el estado anterior del espíritu y determina, a su vez, el estado social futuro" (11).
Una tal explicación es perfectamente ilusoria, y he aquí por qué: en primer lugar, si el punto de partida no es el mismo para todos, si hay hombres que están más o menos alejados de él al no haber recorrido el mismo número de existencias (según dice Allan Kardec), hay aquí una desigualdad de la cual ellos no podrían ser responsables, y, por consiguiente, los reencarnacionistas deben considerarla una "injusticia" incapaz de ser explicada por su teoría. A continuación, incluso admitiendo que no existan diferencias entre los hombres, ha sido preciso que hubiera, en su evolución (y hablamos según la manera de ver de los espiritistas), un momento en el que las desigualdades han comenzado, y es además necesario que éstas tengan una causa; si se dice que esta causa consiste en los actos que los hombres habían cumplido anteriormente, deberá explicarse cómo han podido estos hombres comportarse de forma diferente antes de que las desigualdades se hayan producido entre ellos. Esto es inexplicable, simplemente porque hay aquí una contradicción: si los hombres hubieran sido perfectamente iguales, se asemejarían en todos los aspectos, y, admitiendo que esto fuera posible, jamás habrían podido dejar de serlo, a menos que se niegue la validez del principio de razón suficiente (y, en tal caso, no cabría buscar ni ley ni explicación alguna); si han podido hacerse distintos, es evidentemente porque la posibilidad de desigualdad estaba en ellos, y esta posibilidad previa bastaría para constituirlos desiguales desde el origen, al menos potencialmente. De este modo, se ha alejado la dificultad creyéndola resolver, y, finalmente, subsiste por completo; pero, a decir verdad, no existe dificultad, y el mismo problema no es menos ilusorio que su pretendida solución. Se puede decir de esta cuestión lo mismo que de muchas cuestiones filosóficas, que no existe sino porque está mal planteada; y, si se plantea mal, es sobre todo, en el fondo, porque se hacen intervenir consideraciones morales y sentimentales allí donde éstas no tienen cabida: esta actitud es tan necia como lo sería la de un hombre que se preguntara, por ejemplo, por qué determinada especie animal no es igual a otra, lo cual está manifiestamente desprovisto de sentido. Que existan en la naturaleza diferencias que se nos aparecen como desigualdades, mientras que hay otras que no presentan este aspecto, depende de un punto de vista puramente humano; y, si se deja de lado este punto de vista eminentemente relativo, ya no puede hablarse de justicia o de injusticia en este orden de cosas. En suma, preguntarse por qué un ser no es igual a otro es preguntarse por qué es diferente de otro; pero, si no fuera en modo alguno diferente, sería ese otro en lugar de ser él mismo. Desde el momento en que hay una multiplicidad de seres, es preciso que existan diferencias entre ellos; dos cosas idénticas son inconcebibles, porque, si son verdaderamente idénticas, no son dos cosas, sino una sola; Leibnitz tiene toda la razón en este punto. Cada ser se distingue de los demás, desde el principio, porque posee en sí mismo ciertas posibilidades esencialmente inherentes a su naturaleza, que no son las posibilidades de ningún otro ser; la pregunta a la que los reencarnacionistas pretenden responder se reduce simplemente a la cuestión de por qué un ser es él mismo y no otro. Poco importa si se quiere ver aquí una injusticia, pues, en todo caso, es una necesidad; y, por otra parte, en el fondo, seria más bien lo contrario de una injusticia: en efecto, la idea de justicia, desprovista de su carácter sentimental y específicamente humano, se reduce a la de equilibrio o armonía; ahora bien, para que haya en el Universo una total armonía, es necesario y basta con que cada ser esté en el lugar que debe ocupar, como elemento de ese Universo, en conformidad con su propia naturaleza. Esto significa precisamente que las diferencias y las desigualdades, a las que se tiende a denunciar como injusticias reales o aparentes, concurren efectiva y necesariamente, por el contrario, a esa armonía total; y ésta no puede no ser, pues ello supondría que las cosas no son lo que son, ya que sería absurdo pretender que pueda ocurrirle algo a un ser que no sea una consecuencia de su naturaleza; de modo que los partidarios de la justicia pueden por añadidura sentirse satisfechos, sin verse obligados a ir al encuentro de la verdad.
Allan Kardec declara que "el dogma de la reencarnación está fundado en la justicia de Dios y en la revelación" (12); acabamos de demostrar que, de ambas razones, la primera no podría ser válidamente invocada; en cuanto a la segunda, ya que él quiere hablar evidentemente de la revelación de los "espíritus", y como anteriormente hemos establecido que ésta es inexistente, no tenemos necesidad de volver sobre ella. No obstante, éstas no son aún sino observaciones preliminares, pues del hecho de que no se vea ninguna razón para admitir algo no se sigue forzosamente que este algo sea falso; al menos, se podría permanecer a este respecto en una actitud de pura y simple duda. Debemos decir, por otra parte, que las objeciones formuladas normalmente contra la teoría reencarnacionista apenas son más determinantes que las razones invocadas para apoyarla; ello se debe, en gran medida, a que los adversarios y los partidarios de la reencarnación se sitúan igualmente, a menudo, sobre un terreno moral y sentimental, y las consideraciones de este orden nada podrían probar. Podemos volver a presentar aquí la misma observación que en lo concerniente al tema de la comunicación con los muertos: en lugar de preguntarse si ésta es verdadera o falsa, lo único que importa, se discute para saber si es o no "consoladora", y así puede discutirse indefinidamente sin avanzar un ápice, puesto que se trata de un criterio puramente "subjetivo", como diría un filósofo. Lamentablemente, hay mucho más que decir contra la reencarnación, ya que se puede establecer su absoluta imposibilidad; pero, antes de llegar a ello, debemos tratar aún otra cuestión y precisar ciertas distinciones, no sólo porque son en sí más importantes, sino también porque, de lo contrario, algunos podrían extrañarse al vernos afirmar que la reencarnación es una idea exclusivamente moderna. Demasiadas confusiones e ideas falsas han prevalecido desde hace un siglo como para que mucha gente, incluso fuera de los medios "neo-espiritualistas", no se encuentre gravemente influida; esta deformación ha llegado a tal punto que los orientalistas oficiales, por ejemplo, interpretan corrientemente en un sentido reencarnacionista textos en los cuales no hay nada semejante, y se han hecho completamente incapaces de comprenderlos de otro modo, lo que significa que no entienden absolutamente nada.
El término "reencarnación" debe ser distinguido de al menos otros dos términos, que tienen un significado totalmente diferente, y que son los de "metempsicosis" y "transmigración"; se trata de cosas que eran muy bien conocidas de los antiguos, como aún lo son de los orientales, pero que los occidentales modernos, inventores de la reencarnación, ignoran absolutamente (13). Está claro que, cuando se habla de reencarnación, esto significa que el ser que ya ha estado encarnado retoma un nuevo cuerpo, es decir, vuelve al estado por el cual ya ha pasado; por otra parte, se admite que ello concierne al ser real y completo, y no simplemente a los elementos más o menos importantes que han podido entrar en su constitución a un título cualquiera. Aparte de estas dos condiciones, no puede en absoluto tratarse de reencarnación; ahora bien, la primera la distingue esencialmente de la transmigración, tal como es considerada en las doctrinas orientales, y la segunda no la diferencia menos profundamente de la metempsicosis, en el sentido en que era especialmente entendida por los órficos y los pitagóricos. Los espiritistas, al afirmar erróneamente la antigüedad de la teoría reencarnacionista, dicen que no es idéntica a la metempsicosis; según ellos, no sólo se distingue de ésta en que las existencias sucesivas son siempre "progresivas", sino que además se debe considerar exclusivamente a los seres humanos: "Hay, dice Allan Kardec, entre la metempsicosis de los antiguos y la doctrina moderna de la reencarnación, una gran diferencia: los espíritus niegan de forma absoluta la transmigración del hombre en los animales, y a la inversa" (14). Los antiguos, en realidad, jamás han considerado tal transmigración, como tampoco la del hombre en otros hombres, como podría definirse la reencarnación; sin duda, existen expresiones más o menos simbólicas que pueden dar lugar a malentendidos, pero solamente cuando no se sabe lo que verdaderamente quieren decir, que es lo siguiente: hay en el hombre elementos psíquicos que se disocian tras la muerte, y que pueden pasar entonces a otros seres vivos, hombres o animales, sin que ello tenga más importancia, en el fondo, que el hecho de que, tras la disolución del cuerpo de ese mismo hombre, los elementos que lo componían puedan servir para formar otros cuerpos; en ambos casos, se trata de elementos mortales del hombre, y no de la parte imperecedera que es su ser real, y que en absoluto es afectada por estas mutaciones póstumas. A propósito de esto, Papus ha cometido un error de otro género, al hablar de "confusiones entre la reencarnación o retorno del espíritu a un cuerpo material, tras un período astral, y la metempsicosis o travesía del cuerpo material por cuerpos de animales y plantas, antes de volver a un nuevo cuerpo material" (15); sin necesidad de mencionar algunas rarezas de expresión que pueden deberse a descuidos (los cuerpos de animales y plantas no son menos "materiales" que el cuerpo humano, y no son "atravesados" por éste, sino por los elementos que de él provienen), esto no podría en modo alguno ser denominado "metempsicosis", pues la formación de dicha palabra implica que se trata de elementos psíquicos, y no corporales. Papus acierta al pensar que la metempsicosis no concierne al ser real del hombre, pero se engaña completamente con respecto a su naturaleza; y, por otra parte, cuando dice que la reencarnación "ha sido enseñada como un misterio esotérico en todas las iniciaciones de la antigíiedad" (16), confunde a ésta pura y simplemente con la verdadera transmigración.
La disociación que sigue a la muerte no afecta solamente a los elementos corporales, sino también a ciertos elementos a los que se puede llamar psíquicos; ya hemos mencionado esto al explicar que tales elementos pueden a veces intervenir en los fenómenos del espiritismo, y contribuir así a la apariencia de una acción real de los muertos; de forma análoga, también pueden, en ciertos casos, presentarse como una reencarnación. Lo importante, en este último punto, es que dichos elementos (que durante la vida pueden haber sido propiamente conscientes o sólo "subconscientes") comprenden especialmente todas las imágenes mentales que, resultantes de la experiencia sensible, han formado parte de lo que se denomina memoria e imaginación: estas facultades, o más bien estos conjuntos de facultades, son perecederos, es decir, están sujetos a disolución, puesto que, siendo de orden sensible, dependen literalmente del estado corporal; por otra parte, fuera de la condición temporal, que es una de las que definen el mencionado estado, la memoria no tendría evidentemente ninguna razón para subsistir. Lo dicho se aleja con seguridad de las teorías de la psicología clásica acerca del "yo" y su unidad; tales teorías presentan el defecto de estar casi tan vacías de fundamento, en su género, como las concepciones de los "neo-espiritualistas". Otra observación no menos importante es que puede existir transmisión de elementos psíquicos de un ser a otro sin que ello suponga la muerte del primero: en efecto, hay tanto una herencia psíquica como una herencia fisiológica. Esto no es dudoso, e incluso es un hecho de observación vulgar; pero probablemente muchos no se percatan de que ello supone al menos que los padres suministran un germen psíquico, al mismo título que un germen corporal; y este germen puede implicar potencialmente un conjunto muy complejo de elementos pertenecientes al dominio de la "subconsciencia", además de tendencias o predisposiciones propiamente dichas que, desarrollándose, aparecerán de forma más manifiesta; esos elementos "subconscientes", por el contrario, podrán no hacerse aparentes más que en casos excepcionales. Es precisamente la doble herencia psíquica y corporal lo que expresa esta fórmula china: "Tú revivirás en tus miles de descendientes", que con toda seguridad difícilmente podría ser interpretada en un sentido reencarnacionista, aunque los ocultistas e incluso los orientalistas hayan realizado otras proezas semejantes. Las doctrinas extremo-orientales consideran incluso preferentemente el aspecto psíquico de la herencia, y ven en ella una verdadera prolongación de la individualidad humana; a ello se debe que, bajo el nombre de "posteridad" (que por otra parte es susceptible además de un sentido superior y puramente espiritual), estas doctrinas asocien el mencionado aspecto a la "longevidad", llamada inmortalidad por los occidentales.
Como veremos a continuación, algunos de los hechos que los reencarnacionistas creen poder invocar en apoyo de su hipótesis se explican perfectamente por uno u otro de los dos casos que acabamos de considerar, es decir, por un lado, la transmisión hereditaria de ciertos elementos psíquicos, y, por otro, la asimilación por una individualidad humana de otros elementos psíquicos derivados de la desintegración de individualidades humanas anteriores, que no por ello tienen la menor relación espiritual con aquella. Hay, en todo esto, correspondencia y analogía entre el orden psíquico y el orden corporal; y ello se comprende sin dificultad, puesto que ambos, repitámoslo, se refieren exclusivamente a lo que puede ser llamado elementos mortales del ser humano. Todavía debemos añadir que, en el orden psíquico, puede ocurrir, más o menos excepcionalmente, que un considerable conjunto de elementos se conserve sin disociarse y sea transferido tal cual a una nueva individualidad; los hechos de este género son, naturalmente, los que presentan el carácter más llamativo ante los ojos de los partidarios de la reencarnación, y sin embargo no son menos engañosos que todos los demás (17). Todo esto, ya lo hemos dicho, no concierne ni afecta en modo alguno al ser real; ciertamente, nos podríamos preguntar por qué, si es así, los antiguos parecen haber otorgado gran importancia a la suerte póstuma de los elementos en cuestión. Se podría responder simplemente señalando que también hay gente que se preocupa por el tratamiento que su cuerpo puede sufrir después de la muerte, sin por ello pensar que su espíritu deba experimentar consecuencia alguna; pero añadiremos que, efectivamente, por regla general, estas cosas no son absolutamente indiferentes; si lo fueran, los ritos funerarios no tendrían ninguna razón de ser, mientras que, por el contrario, tienen una muy profunda. Sin poder insistir demasiado, diremos que la acción de estos ritos se ejerce precisamente sobre los elementos psíquicos del difunto; ya hemos mencionado lo que pensaban los antiguos acerca de la relación existente entre su incumplimiento y ciertos fenómenos de "obsesión", y dicha opinión estaba perfectamente fundada. Con seguridad, si no se considerara mas que el ser en tanto que ha pasado a otro estado de existencia, no cabría tener en cuenta lo que puede ocurrir con tales elementos (salvo quizá para asegurar la tranquilidad de los vivos); pero es muy distinto si se considera lo que hemos denominado las prolongaciones de la individualidad humana. Este tema podría dar lugar a consideraciones cuya complejidad y extrañeza nos impide abordarlas aquí; por lo demás, opinamos que es de aquellos que no sería ni útil ni ventajoso tratar públicamente de manera detallada.
Tras haber dicho en qué consiste verdaderamente la metempsicosis, diremos ahora lo que es propiamente la transmigración: esta vez, se trata efectivamente del ser real, aunque no es para él un retorno al mismo estado de existencia, retorno que, si pudiera tener lugar, sería quizá una "migración", si se quiere, pero no una "transmigración". De lo que se trata es, por el contrario, del paso del ser a otros estados de existencia, definidos, tal como hemos dicho, por condiciones completamente distintas de aquellas a las cuales está sometida la individualidad humana (con la restricción de que, en tanto se trate de estados individuales, el ser está siempre revestido de una forma, aunque no podría dar lugar a ninguna representación espacial más o menos modelada sobre la de la forma corporal); quien dice transmigración dice esencialmente cambio de estado. Esto es lo que enseñan todas las doctrinas tradicionales de oriente, y tenemos múltiples razones para pensar que esta enseñanza era también la de los "misterios" de la antigüedad; incluso en doctrinas heterodoxas tales como el Budismo no se trata de otra cosa, a pesar de la interpretación reencarnacionista que hoy en día tiene curso entre los europeos. Precisamente la verdadera doctrina de la transmigración, entendida según el sentido ofrecido por la metafísica pura, es lo que permite rechazar de forma absoluta y definitiva la idea de la reencarnación; es más: tal refutación sólo es posible en este terreno. Hemos demostrado que la reencarnación es una pura y simple imposibilidad; debe quedar claro que un mismo ser no puede tener dos existencias en el mundo corporal, considerando este mundo en toda su extensión: poco importa que sea sobre la tierra o sobre cualquier otro astro (18); poco importa además que sea en tanto que ser humano o, según las falsas concepciones de la metempsicosis, bajo cualquier otra forma, animal, vegetal o incluso mineral. Añadiremos todavía esto: poco importa que se trate de existencias sucesivas o simultáneas, pues algunos han supuesto la estrafalaria idea de una pluralidad de vidas desarrollándose al mismo tiempo, para un mismo ser, en diversos lugares, posiblemente en planetas diferentes; esto nos remite de nuevo a los socialistas de 1848, pues parece haber sido Blanqui el primero en imaginar una repetición simultánea e indefinida, en el espacio, de individuos supuestamente idénticos (19). Algunos ocultistas pretenden que el individuo humano puede tener numerosos "cuerpos físicos", como ellos dicen, viviendo al mismo tiempo en diferentes planetas; y llegan incluso a afirmar que, si alguien sueña con su muerte, ello significa que, en muchos casos, en ese mismo instante, efectivamente ha muerto en otro planeta. Esto podría parecer increíble si no lo hubiéramos oído personalmente; pero en el siguiente capítulo se verán otras historias tan extrañas como ésta. Debemos agregar que la demostración válida contra todas las teorías reencarnacionistas, sea cual sea la forma que adopten, se aplica igualmente y al mismo título a ciertas concepciones de aspecto más propiamente filosófico, como la idea del "eterno retorno" de Nietzsche, y, en definitiva, a todo lo que suponga en el Universo una repetición cualquiera.
No podemos intentar exponer aquí, con todos los desarrollos que implica, la teoría metafísica de los estados múltiples del ser; no obstante, tenemos intención de dedicarle, cuando sea posible, uno o varios estudios especiales. Pero al menos podemos indicar el fundamento de dicha teoría, que es al mismo tiempo el principio de la demostración de que aquí se trata, y que es el siguiente: la Posibilidad universal y total es necesariamente infinita y no puede ser concebida de otro modo, pues, comprendiéndolo todo y no dejando nada fuera de sí, no puede ser limitada absolutamente por nada; una limitación de la Posibilidad universal, debiendo serle exterior, es propia y literalmente una imposibilidad, es decir, una pura nada. Ahora bien, suponer una repetición en el seno de la Posibilidad universal, como se hace al admitir que existen dos posibilidades particulares idénticas, es suponer una limitación, ya que lo infinito excluye toda repetición: sólo en el interior de un conjunto finito es posible regresar dos veces a un mismo elemento, y aún este elemento no sería rigurosamente el mismo más que a condición de que este conjunto forme un sistema cerrado, condición que jamás se realiza efectivamente. Desde el momento en que el Universo es verdaderamente un todo, o mejor dicho el Todo absoluto, no puede existir en parte alguna un ciclo cerrado: dos posibilidades idénticas no serían sino una sola y misma posibilidad; para que verdaderamente sean dos, es necesario que difieran al menos en una condición, y en tal caso no son idénticas. Jamás puede nada volver al mismo punto, y ello incluso en un conjunto que es solamente indefinido (y no ya infinito), como el mundo corporal: mientras se traza un círculo se efectúa un desplazamiento, de modo que el círculo no se cierra sino de forma ilusoria. Esto es una simple analogía, pero puede servir para ayudar a comprender que, "a fortiori", en la existencia universal, el retorno a un mismo estado es una imposibilidad: en la Posibilidad total, esas posibilidades particulares que son los estados de existencia condicionados son necesariamente en multiplicidad indefinida; negar esto es pretender limitar la Posibilidad; es preciso entonces admitirlo, so pena de contradicción, y ello basta para que ningún ser pueda pasar dos veces por el mismo estado. Como se ve, esta demostración es extremadamente simple en sí misma, y, si a algunos les cuesta comprenderla, ello es debido a su carencia de los más elementales conocimientos metafísicos; para éstos, una exposición más detallada sería quizá necesaria, pero les rogamos sepan esperar a que encontremos la ocasión de exponer integralmente la teoría de los estados múltiples; pueden estar seguros, en todo caso, de que esta demostración, tal como acabamos de formularla en lo que tiene de esencial, no deja nada que desear bajo el aspecto del rigor. En cuanto a quienes imaginan que, rechazando la reencarnación, corremos el riesgo de limitar de otra forma la Posibilidad universal, simplemente les responderemos que lo que rechazamos es una imposibilidad, que no es nada, y que no aumentaría la suma de posibilidades más que de un modo absolutamente ilusorio, al no ser sino un puro cero; no se limita la Posibilidad negando un absurdo cualquiera, por ejemplo, diciendo que no puede existir un cuadrado redondo, o que, de entre todos los mundos posibles, no puede haber ninguno en el que dos más dos sumen cinco; el caso es exactamente el mismo. Hay personas que se crean, en este orden de ideas, extraños escrúpulos: por ejemplo, Descartes, que atribuye a Dios la "libertad de indiferencia", por temor a limitar la omnipotencia divina (expresión teológica de la Posibilidad universal), sin percatarse de que esta "libertad de indiferencia", o la elección en ausencia de toda razón, implica condiciones contradictorias; diremos, empleando su lenguaje, que un absurdo no es tal porque Dios lo haya querido arbitrariamente, sino que, por el contrario, porque es un absurdo, Dios no puede hacer cualquier cosa, sin que no obstante ello implique la menor ofensa a su omnipotencia, al ser sinónimos absurdo e imposibilidad.
Volviendo a los estados múltiples del ser, señalaremos, pues ello es esencial, que tales estados pueden ser concebidos como simultáneos o como sucesivos, e incluso, en términos generales, no se puede admitir la sucesión más que a titulo de representación simbólica, puesto que el tiempo no es sino una condición propia de uno de esos estados, y la duración, bajo un modo cualquiera, no puede ser atribuida más que a algunos de ellos; si se quiere hablar de sucesión, hay que tener cuidado en precisar que no puede ser sino en sentido lógico, y no cronológico. Por esta sucesión lógica entendemos que existe un encadenamiento causal entre los diversos estados; pero la relación misma de causalidad, tomada en su verdadero significado (y no según la acepción "empirista" de algunos lógicos modernos), implica precisamente la simultaneidad o la coexistencia de sus términos. Además, es oportuno precisar que incluso el estado individual humano, que está sometido a la condición temporal, puede no obstante presentar una multiplicidad simultánea de estados secundarios: el ser humano no puede tener numerosos cuerpos, pero, aparte de la modalidad corporal y al mismo tiempo que ésta, puede poseer otras modalidades en las cuales se desarrollen algunas de las posibilidades que lleva implicadas. Esto nos conduce a señalar una concepción muy estrechamente vinculada a la de la reencarnación, y que cuenta también con numerosos partidarios entre los "neo-espiritualistas": según esta concepción, cada ser debería, en el curso de su evolución (pues quienes sostienen tales ideas son siempre, de una forma u otra, evolucionistas), pasar sucesivamente por todas las formas de vida, terrestres y no terrestres. Tal teoría no expresa más que una imposibilidad manifiesta, por la simple razón de que existen indefinidas formas vivas por las cuales jamás podrá pasar un ser cualquiera, siendo éstas todas aquellas que están ocupadas por los demás seres. Por otra parte, incluso aunque un ser haya recorrido sucesivamente indefinidas posibilidades particulares, y en un dominio mucho más extenso que el de las "formas de vida", no estaría por ello más avanzado con respecto al término final, que no podría ser de este modo alcanzado; volveremos sobre ello cuando hablemos más especialmente del evolucionismo espiritista. Por el momento, señalaremos únicamente esto: el mundo corporal al completo, en el despliegue integral de todas las posibilidades que contiene, no representa más que una parte del dominio de manifestación de un solo estado; tal estado implica entonces, "a fortiori", la potencialidad correspondiente a todas las modalidades de la vida terrestre, que es una porción muy restringida del mundo corporal. Esto hace perfectamente inútil (incluso aunque su imposibilidad no pudiera probarse de otro modo) la suposición de una multiplicidad de existencias a través de las cuales el ser se elevaría progresivamente de la modalidad más inferior, el mineral, hasta la modalidad humana, considerada como la superior, pasando sucesivamente por el vegetal y el animal, con toda la multiplicidad de grados comprendidos en cada uno de estos reinos; en efecto, hay quienes afirman tales hipótesis, y solamente rechazan la posibilidad de una vuelta hacia atrás. En realidad, el individuo, en su extensión integral, contiene simultáneamente las posibilidades que corresponden a todos los grados de que se trata (y quede claro que no decimos que los contiene corporalmente); esta simultaneidad no se traduce en sucesión temporal mas que en el desarrollo de su única modalidad corporal, en el curso de la cual, como demuestra la embriología, pasa efectivamente por todos los estadios correspondientes, desde la forma unicelular de los seres organizados más rudimentarios, e incluso, remontándonos aún más, desde el cristal, hasta la forma humana terrestre. Aprovecharemos para decir, desde ahora, que este desarrollo embriológico, contrariamente a la opinión común, no es en absoluto una prueba de la teoría "transformista"; ésta no es menos falsa que todas las restantes formas del evolucionismo, e incluso es la más grosera de todas; pero tendremos ocasión de volver sobre este punto. Lo que ante todo es preciso recordar es que el punto de vista de la sucesión es esencialmente relativo, y, por lo demás, incluso en la medida restringida en que es legítimamente aplicable, pierde casi todo su interés por la simple observación de que el germen, antes de todo desarrollo, contiene ya en potencia al ser completo (enseguida veremos la importancia de esto); en todo caso, este punto de vista debe siempre quedar subordinado al de la simultaneidad, tal como exige el carácter puramente metafísico, luego extra-temporal (aunque no extra-espacial, al no suponer la coexistencia necesariamente el espacio), de la teoría de los estados múltiples del ser (20).
Añadiremos todavía que, a pesar de las pretensiones de los espiritistas y sobre todo de los ocultistas, no hay en la naturaleza ninguna analogía en favor de la reencarnación, mientras que, en cambio, se encuentran numerosas en sentido contrario. Este punto hay sido puesto en evidencia en las enseñanzas de la H. B. of L., tal como hemos señalado anteriormente, que era formalmente anti-reencarnacionista; creemos que puede ser interesante citar aquí algunos pasajes de estas enseñanzas, que demuestran que dicha escuela poseía al menos algún conocimiento de la verdadera transmigración, así como de ciertas leyes cíclicas: "Es una verdad absoluta la que expresa el adepto autor de Ghostland, cuando dice que, en tanto que ser impersonal, el hombre vive en una indefinidad de mundos antes de llegar a éste... Cuando el gran estado de conciencia, cumbre de la serie de las manifestaciones materiales, es alcanzado, jamás volverá el alma a entrar en la matriz de la materia, no sufrirá la encarnación material; desde entonces, sus renacimientos se darán en el reino del espíritu. Es seguro que quienes sostienen la teoría extrañamente ilógica de la multiplicidad de los nacimientos humanos jamás han desarrollado en sí mismos el estado lúcido de conciencia espiritual; de otro modo, la teoría de la reencarnación, afirmada y sostenida hoy en día por muchos hombres y mujeres versados en la "sabiduría mundana", no tendría el menor crédito. Una educación exterior es relativamente ineficaz como medio para obtener el verdadero conocimiento... la bellota se hace roble, la nuez de coco, palmera; pero por muchas minadas de frutos que dé el roble, jamás se volverá bellota él mismo, ni tampoco la palmera volverá a ser nuez. Al igual para el hombre; desde el instante en que el alma se ha manifestado en el plano humano, y ha alcanzado así la conciencia de la vida exterior, nunca volverá a pasar por ninguno de sus estados rudimentarios... Todos los pretendidos "despertares de recuerdos" latentes, por los cuales algunas personas aseguran recordar sus existencias pasadas, pueden explicarse, e incluso sólo pueden explicarse por las simples leyes de la afinidad y de la forma. Cada raza humana, considerada en sí misma, es inmortal; lo mismo ocurre con cada ciclo: jamás el primer ciclo se convierte en el segundo, pero los seres del primer ciclo son (espiritualmente) los padres, o los generadores (21), de los del segundo ciclo. De esta forma, cada ciclo comprende una gran familia constituida por la reunión de diversas agrupaciones de almas humanas, y cada condición está determinada por las leyes de su actividad, de su forma y de su afinidad: una trinidad de leyes... Es del modo siguiente como el hombre puede ser comparado a la bellota y a la nuez: el alma embrionaria, no individualizada, se hace hombre al igual que la bellota se hace roble, y exactamente a como el roble da nacimiento a una innumerable cantidad de bellotas, el hombre ofrece a su vez a una indefinidad de almas los medios para nacer en el mundo espiritual. Existe una completa correspondencia entre los dos, y debido a ello los antiguos druidas rendían tan grandes honores a este árbol, que era honrado por encima de todos los demás por los poderosos hierofantes". He aquí una indicación de lo que significa la "posteridad" entendida en sentido puramente espiritual; no es éste el lugar de decir más acerca de tal punto, así como tampoco de las leyes cíclicas con las cuales se vincula; quizá tratemos algún día estas cuestiones, si encontramos el medio de hacerlo en términos suficientemente inteligibles, pues existen aquí dificultades especialmente inherentes a la imperfección de las lenguas occidentales.
Lamentablemente, la H. B. of L. admitía la posibilidad de la reencarnación en ciertos casos excepcionales, como el de los niños mortinatos o muertos con poca edad, y el de los idiotas de nacimiento (22); en otro lugar hemos señalado que Mme. Blavatsky había admitido este punto de vista en la época en que escribió Isis Dévoilée (23). En realidad, desde el momento en que se trata de una imposibilidad metafísica, no podría haber la menor excepción: basta con que un ser haya pasado por cierto estado, aunque no sea más que bajo una forma embrionaria, o incluso bajo la forma de un simple germen, para que en ningún caso pueda volver a ese estado, del cual ha efectuado así las posibilidades según la medida implícita en su propia naturaleza; si el desarrollo de estas posibilidades parece para él haber sido detenido en un cierto punto, es que no necesitaba llegar muy lejos en cuanto a su modalidad corporal, y el hecho de considerar exclusivamente ese estado es aquí la causa del error, pues no se tienen en cuenta todas las posibilidades que, para ese mismo ser, pueden desarrollarse en otras modalidades del mismo estado; si pudieran tenerse en cuenta, se vería que la reencarnación, incluso en casos como los mencionados, es absolutamente inútil, lo cual por otra parte puede admitirse cuando se sabe que es imposible, y que todo lo que hay concurre, sean cuales sean las apariencias, a la armonía total del Universo. Este tema es análogo al de las comunicaciones espiritistas: en ambos casos se trata de imposibilidades; decir que pueden haber excepciones sería tan ilógico como decir, por ejemplo, que puede existir un número limitado de casos en los que, en el espacio euclidiano, la suma de tres ángulos de un triángulo no equivalga a dos ángulos rectos; lo que es absurdo lo es de un modo absoluto, y no solamente "en general". Por lo demás, si se comienzan a admitir excepciones, no vemos muy bien cómo podría asignárseles un límite preciso: ¿cómo podría determinarse la edad a partir de la cual un niño, si acaba de morir, ya no tendrá necesidad de reencarnarse, o el grado que debe alcanzar la debilidad mental para exigir una reencarnación? Evidentemente, nada podría ser más arbitrario, y podemos dar la razón a Papus cuando dice que "si se rechaza esta teoría, no deben admitirse excepciones, pues de lo contrario se abre una brecha a través de la cual todo puede pasar" (24).
Esta observación, en el pensamiento de su autor, se dirige sobre todo a algunos escritores que han creído que la reencarnación, en ciertos casos particulares, era conciliable con la doctrina católica: el conde de Larmandie, especialmente, ha pretendido que ésta podía ser admitida para los niños muertos sin bautizar (25). Es muy cierto que algunos textos, como los del cuarto concilio de Constantinopla, a los que a veces se ha creído poder invocar contra la reencarnación, en realidad no se adaptan bien para ello; pero esto no significa un triunfo para los ocultistas, pues simplemente se debe a que en esa época la reencarnación ni siquiera había sido aún imaginada. Se trata aquí de una opinión de Orígenes, según la cual la vida corporal sería un castigo para las almas que, "preexistiendo en tanto que potencias celestiales, se habrían saciado de contemplación divina"; como se ve, no es cuestión aquí de otra vida corporal anterior, sino de una existencia en el mundo inteligible en sentido platónico, lo que no tiene relación alguna con la reencarnación. Apenas se entiende que Papus haya podido escribir que "la opinión del concilio indica que la reencarnación formaba parte de la enseñanza, y si había quienes voluntariamente volvían a reencarnar, no por hastío del Cielo, sino por amor al prójimo, el anatema no podía afectarles" (imaginaba entonces que el anatema iba dirigido contra "aquel que proclamara haber vuelto a la tierra por hastío del Cielo"); y sobre esto se apoya para afirmar que "la idea de la reencarnación formaba parte de las enseñanzas secretas de la Iglesia" (26). A propósito de la doctrina católica, debemos mencionar una aserción verdaderamente extraordinaria de los espiritistas: Allan Kardec afirma que "el dogma de la resurrección de la carne es la consagración del de la reencarnación enseñada por los espíritus", y que "así, la Iglesia, con el dogma de la resurrección de la carne, enseña la doctrina de la reencarnación"; o si no presenta estas proposiciones en forma interrogativa, y es el "espíritu" de San Luis quien le responde que "ello es evidente", añadiendo que "dentro de poco se reconocerá que el espiritismo surge a cada paso del texto de las sagradas Escrituras" (27). Aún más asombroso es que un sacerdote católico, aunque más o menos sospechoso de heterodoxia, pueda aceptar y sostener semejante opinión: se trata del padre J. A. Petit, de la diócesis de Beauvais, emparentado con la duquesa de Pomar, quien ha escrito las siguientes líneas: "La reencarnación ha sido admitida en la mayoría de los pueblos antiguos... Cristo también la admitía. Si no se la encuentra expresamente enseñada por los apóstoles es porque los fieles debían antes poseer las cualidades morales que les permitieran su comprensión... Más tarde, cuando los grandes jefes y sus discípulos hubieron desaparecido, y la enseñanza cristiana, presionada por los intereses humanos, quedó petrificada en un árido símbolo, no quedó, como vestigio del pasado, mas que la resurrección de la carne, o en la carne, que, tomada en el sentido estrecho de la palabra, hizo creer en el gigantesco error de la resurrección de los cuerpos muertos" (28). No queremos hacer ningún comentario al respecto, pues tales interpretaciones son de aquellas que no pueden ser tomadas en serio por ningún espíritu no predispuesto; pero la transformación de la "resurrección de la carne" en "resurrección en la carne" es una de esas pequeñas habilidades que ponen en duda la buena fe de su autor.
Antes de abandonar el tema, diremos todavía algunas palabras acerca de los textos evangélicos invocados por espiritistas y ocultistas en favor de la reencarnación; Allan Kardec indica dos (29), de los cuales el primero es el siguiente, que sigue al relato de la transfiguración: "Cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos. Sus discípulos le preguntaron entonces: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que Elías debe venir primero? Pero Jesús les respondió: Ciertamente, Elías ha de venir a restaurarlo todo. Pero yo os digo, sin embargo, que Elías ya vino, aunque no le reconocieron, sino que le hicieron sufrir cuanto quisieron. Así también ellos el Hijo del hombre tendrá que padecer de parte de ellos. Entonces los discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista" (30). Y Allan Kardec añade: "Puesto que Juan el Bautista era Elías, hubo entonces reencarnación del espíritu o del alma de Elías en el cuerpo de Juan el Bautista". Papus, a su vez, dice igualmente: "En principio, los Evangelios afirman sin ambages que Juan el Bautista es Elías reencarnado. Esto era un misterio. Interrogado sobre ello, Juan el Bautista calla, pero los demás lo saben. También está la parábola del ciego de nacimiento castigado por sus pecados anteriores, la cual invita a la reflexión" (31). En primer lugar, nada se dice en el texto acerca de la manera en que "Elías ya vino"; y, si se piensa que Elías no murió en el sentido ordinario de la palabra, parece al menos difícil que sea mediante la reencarnación; además, ¿por qué Elías, en la transfiguración, no se manifestó con los rasgos de Juan el Bautista? (32) Después, interrogado Juan el Bautista, no calla en absoluto, como pretende Papus. Por el contrario, él niega formalmente: "Y le preguntaron: ¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías? El dijo: No lo soy" (33). Si se afirma que ello solamente prueba que no recordaba su existencia anterior, responderemos que hay otro texto mucho más explícito aún; es aquél en el que el ángel Gabriel, anunciando a Zacarías el nacimiento de su hijo, declara: "irá delante del Señor con el espíritu y la virtud de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto"(34). Más claramente no podría indicarse que Juan el Bautista no era Elías en persona, sino que sólo pertenecía, si puede así ser expresado, a su "familia espiritual"; es de esta forma, y no literalmente, como debe entenderse la "llegada de Elías" En cuanto a la historia del ciego de nacimiento, Allan Kardec no la menciona, y Papus apenas parece conocerla, puesto que toma por una parábola lo que es el relato de una curación milagrosa; he aquí el texto exacto: "Cuando pasó Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento; y le preguntaron sus discípulos: Maestro, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús: Ni él pecó ni sus padres; es a fin de que las obras de la potencia de Dios se manifiesten en él" (35). Ese hombre no había sido "castigado por sus pecados", aunque hubiera podido serlo, a condición de modificar el texto añadiéndole una palabra que no se halla en él: "por sus pecados anteriores"; si no fuera por la ignorancia que demuestra Papus, se podría estar tentado de acusarle de mala fe. Es posible que la ceguera de aquél le hubiera sido infligida como sanción anticipada por los pecados que posteriormente cometería; esta interpretación no puede ser desechada sino por quienes llevan a tal punto su antropomorfismo que llegan a querer someter a Dios a la condición temporal. Por último, el segundo texto citado por Allan Kardec no es otro que la conversación entre Jesús y Nicodemo; para descartar las pretensiones de los reencarnacionistas a este respecto, podemos reproducir el pasaje esencial: "Si un hombre no nace de nuevo, no puede ver el Reino de Dios (...) En verdad te digo: el que no renazca de agua y de Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu. No te asombres de que te haya dicho: tenéis que nacer de nuevo" (36). Se precisa una ignorancia tan prodigiosa como la de los espiritistas para creer que puede tratarse aquí de la reencarnación, cuando en realidad se trata del "segundo nacimiento", entendido en un sentido puramente espiritual, e incluso claramente opuesto al nacimiento corporal; esta concepción del "segundo nacimiento", sobre la cual no insistiremos por ahora, es común a todas las doctrinas tradicionales, entre las cuales ninguna hay, a pesar de las afirmaciones de los "neo-espiritualistas", que haya enseñado nunca nada que se parezca en lo más mínimo a la reencarnación.
 
NOTAS
1. Esta salvedad se refiere al cap. anterior: la comunicación con los muertos (n. del t.).
2. Les Lumieres et les Ombres du Spiritualisme, pp. 118-141.
3. Le Livre des Esprits, pp. 75 y 96.
4. Le Théosophisme, Pp. 88-90.
5. Traité méthodique de Science occulte, pp. 296-297.
6. Ibid., p. 341.
7. La Réincarnation, pp. 42-43.
8. Le Livre des Esprits, Pp. 102-103.
9. Aprés la mort, pp. 164-166.
10. Traité méthodique de Science occulte, p. 167.
11. La Réincarnation, pp. 113 y 118.
12. Le Livre des Esprits, p. 75.
13. Cabría mencionar también las concepciones de algunos cabalistas, designadas con los nombres de "revolución de las almas" y de "embrionato"; pero no hablaremos aquí de ello, porque nos alejaríamos demasiado de la cuestión; por otra parte, estas concepciones no tienen sino un alcance muy restringido, pues hacen intervenir condiciones que, por extraño que pueda parecer, son totalmente especiales del pueblo de Israel.
14. Le Livre des Esprits, p. 96; cf. ibid., pp. 262-264.
15. La Réincarnation, p. 9. Papus añade: "Jamás deben ser confundidas la reencarnación y la metempsicosis; el hombre no se degrada y el espíritu nunca se convierte en espíritu de animal, salvo en el plano astral, en el estado genial, pero esto es todavía un misterio. Para nosotros, este pretendido misterio no lo es tanto: podemos decir que se trata del "genio de la especie", es decir, de la entidad que representa al espíritu, no de una individualidad, sino de una especie animal completa; los ocultistas piensan, en efecto, que el animal no es, como el hombre, un individuo autónomo, y que, tras la muerte, su alma retorna a la "esencia elemental", propiedad indivisa de la especie. Según la teoría aludida en términos enigmáticos por Papus, los genios de las especies animales serian espíritus humanos llegados a un cierto grado de evolución, a los cuales habría sido asignada especialmente esta función; por lo demás, hay "clarividentes" que pretenden haber visto a estos genios bajo la forma de hombres con cabezas de animales, como las figuras simbólicas de los antiguos egipcios. La teoría en cuestión es completamente errónea: el genio de la especie es una realidad, incluso para la especie humana, pero no es lo que creen los ocultistas, y no tiene nada en común con los espíritus de los hombres individuales; en cuanto al "plano" en el que se sitúa, no entra en los marcos convenciona-les fijados por el ocultismo.
16. La Réincarnation, p. 6.
17. Algunos piensan que una transmisión análoga puede operarse con elementos corporales más o menos sutilizados, y consideran entonces una "metemsomatosis" junto a la "metempsicosis"; a primera vista, podría tentar la suposición de que existe aquí una confusión y que erróneamente atribuyen corporeidad a elementos psíquicos inferiores; sin embargo, puede tratarse realmente de elementos de origen corporal, aunque "psiquizados", en cierto modo, por esa transposición en el "estado sutil" cuya posibilidad hemos indicado anteriormente; el estado corporal y el estado psíquico, simples modalidades diferentes de un mismo estado de existencia que es el de la individualidad humana, no podrían estar totalmente separados. Llamamos la atención de los ocultistas en relación a lo que de ello dice un autor del cual hablan gustosamente sin conocerlo, Keleph ben Nathan (Dutoit-Membrini), en La Philosophie Divine, t I, PP. 62 y 292-293; entre muchas declamaciones místicas bastante simples, el autor mezcla a veces observaciones interesantes. Aprovecharemos esta ocasión para señalar un error de los ocultistas, que presentan a Dutoit-Membrini como discípulo de Louis-Claude de Saint-Martin (es Joanny Bricaud quien ha hecho este descubrimiento), mientras que, por el contrario, se ha expresado en términos más bien desfavorables acerca de éste (Ibid., t I, PP. 245 y 345); podría escribirse todo un volumen, y sería bastante divertido, sobre la erudición de los ocultistas y su manera de escribir la historia.
18. La idea de la reencarnación en diversos planetas no es en absoluto patrimonio de los "neo-espiritualistas"; esta concepción, cara a Camille Flammarion, es también la de Louis Figuier (Le Lendemain de la Mort ou la Vie future selon la Science); es curioso observar a qué tipo de extravagantes ensueños puede dar lugar una ciencia tan "positiva" como quiere serlo la astronomía moderna.
19. L 'Eternité par les Astres.
20. Deberíamos poder criticar aquí las definiciones que Leibnitz ofrece del espacio (orden de las contingencias) y del tiempo (orden de las sucesiones); no pudiendo hacerlo, diremos solamente que amplia el sentido de estas nociones de un modo abusivo, como también hace por otra parte en cuanto a la noción de cuerpo.
21. Se trata de los pitris de la tradición hindú.
22. Existía aún un tercer caso de excepción, aunque de otro orden: era el de las "encarnaciones mesiánicas voluntarias" que se producirían alrededor de cada seiscientos años, es decir, al final de cada uno de los ciclos denominados Naros por los caldeos, pero sin que el mismo espíritu se encarne nunca más de una vez, y sin que se den consecutivamente dos encarnaciones en una misma raza; la discusión y la interpretación de esta teoría escaparían por completo del marco del presente estudio.
23. Le Théosophisme, pp. 97-99.
24. La Réincarnation, p. 179; según el Dr. Rozier: l’Initiation, Abril de 1898.
25. Magie et Religion.
26. La Réincarnation, p. 171.
27. Le Livre des Esprits, pp. 440-442.
28. L'Alliance Spiritualiste, julio de 1911.
29. Le Livre des Esprits, pp. 105-107.-Cf. Léon Denis, Christianisme et Spiritisme, pp. 376-378. Ver además Les Messies esseníens et l'Eglise orthodoxe, pp. 33-35; esta obra es una publicación de la secta llamada "eseniana", a la cual aludiremos más adelante.
30. San Mateo, XVII, 9-13.-Cf. San Marcos, IX, 9-13; este texto apenas difiere del anterior, exceptuando la mención de Juan el Bautista.
31. La Réincarnation, p. 170.
32. El otro personaje del Antiguo Testamento manifestado en la transfiguración es Moisés, de quien "nadie conoce el lugar de su sepultura"; Henoch y Elías, que deben volver "al final de los tiempos", fueron ambos "elevados a los cielos"; nada de esto podría ser invocado como ejemplo de la manifestación de los muertos.
33. San Juan, 1, 21.
34. San Lucas, 1, 17.
35. San Juan, IX, 1-3.
36. Ibid, III, 3-7.


Autor: René Guénon
Cap. VI de la 2ª parte de "L'Erreur Spirite".
Fuente: http://www.euskalnet.net/graal/rgencarna.htm
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Vía del Sirr y vía del Tabarrûk

Todo lo que hemos dicho sobre el "Sirr" (secreto espiritual) y de la realización efectiva de éste por la iniciación, concierne a la vía iniciática llamada, por ello, "Tarîq Es-Sirr": la vía del secreto espiritual.
Ésta confiere la posibilidad de una realización espiritual efectiva, cuya finalidad es el Conocimiento de Allâh.
Todo fundador de una vía espiritual (Tarîqa) es pues un gnóstico que posee efectivamente este "Sirr", y que lo transmite por la iniciación. Como hemos visto, la herencia de este "Sirr" no deriva de la propia voluntad de quien lo detenta, ni de una transmisión física de padre a hijo, si bien esta última modalidad tampoco es excluída. Cuando un maestro espiritual funda una vía iniciática, el "Sirr" o secreto iniciático no continúa forzosamente, tras la desaparición de este maestro, transmitiéndose dentro de la misma vía que él ha fundado.

El "Sirr" es pues lo que constituye, de cerca o de lejos, el origen de la fundación de toda vía espiritual en el Islam. Es la transmisión de este "Sirr" lo que, más allá de la divergencia aparente de las numerosas vías espirituales (Darqawiya, wazzaniya, tijaniya, etc...), constituye su unidad profunda. Esta unidad esencial de todas la vías espirituales, nos permite comprender porque los sufíes dicen que, en todas las épocas es siempre el maestro espiritual que detenta el "Sirr" quien influye espiritualmente en todas las demás vías espirituales, incluso si éstas últimas no son siempre conscientes de ello. Pero ocurre a menudo que los representantes de las diversas vías espirituales, vienen efectivamente a renovar el pacto de la iniciación (Tajdîd El ´Ahd) con aquel que es considerado poseedor en su época del Secreto espiritual (Mûl Es-Sirr), y que es conocido también como el "maestro de la hora" (Mûl El-Waqt). Cada maestro espiritual poseedor del "Sirr", funda una vía espiritual que lleva generalmente su nombre. El heredero espiritual de su "Sirr" (Warîth Sirrihi) fundará, a su vez, una vía espiritual que llevará su propio nombre, etc...
De esta forma, llegamos a tres consecuencias inmediatas:
- La transmisión del "Sirr" constituye una tradición ininterrumpida, y todos los sufíes coinciden en decir que todas las cadenas (Silsila) de sus genealogías iniciáticas, remontan al Profeta, quien está en el origen de toda Tradición espiritual en el Islâm.
- La vía iniciática que ha perdido el "Sirr" después de la desaparición (física) del maestro espiritual que la ha fundado, deviene lo que se llama una vía de "Tabarrûk" (Tarîq Et-Tabarrûk), término sobre el que trataremos más adelante.
- Un vía "Tabarrûk", aun habiendo perdido el "Sirr", y no pudiendo pues permitir una realización espiritual efectiva de sus miembros, mantiene sin embargo la posibilidad de recobrar este "Sirr", que subsiste de una forma virtual, potencial.
Lo cual es fácil de comprender, si recordamos lo dicho sobre la unidad esencial de todas las vías espirituales. Ocurre entonces a menudo que alguno de los miembros de una vía del "Tabarrûk", puede acceder, gracias a los distintos vínculos iniciáticos, a una realización espiritual efectiva del "Sirr", e introduce de nuevo ese "Sirr", dándole así el carácter de una verdadera vía iniciática.
Pero, como hemos tenido ocasión de repetir, todo esto no tiene nada que ver con decisiones individuales, que no pueden ser más que ilusorias, sino con imperativos espirituales que se expresan especialmente por el "Idhn" (autorización espiritual) dado por los distintos maestros de la iniciación. Esta misma pluralidad de maestros se refiere a los distintos grados de la iniciación, representados por el conjunto de los santos llamado: Diwân Es-Sâlihîn.
Pero volvamos a la vía del "Tabarrûk". Ésta se presenta como una vía espiritual, en la que se siguen transmitiendo las fórmulas del "Dhikr" (invocaciones a Dios y al Profeta), cuyo conjunto constituye el "Wird" esdivcido por el fundador original de la vía en cuestión, en función de cada discípulo y de sus propias necesidades espirituales.
En vida, el fundador de la vía confiere una iniciación espiritual verdadera, asumiendo su tarea de dirección espiritual en función de las posibilidades de sus discípulos. El punto central de esta educación espiritual era, como hemos visto (capítulo XIV), el hecho de que el Shaykh sea contemporáneo de sus discípulos, y que posea efectivamente el "Sirr".
A la muerte del Shaykh, si un heredero espiritual no ha sido designado expresamente por el mismo Shaykh, la transmisión del "Wird" continua, no obstante, teniendo lugar en la misma vía, en general por un Muqaddem (responsable designado en vida del Shaykh, pero cuya designación en ningún caso se confunde con la de un verdadero maestro espiritual), o incluso, por los mismos miembros de la familia del Shaykh.
Si bien el "Sirr" no puede seguir siendo efectivamente transmitido más que mediante un maestro espiritual "vivo" (es decir contemporáneo a sus discípulos), no ocurre lo mismo con la "Baraka". Ésta es una influencia espiritual de menor grado, que representa el aspecto potencial o virtual del "Sirr". Hemos tenido ya ocasión de dar algunos detalles sobre este término (ver capítulo XI).
En la vía del "Tabarrûk" subsiste pues una influencia espiritual. Opera a través de la transmisión del "Wird", a través de sesiones colectivas del "Dhikr" (invocaciones), y, en fin, a través de la propia tradición de la vía que, aunque virtual, continua transmitiéndose por la forma de ser y la educación de sus miembros. Sin embargo, existe una diferencia fundamental entre la vía del "Sirr" y la del "Tabarrûk". La primera, tiene como finalidad consciente la de acercarse (Taqarrûk) a Dios. La iniciación consistirá en desnudar (Tajarrud) al discípulo de todo atadura material o espiritual, para orientarlo únicamente al Conocimiento de Dios. Los sufíes dicen que no adoran a Dios, ni por deseo del Paraíso ni por temor al Infierno, sino porque es, en Sí mismo, digno de adoración. La segunda vía no permite, por sí misma, que el discípulo alcance este despojamiento. Se convierte pues en un lugar dedicado, más específicamente, al estudio y a la devoción (El ´Ibâdat). Su finalidad es, ante todo, la salvación del alma, y no el conocimiento divino (El Marifa).
La vía del "Tabarrûk" es de este modo, intermediaria entre la generalidad de los creyentes, que siguen las reglas de la Sharî´a pero que no por ello adhieren a una vía espiritual, y la vía del "Sirr", que es verdaderamente la vía de la realización espiritual. Encontramos aquí los tres niveles distinguidos por Ibn Khaldûn (ver más arriba). Sin embargo, conviene precisar que no se trata de tres dominios separados. Hemos tenido ya ocasión de ver que cada grado del Ser contiene esencialmente a todos los que le están subordinados (ver capítulo III). Aquí, ocurre lo mismo: la vía del "Sirr", contiene, en realidad, a todos los demás grados que le son subordinados, y en consecuencia, a todas las formas de adoración (´Ibâdât) propias de las demás vías, que se integran en función del más alto grado de la realización espiritual, que es la del Conocimiento divino.

Fuente: http://www.tariqa.org/espanol/viadelsirr.php Click Here to Read More..

LE GRAND VIDE DE JOSEPH SCHUMPETER. Brève histoire de la pensée économique en Islam. Omar OKALAY Ed. Wallada 1991.

Omar OKALAY entreprend dans cet essai de corriger une terrible erreur. Lecteur avisé, il a parcouru l’encyclopédique « Histoire de l’analyse économique », 1500 pages de Joseph SCHUMPETER, qui retracent la pensée économique depuis l’Antiquité grecque jusqu’au 20e siècle. A son grand étonnement, il découvre que la pensée économique sombre, entre Tacite - 2e siècle après JC – et Saint Thomas d’Aquin – 13e siècle – dans le vortex.

« Il y a un gène culturel qui bloque l’intelligence dès qu’il s’agit de l’Islam ».

Et l’auteur de partir de trois romans légendaires, mondialement connus, lus et relus par des générations successives, pour en extraire des clés d’analyse des mécanismes économiques, là où l’individu moyen, en Europe pour ce que j’en sais, aura surtout retenu un génie bleu sortant d’une lampe à huile dans un nuage de fumée. Sinbad le Marin, Aladin, les Milles et Une Nuits donnent à étudier les comportements dans l’environnement économique des les «self-made men» de l’Islam.

Trois chapitres captivants examinent les valeurs marchandes du monde musulman et les raisonnements économiques qui transparaissent dans ces récits. Pendant le 2e siècle de l’Hégire, en Europe subsistent à grand peine quelques commerçants dans des villes atrophiées. Omar OKALAY reconstruit à la lecture de Sindbad l’émergence d’une classe de marchands mus par leur libre arbitre, éclairés par une analyse du risque moderne et la connaissance des canaux de circulation des richesses. Deux siècles plus tard, c’est dans une société morcelée que prend place le récit d’Aladin. OKALAY dévoile le projet d’un développement conjoint du capitalisme et de la démocratie. Il trouve dans ce roman le projet de société du rêve marchand, proche du pouvoir pour lequel il aspire à la stabilité, mais défenseur du peuple dont le confort matériel est sa principale source de revenu. Dans les contes des Milles et Une Nuits, la classe marchande s’est stabilisée et se reproduit. A la veille de la prise de Bagdad, le système de traite et de crédit s’est banalisé, les risques financiers sont séparés des risques physiques. Le marchand, désormais fils de marchand, réside là où ses capitaux sont en sécurité - là où le pouvoir ordonne une société propice à son enrichissement.

La civilisation musulmane donne, bien avant l’Occident, l’exemple d’un esprit entrepreneurial qui survit à toutes les vicissitudes. AKALAY fait le lien entre ce substrat culturel et la pensée économique qui fut formulée et théorisée aux mêmes époques.

L’œuvre d’IBN AL-MUQAFFA défend les mêmes valeurs que Sinbad, celles de l’Islam naissant et triomphant du 2e siècle de l’Hégire. Son livre Kalila et Dimna propose une conception nouvelle de l’homme, fondamentalement optimiste et qui s’oppose à l’expiation perpétuelle que vivent les Chrétiens. Adam, absous, est libre de rechercher le bonheur, qui doit être spirituel et matériel. Culture et commerce, science et richesse sont étroitement imbriqués, et font appel à l’esprit d’initiative, le repli culturel comme l’avarice sont honnis.. Au-delà des « capitalistes », IBN AL-MUQAFFA tente de prévenir l’étouffement des paysans en montrant l’utilité d’une réforme fiscale visant la mise en œuvre d’un système transparent, au service de l’activité économique. Ses conseils sont adressés dans la Risala au calife Abu Djafar AL-MANSUR et l’auteur disparaîtra peu après sa parution. Il laisse un témoignage de l’esprit qui anime la promotion de l’individualisme à Damas, alors qu’en ce 8e siècle de l’ère chrétienne, l’Europe connaît le « grand vide » dont parle SCHUMPETER.

Vers l’an Mil, l’Europe a vu depuis cinq siècles ses structures politiques se dissoudre, ses villes se vider, mais connaît un accroissement progressif de sa population et son agriculture amorce un saut quantitatif salutaire. Ce sont les fondements de son renouveau, tandis que la civilisation musulmane à son apogée, fille du commerce et de la culture, est pressée par le pouvoir et la rue. L’œuvre de MISKAWAYH s’inscrit dans la recherche d’un second souffle, mais les freins au développement scientifique et culturel, puis le recul démographique qui s’amorce au 5e siècle de l’Hégire, sont les signes avant coureurs du déclin. La crainte malthusienne des surplus démographiques, en particulier dans les villes, est déjà d’actualité. A cette vision pessimiste des élites s’ajoute les oraisons des soufis qui prônent l’abstinence sexuelle. Bientôt, les vitrines de la civilisation urbaine musulmane se videront à leur tour.

Avant d’aborder les conclusions de l’ouvrage sur le renouvellement des civilisations, l’œuvre d’IBN-RUSHD est l’occasion d’aborder quelques fondements théologiques de la finance, qui anticipent, là encore, les analyses des économistes du 19e siècle. Les règles religieuses sont en effet interprétées en vue d’encadrer les pratiques marchandes. De la sorte, la théologie moralise la vie économique, tout en favorisant l’efficience des marchés, en régulant les taux d’intérêt et en limitant l’aléa moral. Elle créé ainsi, en instaurant des règles éthiques partagées par tous, les conditions de la confiance indispensable à l’accroissement des échanges au moyen des chèques et des lettres de change. Le crédit est limité pour contenir l’inflation, déjà alimentée par l’abondance d’or, qui creuse les inégalités entre riches et pauvres. C’est l’inverse de l’Europe dans laquelle la pénurie de capitaux rend indispensable le développement du crédit. Si pertinente soit-elle, l’analyse d’IBN-RUSHD n’est pas reprise et enrichie par les générations qui lui succèdent. La circulation des idées ralentit parallèlement à la transmission des richesses matérielles. Comme les activités intellectuelles et économiques reculent, le monde musulman cède progressivement la place à la civilisation occidentale.

De ce rapide survol, Omar OKALAY retient trois enseignements principaux. Au premier chef, le rôle que tient la démographie dans la décadence des civilisations. Dans un parallèle avec la décadence de la civilisation gréco-romaine, il souligne à nouveau le recul démographique qui accompagne le repli culturel et le retour aux pratiques pastorales, en remplacement de l’esprit d’entreprise qui guidait tant la science que l’économie. En second lieu, c’est l’éducation qui est mobilisée au service du projet de renaissance. Le Prophète encouragea la création d’école et la diffusion de l’apprentissage des langues à Médine, elles se multiplient à partir de l’an mil en Europe, comme la vie urbaine qui frémit à nouveau. C’est là qu’OKALAY se tourne vers l’avenir, faisant état de l’optimisme qu’il voudrait voir partagé par ses compatriotes. « L’Europe comprenait 10% d’alphabétisés au 5e siècle et il lui a fallu douze siècles pour passer de 10% à 25%. Le Maroc a mis trente ans pour parcourir le même chemin. » En 1991, nombreux sont ceux qui croient que l’instruction retrouve sa place. Moins nombreux peut-être que ceux qui aujourd’hui fustigent l’échec en la matière. Rappelons qu’en 2009, 43% des Marocains de plus de 10 ans sont analphabètes, un niveau identique à celui du Liberia. Quant à l’esprit d’entreprise que loue l’auteur, on lui opposera la volonté farouche des détenteurs de pouvoir, qu’il soit économique ou politique, de préserver et consolider leur situation, pour eux et leurs descendants, plutôt que d’entrer dans une ère de changement qui pourrait les fragiliser. Ainsi l’innovation, moteur de croissance, est-elle bridée, comme l’indispensable évolution des structures organisationnelles, dans l’administration publique comme dans la sphère privée.

Revenons aux conclusions de l’auteur. L’une d’elle est remarquable : (pour le pire ou pour le meilleur ndlr) « le modèle économique qui nous régit n’a pas été importé. (…) L’économie de marché, l’économie d’entrepreneurs, fait partie de notre fonds culturel, de notre génie propre. » Elle se développe avec la science et la culture, dans un contexte juridique et politique qui lui est favorable, lui-même organisé conformément aux valeurs religieuses. Dieu, la Patrie, le Roi. Voilà l’ultime appel lancé par Omar OKALAY. Devant la violence des changements amenés à s’opérer, il voit dans la trilogie un pilier, le repère indispensable pour conduire les évolutions nécessaires et nécessairement progressives.

La lecture de cet essai invite à porter un regard nouveau à la fois sur la science économique et sur la culture arabo-musulmane. Chacune des idées avancées mérite une analyse poussée. Si éclairantes soient-elles, leur survol est trop rapide pour permettre au profane une lecture critique de l’analyse proposée. Son apport est de compiler des clés d’analyse économique formulées par des auteurs arabes entre le 8e et le 13e siècle, qui seront redéveloppées par les Classiques et les Néoclassiques français et anglais à partir du 19e siècle seulement. Cet héritage des économistes musulmans reste méconnu, pourtant il continue d’irriguer les canaux de circulation des richesses dans le monde globalisé. Pour la connaissance, pour l’identité arabe, ou pour contribuer à construire un projet marocain, ces œuvres devraient être diffusées, reprises et critiquées.

Auteur: Nicola Laurent
Source: e-joussour.net, Portail de la Societé Civile Maghreb. http://www.e-joussour.net/ar/node/2542 Click Here to Read More..

Es posible aprender neurológicamente la espiritualidad

La neuroplasticidad podría ayudar a lograr una visión de la trascendencia

Sin ánimo de meter bazas en la polémica entre ciencia y Fe, puede afirmarse que está más que probado el beneficio físico y espiritual que queda como remanente en las personas que vivieron una experiencia mística. Por lo tanto, es válido buscar la manera de entrenar esa percepción de lo trascendente como si fuera un músculo. Al respecto, los recientes estudios sobre plasticidad neuronal son un buen punto de partida para esta misión.

“Recuerdo la noche y casi el lugar preciso, en la cima de la montaña, donde mi alma se expandía, por decirlo de alguna manera, hacia el Infinito. Se produjo una unión impetuosa de los dos mundos, el exterior y el interior; se trataba de lo profundo llamando a lo profundo, lo profundo que mi propia lucha había abierto dentro de mi ser, contestado por lo profundo impenetrable del exterior, que llegaba más allá de las estrellas. Estaba solo con Aquel que me había creado, a mí y a toda la belleza del mundo, el sufrimiento e, incluso, la tentación. Yo no lo buscaba, pero sentía la unión perfecta de mi espíritu con el suyo. El sentido normal de las cosas a mi alrededor había cambiado y, de momento, tan sólo sentía una alegría y una exultación inefables. Era como el efecto de una gran orquesta cuando todas las notas dispersas se han fundido en una armonía distendida que deja al oyente consciente únicamente de que su alma flota, casi rota de emoción. La perfecta quietud de la noche se estremecía tan sólo por un silencio aún más solemne, y la oscuridad era todavía más patente afuera de invisible. No podía dudar que Él estaba allí lo mismo que yo; de hecho, sentía, si es posible, que yo era el menos real”.Testimonio citado por William James en “Las variedades de la experiencia religiosa” (Madrid, ediciones península, 1ª ed. 1986).

En el origen de las religiones siempre se puede encontrar una “revelación mística” similar a la del relato que cita el pionero filósofo y psicólogo estadounidense. Quienes las vivieron refieren el acceso a una forma de conocimiento que no puede ser captado por imágenes o palabras, una certeza de unidad de todo lo existente, la pérdida del yo y del mundo, potentes estados de alegría, bienaventuranza, paz, vitalidad, bienestar físico y mental y de cercanía con lo sagrado, entre otras sensaciones.

Estas experiencias fueron estudiadas a fondo por varios autores y, aunque todavía no se ponen de acuerdo con las causas, ya casi no se discute el potencial transformador y sanador de la experiencia mística: Quien la vive, no vuelve a ser el mismo. Se transforma para siempre y en general para mejor, porque, como sentencia el psicólogo transpersonal Stanislav Grof: “podemos hablar de un profundo cambio a nivel psicofísico. Un individuo que vive una experiencia cumbre tiene la sensación de sobreponerse a la fragmentación y división cuerpo/mente, y alcanza un estado de unidad y completud interna total que usualmente resulta muy curativo y benéfico (…) Estas experiencias producen una mejora de la salud emocional y física”.

Ahora bien, ¿es posible fomentar, estimular o provocar este tipo de experiencias por medios naturales? Los estudios sobre neuroplasticidad parecen indicar que sí.

La neuroplasticidad

En los lóbulos frontales del cerebro está la llave del propio destino. Allí se cocinan los proyectos y las decisiones que surgen de la interacción de los 100 mil millones de neuronas del cerebro. Todas aquellas conexiones que no se usan se pierden, y hoy se sabe que el cerebro puede remodelarse a medida. La neuroplasticidad es la capacidad de aumentar o disminuir el número de ramificaciones neuronales y de sinapsis, a partir del estímulo sobre el cerebro. De este modo, una persona estimulada por la percepción desarrolla más conexiones que otra menos receptiva.

Al respecto, el psiquiatra Daniel Drubach, de la Mayo Clinic, en Minnesotta, explicó en su conferencia “Neurobiología de la imaginación y su relación con la espiritualidad” (dictada en el Foro de reflexión Cerebro y Espiritualidad, Buenos Aires, 17 de Septiembre de 2007): “es impresionante la manera en que el cerebro puede reorganizarse para poder adaptarse a nuevos desafíos”. Más aún si se somete a entrenamiento durante años. Por ejemplo, indica: “El músico que se expone a la música percibe una realidad diferente. Por el hecho de practicarla escucha otra cosa y puede detectar cambios muy sutiles en las notas que pasan desapercibidos para los no músicos. Esto se ha probado muchas veces y no es genético. Es la exposición al enriquecimiento del medio ambiente lo que modifica al cerebro. Percibir algo lo cambia a uno y luego lo puede percibir mejor”. Y agrega: “Otro estudio se hizo con pintores artísticos. Ellos son capaces de diferenciar entre los colores de una manera muy superior a la media. De una escala reconocen 35 tipos diferentes de amarillo, por ejemplo. Alguien que no es pintor dice que sólo hay 4 ante la misma paleta de colores. Es tremendo cómo la experiencia y más que nada el entrenamiento cambian la percepción de la realidad”.

De este modo, si la experiencia mística es algo que sucede (o es percibida) en el cerebro, nada impediría, en teoría, modificar la estructura de la red sináptica para favorecer la espiritualidad y, si se da el caso, la producción o recepción (esto ya es cuestión de Fe) de las experiencias místicas.

¿Es posible esto? Hay algunas pistas. El doctor Drubach explica que “al cerebro le interesa lo que cambia, no lo constante. Si hay un ruido repetitivo se lo escucha durante unos segundos y al rato se lo ignora. El cerebro se habitúa. Del mismo modo, uno entra a una habitación con un cierto olor y en unos minutos no lo huele más. Así, desde el punto de vista de las descripciones de Maimónides y otros, si la manifestación de Dios está siempre presente pero no cambia, será más difícil percibirla”.

Habrá entonces que tratar de modificar la percepción. Hace mucho que los cabalistas, judíos y cristianos, afirman que hay una realidad diferente y que hay que prepararse para descubrirla. En definitiva, de lo que están hablando es de plasticidad perceptiva.

A propósito, los ya famosos estudios de Andrew Newberg y Eugene Daquili, de la División de Medicina Nuclear de la Universidad de Pennsylvania, tienen que ver con esto también. Ellos estudiaron a un grupo de monjes tibetanos y frailes franciscanos (con tomografías computarizadas mientras meditaban) y encontraron cambios notables en la actividad cerebral. Al igual que los músicos o pintores, los que practican la meditación o la plegaria activan su cerebro de una manera diferente y lo predisponen a ciertas percepciones y experiencias místicas, espirituales o religiosas.

Este también es el tono de las investigaciones que los neurocientíficos Antoine Lutz y Richard Davidson de la Universidad de Wisconsin (Estados Unidos) llevan a cabo desde 1992 en colaboración con el Dalai Lama y otros monjes budistas muy experimentados en el arte de la meditación. Ellos colocaron en los monjes y en un grupo de control una red con sensores eléctricos mientras meditaban.

Los resultados no dejaban dudas. La amplitud de las ondas gamma recogidas en algunos de los monjes son las mayores de la historia registradas en un contexto no patológico. Lo cierto es que los monjes sincronizan un número de neuronas mucho mayor al promedio. De este modo, Lutz y Davidson dedujeron que el cerebro, con un correcto entrenamiento, puede desarrollar funciones nunca imaginadas.

¿Pero cuál sería el beneficio de volcarse a una vida espiritual? Muchos y diversos, y todos están bien testeados.

Beneficios de la espiritualidad

Aún si se deja a un costado la cuestión de la Fe, varios estudios probaron con el método científico que la vida espiritual ofrece beneficios indiscutibles. Estos son apenas algunos ejemplos de investigaciones realizadas en los últimos tres años:

-La religión aliviaría el estrés del cerebro ante las presiones cotidianas, de acuerdo con la investigación que el antropólogo Lionel Tiger de la Rutgers University de Estados Unidos, y Michael McGuire, psiquiatra y neurocientífico de la Universidad de California. Ellos publicaron el libro, "God’s Brain" donde sugieren que el estrés propio de la vida cotidiana, capaz de modificar la química del cerebro, encuentra alivio en las creencias y los rituales religiosos, lo que ayuda al cerebro a soportar las tensiones.

-Bajo ciertas circunstancias, la creencia religiosa fomenta actitudes de generosidad, altruismo y mejora el comportamiento social, según el estudio de los psicólogos sociales de la University of British Columbia (Vancouver, Canadá) Ara Norenzayan y Azim Shariff.

-Los individuos religiosos son más amables y rectos. Así lo probaría un meta-análisis de docenas de estudios que vinculaban ciertas características de la personalidad humana con la religiosidad realizado por el científico de la Universidad belga de Louvain, Vassilis Saroglou, especializado en la investigación de la personalidad y de la psicología religiosa.

-La Fe en Dios reduce los síntomas de la depresión clínica, puesto que los depresivos creyentes son un 75 por ciento más propicios a responder a los medicamentos, de acuerdo con un estudio publicado por investigadores del Rush University Medical Center de Chicago, en Estados Unidos.

-A principios de 2009 otra investigación, realizada por científicos de la Universidad de Miami, Estados Unidos, y dirigida por el profesor de psicología Michael McCullough, reveló que las personas religiosas tienen mayor capacidad de autocontrol que las no religiosas y regulan de manera más eficiente sus actitudes y emociones, con la finalidad de conseguir objetivos para ellos valiosos. 
-Las plegarias por otros potencian la capacidad individual de perdonar, sugiere un trabajo realizado por el psicólogo de la Florida State University, Nathaniel Lambert, y sus colaboradores, de la Florida State University. Al rezar, señalan, las personas dejan de centrar su atención en sí mismos y en sus propios objetivos. Así, los sentimientos negativos pueden desvanecerse. Una investigación anterior de estos mismos investigadores había demostrado que la gratitud también puede potenciarse mediante la oración.

-La religiosidad ayuda a evitar las depresiones en la vejez, según se explica en un comunicado emitido por la Universidad de Arizona, a partir de un estudio realizado por la Master of Philosophy Rita Law.

-Creer en Dios puede bloquear la ansiedad y minimizar el estrés, señalan los resultados de dos investigaciones realizadas en la Universidad de Toronto, en Canadá, dirigidas por el profesor de psicología Michael Inzlicht.

-La meditación con mantras ayudaría a relajar el sistema nervioso, a rebajar la presión arterial, a mejorar la salud del corazón, a prolongar la vida, además de dar felicidad y de generar el sentimiento de estar más cerca de una entidad trascendente, entre otras ventajas, según el estudio de Herbert Benson, cardiólogo de la Harvard Medical School.

Por lo tanto, si la meditación y la vida espiritual favorecen las tendencias a ser generosos, amar al prójimo y desear el bien a los demás sin esperar nada a cambio; y si además propenden al bienestar físico, emocional e intelectual, es indudable que este tipo de pensamiento o filosofía puede llevar a una vida más feliz.

De este modo, sin meterse en las pantanosas aguas de la interminable polémica entre ciencia y religión, se podría decir que la primera le está dando la razón en algo a la segunda. Aunque todavía no esté dispuesta a reconocerlo.  

Autores: Patricia Arca Mena y Gustavo Masutti Llach.
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