El Asno Roñoso de la Cola Cortada / Mangy Ass with the lopped-off tail

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Cualificaciones requeridas para el aspirante en el Sendero del Sufismo

Da prioridad a lo que Dios y su Enviado dan prioridad y pon en último lugar lo que Dios y Su Enviado sitúan lo último

Bismillahir Rahmanir Rahim
En el Nombre de Dios Clemente Misericordioso

- Debes velar el pecado de la mentira por la vestimenta de la lealtad, y el de la traición mediante el vestido de la fidelidad, la hipocresía por la sinceridad, los malos tratos del carácter por las virtudes nobles, los actos reprensibles por el manto de los actos loables y todo vil defecto por el manto de una cualidad elevada.
- Es preciso tapar la entrega a las “causas segundas” con una adhesión total del ser a la Unicidad divina; la confianza en las creaturas por la confianza en Dios, y la ingratitud con el reconocimiento del Benefactor.

Por otra parte, tú te engalanas del “ornamento de Dios” revistiéndote de los rasgos de caracteres o virtudes loables, tales como:
- Observar el silencio sobre lo que no te concierne.
- Desviar tus ojos hacia lo que es ilícito mirar.
- Examinar escrupulosamente los actos de tus miembros.
- Inspeccionar minuciosamente los actos que has cometido en el pasado y lo que han registrado los “nobles escribanos”.

Debes:
- Estar satisfecho aunque sea poco lo que te encuentras para tu subsistencia.
- Escrutar los hábitos de tu alma.
- Practicar asiduamente la demanda del perdón y la recitación del Corán.
- Respetar las reglas de conveniencia que nos vienen del Profeta.

Es preciso:
- Que te familiarices con las virtudes de los piadosos.
- Que concentres tus esfuerzos en lo que atañe a la religión y la piedad filial.
- Que seas bondadoso con tu vecino y sacrifiques tu honor.

Tú debes dar prueba de abnegación, es decir:
- Sacrificarte para proveer las necesidades de las criaturas.
- Comportarte con bondad tanto con el amigo como con el enemigo.
- Mostrar modestia y ternura
- Soportar los agravios que recibas.


 Abstente de:
- Prestar atención a los errores de los hermanos.
- Debatir las divergencias que te diferencien de los Compañeros y los que nos han precedido entre los grandes hombres.
- Frecuentar a los indolentes a menos que sea para llamarles a su deber o para invocar a Dios entre ellos.
- Escrutar los “eventos” (al-a´rad) y los “signos de Dios” (ayat Allah).
- Detractar a los pecadores apartados de la comunidad de Muhammad -sobre Él la Gracia y la Paz-.
- Tomar a la fuerza (ocupar a mano armada) salvo cuando son infringidos los interdictos divinos.

Es necesario que:
- Despojes tu corazón de la ira y el rencor.
- Perdones la injuria –o sea, no irritarte cuando tengas motivos.
- No te unas a los que dan importancia a los infundios sobre los hombres honorables.

Debes:
- Proteger a las mujeres (ahl al-sitr).
- Respetar a los doctos y a los hombres de religión.
- Honrar a los ancianos y a las personas de carácter noble, sean musulmanes o sean infieles, según el límite legal aplicable a los unos y a los otros
- Respetar las reglas de conveniencia en atención a Dios y de toda persona muerta o viva, presente o ausente.
- Rechazar o repeler la calumnia que alcance la reputación de un musulmán.
- Tener cuidado de no hablar demasiado -de ser pedante o locuaz-, pues quien mucho habla dice no importa el qué.
- Respetar a los mayores.
- Ser bondadoso con los apocados o débiles y compasivo con los humildes.
- Visitar a los desguarnecidos y consolarlos con bondad y generosidad, las buenas palabras y la buena dirección.
- Mostrarte hospitalario.
- Pronunciar la fórmula de salutación en voz alta.
- Ser caritativo con los hombres, según el límite legal.
- No vituperar, ni maldecir, ni difamar o injuriar.
- Recompensar lo que te hagan de mal con el bien
- “Ser un consejero sincero para con Dios, Su Enviado, los que guían la comunidad y los simples creyentes”.

Guárdate de:
- Desear el mal a nadie.
- Injuriar expresamente a un servidor de Dios que esté muerto o vivo, pues el que está vivo aunque sea un infiel resulta que tú ignoras como acabará y en cuanto al que ha fallecido tú no sabes como terminó.
- Reprochar de sus pasiones a los que las tienen.
- Pretender mandar sobre quien sea.
- Oprimir a tus niños para hacerles servir a tu interés personal.

Además:
- Procura evitar que la gente mancille tu oído con noticias que murmuren sobre ti o de otros, susceptibles de importunarte o perjudicarte.
- Ama a todos los creyentes, los que hacen el bien, en consideración de su amor por Dios y Su Enviado y no les detestes con el pretexto de que están enemistados contigo, o por cualquier otro motivo. Esta recomendación, el Enviado de Dios –sobre Él la Gracia y la Paz- me la ha dado en mi sueño al respecto de una persona que había denigrado a mi shaikh y que por esta razón yo detestaba. Yo vi entonces al Profeta cuando dormía, que me decía: “¿Por qué le detestas? Y yo respondí: “¡Porque desprecia y critica a mi shaykh¡ Él me respondió: “¿No sabes tú que él ama a dios y que me ama? “Sí”, le dije, y él me replicó: “Por qué entonces no has de amarle en consideración a su amor por mí, en vez de execrarle con el pretexto de que detesta a tu shaykh? Yo le respondí: “¡Oh, Enviado de Dios, que excelente maestro eres! Has llamado mi atención sobre algo en lo que yo era negligente!

Asimismo:
- No te regocijes de lo bien que hable de ti la gente, incluso aunque lo merezcas, pues ignoras si esto te restará o si te será desposeído.
- No te distingas de los creyentes dejando aparecer las virtudes excepcionales a menos que tú seas de los que, en razón de su función en la comunidad, deben servir de modelo a los demás.
- No manifiestes humildad en tu comportamiento exterior dejando caer tus espaldas y brazos a tierra, a menos que esto coincida con tu estado interior.
- No busques la riqueza en este bajo mundo.
- No te inquietes del que ignora tu rango espiritual, bien al contrario, conviene que a tus propios ojos tu no tengas ningún rango.
- No busques imponer el silencio a fin de que se te escuche y no te ofusque ninguna respuesta que vaya en tu contra.
- Muéstrate paciente por Dios y con Dios: “Sé indulgente con los que invocan a su Señor mañana y tarde por deseo de ver Su cara y no desvíes tu mirada de ellos por buscar lo brillante de este bajo mundo. No obedezcas a aquel cuyo corazón hemos hecho indiferente a nuestro recuerdo, que sigue sus pasiones y cuyo comportamiento es desarreglado. Dí: La Verdad viene del Señor, que el que quiera creer crea y quien no, no crea” (Corán, 27-28).
- Imponte ser justo, pero no exijas que lo sean contigo.
- Toma la iniciativa de saludar cuando te encuentres con musulmanes y devuelve siempre el saludo al que te salude, muy alto para que te entienda.
- Ponte en guardia de censurar a los ricos cuando son avaros o a los hijos de este bajo mundo cuando se disputan las riquezas, y de codiciar lo que poseen.
- Ruega a favor los que detentan el mando y no en contra, aunque sean culpables.
- Combate tu alma y las pasiones, pues son tus más grandes enemigos.
- Evita retrasarte en las marchas y pasea el primero.
- No causes perjuicio a los jefes religiosos y no aportes testimonio contra la gente de la qibla con murmuraciones que son susceptibles de alejar al que te escucha.
- Abstente de polemizar sobre las disputas que hayan estallado entre los Compañeros –Dios esté satisfecho de ellos- y más generalmente al respecto de los muertos que hayan recibido la sanción de los actos que hayan incumplido.
- Evita las controversias concernientes al Corán y la predestinación.
- Aleja de ti la compañía de la gente que sigue a sus pasiones y de los innovadores que atentan contra la religión y los soberanos.
- Debes extirpar de tu corazón la concupiscencia, la envidia, la vanidad, y velar en no manifestar estos atributos fuera de los casos previstos por la Ley.
- Únete a la comunidad pues “el lobo no come más que a las ovejas solitarias”.
- Desconfía del apresuramiento, salvo para cinco cosas: cumplir las oraciones al inicio del día, hacer el peregrinaje cuando las condiciones se cumplan, ofrecer alimento a tu huésped antes de entablar conversación, preparar los funerales del muerto y casar la hija virgen cuando es núbil.
- Despliega todos tus esfuerzos para aconsejar a los servidores de Dios, bien sean musulmanes, infieles o politeístas, con sabiduría y diplomacia.
- Suprime las causas de negligencia y vela en el cumplimiento de las oraciones de la manera más perfecta.
- Vela sobre tu alma en la demanda de las cuentas, rechaza la ignorancia en las investigaciones científicas y sé favorable a cualquier búsqueda científica.
- Sé esplendoroso en la utilización del bien (que Dios te ha concedido).
- Aleja de ti las pasiones y la “morada de las ilusiones”.
- Debes creer que precisas odiar tu “alma” (nafs) la cual, entre los hombres de Dios (ah Allah), designa todo pensamiento vituperable.

Es necesario:
- Que repares las iniquidades.
- Que corrijas la avidez.
- Que despliegues todos los esfuerzos para restablecer la paz entre los que disputan entre sí, pues Dios restablecerá la paz entre Sus servidores en el día de la Resurrección.
- Que hagas caer la duda.
- Que seas constante en tu vigilancia y el temor.
- Que no te inquiete nada sino Dios, amar y odiar en Dios, mostrar amor por la familia del Enviado de Dios, y la amistad por los que son piadosos.
- Que llores mucho, implores a Dios, reces día y noche, rehuyas el reposo y te muestres humilde en consideración de Dios en toda circunstancia.

Debes de:
- Reprimir la tristeza y la ansiedad de la existencia pensando en el reconocimiento que te incumbe hacia el Benefactor por los dones que te ha otorgado.
- Tender hacia Dios en toda circunstancia.
- Ayudar a los demás a practicar la piedad y la creencia en Dios.
- Responder al Enviado, asistir al oprimido, responder al que te pide auxilio, salvar al que está en grave apuro, calmar la pena del que está sumergido en la tristeza.

Además:
- Con el nuevo día practica la oración nocturna, o mejor aún, pasa toda la noche en oración.
- Piensa en la muerte, visita frecuentemente las tumbas y no profieras palabras inconvenientes cuando te las encuentres; ruega por los difuntos y acompaña a su cortejo fúnebre, delante si vas a pie, detrás si estás sobre una montura.
- Acaricia la cabeza de los huérfanos, visita a los enfermos, da limosna, ama a la que gente que hace el bien.

Respecto a Dios:
- Invoca el nombre de Dios permanentemente, vigila tu alma y pídele cuenta de tus actos exteriores e interiores.
- Familiarízate con la Palabra de Dios, sé prudente ante lo que escuches y lo que mires.
- Sobrelleva pacientemente las sentencias de Dios, pues estás bajo Su mirada, pues él ha dicho: “Sobrelleva el decreto de tu Señor pues tú estás bajo Nuestros ojos” (Cor 52:48)”, da la preferencia al orden divino y busca todo lo que es susceptible de acercarte a Él. Encamina toda tu energía en lo que place a Dios y Le satisface. Debes aceptar el decreto (qada) pero no necesariamente lo que está decretado.
- Es necesario recibir lo que viene de Dios con alegría, estar satisfecho de tu relación de vasallaje hacia Él, estando con Él, pues Dios esta con Sus servidores donde quiera que estén.
- Es necesario liberarse de las cosas vanas, mostrarse paciente en las pruebas, renunciar a lo que te es lícito, ocuparte de lo que es más importante en el momento presente, buscar el paraíso con deseo y fuerza en tanto que él es el lugar donde contemplarás a Dios -¡que él sea Exaltado!

También:
- Acompaña con benevolencia a los que son probados.
- Conversa con los indigentes y estáte a su lado en el lugar de su pobreza.
- Ayuda al que se encuentre en estado de necesidad.
- Ten el corazón íntegro.
- Ruega por los musulmanes en secreto.
- Sirve a los pobres.
- Sacrifícate por los demás –pues es entonces cuando contrarías a tu alma cuanto tú la sirves realmente.
- Regocíjate del bienestar de la comunidad y aflígete de su corrupción.
- Da prioridad a lo que Dios y su Enviado dan prioridad y pon en último lugar lo que Dios y Su Enviado sitúan lo último.
Autor: Ibn Arabi.
Fuente: WebIslam

Extracto del Libro de la Filiacion Espiritual, de Hz. Ibn al Arabi (ks).
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Ibn Arabí, precursor de Carl G. Jung y el inconsciente colectivo

Del mandato hermético “Conócete a ti mismo” al hadiz: “Yo era un Tesoro oculto y quise ser conocido”

La obra escrita del gran místico Ibn Arabí es tan inmensamente profunda y variada, que aún resulta imposible conocer la dimensión riquísima y poliédrica que encierra en sus vastos océanos. Cada tratado u opúsculo nacido de su cálamo es una perla de sabiduría, de tal modo que todos ellas unidos, cada una de los quinientos cincuenta contabilizados por el Dr. Osman Yahyá, configuran también un collar de preciosa espiritualidad, que cual plumas de un águila, permiten una vez interiorizadas alzar el vuelo hacia los más remotos confines del universo y su reflejo: ese microcosmos que es el hombre.

Dos diamantes refulgen de entre los tesoros de su cofre literario, como es bien sabido: Futuhat (Las Revelaciones de la Meca) y Fusus al hikam (Los engarces de la sabiduría), y a ellas recurriremos a lo largo de este artículo, necesariamente conciso, para tratar de demostrar que siete siglos antes de que el gran psiquiatra suizo Carl G. Jung asombrara al mundo con su concepto de inconsciente colectivo, un místico andalusí y universal ya había hablado de ello, empleando otro lenguaje, dentro de un contexto personal e histórico por completo diferente, pero apuntando en la misma dirección y hacia el mismo lugar que Jung. Al fin y al cabo, éste reconoció en su célebre ensayo “Arquetipos e inconsciente colectivo” (editorial Paidós) que para él arquetipo “era sinónimo de Idea en el sentido platónico”, y de hecho, en cierto sentido volvió a reformular a Platón.

Pero era lógico que la filosofía occidental, que desgraciadamente no enseña en sus manuales de filosofía los valiosísimos aportes que a ese río vertieron los grandes sabios islámicos, no se acordara que antes de la escuela neoplatónica del Renacimiento, o entre los propios escolásticos medievales, ya habíase reformulado al filósofo griego entre los pensadores musulmanes, y que posiblemente quien mejor lo interpretó y reformuló desde las claves islámicas fue el así llamado Ibn Aflatún: el hijo de Platón, Ibn Arabí.

Y desde esta perspectiva, también es lógico que no lo hiciésemos en España, su patria de origen y la de otros muchos sabios que en su época despuntaron en los más variados campos del Saber, pues tradicionalmente –y para nuestra desgracia- tampoco los hemos incorporado a nuestro acervo cultural, perteneciéndonos, y ni siquiera apenas se nombra en nuestras universidades. Por ignorar, hasta ignoramos que en el mundo islámico se consideró y sigue considerando a la España andalusí como una segunda Grecia. Creo que no existe país en el mundo que haya gozado de semejante privilegio como fue el esplendor cultural andalusí –un Renacimiento precedente de hecho del Renacimiento italiano-, y luego lo haya menospreciado con tanta soberbia como ignorancia y fanatismo. Una muestra más de la España negra que no transmuta sus sombras.

De la alquimia como transmutación interior
Afirma Carl G. Jung en el epílogo de su tratado Paracélsica (editorial Nilo-Mex, p. 139): “Desde hace mucho he comprendido que la alquimia es no sólo la madre de la química, sino el estado previo de la actual psicología del inconsciente. De este modo, vemos a Paracelso como un precursor de la medicina química, y además de la psicología empírica y de la terapéutica psicológica”.

Y a lo largo de sus páginas va desgranando las aproximaciones que este médico alquimista suizo realizó en torno a ciertos conceptos susceptibles de ser interpretados como precursores del inconsciente, de modo que concluye que el de “aquaster” es el que más se le aproxima, dado que “el `Mare nostrum´ de los alquimistas es la propia oscuridad, lo inconsciente (…) Para los Padres de la Iglesia no puede ser de otro modo, ya que este fondo oscuro es el mismo mal, y si un rey está metido allí es porque ha caído a causa de su propia inclinación al pecado. Pero los alquimistas se adhieren a una concepción más optimista: el fondo oscuro del alma no contiene el mal, sino a un rey capaz de redención, y necesitado de salvación” (op. cit. p. 85).

En seguida comentaremos estos párrafos, detengámonos antes en esta última conclusión junguiana: “Si el `opus alchimicum´ pretendió una igualdad de derechos con el `opus divinum´ de la misa, no fue por causa de una desmesura grotesca, sino por el hecho de que una naturaleza cósmica y desconocida que reclama su admisión, no era tenida en cuenta por la verdad eclesiástica. Paracelso supo, anticipándose a la época moderna, que esta naturaleza no era sólo químico-física sino también psíquica” (p. 103).

Pero muchos siglos antes que Paracelso, ya lo supieron todos los filósofos herméticos griegos que bebieron de la sabiduría egipcia, pues no en vano, el propio Ibn Arabí calificó a ese primer Hermes de la Tradición que fue Idris (el patriarca Enoc para los cristianos y judíos) como el “profeta de los filósofos”. Ya en mi ensayo “Origen alquímico de la homeopatía y terapia floral: de Egipto a Platón, de al-Ándalus a Edward Bach” analizo cómo los grandes filósofos griegos –Pitágoras, Demócrito, Empédocles, Platón, Aristóteles, así como buena parte de los neoplatónicos y neopitagóricos…- fueron eslabones de la “áurea cadena” de la alquimia, y que formularon sus respectivas filosofías desde el riquísimo matriz del hermetismo, cosa que también sucedió con buena parte de los sabios islámicos, desde Ibn Sina o Al-Farabí a Ibn Rushd, por ejemplo (y disculpe el lector que mencione mi ensayo, pero no hay otro donde se demuestre este hecho con tal abundancia de argumentos demostrables).

De modo que Paracelso representó, qué duda cabe, una cumbre de la alquimia europea de su tiempo. Pero tampoco él –como su paisano Jung, aunque en menor medida- mencionó que había bebido de las fuentes andalusíes, donde la alquimia refulgió como nunca gracias a la poderosa llama del sufismo. Ya llegaremos a este punto crucial. De momento, vemos cómo Carl G. Jung se percata de algo que la alquimia había ido experimentando y comprobando desde sus inicios en la nebulosa de los tiempos: que las transmutaciones de la materia se operan primero dentro del alma, y que dicha transmutación no es posible sin un profundo conocimiento de uno mismo, ese mandato hermético que Sócrates convirtió en máxima de su filosofía.

Y he aquí que el primero que define al hombre como microcosmos es Demócrito, mas en los textos sagrados de la Biblia ya se afirma que el hombre había sido creado a imagen y semejanza de Dios, quien al inicio de los tiempos, cuando Su espíritu flotaba sobre las aguas, separó la luz de las tinieblas: he ahí el aquaster. Y he ahí la genial intuición del psiquiatra suizo de identificarlo como precursor del inconsciente, o la Sombra, como él mismo lo definió. Pero no fue Jung el creador de este concepto –sombra- a nivel filosófico, pues de hecho, ya lo hallamos en el mito de la caverna de Platón, y muchos siglos después, en otro filósofo muy distinto que introdujo en Occidente el concepto hindú de karma: Shopennhauer. Y antes que en éste, y desde otro prisma distinto y directamente conectado con el hermetismo, vemos la sombra como concepto filosófico en Ibn Arabí.

Por su parte, Jung definió a la Sombra en la reedición tercera de su ensayo Las relaciones entre el Ego y el inconsciente, ya en 1938, como “ese aspecto negativo de la personalidad, la suma de todas esas cualidades `displacenteras o incómodas´ que nos gusta esconder, junto con las funciones subdesarrolladas y los contenidos del inconsciente personal”. También identificará al Mal como la sombra arquetipal. Su famoso método de individuación consistirá en que el Yo, nuestra conciencia, vaya aumentando cada vez más su conocimiento integrando todos los arquetipos que, como ladrillos, han ido construyendo nuestra personalidad desde sus cimientos, hasta llegar a ese centro superior de la psique que denomina el Sí-Mismo. Es decir, propone con otras palabras lo mismo que había formulado la filosofía hermética desde su nacimiento, y que en Ibn Arabí adquirió unas proporciones mayúsculas, en tanto que cumbre del sufismo de su tiempo.

De hecho, esa necesidad de conocerse a uno mismo para poder operar las transmutaciones internas necesarias constituye la medular del hermetismo y del gnosticismo, que al irrigar tanto a la filosofía griega como al cristianismo primitivo, permitió que aquella minoría que quisiera entrar por la puerta angosta del conocimiento, penetrara en su recinto dorado sin salir de sus respectivos ropajes externos. Pues durante toda su historia, y hasta Ibn Rushd –quien separó la hikma de la falsafa, es decir, lo iniciático y mistérico de la raíz de la filosofía, como bien indicó el Prof. Lomba Fuentes-, la alquimia fue al enseñanza más secreta y oculta de dicha Filosofía, y ésta trató siempre de explicar al hombre las grandes preguntas de la existencia y los caminos de su elevación. (Hoy en día, la filosofía del relativismo que impide formular juicios sobre la realidad ha conducido a la filosofía occidental al nihilismo del callejón sin salida. En ese entonces, por el contrario, se trataba de acercarse a la Realidad).

De ahí que, una vez que el cristianismo se erige en la religión triunfante de aquellos primeros siglos confusos de nuestra Era, algunos filósofos neoplatónicos no dudaran en convertirse a él, como el Pseudo-Dionisio o Sinesio de Cirene, quien llegaría a ser obispo de Ptolemaida –y egregio alquimista, por cierto-, pues ambos comprendieron que el mensaje profundo de transmutación del alma que preside el mensaje de Jesucristo no era incompatible con Él, aunque sí cada vez más con sus representantes eclesiásticos en este mundo de la generación y la corrupción.

Por eso los alquimistas que no quisieron permanecer en la corteza de la enseñanza religiosa cristiana, fueron conscientes de que su alma podía transmutarse –si conocía sus sombras y las transmutaba en luz-, y erigirse en rey siguiendo ese mandato bíblico que reza que el hombre está llamado a ser dueño, rey y señor de la Naturaleza. Y creemos que la incomprensión del mundo europeo en general –salvo excepciones- hacia el mundo islámico procede precisamente de no reconocer que también en el seno del Islam se produjo este mismo fenómeno, y que tanto los sufíes como los shiíes no sólo heredaron el conocimiento gnóstico-hermético, sino que lo elevaron a unas cotas de esplendor nunca antes conocidas: precisamente, al-Ándalus fue esa última llamarada de luz antes de que el fuego secreto de la alquimia quedara diluido al arribar a Europa. Y aquí es donde jugó un papel de primer orden nuestro sabio Ibn Arabí, quien ha sido estudiado y reconocido desde varios ángulos y en todas las culturas del mundo, pero aún no lo suficiente desde la perspectiva de la alquimia. Quiera Dios que este artículo –necesariamente conciso, repito- sirva para abrir puertas en ese sentido. In sha Allah.

Del matrimonio místico con los astros y las letras
Cuenta el místico murciano en sus Futuhat (I, 8), que al entrar en Bugía en pleno Ramadán del año 597 H., tuvo un precioso sueño que quiso someter a la opinión de un sabio oneirocrítico, quien al oír cómo el desconocido le revelaba que esa misma noche se había desposado con los astros del cielo y todas las letras del alifato proclamó: “¡Esto es un océano cuya profundidad no es posible alcanzarla! Al que ha tenido esta visión le será revelada una tal cantidad de conocimientos altísimos, de las ciencias esotéricas y de las virtudes ocultas de las estrellas, como a ningún otro de su tiempo se le han revelado”!

Y en efecto, creemos que Ibn Arabí ejemplificó en vida lo mismo que predicó en sus obras: el Hombre Perfecto, el Insan Kamil, ese anthropos teleios que la filosofía hermética había erigido en cumbre de su ideal desde mucho antes de la llegada del cristianismo. Por eso, y desde nuestro máximo respecto y admiración por la obra del maestro Asín Palacios –con quien el arabismo español estará siempre en deuda- no podemos estar de acuerdo con él cuando propone en su El Islam cristianizado (un estudio sobre el sufismo de Ibn Arabí), que la doctrina de éste sobre el Hombre Perfecto no es sino un eco cristiano del dogma teándrico (editorial Hiperión, p.115).

Llegados a este punto, y una vez puestos sobre la mesa los distintos hilos argumentales que después habremos de enhebrar como un todo lógico, se impone transcribir ya en cuál de sus textos Ibn Arabí nos habla de eso que siglos más tarde Jung reformularía como “inconsciente colectivo”. En el Fusus, lógicamente, ese precioso tratado revelado por el propio Profeta Muhammed –s.a.s- con la orden expresa de que fuera publicado para beneficio de los hombres, y motivo por el que el místico murciano determinó que no fuera editado junto a ninguno otro de sus libros. Y decimos “lógicamente” porque en él nos revela la enseñanza de los veintisiete profetas que le precedieron, desentrañando las claves más profundas de sus respectivos mensajes procedentes de la Fuente divina. Esa misma cadena profética está estrechamente ligada con la alquimia, tal y como también desveló otro de los hombres más perfectos de su tiempo: el gran filósofo y alquimista Yabir Ibn Hayyán, discípulo de Yafar as-Sadiq, sexto Imán del shiísmo, y a nuestro entender, la persona sobre la que recae el misterioso enigma del Pseudo-Empédocles árabe, pues que fue él, (y, como recordará el lector avisado, fue Alí b. Abi Tabib, yerno del Profeta –s.a.s.- quien afirmó que “la alquimia es hermana de la profecía”).

He aquí otro hilo que, al atarse debidamente, permite comprender por qué motivo Ibn Arabí –que no oculta la influencia recibida de Ibn Masarra, discípulo del mencionado Pseudo-Empédocles- fue luego acogido con los brazos abiertos por todo el shiismo, los ismailíes y los ishraqiyyun de al-Sohrawardi. Fue en su escuela de Basora en el siglo VIII d.C. donde más se estudió la correspondencia de las letras con los astros, entre otras muchas perlas herméticas debidamente engarzadas con la sabiduría y la preciosa poética del Islam. En todas estas materias, al-Ándalus resplandecería como un rubí en un cofre o un granado florido en pleno mes de septiembre. Y desde esta perspectiva, se comprende mejor cómo ese resplandor no procedió de una inexistente filiación shií, sino de la propagación de la filosofía hermética en el seno esotérico del Islam: el sufismo.

Vayamos al texto. Dice así:

“Debes saber que aquello a lo que se dice: la alteridad del Verdadero, o bien lo denominado de otra manera el Mundo, es en relación al Verdadero lo que la sombra al individuo; y así, es la sombra de Allah. Y es la misma atribución de existencia al mundo, pues la sombra tiene sin duda carácter para el sentido, pero cuando hay allí algo sobre lo que pueda proyectarse. Y aunque puedas suponer la no existencia del lugar para la sombra, podrás al menos decir que es una realidad inteligible, mas sin existencia para el sentido. Estará en potencia en la identidad del individuo al que se le atribuya. El lugar donde se proyecta esta sombra iláhica es aquello a lo que se dice el Mundo: es el conjunto de las actualizaciones de los posibles. Sobre esas determinaciones se extiende esa sombra y a partir de ella son sus percepciones según la Acción de la Identidad que, a su vez, es expansiva”. 
(Ibn Arabí, Los engarces de la sabiduría, ed. Hiperión, p.51)

Entramos de lleno en el terreno de la metafísica, pero por lo pronto, ya hallamos dos términos con los mismos sentidos que posteriormente emplearía Carl G. Jung: sombra, y proyección, concepto con el que expresa aquello que el individuo no reconoce dentro de sí, en la concha-receptáculo de su conciencia: “Todo aquello que no se reconoce, se proyecta”, afirmará el psiquiatra suizo.

Por eso el sufismo y la teosofía de la luz de los místicos persas –quienes, a su vez, habían reformulado el mazdeísmo de Zoroastro y su fuego- hablan continuamente de luces y de espejos. En Ibn Arabí, aparece todo ello en los dos primeros capítulos del Fusus, y por supuesto, también en el Futuhat (I, 163; IV, 430). Porque es el espejo quien refleja aquello que nosotros no reconocemos en nuestro interior, y al rebotar, es proyectado hacia el exterior, en el otro. En el texto arriba transcrito, aparece el Mundo como sombra de esa Luz divina, Fuente de toda fuente, incluida Su propia sombra, reflejada en esta esfera sublunar que llamamos Tierra. Y especifica claramente, que el mismo fenómeno acontece con el individuo, porque como es Arriba, es Abajo, y ya Hipócrates había establecido la analogía entre el hombre y la Tierra, aunque para fines medicinales, como efectivamente haría toda la tradición de la alquimia vegetal desde mucho antes que Paracelso, que bebió de ella y sólo citó a algunos de sus más insignes eslabones para criticarlos, como es el caso de Ibn Sina o Al-Razi.

Y afirma también Ibn Arabí que ese lugar donde mora la sombra, aunque supongas que no existe “es una realidad inteligible”, y que se halla en potencia en la identidad del individuo. Porque para actualizarla, debe visitar el interior de su tierra, para rectificar hasta hallar dentro de ella la piedra oculta (y éste será el acróstico de la palabra vitriolo: visita interiorem terrae rectificando invenies occultam lapidam). Y de ahí el ahondar en el conocimiento de uno mismo, depurándose, separando la luz, de la escoria; el oro, del plomo, lo sutil, de lo denso; la sabiduría, de la ignorancia. O hablando en clave mitológica: los doce trabajos de Hércules.

Ya Platón habló en sus Leyes de cómo las inteligencias de los cuerpos celestes debían recibir el sacrificio por parte de los hombres. Quienes lo interpretaban literalmente, efectuaban sólo los sacrificios externos; quienes lo hacían internamente, aplicaban el auténtico sentido del mismo: sacer facere, es decir, hacer sagrado, elevar al hombre hasta la Divinidad, transmutándose mediante la alquimia interior, reconociendo y rectificando (de hecho, la rectificación es una de las primeras fases de la Obra alquímica). E Ibn Arabí –que a ese acto de participar en la creación divina lo llamará imaginación- reformula esta máxima del conocimiento interior, y por eso, en el siguiente párrafo ya habla de la importancia de la luz para iluminar aquellas estancias que no reconocemos como propias:

“Es por Su Nombre la Luz por el que acontece la percepción, así como también es por el que se despliega esa sombra sobre las actualizaciones de los posibles, sobre la imagen de la ausencia desconocida. ¿No ves cómo es natural en las sombras tender inevitablemente en su color a la negrura, como haciendo referencia a su ambigüedad?, y es por la lejanía de la adecuación entre ellas y los individuos a que corresponden” (op. cit. p.51).

El Espejo y su reflejo: como es Arriba, es Abajo
El tema del autoconocimiento no fue sólo abordado en el mundo islámico por Ibn Arabí o la escuela del Pseudo-Empédocles. Ya Al-Farabí, por ejemplo, en su Libro de la concordia entre Platón y Aristóteles propone una cosmología que, en un sentido profundo, invita a ser interpretada desde la máxima hermética, pues al fin y al cabo, también él fue hijo de Hermes. Todo el conocimiento que el Creador tiene de Sí Mismo procede de Él en tanto que primer principio, el Uno, de donde emana la primera de las Inteligencias…Y en ese mismo acto de conocerse ya genera una Inteligencia segunda que la imita –es decir, que también se conoce a sí misma- produciendo con ello el Alma del primer cielo. A partir de aquí se desencadena una escala de esferas celestes que al conocerse a sí mismas producen la siguiente esfera, y en este orden: cielo de las estrellas fijas, esfera de Saturno, Júpiter, Marte, Sol, Venus, Mercurio, Luna y, finalmente, la Tierra.

De todo este orden de las esferas reflexionarán muchísimo todos los filósofos islámicos, y por supuesto, los andalusíes. Pero habría que reflexionar hasta qué punto la famosa revolución andalusí contra el orden propuesto por Ptolomeo –ahí el alquimista, astrónomo y filósofo sevillano Yábir Ib Aflah y otros…- no procedía de un criterio astronómico en el sentido actual del término, sino puramente místico. Y hasta qué punto esa reflexión última no procedía de las experiencias personales en sus respectivos laboratorios, rodeados de alambiques, fuelles, retortas, pelícanos, alcoholes, plantas y metales…Pues ése era el más profundo sentido de la alquimia, aunque el mundo profano de entonces y de ahora, sólo entreviera la “proyección” de su propio inconsciente: la transmutación del plomo en oro para obtener la riqueza material. Quien quiera que lea los libros de Ibn Arabí se percata de cómo él y todos los alquimistas y sufíes se desasían de toda cosa creada para buscar afanosamente la sola riqueza espiritual, incluso renunciando a los llamados “carismas”.


La cosmología de Ibn Arabí será expuesta en otra ocasión. De momento, y en aras de lo que perseguimos en este artículo, bástenos saber que asignaba a cada uno de los cielos planetarios su respectivo profeta, desde a Abraham a Adán, quedando Idris –el patriarca Enoc para los cristianos y judíos- en la esfera del Sol porque, a su entender, representa al primer “gran espiritual”, al hombre divino por excelencia. ¿Y dónde queda el Profeta Muhammad –s.a.s- en este orden de las esferas? En tanto que Sello del ciclo profético, representa el atributo de la Totalidad y símbolo del Árbol del Universo. Por consiguiente, es el Hombre Perfecto, a imitar por todos los creyentes que pretendan la transmutación de sus sombras en luz. Los cristianos de la Edad Media colocarían a Jesucristo –que en Ibn Arabí ocupa la esfera de Mercurio- como el Rey redentor, pero a los efectos alquímicos significa lo mismo: es el espejo que rescata a nuestro rey interior, a aquel permanece en el mar del inconsciente como una llama de luz en potencia.

Aunque ya en su Libro del nocturno viaje hacia la Majestad del más generoso Ibn Arabí nos había narrado su ascensión extática por las esferas celestes, el tema será desarrollado sobre todo en ese capítulo del Futuhat llamado, precisamente, “La alquimia de la felicidad” (Futuhat II, cap. 167, pp. 356-375). Un filósofo y un teólogo ascienden juntos y van recibiendo la sabiduría propia de cada una de las esferas partiendo desde la Tierra, pero el primero se queda sólo con los reflejos que en el mundo sublunar produce cada esfera, mientras que el teólogo, además, es instruido por cada uno de los profetas con iluminaciones esotéricas. Y así como el filósofo sólo puede llegar a la esfera de Saturno, el teólogo ascenderá más allá del Loto del Límite, más allá de la incorruptible esfera de las estrellas fijas, más allá de la esfera del Zodíaco, y la del Escabel del Trono divino –símbolo de Su infinita misericordia y justicia-, para arribar hasta el mismo Trono de Dios, ya en éxtasis, donde contempla el mundo espiritual de las ideas platónicas, e incluso esa niebla primigenia existente antes de la separación de la luz y las tinieblas en el primer día de la Creación.

Por lo tanto, el mundo sublunar tan rico en diversidades es la Sombra, y el gnóstico ha de retornar a la Unidad primigenia: “Desde la unicidad de Su mismo Ser Sombra, Él es el Verdadero, pues Él es siempre Uno, y el Único. Y en la multiplicidad de las imágenes, Él lo es Todo. Advierte y verifica lo que te he aclarado” (p.52), afirmará en este mismo capítulo dedicado a José. Y prosigue en unas claves que hoy algunos la denominarían junguianas: “¿Es que acaso no ves la sombra unida al individuo desde el que se extiende, siéndole imposible romper esa unión? A la cosa le resulta imposible desatender lo que es su identidad. Esfuérzate por conocer tu propia determinación, es decir, el resultado de qué actualización eres, por saber quién eres, cuál es tu ipseidad y cuál tu relación al Verdadero, qué es aquello por lo que eres Verdadero y aquello por lo que eres Mundo y alteridad y diferente, y todas las demás cuestiones que tienen semejanza con éstas. Es aquí donde los sabios se distinguen entre ellos: los hay que son sabios y los hay que son aún más” (op. cit. p.52).

Es decir, invita al hombre a saber qué grado de conocimiento de sí mismo posee (“tu propia determinación”), y qué conjunto de proyecciones posee aún como Sombra (“aquello que eres Mundo y alteridad y diferente”), dado que, como bien se dice en el Sagrado y Noble Corán “Quien se conoce a sí mismo, conoce a su Señor”. Pero ese conocerse, advierte Ibn Arabí un par de párrafos después, no consiste sólo en conocer Sus Nombres: “Toda la existencia es imaginación en imaginación. Y la Existencia Verdadera es Allah, en Su especificidad y en Su actualización, y no en tanto a Sus Nombres, ya que Sus Nombres tienen dos aplicaciones: la primera, su determinación, que es la Identidad por ello denominada; y la segunda, su significado por el que cada Nombre se diferencia de los demás, distinguiéndose…” (op. cit. p.53).

Lumen gloriae
La luz de los místicos musulmanes resplandeció de tal manera, que los más sinceros filósofos europeos no tuvieron ambages en reconocer su supremacía sobre los filósofos latinos, tan como hicieron Alberto Magno y Roger Bacon, dos destacados alquimistas de su tiempo, el primero ávido lector del zaragozano Ibn Bayyá, también hijo de Hermes, a quien cita –a veces literalmente- en algunas de sus obras.

El propio Santo Tomás, filósofo y alquimista, confiesa que para buscar fuentes sobre el problema de la iluminación, no recurrió a los Santos Padres de la Iglesia, sino a Ibn Sina, Al-Farabí, Ibn Bayyá (Avempace) o Ibn Rushd (Averroes), cuya teoría de la visión beatífica acepta por completo como la más adaptable a la visión de Dios por aquellos gnósticos que habían subido por la escala. Asimismo, al explicar Santo Tomás la claridad como una de las dotes del cuerpo glorioso, claridad que fluye del alma al cuerpo si previamente se ha llenado de luz, redunda en algo ya explicado por el propio Ibn Arabí en su Futuhat (I, 418, 1.9), quien a su vez lo había tomado seguramente de los teósofos de la luz: los ishraqíes. Todos ellos se refieren a lo mismo: al vencer el hombre a sus propias sombras, reconociéndolas, rectificando y transmutándolas, se va produciendo esa alquimia interior que lo inunda paulatinamente de luz.

¿Leyó Carl G. Jung a Ibn Arabí?
No parece descabellado suponerlo, toda vez que la publicación en 1919 del hermosísimo ensayo de Asín Palacios La escatología musulmana en la Divina Comedia produjo tan alta conmoción en el mundo intelectual europeo que fue inmediatamente traducida a casi todas sus lenguas. El hecho debió interesar sin duda alguna a ese espíritu inquieto y ávido de sabiduría como fue el sabio psiquiatra suizo, quien al leerlo, tomaría contacto con las enseñanzas de Ibn Arabí, que el gran arabista español insertó en su libro para demostrar la influencia directa de éste sobre el Dante.

Respecto a Jung, algunas fechas parecen coincidir de modo curioso. Obsérvese que fue R.A. Nicholson, el profesor de árabe de la Universidad de Cambridge, quien publicó por vez primera en 1911 una traducción inglesa del Tarjuman al aswar, y esperó hasta 1921 –el mismo año de la traducción inglesa del libro de Asín Palacios, que recibió elogios unánimes por parte de la crítica anglosajona-, para publicar textos y estudios sobre Ibn Arabí y Abdelkarim Gili en su Studies in Islamic Mysticism, así como el Masnawi de Rumí. Sin duda alguna, el mundo intelectual europeo sintió que ese mundo de influencias mutuas que existió entre el Cristianismo y el Islam apenas había sido explorado en todas sus dimensiones. Por esas fechas, Jung ya se había separado de las tesis limitantes de Freud, y había ido reeditando y añadiendo nuevas reflexiones a su interesantísima obra. Seguramente, el concepto de Sombra lo tomaría prestado de Platón, pero no descartaríamos en absoluto que en algunos aspectos de su doctrina fuera enriquecido por las ideas de Ibn Arabí, sin mencionarlo (como en su día hizo Paracelso), pero siendo consciente de que la hondura de sus propias tesis lo conectaba con él. Mas fue una sincronía, como el mismo Jung afirmaría empleando un término propio de una de sus más sabrosas teorías, dado que el Fusus aún no se había traducido, aunque sí un buen resumen de la teosofía akbarí en el estudio de Nicholson.

Por más que los pescadores de perlas de sabiduría arrojemos nuestras redes al océano de la obra del místico andalusí, una vida entera no bastaría para extraer ni la mitad de sus tesoros espirituales.
Autor: Ángel Alcalá Malavé.
Fuente: WebIslam

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Los años andaluces de Ibn ‘Arabî

El régimen almohade y la formación de Shayj al-Akbar

1.
Transcurría el año 1165 de nuestra Era, es decir, el 560 des­pués de la emigración de Muhammad desde Meca a Medina. El día 7 de agosto, que aquel año caía en pleno mes sagrado de Ramadán, na­cía, en el seno de una de las familias nobles de Murcia, nuestro perso­naje, al que pondrían el nombre del Profeta del Islam, Muhammad, que era también el nombre del poderoso emir de todo el Levante a cu­yo servicio estaba, como alto funcionario, el padre de aquel recién na­cido. A este niño lo habremos de conocer luego por el apellido fami­liar: Ibn al -‘Arabî, “descendiente del Árabe”. A este apellido, nuestro místico añadiría con orgullo el de al‑Hâtimî at‑Tâ’î, proclamando así su descendencia de aquel célebre poeta árabe preislámico, Hâtimî at‑Tâ’î, cuya generosidad llegó a ser proverbial y tema de multitud de relatos populares en varias lenguas de Oriente.

Así pues, aunque nacido en Murcia, de padre murciano (su ma­dre era bereber), las raíces del que luego sería el mayor místico que han conocido los musulmanes hay que buscarlas muy lejos de aquí, en la Arabia que fue cuna del Profeta Muhammad. Sería precisamente allí adonde, en el cenit de su vida, lbn al-Arabî viajaría, abandonando de­finitivamente el país de al‑Andalus que sus antepasados habían conquistado.

La ciudad de Murcia era entonces la capital de un Estado islámi­co que abarcaba todo el Levante y a cuyo frente estaba el emir Ibn Mardanîs, que las crónicas cristianas llaman el Rey Lobo, tenazmente enfrentado a las fuerzas del imperio almohade, imperio que ha sido llamado “la empresa beréber más importante del Occidente musulmán en la Edad Media”. Se respiraba en la Murcia de aquellos días un am­biente militarista, demasiado influido —a juicio de los buenos musul­manes— por ideas y costumbres cristianas, y con una carga fiscal prác­ticamente insoportable para el común del pueblo. Era constante la presencia de soldados de países de la cristiandad (“numerosos y bien equipados”, como dice un autor árabe), requeridos por Ibn Mardanîs para sus planes de expansión territorial. Expansión siempre a costa de las provincias musulmanas limítrofes, no de los reinos cristianos. Su ejército regular estaba formado en buena parte por estas huestes mercenarias, principalmente compuestas por castellanos y aragoneses, que residían permanentemente en lo que entonces se denominaba Sarq al­-Andalus, es decir: el Levante español.

Justamente un mes después del nacimiento de nuestro místico, en respuesta a un intento de los levantinos de apoderarse de Córdoba, se pone en marcha en Sevilla, en dirección a Murcia, un formidable ejército almohade, venido de allende el Estrecho y reforzado en la Pe­nínsula. Es el comienzo del resquebrajamiento del poder de Ibn Mardanîs, aunque ya dos años antes había sufrido un serio revés en su in­tento de arrebatar Granada al imperio almohade: las mayores pérdidas allí fueron de soldados cristianos a las órdenes del emir murciano. Los efectivos almohades parten, como dice el cronista, “decididos y constantes en expedición al país de Ibn Mardanîs”. Unos días después, el Rey Lobo y sus 13.000 cristianos sufren una aplastante derrota, en el lugar donde el valle del Guadalentín se une a la vega murciana. Las inexpugnables murallas de la ciudad de Murcia protegieron al emir, a los restos de su ejército y a la población civil, pero la rica huerta y las suntuosas mansiones de recreo de los nobles murcianos quedaron a merced de los invasores, que destruyeron y saquearon cuanto quisieron. La residencia mardanîsî de Monteagudo fue asolada.

Los años que median entre el nacimiento de Ibn al-‘Arabî y su salida de Murcia debieron ser especialmente duros en esta ciudad. Se rompió la alianza entre Ibn Mardanîs y su suegro, el señor de Jaén, lo que motivo nuevas campañas de los murcianos y sus aliados para anexionarse los territorios de aquél, que tenían especial importancia económica y estratégica para Murcia.

El ejército almohade habría de volver en septiembre de 1171. Tampoco esta vez el asedio de la capital daría resultado, Pero buena parte de las demás poblaciones, una a una, fueron pasándose al campo almohade, manifestando que adoptaban su doctrina y expulsando a militares y civiles cristianos. Esperaban, sin duda, acabar así con aque­lla guerra que duraba demasiado y con la insoportable presión fiscal. Finalmente, cuando prácticamente ya no le quedaban aliados, muere el Rey Lobo, en marzo de 1172, y sus hijos se apresuran a declararse vasallos de los almohades y partidarios de su credo.

Mientras los jefes beréberes se posesionaban de la ciudad, una comitiva compuesta por la familia del difunto emir, sus funcionarios y los altos oficiales de su ejército se dirige, para organizar la nueva administración, a Sevilla, donde se encontraba el califa almohade. Entre los miembros de aquella comisión se hallaba muy probablemente

‘Alî b. al‑‘Arabî, padre de nuestro personaje. Eso fue precisamente en el mes de Ramadán de aquel año, cuando el pequeño Muhammad b. al‑‘Arabî cumplía 7 años. El debió quedar en casa con el resto de sus familiares, quienes muy poco después emprenderían aquel mismo ca­mino para reunirse con el cabeza de familia, que había pasado a for­mar parte de la administración central de al‑Andalus en Sevilla.

2.
¿Qué razones impulsaron a la dirección del movimiento almoha­de a mandar a sus seguidores al otro lado del Mediterráneo? Y, una vez asentados en buena parte de al‑Andalus, ¿qué les movió a poner tanto empeño y energía en el sometimiento del Levante peninsular? La tarea de reconstruir la Historia es primordialmente hacerse preguntas sobre el pasado. Debo reconocer que si ya es difícil dar respuesta a la pregunta de “qué sucedió” (pues los datos fiables son escasos), mucho más difícil y arriesgado es responder al “cómo” y al “porqué”. Ni siquiera los protagonistas o los espectadores del hecho histórico son necesaria­mente conscientes de las verdaderas razones que mueven los aconteci­mientos. Cuando se manda —como en aquel caso— a un pueblo a lu­char, ¿cuántos combatientes saben porqué? O, ¿cuántos pueden prever o adivinar en qué modo será utilizado el resultado?

Parece evidente que los almohades comprendieron pronto que la confrontación entre Islam y Cristiandad que se estaba agudizando en España afectaba especialmente a sus intereses como partido gobernan­te en el Norte de África (desde Marruecos hasta Libia) y que, por lo tanto, debían intervenir: no se trataba quizá de expansionismo puro y simple, sino de una especie de ataque defensivo, no tanto para ampa­rar a las poblaciones andalusíes como para protegerse ellos mismos. Por esa razón, a pesar de sus presupuestos doctrinales, acabaron pronto desentendiéndose de la solidaridad musulmana en todo otro terreno que no fuera el hispano.

Ello les llevó a no acudir a Oriente Medio contra los Cruzados, pese a que la poderosísima flota con que contaban a finales del siglo XII les hubiera permitido intervenir. Con sólo la mitad de esa flota se hubiera conformado Saladino, quien le hizo saber al tercer califa al­mohade, Abû Yûsuf Ya‘qûb al‑Mansûr, en carta enviada en el año 1189, que debía intervenir, pues la suya era la única flota musulmana con capacidad para enfrentarse a los Cruzados. Pero Abû Yûsuf no quiso ayudar a los sirios, pues tenía necesidad de todas sus fuerzas marítimas para sus campañas andalusíes. Por otra parte, el hecho de que fuerzas cristianas, especialmente las francesas, estuviesen ocupa­das en Oriente Medio, le dejaba las manos más libres. En el marco de esa estrategia, los almohades habían llegado a establecer, en 1180, una tregua de diez años con el rey de Sicilia.

Ese interés con que los norteafricanos siguieron los asuntos de al-Andalus dio sus frutos. Poco antes de que lbn al-‘Arabî abandonara definitivamente el Occidente musulmán, debió de celebrar con enor­me regocijo la victoria musulmana de Alarcos en 1195, en tiempos del califa ya citado, Abû Yûsuf, frente al temible Alfonso VIII, el que ha­bía arrebatado Cuenca al poder musulmán en 1177, cuando los al­mohades ya eran plenamente dueños de al‑Andalus.

La amenaza de los cristianos parecía alejarse ante la recuperada fuerza ofensiva del Islam. Sin embargo, hasta las tierras orientales donde se encontraba debieron llegarle a nuestro místico las noticias de los posteriores reveses almohades, a raíz de que el Papa Inocencio III proclamara la Cruzada contra los musulmanes españoles, después de varios fracasos de los cristianos en Siria y posiblemente comprendiendo que lo que estaba en juego en España era tan importante como aquello otro. Se fraguaba así el desastre de las armas musulmanas que fue la batalla —cuyo lugar y fecha todos hemos tenido que aprender— de las Navas de Tolosa en 1212, que preparó el fin de la autoridad al­mohade en España y la conquista cristiana de casi todas las grandes ciudades que un día fueron orgullo del Islam español: Córdoba, en 1236; Murcia, en 1243 (tres años después de que hubiera muerto el más ilustre de sus hijos); Sevilla, en 1248...

El imperio almohade tuvo como base y motor un movimiento doctrinal de características que podemos considerar integristas o me­jor: fundamentalistas. La base de su doctrina era el dogma islámico de la unicidad de Dios. La proclamación de esa unicidad recibe en árabe el nombre de tawhîd y el seguidor de la doctrina es al‑muwahhid, de donde proviene el arabismo “almohade”. Pero, como digo, el tawhîd no era en absoluto algo nuevo en Islam. Es simplemente el hecho de ser monoteísta y de proclamarlo con la fórmula de la profesión de fe islámica: “No hay más dios que el Dios Único”; fórmula que los mu­sulmanes, sin excepción, vienen repitiendo desde que lo aprendieron de labios de Muhammad.

Así pues, ¿qué originalidad tenía el movimiento almohade? ¿Acaso no profesaban los demás musulmanes el dogma de la unicidad divina? Sí, por supuesto; pero, a juicio de lbn Tûmart, padre de aquel movimiento doctrinal, no daban prioridad al tawhîd, es decir, no lle­vaban hasta el final todas sus implicaciones.

Reservarse para ellos solos el título de muwahhldún o unicistas era de alguna manera llamar musrikzyyun o asociadores a los otros. «Asociadores» son aquellos que creen que, además de Allâh, hay otros partícipes de la divinidad. Mrísrik o asociador es el nombre que Muhammad dio al que profesaba el politeísmo y que sus seguidores dieron posteriormente a los cristianos, debido a su aceptación del dogma de la Trinidad. Por lo tanto, afirmando ser los únicos que practicaban el verdadero Islam, estos gobernantes se proclamaron califas, no reco­nociendo autoridad superior a ellos en ningún país musulmán y cre­yéndose en el deber de imponer su doctrina a los demás, mediante la violencia si fuera preciso, violencia que ellos llamaban -naturalmente-­ jihâd.

3.
Uno de los rasgos de esta doctrina es su insistencia en volver a las fuentes, en basar el culto, la jurisprudencia, la vida social sobre los preceptos contenidos en el Corán y en la Tradición recibida de primeros tiempos del Islam. Ello les llevaba a enfrentarse a una situa­ción que había ido asentándose sólidamente en el Islam tanto occiden­tal como oriental: la transferencia de la autoridad doctrinal a manuales de jurisprudencia y de casuística que seguían ciegamente la doctrina básica de algún gran sabio de los siglos VIII o IX, ampliada por eminentes discípulos suyos y por algunos estudiosos posteriores. Cono­cemos tal actitud con el nombre de taqlîd o seguimiento de la opinión de otros, es decir, el hecho de imitar las soluciones dadas con anterio­ridad, en lugar de hacer un esfuerzo (ijtihâd) por encontrar la deseada solución a partir de las únicas bases de la doctrina y del derecho islá­micos, que son los Libros Sagrados. Esta desacreditación de las solu­ciones ya dadas, estos ataques a la pereza mental motivaron que bajo dominio almohade se creara un clima más favorable que en épocas an­teriores para la creación intelectual y una evidente renovación religio­sa, de la que quizá nuestro místico es un exponente.

Otro de los rasgos que caracterizaron esta revolución, al menos en sus comienzos, fue la intransigencia frente a la colaboración y la coexistencia con los cristianos. Estos aparecían no sólo como claros enemigos del tawhîd, sino como introductores de rechazables innova­ciones en el interior de algunos países musulmanes, como era el caso de Murcia. En las crónicas que cuentan cómo las ciudades levantinas fueron pasándose al campo almohade se dice generalmente: “Abraza­ron el tawhîd y expulsaron a los cristianos que había con ellos”.

Esa situación de permeabilidad, de coexistencia (aunque quizá no fuera de buen grado) entre las comunidades musulmana y cristiana se estaba dando especialmente en el Levante de Ibn Mardanîs. Era evi­dente que un cierto excedente de población de los reinos cristianos se estaba acomodando a vivir entre musulmanes, bajo autoridad islámica y en un marco social regido por las leyes del Corán, realizando fun­ciones militares y comerciales principalmente. De no haber sido por la irrupción de los fundamentalistas beréberes, ¿qué resultados habría tenido aquella experiencia? Yo no estoy seguro de algo que siempre se afirma: que la conquista almohade retrasó la caída de al‑Andalus en manos cristianas. A mi modo de ver, esta invasión la aceleró. Piénsese en el caso de Cuenca, que sólo es ocupada y colonizada por los castellanos cuando desaparece el régimen “amigo” de lbn Mardanîs y en su lugar se instala en sus fronteras un poder tan beligerante como el de aquellos norteafricanos.

Sea como fuere, la expansión almohade fue un levantamiento, una movilización de tribus beréberes sedentarias, del Alto Atlas, en busca de mejores medios de vida y deseosas de propagar sus nuevos puntos de vista doctrinales y de defender lo que ellos creían el verdadero Islam, allí donde estaba en peligro. Pero, ¿hasta qué punto fue profunda, o al menos efectiva, la revolución almohade? Aparte de un cambio de dinastía y de la subida al poder de unos nuevos grupos di­rigentes, ¿qué cambió? En lo doctrinal, por ejemplo, ¿fue muy dife­rente la formación que Ibn al‑‘Arabî recibió a partir de los 7 años de lo que hubiera sido de haber continuado viviendo en Murcia, bajo ré­gimen mardanîsî. 0, lo que es lo mismo: Los que crecieron con el nuevo régimen, ¿tenían una mentalidad realmente distinta de la que tu­vieron sus padres? Asín Palacios parece creer que sí, ya que, según él:

Contra la ciencia muerta de los juristas de su época, los almoha­des impusieron paulatinamente la restauración de las fuentes hasta en­tonces olvidadas en el estudio del Derecho y acabaron con los casuísticos manuales de la escuela malikí, que fueron entregados a las llamas (...) El reformador se refiere al fundador del movimiento niega todo va­lor legal a las cuatro escuelas ortodoxas y destruye la causa que dio origen a sus mutuas discrepancias, declarando que el libre examen de la razón individual, aplicado a la interpretación de las fuentes objetivas de la ley, carece de toda fuerza. Bases de la legislación deben ser única­mente el Alcorán, la tradición profética cuya autenticidad conste por testimonios fidedignos y el unánime consentimiento de la iglesia islá­mica adornado de idénticas garantías. Todo lo que no sea esto o debe ser en absoluto excluido o utilizado, cuando más, a título de meros in­dicios, de presunción subjetiva que no pueden sentar jurisprudencia”. (M. Asín Palacios, “Origen y carácter de la revolución almohade”, en Obras escogidas, Madrid 1948, t. II, p. 7.)

Sin embargo, este análisis de la ideología jurídica del movimiento unitarista parece excesivamente tajante. En plena época almohade se siguieron escribiendo manuales de casuística al estilo tradicional por personas altamente situadas o por intelectuales a bien con el régimen. Quizá sea más realista decir que la jurisprudencia escolástica anterior, debido a las tendencias del partido en el poder, perdía importancia frente al Hâdîth, o Tradición del Profeta, y al Corán, materias que lle­garon a ser las más cultivadas en este período, sin por ello desplazar completamente aquellas disciplinas académicas ya clásicas en el Occi­dente musulmán, fiel seguidor de la corriente jurídica que en Medina iniciara, en el siglo VIII, el Imâm Mâlik. Como tampoco es cierto que los seguidores de esta escuela fueran excluidos de las esferas guberna­mentales, a no ser que se piense exclusivamente en la cúpula del poder.

Queda por averiguar por qué, junto a ese aumento de los espe­cialistas en Corán y Hâdîth, la España almohade conoce un evidente florecimiento de la mística, cuyo ejemplo más relevante será sin duda el del eximio Ibn al‑‘Arabî al‑Mursî. Y parece también paradójico que el cultivo de las materias profanas, en parte liberadas de sus tutelas re­ligiosas, empieza a ser algo aceptado: uno ya podía presentarse única­mente como especialista de disciplinas literarias y adquirir una audiencia notable, aunque no tenemos muchos ejemplos de ello.

Lo más probable es que los maestros sevillanos del joven Muhammad respondieran más a la imagen del ulema de época almorá­vide que al “hombre nuevo” que pretendían los almohades. A finales del siglo XII el prototipo de andalusí culto al que se acudía en busca de enseñanza era todavía el de un hombre “chapado a la antigua”: versado en Derecho aplicado y no en fuentes del Derecho, en catecis­mo y no en textos fundamentales, que políticamente apoyaba al régi­men almohade, pero que intelectualmente era tributarlo del pasado; salvo, sin duda, personalidades especialmente versátiles.

4.
En Sevilla, el shayj murciano va a recibir no sólo su formación básica en las disciplinas que un hombre culto debía dominar, sino que allí se adentrará en la vida mística sur, de la mano de una multitud de mentores. Todas las biografías insisten además en los antecedentes su­fíes que había en la familia del gran maestro. Pero, ¿qué es el sufismo? En sus comienzos, en los siglos VIII, IX y X, había sido un movi­miento sobre todo ascético y mendicante, en claro contraste con el Is­lam oficial, que se ocupa primordialmente de organizar la vida pública y los deberes “externos” de la persona (con una concepción muy jurí­dica de las relaciones sociales y de las relaciones del individuo y la co­lectividad con la religión), mientras que el sufismo predica sobre todo el abandono de lo material y la unión interior, inefable, con Dios. Los miembros de este movimiento, a causa -parece- del nombre del sayal de la lana (sûf) con que gustaban de vestirse, fueron llamados sufíes; aunque otra hipótesis relaciona este nombre con el griego “sophía” o sabiduría.

Estos primeros sufíes habían tenido como precursores a algunos musulmanes del siglo VII que, frente a la corrupción de los amos del nuevo imperio, practicaban y predicaban la renuncia, la moral, la sinceridad religiosa y la confianza en la providencia divina. Luego fueron apareciendo hombres que se retiraban del mundo, rechazando la vida social y la actividad económica, aunque con un carácter poco especulativo, sin tener todavía teoría alguna sobre la co­municación mística con Dios. Pero, en la época del gran sufí murcia­no, el movimiento ya estaba organizado en comunidades, había ins­taurado prácticas o ejercicios de adiestramiento místico, se había enriquecido con aportaciones ideológicas neoplatónicas, hindúes, panteístas, etc., y había comenzado a producir una literatura que den­tro de muy poco sería importante y abundante. lbn al‑‘Arabî consti­tuirá el punto culminante de ese enriquecimiento doctrinal y de esa producción literaria.

Como acabamos de decir, en 1173 el pequeño Muhammad se en­cuentra ya instalado en Sevilla, donde tendrá lugar su formación en un ambiente político diferente del que conoció en su primera niñez. La nueva ideología que el partido de los muwahhidîn quería implantar en las esferas religiosa, filosófica y jurídica parece reflejarse en la forma­ción básica del joven Abû ‘Abdallâh. No quiero decir que Ibn al­-‘Arabî sea un producto de la doctrina de los almohades, sino que la oposición de éstos al taqlîd o sometimiento ciego a la autoridad doc­trinal de los predecesores, ese rechazo de los manuales de casuística y esa búsqueda de soluciones acudiendo en cada ocasión a las fuentes (Corán y Sunna) tienen un eco en el camino personal de Ibn al­-‘Arabî para encontrar la Verdad. Él también está en contra de “esas personas -cito sus palabras- que obedecen ciegamente el criterio de autoridad en los problemas de la vida espiritual”, pues de esa ciega su­misión al criterio de autoridad, ¿cómo esperar -se preguntará él-, en materia de conocimiento, éxito alguno para quien lo sigue?

De estas nuevas actitudes intelectuales, de estos impulsos a la iniciativa doctrinal que se dieron sobre todo al comienzo de la época almohade es también buen ejemplo un contemporáneo de Ibn al­-‘Arabî con el que éste mantuvo relación: Averroes, renovador en ma­teria filosófica y figura independiente en materia jurídica.

Tampoco en el entorno de ascetas y místicos en que el murciano se movió en su juventud sevillana abundan los que se plegaban a la or­todoxia tradicional. De alguno de ellos dice Ibn al‑‘Arabî que “no usaba en sus explicaciones de otras autoridades que de textos del Corán, ni estimaba digno de estudio más libro que éste” y que “jamás adquirió ningún otro libro” y que él le oyó “decir en una reunión, en la ciudad de Córdoba, lo siguiente: ‘¡Desgraciados los autores de libros y de obras! ¡Cuan prolija será la cuenta que habrán de dar el día de mañana! ¡Con el Libro de Allâh y con las tradiciones de su Enviado basta!’.” Esto es llevar hasta sus últimas consecuencias un principio clave en la doctrina almohade.

Y es que la exageración, el carácter radical en los actos y en los planteamientos doctrinales es uno de los rasgos sobresalientes de las personas que iniciaron a lbn al-‘Arabî en la vida mística. Quien quiera conocer el ambiente que reinaba entre tales maestros y discípulos de­berá leer la Epístola de la Santidad: galería de personajes singulares, absolutamente extremados en las prácticas religiosas y diferentes entre sí, es decir, que no constituían un patrón único de místico: entre los personajes biografiados encontramos quienes sólo vivían del trabajo de sus manos, frente a otros que abandonaron todo trabajo manual, como aquel que ganaba su vida con su oficio de sastre y un buen día arrojó las tijeras al pozo y se confió a la providencia divina; había quienes no aceptaban nada de nadie, frente a otros que sólo vivían de limosnas; los había que no podían prescindir del matrimonio, mientras que alguno no se casaba por temor -decía- “a no poder pagar a su esposa el débito conyugal”, los había tristes e introvertidos, mientras que otros eran ex­trovertidos y bromistas; unos eran ceñudos y otros afables...

Pero existían indudablemente rasgos comunes a todos ellos. Además de su extraordinaria piedad o devoción, todos mortificaban enormemente el cuerpo, continuando así una arraigada tradición ascé­tica del Islam andalusí. Por otra parte, solían ser sumamente escrupu­losos y obsesivos, aunque el contenido de la obsesión variaba de unos a otros: había quien pasó toda su vida sin dar la espalda a la alquibla, es decir, mirando siempre hacia la dirección frente a la cual el creyente se sitúa en la oración; había quien repetía durante toda la jornada una breve jaculatoria que cada día cambiaba; había quien siempre dormía vestido; etc.

5.
Nuestro personaje tendrá fijada su residencia en Sevilla hasta el año 1194, en que, a punto de cumplir los treinta años y antes de su partida definitiva para Oriente, comenzará una vida itinerante en algunos lugares del Occidente musulmán. Con anterioridad había hecho frecuentes desplazamientos por buena parte de la España que todavía estaba bajo administración islámica, así corno por el Norte de África. El motivo de esa inquietud viajera no parece ser otro que el de entrar en contacto con personalidades sufíes, cosa que compaginó durante unos años con su puesto de funcionario del gobierno almohade, un puesto que su origen familiar y su formación académica le permi­tieron ocupar.

La personalidad de nuestro joven místico se nos muestra como la de alguien sumamente ansioso por alcanzar el máximo grado de perfección en esa vía, pero de una forma mucho más moderada y ra­zonable que la de la mayoría de los maestros suyos que conocemos: no se le ve romper con la vida familiar; no parece enfrentarse a los po­derosos ni abandonar totalmente el cuidado de su hacienda; es gene­roso con su riqueza, pero sin renunciar por completo a ella. En resu­men: se va apartando del mundo, sin huir de él ni renunciar por completo a algunas de sus comodidades.

Los estudios que entonces realiza son los de un hombre culto llamado a ocupar cargos oficiales y a brillar en sociedad. No se ciñe a la sola lectura del Corán, como recomiendan algunos de los maestros que él se había puesto como modelos. Su formación en jurispruden­cia, gramática y retórica es importante. En este último campo destaca­ría luego como poeta. Será especialmente interesante su faceta como autor de poemas estróficos, es decir, poemas que no siguen el modelo tradicional de la casida. Y quiero resaltar que cabe al místico murcia­no el mérito de haber sido el primero en introducir el uso “a lo divi­no” de estos géneros de versificación, fundamentalmente populares y generalmente escritos en árabe dialectal.

La imagen de Ibn al‑‘Arabî en esta época es la de un joven, diga­mos que “universitario brillante”, que frecuenta personajes de las cla­ses populares en busca de ejemplos de vida ascética y de poderes so­brenaturales. En efecto, la mayoría de sus maestros son artesanos o incluso personas marginadas, muchas veces sin apenas cultura, pero que sobresalen en la ciencia que él viene a aprender. Comparte duran­te temporadas la vida de varios de ellos, en absoluta comunidad de bienes, incluso sirviendo de criado a algunos, sobre todo de entre los de más edad.

Sus relaciones con el régimen almohade parecen excelentes. En 1193 lo encontramos en Túnez, donde tiene gran influencia ante el gobernador almohade. Al año siguiente, en Fez, asiste al paso de los ejércitos que venían a combatir a al‑Andalus. Son las tropas que con­seguirían en 1195 la resonante victoria de Alarcos, que levantó los ánimos de los musulmanes españoles. Pero, después de este triunfo, el poder almohade empieza a reaccionar contra la efervescencia sufí, que quizá se sospechaba que podía tornarse en agitación política. Este cambio no pudo menos que disgustar enormemente a lbn al‑‘Arabi, que hasta ese momento, como decimos, había gozado del favor del ré­gimen de los muwahhidîn, partido que en sus comienzos había agra­decido el apoyo ideológico que el sufismo le prestó contra el Estado almorávide, al que los sufíes, al igual que los primeros almohades, re­prochaban su anquilosamiento doctrinal. Fueron varios los místicos que habían fomentado, e incluso encabezado, rebeliones anti‑almorá­vides. Pero, en aquellos años finales del siglo XII, las cosas empeza­ban a ser como antes y quizá una buena prueba de ello la podemos encontrar en el hecho de que los alfaquíes, que habían sido los gran­des perdedores con el cambio de régimen, volvían ahora a tener la in­fluencia de antaño.

En 1199, después de haber asistido en Córdoba a los funerales por Averroes, Muhyiddîn se encuentra en Murcia. En esta su ciudad natal asiste a las lecciones de un importante sabio de antigua rai­gambre murciana: Muhammad Ibn abî Gamra, de la familia de los Banû Hattâb, familia que no había dejado de tener puestos de responsabilidad en Murcia desde el comienzo del período árabe, cinco siglos antes. Fue en esta ciudad donde, según él mismo nos dice, recibió una inspiración de Allâh que le encargó la misión de enseñar lo que Él le había revelado. Y, como si ese apostolado hubiera de ejercerse entre gentes de otras tierras, abandona de improviso, para no volver nunca más, la ciudad de su infancia, tomando el camino de Almería.

Su inquietud viajera, la misión de apostolado a que se sentía lla­mado y sin duda la situación política y militar en al‑Andalus, le lleva­ron de nuevo a cruzar el Mediterráneo. A los 35 años sale por última vez de su país, dirigiéndose en primer lugar a Marrâkus, la capital del imperio almohade. Allí, a comienzos del siglo XIII, en 1201, una vi­sión le determina a viajar a Oriente para cumplir con el precepto de la Peregrinación a La Meca. Nunca más habría de regresar al Occidente musulmán. ¿Tenía la intención, cuando emprendía aquel camino, de no retornar? No lo sabemos, pero creo un poco aventurado imaginar que fue así. Quizá es más creíble pensar que la buena acogida que se le dispensó en muchos lugares de Oriente y las inquietantes noticias que le llegarían de al-Andalus fueron demorando su regreso, hasta que es­te fue finalmente imposible.


Autor: Alfonso Carmona González
Fuente: WebIslam Click Here to Read More..

La escuela sufi de Almería y su relevancia actual

1.- Introducción al sufismo andaluz
Antes de hablaros del “sufismo” me gustaría aclarar algunos puntos que me parecen necesarios. Os habréis dado cuenta que hay una franja de tiempo, que se extiende desde el final de la segunda guerra mundial hasta ahora, en la que pululan extraordinariamente, gurus, maestros y directores espirituales de distintos signos y con distintos métodos; algunos cuanto menos, estrambóticos e incluso divertidos; no obstante, los resultados en algunos casos han sido trágicos, debido sobre todo a la facilidad con la que algunas personas perturbadas o perversas se aprovechan de la desesperación de otras muchas de personalidad débil o poco formada.
La llamada New Age ha conformado un “totus revolutum”, una mezcla de aspiraciones, frustraciones, deseos, esperanzas, con la pérdida de valores elementales; en ese caldo de cultivo se ha desarrollado una visión simplista y superficial de los Caminos más elevados. Incapaces de desarrollarse armónicamente en una sociedad compleja y que cambia a un ritmo muy veloz, algunas personas vuelven los ojos al misterio, a lo esotérico, a lo extraordinario, pero no pueden librarse de las prisas y nada que suponga un esfuerzo real y continuo es aceptado. Quieren resultados rápidos. Simulan vestimentas, ritos, palabras.
Leen unos cuantos libros sobre el tema; algunos de estos libros más confusos y equivocados que ellos, y comienzan a perder el tiempo y la sensatez que les queda, en aras de conseguir no se sabe qué poderes extraordinarios, algo que les haga distinguirse de la masa anónima: los carismas.
En este contexto podemos encontrar hoy (mezclados con muchas personas que siguen otras tendencias), una caterva de “maestros del Camino”, seguidores, estudiosos, “sabios” de todo tipo que pretenden conocer ritos secretos y tener poderes que fingen.
Mucha de esta gente, algunos de buena fe que han sido engañados, por otros o por ellos mismos, se llaman a sí mismos sufíes o sufis.
Sin embargo, como advertía Ibn Abbad de Ronda a los maestros, el provecho de la vida espiritual no depende de la mayor duración en el ejercicio de las prácticas devotas del murid, sino de la aptitud del sujeto.
 
¿Qué es el sufismo?
Pero en realidad cuando preguntamos: ¿Qué es el sufismo?
Para encontrar una respuesta teórica y lo más cercana posible a la comprensión profana deberíamos de ejercitar un acto de análisis sobre los siguientes principios. La esencia del sufismo es la sumisión (taslim).
El espíritu del sufismo consiste en mirar en una sola dirección (la de Allah) a través de la fuerza del amor y, su método, cultivar el comportamiento ético del hombre.
Generosidad, altruismo, sacrificio, auxilio de los oprimidos y desamparados, mantener la palabra dada y la humildad, cualidades del hombre perfecto.
El sufismo posee dos aspectos, el interior y el exterior, el aspecto interior es el recorrido espiritual hasta alcanzar la subsistencia en Allah y el aspecto exterior es la práctica de las cualidades éticas anteriores.
El que está en el camino a menudo excluye de si al intelecto, sus palabras y sus actos no pasan por el intelecto.
Para desarrollarse interiormente el seguidor del camino debe mantenerse libre de ostentación o pretensión. Renunciar a los carismas es la puerta de entrada al desarrollo.
La sobriedad surgida después de la ebriedad está consciente en sí mismo y de Allah, está con Allah y con su creación. En estado de ebriedad solo se está consciente de sí mismo y ausente de Allah. El trabajo es la mejor autodisciplina.
Abu-l-Barakat nos ha dejado la siguiente definición del sufi: “El sufi es la expresión del hombre justo, santo, asceta, que no tiene vanidad ni por su origen ni por su causa, se preocupa por la cultura, conoce su época y sabe conducir con sus riendas las nobles acciones, no toma su propia defensa, no piensa en el mañana ni en el ayer, la ciencia es su amiga, el Corán su guía, la verdad su defensa, mira a las criaturas con compasión y a sí mismo con cautela y severidad”. (S.Gibert: Abu-l-Barakat…)
2.- Ibn Masarra y la llegada de sus doctrinas a Almería
Maestro del gnosticismo islámico que vivió del 883 al 931, siendo acompañado desde su adolescencia por un numeroso grupo de discípulos. Para escapar a las críticas de los teólogos, se vio obligado a viajar al oriente hasta que regresó en tiempos de Abdelrrahmán III y pasó el resto de su vida rodeado de sus seguidores en una casa en la serranía de Córdoba.
Su doctrina parte de la metafísica neoplatónica de Plotinio de Alelandría, con la que interpreta el significado esotérico del Corán. También se remonta a la doctrina de la creación según Empédocles: Dios no crea el mundo a partir de algo existente fuera de él, sino a partir de la materia original, la simbólica virgen madre del universo. Para explicar esta doctrina recurre a una parábola de Alí el yerno de Mahoma: las partículas de polvo que flotan en el aire no serían visibles sin la irradiación del sol, y los rayos del sol tampoco se distinguirían en el aire si no existieran estas partículas; el sol simboliza la luz divina, y el polvo la materia original. Así pues, según esta visión el mundo carece de realidad propia, ya que solo es un reflejo del único absoluto o Allah.
En el año 912, ya estaba rodeado de algunos discípulos en la serranía de Sierra Morena. Allí adoctrinaba a los iniciados en el secreto de su método esotérico. La rigurosa disciplina del secreto, impedía que trascendiesen al vulgo las doctrinas que se impartían en aquel cerrado círculo. La piedad, la austeridad, las virtudes morales del maestro y los discípulos, era todo lo que al exterior se revelaba. Pero no tardó en deslizarse también entre el pueblo la sospecha de lo que bajo aquellas apariencias de religiosidad y ortodoxia se escondía: decíase que Ibn Masarra les enseñaba la herejía mu’tazil que atribuye a la libertad humana la causalidad eficiente de todos sus actos; el vulgo iletrado, menos ducho en sutilezas filosóficas, se escandalizaba al oír que para Ibn Masarra no tenían realidad alguna los castigos del infierno; las gentes más cultas aseguraban que Ibn Masarra no hacía otra cosa que enseñar a sus discípulos la filosofía panteísta y casi atea de un antiguo sabio de Grecia, de Empédocles. El rumor se acentuó y no tardó en producirse la denuncia legal de ateísmo, cuyas consecuencias pudieron ser gravísimas.
Ibn Masarra huyó con el pretexto de una peregrinación a la Meca.. Cuando las circunstancias fueron favorables volvió a la serranía de Córdoba pero actuando de una manera mucho más prudente.
Murió el 20 de octubre de 931, miércoles, después de la oración de media tarde a la edad de cincuenta años y tres meses de edad. No se conserva ninguno de sus libros.
Entre los años 976 al 1000 se desarrolló un ambiente de intolerancia insoportable para la escuela masarrí en Córdoba. Los adeptos se ocultan por temor a las represalias. Pero no por eso disminuye su número ni se altera su organización jerárquica; los masarríes, diseminados entre Córdoba y Pechina, reconocen un jefe o imam religioso, a quienes obedecen como si fuera el auténtico califa, pagándole además el diezmo o azaque, y guardando entre ellos las relaciones esotéricas de una sociedad secreta. Las noticias dispersas que se conservan de esta época permiten reconstruir algo su historia.
A la cabeza de la jerarquía, aparece un hombre llamado Ismail ben Abd Allah al-Roainí, del que sabemos que era de linaje peninsular y contemporáneo de Ibn Hazm.
Del reducido número de adeptos que sobrevivieron al maestro Ibn Masarra, ni uno solo pertenecía a su propia familia; habiendo muerto sin descendencia, no pudo Ibn Masarra trasmitir a sus hijos la herencia de sus doctrinas, y la rama colateral de su tío Ibrahim no parece que mantuvo con la escuela masarrí relación de ningún género.
Su sistema no quedó confiado solo a la tradición oral, si no que quedaban consignados por escrito y se difundieron a través de medios más extensos y remotos. A esta difusión de la escuela contribuyó la política de tolerancia inaugurada por Al-Hakan II desde mucho antes de subir al trono. Los historiadores señalan en su califato el momento crítico del renacimiento de las ciencias físicas, naturales y exactas.
Los nombres de los primeros masarries que seguramente no conocieron al maestro en persona son: Tarif el de Rota, Mamad al-Fani, Ibn Ujt Abdun el de Pechina, murió en el año 986, Rsid b. al-Dayay, Aban de Medinasidonia, Ibn al-Imam al-Jawlan, Mamad al-Qaysi de Jaen, Abd al-Aziz, biznieto del califa Mamad I.
La costumbre, contraria al rito ortodoxo, era que en sus oraciones de obligación se orientaban, no hacia la alquibla canónica, que es la dirección de la Meca, sino hacia el levante astronómico. Esta costumbre contraria al rito ortodoxo no fue exclusiva de los masarríes, sino de las sectas batiníes o esotéricas del norte de África, Esta especialidad en el rito provocó en el pueblo sospechas de heterodoxia, esto y no el sentido esotérico que difícilmente penetrarían los profanos. Los teólogos y alfaquíes comenzaron a preocuparse de la secta masarrí, como peligrosa para la fe sencilla del pueblo, y trataron de poner en evidencia los errores e impiedades que ocultaba aquel sistema.
3.- Ismail al-Roainí y el núcleo de Pechina
Escuela de Almería
Puede decirse que, aunque la presencia en Pechina y otras zonas limítrofes de cofradías sufíes sean anteriores a la instalación de Ismail b. Abd Allah al-Roainí, fué con este maestro, considerado Imam de la comunidad cuando se inicia la Escuela de Almería.
Continuador de la orientación masarrí, buscó refugio en estas tierras empujado por la persecución cordobesa. Toda su familia pertenecía a la misma escuela, a saber: el mismo Ismail, su hijo Abu Harum, su hija Fátima, el marido de esta Ahmad y su hijo (nieto de Ismail) Yahya.
La apariencia de impiedad sembró la discordia en el seno de la comunidad masarrí e incluso dentro de la familia de Ismail. La hija de Ismail persistió en la doctrina y bajo la autoridad de su padre, continuando con la escuela de Almería. Este imamgarantizaba la unidad de las creencias. Ismail gozaba, según sus discípulos, de los dones o carismas, milagros y vaticinios, incluido el saber la lengua de las aves.
La creación alaba a Allah en sus distintos lenguajes, el sincero, en estrecha comunicación con Allah, y sordo a las voces del mundo, podrá oír y entender ese misterioso coro de todas las criaturas unidas en la perpetua alabanza de su Señor. Se le llegó a considerar como a califa a quien se le pagaba el diezmo o azaque.
Se dice que Ismail, como todos los batiníes, anatemizaba como apóstata a cuantos no participaran de sus creencias. Sin embargo no se conoce que Ismail o sus discípulos ejercieran ningún tipo de violencia. Algo que se le achacaba como escandaloso era el reconocimiento como lícito del matrimonio temporal.
Los batiníes consideraban necesarias y útiles las prescripciones de la Ley religiosa para los profanos; el iniciado perfecto, a causa de su conocimiento se ecuentra por encima de la ley de las apariencias y puede obrar como crea conveniente, puesto que está fuera de las tentaciones e impurezas de la apariencia externa. La importancia de esta tesis nos hace recordar que un siglo después, en la Europa cristiana, encontró su paralelismo en las tesis de los cátaros, valdenser, begardos y joaquimitas.
Ismail al-Roainí como batiní afirmaba: “El que muere, ya ha resucitado“. La explicación sería que “si el alma humana es de naturaleza espiritual, pura, si antes de su unión con el cuerpo tuvo existencia propia e independiente, es claro que su unión con este mundo físico y corpóreo es una caída, una degeneración; por lo tanto, la muerte, la destrucción del compuesto accidental, es una liberación de la esclavitud, es la ruptura de los lazos que le impedían retornar a su patria, es, en fin, la verdadera y única resurrección a que puede y debe aspirar“.
El síntoma de continuidad del espíritu de Ibn Masarra y al-Roainí es la antorcha que representa la escuela de Almería, heredera de Pechina. Al comenzar el siglo VI de la hégira, en plena dominación almorávide, Almería se convirtió en la metrópoli espiritual de todos los sufíes peninsulares. Allí se dió el único grito de protesta colectiva contra la condena de Algazel y la quema de sus libros por un edicto del sultán almorávide Yusuf b. Tasufin.
Ideas capitales de las 8 tesis de Ismail
a) Cuatro de ellas son una repetición casi exacta de las respectivas de Ibn Masarra, en las que se afirma:
- La producción y el gobierno del mundo por medio del Trono divino.
- La no eternidad de la ciencia de Allah respecto de las cosas singulares.
_ La posibilidad de adquirir la dignidad profética.
- La negación de la resurrección de los cuerpos.
b) Carecen de ejemplar taxativo en la doctrina de Ibn Masarra las cuatro tesis restantes de Ismail, en las que se proclama:
- La dignidad suprema político-religiosa del jeque de la tarika.
- La ilicitud de toda propiedad.
- El amor libre (matrimonio a tiempo)
- La eternidad del mundo a “parte post”
Exceptuada este última, cuyo nexo con el pseudo-Empédocles es evidente, y la primera, que deriva teóricamente de la posibilidad de adquirir la dignidad profética, las dos restantes constituyen una característica peculiar del pensamiento de Ismail, consecuencia de los principios batiníes.
4.- Abul Abbas ibn al-Arif y la mística batiní
Otro místico batiní, Abul Abbas ibn al-Arfi, se erige en maestro y definidor de una nueva vía o tariqa, cadena de transmisión de la escuela masarri. De entre sus discípulos, tres difunden la nueva regla sufi del maestro: Abu Bakr el Mallorquín en Granada, Ibn Barrayan en Sevilla e Ibn Qasi en los Algarbes. La muchedumbre de los discípulos y su adhesión al maestro de Almería hicieron temer al sultán almorávide Alí una sublevación a favor de Ibn al-Arif con el fin de encumbrarlo comoimam. A causa de esto fue trasladado a África junto con Ibn Barrayan y allí murieron ambos.
Con la muerte del maestro, los almorávides no consiguieron acabar con esta escuela, Ibn Qasi y los muridin de la escuela construyen en los Algarbes (Silves) una rábita e Ibn Qasi es nombrado imám, siguiendo los pasos de nuestro maestro Ismail al-Roainí.
De todas las obras que escribió al-Arif, solo una se conserva en todo el mundo, el “Mahasin al-Machalis” que significa “Los adornos de las sesiones”. El manuscrito original se encuentra actualmente en la biblioteca del Escorial (N° 732 Cfr. Brockelman. I. 434). Fue traducido por Asin Palacios y editado en Paris en 1933.
Según Ibn al-Arif, a diferencia de la filosofía racionalista, la mística parte de la certeza de lo absoluto, la cual se encuentra en lo más íntimo del corazón, en el centro esencial del hombre; allí reside oculta por la conciencia egotista que la mantiene velada. La certidumbre de lo absoluto implica el ser consciente de la naturaleza relativa e ilusoria del mundo y del yo. Esta certeza se conduce en Ibn al-Arif a la renuncia, la pobreza espiritual; así los caminantes en la vía mística son llamados los pobres. Condición previa para el conocimiento es la sinceridad entendida ésta como carencia de división interior, una contemplación no turbada por intenciones egoístas.
En el mencionado libro que es un tratado sobre las virtudes espirituales, supera Ibn al-Arif el concepto de “virtud” en el sentido vulgar, moralista o coactivo de la palabra.
“La virtud contemplativa ha de estar libre de cualquier intención que pudiera reforzar los límites del yo humano; no debe aspirar a ninguna recompensa, ni en esta vida ni en la otra; tampoco debe medir a Allah con medidas humanas. Así la verdadera gratitud consiste simplemente en agradecer un beneficio; los que aman a Allah le están agradecidos hasta en el sufrimiento, ya que su gratitud no nace de algo en particular; expresa simplemente que son conscientes de la fuente divina de su existencia. De este modo la virtud (gratitud, paciencia, humildad, dignidad, fortaleza, bondad, etc.) se convierte de un modo de ser, del ser no intencionado y abierto hacia el infinito interior” .
La virtud del sufí no es una virtud social, gusta de esconderse bajo el ropaje de la insignificancia.
Ibn Arabí de Murcia nos cita en sus memorias un dicho de Ibn al-Arif que se refiere a la extinción del yo en Allah:
“Que quede reducido a nada lo que nunca ha existido, y perdure eternamente lo que nunca ha dejado de existir”, y esta es la interpretación de Ibn Arabí: “Sabemos que aquel que no ha existido nunca no es nada, y el que no ha dejado de existir es eterno”.
5.- Ibn Arabí y su relación con “La escuela sufi de Almería”
Catorce años después de la muerte de Ibn Qasi y veinticuatro de la de Ibn al-Arif e Ibn Barrayan nace en Murcia Ibn Arabí. Se educa en Sevilla con las enseñanzas de Ibn Barrayan, estudia en Túnez los escritos de Ibn Qasi con un hijo de este y en Almería con los discípulos de Ibn al-Arif.
Su filiación a la Escuela de Almería es patente pues en el empleo continuo de los símiles de la luz para ejemplificar la esencia de Allah y sus operaciones “ad extra”, y del símbolo geométrico de los círculos o esferas concéntricas, cuyo centro y núcleo es Allah.
La cadena se reanuda por completo: parte de Du-l-Num el Egipcio, pasa por Ibn Masarra, al-Roainí, Ibn al-Arif, con los batiníes de la escuela sufi de Almería, vuelve cuatro siglos después a Oriente, con Ibn Arabí, difundiéndose por Turquía, Persia e India. Hoy sus libros se reeditan en El Cairo, Bombay y Constantinopla. Las cofradías actuales de Oriente siguen inspirándose en estas reglas. Su tumba en Damasco es objeto de continuas visitas.
Una de las obras más importantes de Ibn Arabí de Murcia es su llamada “Epístola de Santidad” que nos suministra las biografías de los santones andaluces con cuyas enseñanzas directas se proveyó para su propia formación espiritual. Se trata de una misiva personal que el autor envía desde la Meca, en el año 1023 a un amigo de Túnez. Como carta confidencial, su estilo es llano y limpio de alusiones especulativas.
Al- Maururi de Morón hizo una visita al maestro de espíritu Abdalá de Almería, conocido también como Al-Gazal (no Al-Gazel, el persa), en cuya visita se dio un caso de clarividencia onírica.
Comparado con la vida cultural del corriente islámico, fue un florecimiento tardío el que se produjo en Almería; sin embargo tuvo una influencia posterior en el oriente exportado por Ibn Arabí de Murcia. Otros místicos almerienses se establecieron en la soledad de las montañas marroquíes donde su tradición se conserva actualmente, difícilmente accesibles a los “turistas”.
Veinticuatro años después de la muerte de Ibn al-Arif, nace en Murcia el famoso místico sufí Ibn Arabí, que se educa en Sevilla, patria y residencia de Ben Barrachan, que estudia en Túnez el libro de Aben Qasi, con un hijo de este, y que trata en almería a uno de los discípulos directos de Ibn al-Arif. En sus libros esotéricos, Ibn Arabí se confiesa masarrí, ya que declara haber estudiado los libros de Ibn Masarra por transmisión oral de los sufíes almerienses, además de aprovechar diversos escritos de los maestros de Almería. Como la iniciación de Ibn Arabí en las doctrinas esotéricas se debió a la escuela de Almería, esta capital se convirtió más tarde en fiel seguidora de sus enseñanzas.
La vida de Ibn Arabí coincide con la plenitud cultural de la Andalucía islámica, junto con sus contemporáneos Averroes y Maimónides. Escribió centenares de obras, de las cuales unas 150 se conservan aún; las más célebres se titulan “Perlas de sabiduría” y “Revelaciones de la Meca”. Su estilo es oscuro con el fin de ocultar a los ojos de los profanos la doctrina esotérica de su panteísmo teosófico.
Por ello, sus ideas metafísicas no son conciliables con los dogmas del Islam ortodoxo, por cuanto dependen de Plotino y de los gnósticos cristianos, no directamente, sino que estos 1o heredaron a su vez de la síntesis ecléctica y original de Ibn al-Arif de Almería.
El paso de la corriente mística del sufismo por la península ibérica siguió el siguiente proceso esquematizado:
Arrancó en el siglo IX del teúrgo Dulnún el egipcio, se engarzó mediante Ibn Masarra con los batinies peninsulares, recibió influencias de las obras de Al Gazel, y a través de la escuela sufí de Almería, retornaba en el S. XIII (cuatro siglos después) con los libros de Ibn Arabí el murciano al oriente de donde salió, pero modificada en Almería.
Los gérmenes del panteísmo sufí de Almería, se extendieron de este modo hasta los más remotos países del Islam (Turquía, Persia y la India) contribuyendo a la explosión de los “ixraquies” en el islam oriental. Esta ha sido la fuente más copiosa de inspiración a la que han ido a saciar su sed de ideales religiosos todos los filósofos, sobre todo persas, que anhelaban una explicación del cosmos.
Tanto es así, que hoy día los voluminosos libros de Ibn Arabí, inspirados en la escuela almeriense de Ibn al-Arif, se reeditan constantemente en el Cairo, Constantinopla y Bombay. Los principios fundamentales de esta escuela y los símbolos del lenguaje se utilizan actualmente en los léxicos de los sufíes. Más aún, las órdenes y cofradías monásticas del oriente se siguen inspirando en las reglas contemplativas originales de la escuela sufí de Almeria.
Los poetas aluden frecuentemente en sus poemas a las rosas tempranas de Pechina (Bayyana) que se recolectaban desde enero. Estas rosas tempranas tienen un doble significado, por un lado los numerosos jardines de ellas plantadas por los grupos de sufíes para los cuales tienen un significado especial y por otro lado el significado místico.
El 7 de julio de 1198 Ibn Arabí regresa a Almería. Era esta ciudad foco de una escuela sufí de gran influencia en la vida religiosa y política de la Andalucía almohade, desde que el maestro Ibn al-Arif, fomentó con sus predicaciones la sublevación de los moridin contra los almorávides en la primera mitad de aquel siglo. Uno de sus discípulos predilectos, Abu Abdalá al-Gazal, continuaba en Almería sus enseñanzas esotéricas. La amistad de este con Ibn Arabí y la circunstancia de estar en ramadán, el mes sagrado, movió a nuestro místico a permanecer en Almería más tiempo del preciso para sus negocios. Allí, entregado a la oración y a la penitencia, en la soledad de una celda, recibió una revelación de Allah, confirmada en un sueño posterior, que le ordenaba escribir un libro que sirviese de introducción a la vida devota de los novicios, sin necesidad de director espiritual. Ibn Arabí, obediente a la inspiración divina, púsose a redactar su “Mawaqui al-nochum”, opúsculo ascético-místico, en el cual, bajo el velo de símbolos astronómicos, expone las luces sobrenaturales que Allah otorga al murid en las tres etapas de su camino. La etapa del novicio, puramente exotérica y material, que consiste en la práctica externa del Islam, es simbolizada por Ibn Arabí con las estrellas, cuyo brillo queda ofuscado tan pronto como sale la luna de las otras dos etapas, durante las cuales el murid interpreta los ritos externos en un sentido místico o esotérico.
Los sufíes que se “apellidan” alacbaría o acbaríes, siguen la regla de Ibn Arabí (al Xeij al-ácbar), que fija las condiciones esenciales de su peculiar método (tariqa), basado en estas cuatro reglas:
- Silencio
- Aislamiento
- Hambre
- Vigilia nocturna
Las cuales, efectivamente, da Ibn Arabí como fundamentales.
El mismo Ibn Arabí deshizo el equívoco en sus disputas con los sufíes de oriente según el cual se acusaba a los andalusies de carecer de una regla (tariqa) para la vida religiosa. Ibn Arabí atinadamente replicaba que si, en efecto, vivían sin someterse a una norma escrita, fija y uniforme, en cambio, a pesar de la multiplicidad de los procedimientos, o quizá cabalmente por su misma rica variedad, adaptábanse mejor y con más eficacia a las necesidades peculiares de los novicios para lograr la perfección.
Sadr ad-Din Qunawi sabe que por muy cercano que esté a la dialéctica, si ésta no viene acompañada del dawq, de la experiencia íntima, si no hay realización (tahaqquq), el conocimiento teórico es estéril. Por eso pide ayuda espiritual a su maestro, y al parecer, le es concedida de manera inmediata y efectiva. Este detalle es importante porque ilustra la facultad que tienen los awliya de impartir su magisterio espiritual en cualquier tiempo y lugar.
Existen un número amplio de relevos para recibir y extender la ruhaniya akbariyya. Un warit akbarí es un heredero de Ibn Arabí y por tanto, un nuevo soporte de subaraka.
Una de las cadenas de la hirqa akbariyya acaba en Murtada az-Zabidi (1205-1790), autor de Tag al-arus.
La influencia de las mujeres piadosas en el Camino de Ibn Arabí es evidente e importantísima: Yasmina de Marchena y Fátima de Córdoba, sus maestras, su piadosa madre, su esposa y la “amada” Nizam de la Meca.
Maestros de Ibn Arabí: Yasmina de Marchena, Fátima de Córdoba, Abu Madyan, Musa al-Baydaraní, Musa ben Imran, Abu Yahya, Abu Yaqub Yusuf ben Halaf, Salah al-Barbarí, Abu-l-Abbas al-Orianí, Abu Abd Allah al-Gazzal, Abu Muhammad al-Mawrurí, Surayh, Abu Muhammad az-Zuhrí, Abu Bakr ben Sid an-Nas y sobre todo Abul Abbas ben al-Arif, nombrado por Ibn Arabí “nuestro maestro de espíritu“.
Allah no se revela, revela Su palabra y Su ley.
6.- Supervivencia de esta escuela y situación actual
Las nuevas corrientes de la espiritualidad en los siglos XVI y XVII se divulgaron y propagaron por medio de las que se llamaron vulgarmente “alumbradas”, mujeres devotas, que sin procesar en orden alguna eran consideradas como dotadas de diversos carismas así como del don de la profecía. Actuaban como maestras. Hasta las carmelitas de Sevilla fueron tenidas por la Inquisición como alumbradas e incluso se sospechó de su fundadora, santa Teresa.
En el Islam, estas maestras del espíritu son algo normal. En Al-Andalus, Sol, Madre de los pobres y Fátima, de Marchena y Sevilla respectivamente fueron nombradas por Ibn Arabí de Murcia, ponderando sus dotes.
Miguel Asín se preguntó cómo ocurriría el contacto entre la cultura espiritual sufí y la “española renacentista”. Asín sospechaba que beatas musulmanas -o criptomusulmanas como la Mora de Úbeda serían las que de alguna manera harían llegar a místicos cristianos como San Juan y Teresa de Jesús los conocimientos de la sofisticada literatura estática musulmana. Asín propone que la transmisión de los conocimientos islámicos a los espirituales españoles renacentistas se efectuaron por medio de los grupos de moriscos convertidos a medias.
A la pregunta de Asín: ¿fueron o no estos moriscos los responsables de dicha transmisión cultural? Respondemos: ¿quién sino?
Sometidos a la clandestinidad, los moriscos intentan salvar del olvido su lengua y su religión: su cultura. Una cultura asediada y perseguida que tuvo que esconderse tras la simulación y el secreto.
También los judíos, a través de la cábala española, y el Zohar atribuido a Mosé de León es ejemplo de ello. Los místicos judíos citan directamente a los sufíes e incluyen en sus textos cabalísticos frases en árabe, un ejemplo es la frase del Zohar “Alá de la perla radiante” así como la semejanza entre la “llama oscura” del Zohar y la imagen sufí de la “luz negra”.
Juan Gómez Menor sugiere que San Juan pudiera tener estirpe morisca por parte de madre y judaica por parte de padre (“El linaje familiar de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz”, Gráficas Cervantes, Salamanca, 1970).
Podríamos hablar del mismo problema con respecto a la Divina Comedia y la influencia del sufismo siciliano.
Estas ideas influyeron en la vida cultural de pensadores judíos y cristianos. La convivencia entre judíos y musulmanes en Al-Ándalus, utilizando una misma lengua, explica la influencia de las ideas masarríes, difundiéndose por la Europa cristiana; esta difusión tuvo su origen en la escuela de traductores toledanos y la escuela de Sicilia.
Desde los más remotos países de Europa, hombres como Adelardo de Bath, Herman el Dálmata, Alfredo de Morlay, Gerardo de Cremona, Miguel Escoto, … etc vienen a España en busca de libros y enseñanza.
Algunos sistemas escolásticos anteriores a Santo Tomás revelan un nexo común con el sufismo batiní (siglo XII). Se inicia en la escolástica una tendencia doctrinal de la escuela agustiniana, en su mayoría doctores de la orden de San Francisco.
Raimundo Lulio se inscribe en la cadena batiní a través de Ibn Arabi y las teorías neoplatónicas comunes también a la escuela franciscana. Estas ideas masarríes fueron perpetuadas en la Europa cristiana por la tradición franciscana de Duns Escoto.
Llamamos la atención sobre el hecho de que Raimundo Lulio ignoraba el latín, solo sabía catalán y árabe, luego las teorías franciscanas las aprendió de las obras de Ibn Arabí, no de los doctores escolásticos.
En el mundo judío el sistema masarrí se propaga a través del malagueño Avicebrón. Buscan la fe a través de la razón, exigiendo para los actos de ésta una cierta iluminación divina, entran en el grupo de los pensadores musulmanes llamados israqies o iluministas. Al mismo grupo pertenece Dante Alighieri, aunque los historiadores de la escolástica lo incluyen entre los tomistas o aristotélicos (no a los neoplatónicos).
En los cantos XXVIII, XXIX Y XXX de su Paradiso, alude con insistencia a los símbolos de la luz, de la iluminación, del espejo, del centro y de los círculos para explicar la creación: habla de una materia y una forma universales, como primeros efectos de aquella; y explica su origen por el amor divino. Otras analogías ponen de manifiesto la filiación israqi de Dante, Sobre todo en sus símbolos y alegorías, usadas antes que él por Ibn Arabi. La ascensión alegórica del místico y del filósofo, que este emplea en su Futuhat coincide con la ascensión de Dante y Beatriz en Il Paradiso. Es también de notar que Dante simboliza por medio del águila (Il Paradiso, c.X) al conjunto de todos los espíritus del cielo, así como Ibn Arabí se sirve de igual símbolo para representar al Intelecto primero y universal, que es la suma de todos los espíritus. También Rogerio Bacon en su Opus Tertium , usa símbolos análogos al decir que el “intellectus agens” es “corvus Eliae”, pues Ibn Arabí llama (águila, ver tal palabra en árabe) al cuerpo universal, unión de la materia y formas universales.

Autor: Kamar Sánchez
Extracto de la conferencia pronunciada en Melilla en el año 2004.
Publicado en el blog Identidad Andaluza.
Publicado en la web WebIslam.
Fuente: http://identidadandaluza.wordpress.com/2009/11/24/la-escuela-sufi-de-almeria-y-su-relevancia-actual/?TB_iframe=true&height=500&width=940 
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