El Asno Roñoso de la Cola Cortada / Mangy Ass with the lopped-off tail

Las mujeres y el sufismo

Desde el inicio de la consciencia, los seres humanos, ya mujeres ya hombres, han recorrido la senda de la reunión con el Origen del Ser. Aunque en este mundo de dualidad podamos hallarnos a nosotros mismos en diferentes formas, finalmente no existe masculino o femenino, sino sólo Ser. Dentro de la tradición Sufí, el reconocimiento de esta verdad ha favorecido la madurez espiritual de las mujeres de una manera que no siempre ha sido posible en occidente.
Desde los primeros días hacia delante, las mujeres han desempeñado un papel importante en el desarrollo del sufismo. El Profeta Muhammad (saws) trajo un mensaje de integración de espíritu y materia, de esencia y de vida cotidiana, de reconocimiento tanto de lo femenino como de lo masculino. Aunque las manifestaciones culturales han cubierto algo de la original pureza de intenciones, las palabras del Corán declaran la igualdad de los hombres y de las mujeres a los ojos de Allah. En un tiempo en que las tribus árabes idólatras todavía eran bastante bárbaras, esta nueva voz de la tradición de Abraham consiguió restablecer la aceptación de la Unidad del Ser. Intentó enderezar los desequilibrios que habían surgido, aconsejando respeto y honor hacia lo femenino igual que por la gracia y la armonía de la naturaleza.

Cuando el lado místico del Islâm se desarrollaba, una mujer, Râbi‘a al-‘Adawiyya (717-801 dc) expresó la relación con lo divino en un lenguaje que se ha venido a reconocer como específicamente sufí, al referirse a Allah como el Amado. Râbi‘a hablaba de las realidades del sufismo en un lenguaje que cualquiera podría entender. Aunque ella experimentó muchas dificultades en sus primeros años, el punto de partida no fue nunca el temor del infierno ni el deseo del paraíso, sino sólo el amor. “Allah es Allah” decía “por eso amo a Allah... no a causa de ningún regalo, sino por sí mismo.” Su aspiración era mezclar su ser en Allah. Según ella uno podría encontrar a Allah volviéndose al interior de uno mismo. Como dijo el Profeta Muhammad (saws): “Quién se conoce a sí mismo, conoce a su Señor.” Al final es a través del amor que somos llevados a la unidad del Ser.

A través de los siglos, las mujeres al igual que los hombres han continuado la luz de este amor. Por muchas razones, las mujeres han sido a menudo menos visibles y menos citadas que los hombres, pero ellas han sido siempre participantes activas. Dentro de algunos círculos sufís las mujeres fueron integradas con los hombres en las ceremonias; en otras órdenes, las mujeres realizaban sus propios círculos del recuerdo y la adoración aparte de los hombres. Algunas mujeres se dedicaron ascéticamente a si mismas al Espíritu, fuera de la sociedad, como hizo Râbi‘a, otras eligieron el papel de benefactoras y protectoras de los círculos de adoración y de estudio. Muchos de los Grandes Maestros con los que estamos familiarizados en occidente, tuvieron maestras, estudiantes y amigas espirituales que influyeron grandemente en su pensamiento y su ser. Y esposas y madres dieron apoyo a los miembros de sus familias mientras proseguían su propia jornada hacia la unión con el Amado.

Ibn al-‘Arabî, el llamado gran “Polo del Conocimiento” (1165-1240) dC) habla del tiempo que pasó con dos ancianas mujeres místicas que tuvieron una profunda influencia en él: Shams de Marchena, una de las “suspirantes” y Fatimah de Córdoba. De Fatimah, con la que pasó una gran cantidad de tiempo, dice:

«Serví como un discípulo a una de las enamoradas de Allah, una gnóstica, una dama de Sevilla llamada Fatimah bint al-Mutanna de Córdoba. La serví durante muchos años, teniendo ella más de 99 años de edad... Acostumbraba tocar la pandereta y mostraba gran placer en ello. Cuando le hablé sobre esto ella me respondió: "Me regocijo en Aquel que se ha vuelto a mí y me ha hecho uno de sus Amigos, usando de mí para sus propios propósitos. ¿Quién soy yo para que Él me escogiera entre la humanidad? Él es celoso de mí, cuando quiera que me vuelco con atención sobre algo distinto de Él, Él me envía alguna aflicción concerniente a esa cosa." “Con mis propias manos construí para ella una cabaña de cañas tan altas como ella, en la que vivió hasta su muerte.”

Cuando a otro conocido maestro, Abû Yazîd al-Bistâmî (874 dC) se le preguntó quien era su maestro, dijo que era una vieja mujer que había encontrado en el desierto. Esta mujer le llamó tirano vanidoso y le demostró por qué, pues al pedirle a un león que le llevara un saco de harina, estaba oprimiendo a una criatura que el mismo Allah había dejado libre de cargas y al desear reconocimiento por tales milagros estaba demostrando su vanidad. Sus palabras le sirvieron de guía espiritual durante mucho tiempo. Otra mujer por la que Bistâmî sentía un gran reconocimiento era Fâtimah Nishaburiyya (d.838), de quién dijo: "no había estación (en el camino) que ella no hubiera experimentado ya." Una vez alguien preguntó al gran maestro Sufí egipcio Dhu'n-Nûn: "¿Quién es en tu opinión, el más grande entre los Sufís?" Él replicó: "Una mujer de Meca, llamada Fâtimah Nishaburiyya, cuyos discursos demostraban una profunda comprensión de los significados internos del Corán." Presionado más tarde a hablar de Fatimah, añadió: "Ella es de los Santos de Allah, y mi maestra." Una vez, ella le aconsejó: "En todas tus acciones, mira de actuar con sinceridad y en oposición a tu yo más inferior (nafs). Ella también dijo: "Quienquiera que no tiene a Allah en su conciencia está equivocado y en el engaño, cualquiera que sea el idioma que hable, cualquiera que sean las compañías que frecuente. Ya que quienquiera que se mantiene en la compañía de Allah nunca habla más que con sinceridad y asiduamente está adherido a una humilde reserva y a una seria devoción en su conducta”.

La esposa del Sufi del siglo IX-X al-H•akîm at-Tirmidî era una mística por derecho propio. Acostumbraba a experimentar sueños tanto para si misma como para su marido. Khidr, el misterioso, se le aparecía en sueños. Una noche le dijo que le dijera a su marido que guardara la pureza de su hogar. Considerando que quizás Khidr se refería a la falta de limpieza que había a veces a causa de sus hijos pequeños, ella le preguntó en sueños. Él le respondió señalando su lengua, que debía decirle a su marido que fuera responsable de la pureza en sus palabras. 

Entre las mujeres que siguieron la Senda del Amor y de la Verdad, las hubo quienes se regocijaban y quienes se lamentaban continuamente. Sha'wana, una Persa, era de las que suspiraban. Hombres y mujeres se reunían a su alrededor para oír sus discursos y sus canciones. Acostumbraba a decir: "Los ojos que impedidos de contemplar al Amado, y siguen deseosos de mirarle, no pueden llenarse de esa visión sin llorar." Sha'wana no sólo estaba cegada por las lágrimas de la penitencia, sino también deslumbrada por la gloria radiante del Amado. Durante su vida experimentó una íntima cercanía con Allah. Esto influyó profundamente a su devoto marido y a su hijo (que se volvió él mismo un santo). Se convirtió en una de las más profundas maestras de su tiempo.
Una de las que se regocijaba fue Fedha, que era también una mujer casada. Enseñaba que "la alegría del corazón ha de ser felicidad basada en lo que uno interiormente percibe; por lo tanto deberíamos intentar siempre regocijarnos dentro de nuestro corazón hasta que cada uno de nuestro alrededor también se regocije.”
En su mayoría, las palabras de las mujeres en el Sufísmo que permanecen desde siglos pasados en informes tradicionales de sus comentarios o de poemas que desarrollaron alrededor de sus palabras. El Corán alienta vehementemente tanto la educación de las mujeres como de los hombres, básicamente promueve el mutuo respeto y valoración de los seres humanos sin miramientos de sexo o condición social. Dentro del Sufismo, ha prevalecido la más esencial de las actitudes coránicas. Las culturas en las que el sufismo ha existido, tendieron a comunicar más material oral que de forma escrita, y las mujeres en particular quizás hayan tenido menos tendencia a escribir.



Autora: Camille Adams Helminski
Traductor: Abû Bakr López
Fuente: Orden Sufi Yerrahi al Halveti

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