Es también un lugar común dentro de este mísero esquema considerar que la crítica de al-Ghazali había asestado el golpe mortal a la filosofía, y que con Ibn Rushd (Averroes), el gran pensador de Córdoba, el mismo con el que habría de encontrarse un Ibn al-Arabi todavía adolescente, representa su apogeo y término. Es irrisorio detener el destino de la reflexión filosófica del Islam en esa patética pugna entre el oriental al-Ghazali y el andaluz Ibn Rushd.
Precisamente es a la muerte de este último cuando el pensamiento Islámico va a alcanzar altísimas cotas en Ibn al - Arabi, que deja detrás una rica escuela que aún perdura, y en Oriente se asiste a un florecimiento renovado del avicenismo, a la par que se desarrollan nuevas tendencias, descollando la del iraní Sohrawardi, que darán sus mejores frutos a lo largo de los siglos XVI y XVII. La vida de Abu Bakr Muhammad Ibn al-Arabi (o Ibn Arabi), comienza en Murcia donde nació el 17 de Ramadán del 560 h. (28 de julio de 1.165). Los sobrenombres de nuestro shayj son bien conocidos: Muhyid - din (revivificador del Islam) y Ash-Shayj al-Akbar (el maestro más grande). A los ocho años se traslada a Sevilla donde estudia y llega a las adolescencia llevando una vida cómoda y refinada en una ciudad que está conociendo los mejores momentos de su historia. Contrae matrimonio por primera vez con la joven de la que nos habla en términos de respetuosa devoción. Conocemos la biografía de Ibn al-Arabi a través de su propia obra. Acorde con su poderosa personalidad, es más bien una transhistoria simbolizando acontecimientos interiores. Los datos en los que se subscribe no son más que puntos de partida exteriores. Así, lo encontramos en esa primera etapa de su vida sumido de repente en una grave enfermedad, la fiebre le produce un profundo letargo. Se le cree muerto, mientras que en su universo interior se agita en un mundo de imágenes sugestivas. Es su primera penetración en el alamal - Mizal, el mundus imaginalis, fuente apreciada de información y saber, donde Ibn -Arabi no dejará de rastrear el resto de su vida. Se trata de imaginación creadora, porque esencialmente es activa. Ibn-Arabi enuncia que la Imaginación (tasawwur o tajayyul), como el amor, la simpatía, o un sentimiento cualquiera en general, hace conocer, y hace conocer un objeto que le es propio. Los recuerdos de adolescencia de nuestro autor parecen haber estado especialmente marcados por dos amistades femeninas, una doble amistad filial por dos venerables mujeres sufíes, dos maestras que le iniciarán por el sendero de la intimidad con Allah: Yasmina de Marchena y Fátima de Córdoba. El retrato que nos hace de ambas es una colorista estampa de la época y nos permite conocer la riqueza y variedad intelectual de un al-Andalus inquieto y sin prejuicios.
A sus veinte años Ibn al-Arabi ya ha conocido y estudiado a innumerables maestros de diferentes escuelas y corrientes de pensamiento, shayjs y filósofos. Nos dice: “Nunca me he referido a una opinión o a una doctrina sin fundarme sobre la referencia directa de personas que le eran adeptas”, viéndose para ello favorecido por la opulencia intelectual de al-Andalus, viaja repetidas veces al Maghreb con estancias más o menos prolongadas, en busca de nuevos maestros. Sus encuentros con grandes shayjs se suceden. Esas migraciones inquietas no son más que el preludio de una inclinación imperiosa por viajar que le hará dejar definitivamente al-Andalus y el Maghreb, para hacer de él un peregrino por Oriente. Reencuentros, citas, conferencias, sesiones de enseñanza y discusión, jalonan las etapas sucesivas o repetidas de su itinerario: Fez, Tlemcen, Bujía, Túnez,…
En 1.201 peregrina por primera vez a Meca. Ibn al-Arabi tiene treinta y seis años. Su primera estancia en la ciudad le va a comportar una experiencia tan profunda que va a ser la base de toda su dialéctica del amor. Se enamora de la hija de un reputado shayj de Meca. La muchacha conjugaba el doble don de extraordinaria belleza y una sabiduría turbadora, y le inspiraría una de sus obras maestras, “Turyumán al - Ashwaq”, “El intérprete de los Deseos”, que después él mismo comentará en clave sufí. La frecuentación de la familia del shayj y de los círculos sufíes procuran a Ibn al-Arabi una paz íntima que será el resorte de una extraordinaria productividad. Simultáneamente, su vida interior se intensifica: las circumbalaciones alrededor de la Kaaba, interiorizada como centro cósmico, lo transporta alimentando su esfuerzo y sus percepciones.
En 1.204 está en el Cairo en compañía de un grupo de sufíes andalusíes, se dedica a la enseñanza y discute y polemiza con los doctores y juristas de la capital egipcia. Retorna a Meca en 1.207 donde revive sus experiencias anteriores. Tres años más tarde los encontramos en el corazón de Anatolia, en la ciudad de Qonya. Precedido por su prestigio es magníficamente recibido por el sultán seljúcida Kay kaus, al que anima en sus esfuerzos por liberar al-Quds, Jerusalén, reconquistada por los cruzados.
Continúa sus viajes hacia el este de Anatolia, llegando hasta Armenia y descendiendo por el Eúfrates lo hallamos en 1.214 en Gadad donde conoce a Omar Shorawardi. Peregrina de nuevo a Meca donde continúa la redacción de obras importantísimas.
Invitado por el sultán de Damasco, se dirige hacia la antigua capital Omeya donde llega en 1.223: el príncipe y su hermano y sucesor se hacen discípulos y seguirán sus enseñanzas obteniendo la licencia del shayj que les permitirá enseñar a su vez sus libros.
En esos momentos, la lista de sus trabajos superaba la cifra de cuatrocientos y aún estaba lejos de haber concluido el conjunto de su obra. Cansado por sus viajes, rodeado por su familia, amigos e inumerables discípulos, decide quedarse en Damasco.
Murió el 28 de Rabi´II del 638 h. (16 de noviembre de 1.240).
En el siglo XVI, el sultán de Constantinopla, Selim II, hizo edificar sobre su tumba una cúpula y junto a ella una madrasa. Su mausoleo es aún hoy visitado por gran cantidad de sufíes donde se recogen devotamente para aprovechar su presencia.
Durante esta última etapa de su vida en Damasco acabó dos de sus obras más conocidas: “El libro de los Fusus al-Hikam” (1.230); se trata sin duda del mejor compendio de la reflexión de Ibn al-Arabi. La influencia que ejerció en el desarrollo posterior del pensamiento islámico es inapreciable, y fue objeto de grandes comentarios en todas las lenguas del Islam, tanto entre sunníes como shiíes. También en Damasco, acabó sus “Al-Futuhat al Makkía”, inmensa enciclopedia sufí. La idea primaria de la obra se remonta a su primera estancia en Meca e inspirada en sus circumbalaciones alrededor de la Kaaba. Esta Summa encierra desarrollos especulativos, a menudo abstrusos, que suponen en el autor una perfecta información filosófica, aparte de contener valiosos datos biográficos que permiten perfilar el ambiente cultural que se vivía en al-Andalus, África del Norte y Oriente Medio. A pesar de las bastas proporciones de este original libro (560 capítulos), Ibn al-Arabi nos prevee: “A pesar de la extensión de este libro, a pesar del gran número de sus secciones y capítulos, no he desarrollado totalmente ni uno solo de los pensamientos y enseñanzas que profeso concernientes a la metodología sufí… He limitado mi trabajo a poner brevemente en claro algo de los principales fundamentos en los que se basa el método, de una manera abreviada, situándolo en el justo límite entre la vaga alusión y la completa y clara explicación”.
Los “Fusus al-Hikam” (“Los Engarces de la Sabiduría”) es un sorprendente trabajo en el que Ibn al-Arabi expone con extraordinaria maestría el principio de la Unidad de la Existencia, fundamento básico de la concepción islámica de la realidad de acuerdo al Tawhid, la Unidad de Allah y la trascendencia.
Autor: Abderrahmán Habsawi
Publicado en WebIslam el 10/09/2008.
Fuente: http://www.webislam.com/?idt=8733
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